Palabras introductorias del párroco Sebastián García Martín al Programa de Fiestas Patronales 2005 en honor de San José que se celebrarán el domingo y lunes de la segunda semana de Septiembre.
SAN JOSÉ, CUSTODIO DE LA EUCARISTÍA
El recuerdo y la celebración de las fiestas de los Santos son siempre para nosotros un motivo de gozo y un estímulo. Ellos supieron ser fieles a llamada de Dios. Y nosotros también estamos llamados e invitados a vivir con fidelidad nuestra vida.
En el mes de Septiembre, cuando después de las vacaciones todo vuelve a la normalidad, nuestra parroquia de San José nos invita a celebrar las Fiestas Patronales en honor de San José, el mayor de los santos después de María.
Nuestra curiosidad quisiera saber muchos detalles de su vida pero queda bastante decepcionada. La vida del carpintero de Nazaret no sobresale ni destaca por su espectacularidad sino por su acogida y fidelidad.
Creo que en este año de 2005, dedicado a la Eucaristía, nos podríamos fijar en esos dos aspectos de la figura de San José que pueden iluminar nuestra propia vida eucarística.
José ante el misterio de Dios presente en María se sorprende. La manifestación Dios siempre sorprende. Conoce que Dios le llama a ser el esposo de María y el custodio de Jesús y acepta el riesgo que siempre supone la fe con un corazón sencillo, abierto, disponible.
Su fe se tradujo en fidelidad. Cumple la misión sin ruidos. Habla el lenguaje que mejor conoce: El lenguaje de los hechos. Siempre al lado de Jesús y de María con sentimientos de asombro y de gratitud. A San José le podríamos calificar como “Custodio de la Eucaristía”. Así lo afirma la liturgia: “Confiaste los primeros misterios de la salvación a la fiel custodia de San José”. Él acoge a Jesús presente en seno de María, él asiste a la adoración de los pastores y de los magos, él le lleva a Egipto y lo trae, él le enseña a rezar, él le busca, él contempla su crecimiento, él acepta con agrado su trabajo en el taller de Nazaret.
La Iglesia imita a José cuando suscita en los fieles los sentimientos de asombro y gratitud ante el misterio de la Eucaristía. “Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística”, decía el Santo Padre Juan Pablo II en su Encíclica (n. 5). En el pan y vino consagrados se hace presente el Señor mismo. Él en persona. Vivo. Resucitado. Dios y hombre. Nuestro mejor amigo. Nuestro Salvador.
Estamos invitados como San José a creer y a adorar. A reconocer y bendecir, a confesar y a postrarnos. Asombrados, estremecidos. Agradecidos y gozosos. Que las fiesteas de este año nos ayuden a crear actitudes de adoración, de agradecimiento, de estima hacia Cristo presente en la Eucaristía.