7 abril 2006
ZENIT publica el discurso que dirigi? Benedicto XVI este jueves a los miembros de la Comisi?n Pontificia B?blica al concluir su sesi?n anual dedicada al estudio de la relaci?n entre Biblia y moral.
Se?or cardenal,
Queridos miembros de la Comisi?n Pontificia B?blica:
Para m? es motivo de gran alegr?a encontrarme con vosotros al final de vuestra anual sesi?n plenaria. Me acuerdo con afecto de cada uno de vosotros, pues os he conocido durante los a?os de mi encargo como presidente de esta Comisi?n. Deseo transmitiros mi reconocimiento y aprecio por el importante trabajo que est?is desempe?ando al servicio de la Iglesia y por el bien de las almas, en sinton?a con el sucesor de Pedro. Doy las gracias al se?or cardenal William Joseph Levada por su saludo y por la concisa exposici?n del tema que ha sido objeto de atenta reflexi?n en el transcurso de vuestra reuni?n.
Os hab?is reunido nuevamente para profundizar en un argumento muy importante: la relaci?n entre Biblia y moral. Se trata de un tema que afecta no s?lo al creyente, sino a toda persona como tal. El impulso primordial del hombre, de hecho, es su deseo de felicidad y de una vida plenamente lograda. Hoy, sin embargo, muchos piensan que esta realizaci?n tiene que alcanzarse de manera aut?noma, sin ninguna referencia a Dios y a su ley. Algunos han llegado a teorizar una soberan?a absoluta de la raz?n y de la libertad en el ?mbito de las normas morales: estas normas constituir?an el ?mbito de una ?tica meramente ?humana?, es decir, ser?an la expresi?n de una ley que el hombre se da aut?nomamente: los promotores de esta ?moral laica? afirman que el hombre, como ser racional, no s?lo ?puede? sino que incluso ?debe? decidir libremente el valor de sus comportamientos.
Esta convicci?n equivocada se basa en un presunto conflicto entre la libertad humana y toda forma de ley. En realidad, el Creador ha inscrito en nuestro mismo ser la ?ley natural?, reflejo de su idea creadora en nuestro coraz?n, como br?jula y medida interior de nuestra vida. Precisamente por este motivo, la Sagrada Escritura, la Tradici?n y el Magisterio de la Iglesia nos dicen que la vocaci?n y la plena realizaci?n del hombre no consisten en el rechazo de la ley de Dios, sino en la vida seg?n la nueva ley, que consiste en la gracia del Esp?ritu Santo: junto con la Palabra de Dios y la ense?anza de la Iglesia, ?sta se manifiesta en ?la fe que act?a por la caridad? (G?latas 5, 6). Y precisamente, en esta acogida de la caridad que procede de Dios (?Deus caritas est!?), la libertad del hombre encuentra su m?s alta realizaci?n. La ley de Dios no aten?a ni mucho menos elimina la libertad del hombre; por el contrario, la garantiza y promueve, pues, como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Cat?lica, ?la libertad alcanza su perfecci?n cuando est? ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza? (n. 1731). La ley moral, establecida por Dios en la creaci?n y confirmada en la revelaci?n del Antiguo Testamento, encuentra en Cristo su cumplimiento y su grandeza. Jesucristo es el camino de la perfecci?n, la s?ntesis viva y personal de la perfecta libertad en la obediencia total a la voluntad de Dios. La funci?n original de los Diez Mandamientos no queda abolida por el encuentro con Cristo, sino que la lleva a su plenitud. Una ?tica que, en la escucha de la revelaci?n, quiere ser tambi?n aut?nticamente racional, tiene en el encuentro con Cristo, que nos da la nueva alianza, su perfecci?n.
Modelo de esta aut?ntica acci?n moral es el comportamiento del mismo Verbo encarnado, en cuya aceptaci?n y cumplimiento de su misi?n coincide su voluntad con la voluntad de Dios Padre: su alimento es hacer la voluntad del Padre (Cf. Juan 4, 34); ?l siempre hace lo que le agrada al Padre poniendo en pr?ctica su palabra (Cf. Juan 8,29.55); refiere lo que el Padre le ha mandado que diga y anuncie (Juan 12, 49). Al revelar al Padre y su manera de actuar, Jes?s revela al mismo tiempo las normas de la acci?n humana justa. Presenta esta relaci?n de manera expl?cita y ejemplar cuando, al concluir su ense?anza sobre el amor a los enemigos (Cf. Mateo 5, 43-47), dice: ?Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial? (Mateo 5, 48). Esta perfecci?n divina se hace posible para nosotros si estamos ?ntimamente unidos con Cristo, nuestro Salvador.
El camino trazado por Jes?s con su ense?anza no es una norma impuesta desde el exterior. El mismo Jes?s recorre este camino y s?lo nos pide que le sigamos. Adem?s, no se limita a pedir: ante todo nos da, en el Bautismo, la participaci?n en su misma vida, haci?ndonos capaces de este modo de acoger y de llevar a la pr?ctica sus ense?anzas. Esto resulta evidente en los escritos del Nuevo Testamento. Su relaci?n con los disc?pulos no consiste en una ense?anza exterior, sino vital: les llama ?hijos? (Juan 13, 33; 21, 5), ?amigos? (Juan 15, 14-15), ?hermanos? (Mateo 12, 50; 28, 10; Juan 20, 17), invit?ndoles a entrar en comuni?n de vida con ?l y a acoger en la fe y en la alegr?a su ?suave? yugo y su carga ?ligera? (Cf. Mateo 11, 28-30). En la b?squeda de una ?tica cristol?gicamente inspirada es necesario, por tanto, tener presente que Cristo es el ?Logos? encarnado, que nos hace participar en su vida divina y que, con su gracia, nos sostiene en el camino hacia nuestra aut?ntica realizaci?n. Lo que es realmente el hombre aparece de manera definitiva en el ?Logos? hecho hombre; la fe en Cristo nos ofrece la plenitud de la antropolog?a. Por este motivo, la relaci?n con Cristo define la realizaci?n m?s elevada de la acci?n moral del hombre. Este actuar humano se fundamenta directamente en la obediencia a la ley de Dios, en la uni?n con Cristo y en la inhabitaci?n del Esp?ritu Santo en el alma del creyente. No es un actuar dictado por normas s?lo exteriores, sino que procede de la relaci?n vital que une a los creyentes con Cristo y con Dios.
Deseando que continu?is fecundamente vuestra reflexi?n, invoco sobre vosotros y sobre vuestro trabajo la luz del Esp?ritu Santo y os imparto a todos, como confirmaci?n de mi confianza y de mi afecto, la bendici?n apost?lica.