Teolog?a y secularizaci?n en Espa?a.
A los cuarenta a?os de la clausura
del Concilio Vaticano II
Instrucci?n Pastoral
Madrid, 30 de marzo de 2006
SUMARIO
Introducci?n
Y vosotros, ?qui?n dec?s que soy yo? (Mt 16, 15).
1. Jesucristo, plenitud de la Revelaci?n
Porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que est? en los cielos (Mt 16, 17)
a) Concepci?n cat?lica de la Revelaci?n
b) Respuesta a la Revelaci?n divina
c) La inteligencia y el lenguaje de la fe
d) Revelaci?n y ex?gesis b?blica
e) Revelaci?n y oraci?n cristiana
2. Jesucristo, el Hijo de Dios vivo
T? eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16)
a) Cristolog?a y Soteriolog?a
b) Toda la vida de Cristo es Misterio
c) Jesucristo, el ?nico Salvador de todos los hombres
d) Cristolog?a y Catequesis
3. La Iglesia, Sacramento de Cristo
T? eres Pedro, y sobre esta piedra edificar? mi Iglesia (Mt 16, 18)
a) Cristo y la Iglesia: el ?Cristo total?
b) Liturgia y esperanza escatol?gica
c) El ministerio ordenado en la Iglesia
d) La Vida consagrada en la Iglesia
e) El Magisterio de la Iglesia y el fen?meno del disenso
4. La vida en Cristo
Si alguno quiere venir en pos de m?, ni?guese a s? mismo, tome su cruz y s?game (Mt 16, 24)
a) Cristo, norma de la moral
b) La dignidad de la persona humana
c) Moral de la sexualidad y de la vida
d) Moral social
Conclusi?n
Os he dicho esto, para que mi gozo est? en vosotros, y vuestro gozo sea colmado (Jn 15, 11)
Introducci?n
1. Y vosotros, ?qui?n dec?s que soy yo? (Mt 16, 15). La pregunta de Jesucristo a sus disc?pulos se extiende en el curso de la historia a los cristianos de todos los tiempos. La respuesta que demos determinar? el modo de acercarnos a la Persona de Cristo y la manera de entender la existencia cristiana. La insuficiente respuesta que nace de las posibles opiniones humanas-?qui?n dicen los hombres que es el Hijo del hombre? (Mt 16, 13)- es superada, desde el encuentro personal con el Salvador, en el seno de la Iglesia naciente. Jes?s se dirige a la comunidad de sus disc?pulos y, desde ella, escucha las palabras de Sim?n, cuya Verdad descansa en la Revelaci?n del Padre y no en la opini?n de los hombres[1]: ?T? eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo! (Mt 16, 16). La dicha del ap?stol no tiene su origen en la carne ni en la sangre, como tampoco su firmeza de ?roca?, sino que la recibe directamente de Cristo: T? eres Pedro, y sobre esta piedra edificar? mi Iglesia (Mt 16, 18).
2. Al cumplirse el cuarenta aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, queremos volver a la regi?n de Cesarea de Filipo para escuchar la pregunta de Jesucristo y hacer nuestra la respuesta de Pedro[2]. La tarea de recepci?n de la ense?anza conciliar a?n no ha terminado. Pasados cuarenta a?os, somos testigos de los frutos valiosos que ha rendido la buena semilla. A la vez, no son pocos los que en este tiempo, ampar?ndose en un Concilio que no existi?, ni en la letra ni en el esp?ritu, han sembrado la agitaci?n y la zozobra en el coraz?n de muchos fieles. En medio de un ambiente cultural, en el que se reflejan las opiniones m?s diversas sobre Jes?s, es necesario acoger con docilidad la Revelaci?n del Padre, lo que el Esp?ritu nos dice en el Concilio Vaticano II, llenarse de la alegr?a que viene de lo Alto, reposar gozosamente en la roca firme de la Iglesia y renovar cada d?a nuestra confesi?n de fe[3].
3. Conscientes de haber recibido por la imposici?n de manos la misi?n de conservar ?ntegro el dep?sito de la fe (cf. 1 Tm 6, 20) y atentos a la voz de tantos fieles que se sienten zarandeados por cualquier viento de doctrina (Ef 4, 14), hablando con una sola voz en comuni?n con el Sucesor de Pedro, como testigos de la Verdad divina y cat?lica[4], queremos ofrecer una palabra de orientaci?n y discernimiento ante determinados planteamientos doctrinales, extendidos dentro de la Iglesia, y que han encontrado una difundida acogida tambi?n en Espa?a, perturbando la vida eclesial y la fe de los sencillos. Nos mueve a ello, ?nicamente, la solicitud pastoral. Estamos convencidos de que la nueva evangelizaci?n no podr? llevarse a cabo sin la ayuda de una sana y honda teolog?a, en la que refuljan el esp?ritu de fe y la pertenencia eclesial. Para velar por la comuni?n real en la fe y en la caridad, nuestra misi?n magisterial, sin coartar la leg?tima autonom?a de la reflexi?n teol?gica, debe custodiar su fidelidad a la Palabra de Dios escrita y transmitida[5]. El anuncio del Evangelio ser? mediocre mientras pervivan y se propaguen ense?anzas que da?an la unidad e integridad de la fe, la comuni?n de la Iglesia y proyecten dudas y ambig?edades respecto a la vida cristiana.
4. Con la presente Instrucci?n Pastoral deseamos dirigir nuestra mirada a algunos aspectos de la labor teol?gica realizada en Espa?a en los ?ltimos decenios, con el deseo de impulsar el anuncio ?ntegro del Evangelio, en medio de una sociedad que se siente tentada a apostatar silenciosamente de Dios[6]. Queremos, ante todo, y una vez m?s, reiterar nuestro m?s profundo reconocimiento y agradecimiento a tantas personas que desempe?an, con entrega ejemplar, su misi?n eclesial en el ?mbito de la teolog?a. Constatamos con gozo c?mo la mayor?a de ellos ?se sit?an en su puesto de te?logos cat?licos tanto por la doctrina como por su actitud eclesial en sinton?a con el Magisterio y al servicio del Pueblo de Dios?[7], esforz?ndose con un di?logo ante los retos y desaf?os de un mundo secularizado, pues a pesar de todas las contradicciones de nuestra sociedad, el coraz?n del hombre no deja de buscar y esperar. En la teolog?a espa?ola actual hay signos de esperanza: crece el esp?ritu de colaboraci?n en el ?mbito de la investigaci?n y de la ense?anza; la teolog?a se abre cada vez m?s ampliamente a todo el Pueblo de Dios; contamos con m?s instrumentos para el estudio; se percibe con m?s claridad el v?nculo inescindible entre la teolog?a y la vida cristiana; el di?logo entre Obispos y Te?logos es m?s fluido en la mayor?a de las di?cesis; y se han consolidado Asociaciones teol?gicas especializadas, fieles a la doctrina de la Iglesia.
5. Junto a estos signos luminosos de esperanza, constatamos con viva preocupaci?n sombras que oscurecen la Verdad. Los Obispos hemos recordado en varias ocasiones que la cuesti?n principal a la que debe hacer frente la Iglesia en Espa?a es su secularizaci?n interna[8]. En el origen de la secularizaci?n est? la p?rdida de la fe y de su inteligencia, en la que juegan, sin duda, un papel importante algunas propuestas teol?gicas deficientes relacionadas con la confesi?n de fe cristol?gica. Se trata de interpretaciones reduccionistas que no acogen el Misterio revelado en su integridad. Los aspectos de la crisis pueden resumirse en cuatro: concepci?n racionalista de la fe y de la Revelaci?n[9]; humanismo inmanentista aplicado a Jesucristo; interpretaci?n meramente sociol?gica de la Iglesia, y subjetivismo-relativismo secular en la moral cat?lica. Lo que une a todos estos planteamientos deficientes es el abandono y el no reconocimiento de lo espec?ficamente cristiano, en especial, del valor definitivo y universal de Cristo en su Revelaci?n, su condici?n de Hijo de Dios vivo, su presencia real en la Iglesia y su vida ofrecida y prometida como configuradora de la conducta moral[10]. Articulamos la presente Instrucci?n pastoral en torno a estos cuatro apartados, se?alando, a partir de la confesi?n de fe de Pedro, algunas ense?anzas que ponen en peligro la Profesi?n de fe, la comuni?n eclesial, causan confusi?n entre los fieles e impiden impulsar la evangelizaci?n.
1. Jesucristo, plenitud de la Revelaci?n
6. No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que est? en los cielos (Mt 16, 17). Cuando el ap?stol san Pedro confiesa a Jes?s como el Hijo de Dios, el mismo Se?or Jes?s manifiesta que esa Verdad no ha sido inducida de una realidad humana, sino revelada por el Padre que est? en los cielos. En sus palabras se encuentra formulado el car?cter espec?fico y absoluto de la Revelaci?n cristiana, don gratuito que no se reduce a la sabidur?a de este mundo (?la carne y a la sangre?).
a) Concepci?n cat?lica de la Revelaci?n
7. El Concilio Vaticano II ha descrito la Revelaci?n de Dios en t?rminos de di?logo amistoso: ?Dios invisible, movido por su gran amor, habla a los hombres como a amigos, entre ellos habita, a fin de invitarlos y recibirlos en su compa??a?[11]. Habiendo decidido revelarse, Dios ha hablado a los hombres y ha adoptado el lenguaje humano de la amistad con una finalidad muy precisa: llevar al hombre a la comuni?n de vida con ?l por la participaci?n en su naturaleza divina[12]. ?Dios, que habita una luz inaccesible (1 Tm 6, 16), quiere comunicar su propia vida divina a los hombres, libremente creados por ?l, para hacer de ellos, en su Hijo ?nico, hijos adoptivos. Al revelarse a s? mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle m?s all? de lo que ellos ser?an capaces por sus propias fuerzas?[13].
8. La ense?anza conciliar ha puesto en evidencia los elementos espec?ficos del acontecimiento de la Revelaci?n, entendida como la comunicaci?n que Dios hace de S? mismo al hombre. Es el resultado de la libre y absoluta iniciativa de Dios. Su objeto es Dios mismo y los designios de su Voluntad, es decir, no nos da simplemente a conocer algo, sino a S? mismo, como Dios vivo en Jesucristo, su Hijo[14]. Su finalidad es la comuni?n y participaci?n de vida con el Padre hecha posible mediante Jesucristo por obra del Esp?ritu Santo. La plenitud de la Revelaci?n se da en Jesucristo, de forma que conocer a Cristo es conocer a Dios: El que me ha visto a m?, ha visto al Padre (Jn 14, 9)[15]. En consecuencia, la concepci?n cat?lica de la Revelaci?n subraya tanto su car?cter gratuito, y radicalmente nuevo, como su condici?n de ser completa y definitiva (cf. Hb 1, 1-2). De la recta comprensi?n de la Revelaci?n del Hijo depende todo el edificio de la fe, lo que vivimos y confesamos.
9. Resulta incompatible con la fe de la Iglesia considerar la Revelaci?n, seg?n sostienen algunos autores, como una mera percepci?n subjetiva por la cual ?se cae en la cuenta? del Dios que nos habita y trata de manifest?rsenos. Aun cuando emplean un lenguaje que parece pr?ximo al eclesial, se alejan, sin embargo, del sentir de la Iglesia[16]. Es necesario reafirmar que la Revelaci?n supone una novedad[17], porque forma parte del designio de Dios que ?se ha dignado redimirnos y ha querido hacernos hijos suyos?[18]. Por ello, es err?neo entender la Revelaci?n como el desarrollo inmanente de la religiosidad de los pueblos y considerar que todas las religiones son ?reveladas?, seg?n el grado alcanzado en su historia, y, en ese mismo sentido, verdaderas y salv?ficas. La Iglesia reconoce lo que, por disposici?n de Dios, hay de verdadero y de santo en las religiones no cristianas[19]. Reconoce, adem?s, que ?todo lo que el Esp?ritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, as? como en las culturas y religiones, tiene un papel de preparaci?n evang?lica?[20], pues su fuente ?ltima es Dios. De ah? que sea leg?timo sostener que, mediante los elementos de verdad y santidad que se contienen en las otras religiones, el Esp?ritu Santo obra la salvaci?n en los no cristianos; esto no significa, sin embargo, que esas religiones sean consideradas ?en cuanto tales, como v?as de salvaci?n, porque adem?s en ellas hay lagunas, insuficiencias y errores acerca de las verdades fundamentales sobre Dios, el hombre y el mundo?[21].
10. La doctrina cat?lica sostiene que la Revelaci?n no puede ser equiparada a las, llamadas por algunos, ?revelaciones? de otras religiones. Tal equiparaci?n no tiene en cuenta que ?la verdad ?ntima acerca de Dios y acerca de la salvaci?n humana se nos manifiesta por la Revelaci?n en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la Revelaci?n?[22]. Jesucristo, el Hijo eterno del Padre hecho hombre en el seno pur?simo de la Virgen Mar?a por obra y gracia del Esp?ritu Santo, es la Palabra definitiva de Dios a la Humanidad. En Cristo ?se da la plena y completa Revelaci?n del Misterio salv?fico de Dios?[23]. Pretender que las ?revelaciones? de otras religiones son equivalentes o complementarias a la Revelaci?n de Jesucristo significa negar la verdad misma de la Encarnaci?n y de la Salvaci?n, pues ?l es ?el que por su amor sin medida se hizo lo que nosotros para hacernos perfectos con la perfecci?n de ?l?[24].
b) Respuesta a la Revelaci?n divina
11. La fe es la respuesta adecuada a la Revelaci?n de Dios. Cuando Dios se revela hay que prestarle la obediencia de la fe, ?que consiste en fiarse plenamente de Dios y acoger su Verdad, en cuanto garantizada por ?l, que es la Verdad misma?[25]. La fe es un don de Dios. El hombre, para creer, necesita la gracia de Dios y el auxilio interior del Esp?ritu Santo, ?que mueve el coraz?n, lo dirige a Dios, abre los ojos del esp?ritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad. Para que el hombre pueda comprender cada vez m?s profundamente la Revelaci?n, el Esp?ritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones?[26].
12. Tres aspectos merecen ser subrayados en la ense?anza conciliar[27]. Primero, la fe se entiende como una entrega de toda la persona a Dios que se revela y comunica; es escucha y obediencia en su ra?z original y, por eso, seguimiento. Por la obediencia de la fe, el ser humano se abandona, por entero y libremente, a Dios, prest?ndole el pleno obsequio del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a su Revelaci?n[28]. El ser humano acoge como verdadero lo que Dios ha dicho de S?, precisamente porque lo ha testimoniado Dios, no porque lo desvele la raz?n[29]. El aspecto doctrinal de la fe -contenido de verdades reveladas que recogen el testimonio de Dios- debe ser comprendido personalmente: la entrega libre de toda la persona a Dios que se revela permite acoger el testimonio divino. Si se olvida este segundo aspecto, no se entienden las repercusiones morales del acto de fe[30]. Segundo, la adhesi?n a Dios, que es la fe, tiene su origen, su medio y su fin en Dios[31]. Su origen en Dios, porque ?l tiene la iniciativa. Muchas veces y de muchas maneras habl? a los hombres desde el principio (cf. Hb 1, 1), pero en Jesucristo, su Hijo encarnado, tenemos su Palabra definitiva (cf. Jn 1, 14-16). Su medio, porque la gracia divina pone en ejercicio la libertad humana e ilumina la raz?n para que pueda reconocer la presencia del Se?or, haciendo posible, incluso, el primer gesto de receptividad y acogida, propio de la sencillez de coraz?n (cf. Mt 11, 25). Su fin, porque el movimiento de la fe tiende a ?l. Tercero, la comprensi?n de la Revelaci?n es un don del Esp?ritu Santo que va perfeccionando con sus dones continuamente la fe. Sin la vida del Esp?ritu, la fe no se perfecciona y la Revelaci?n acaba por no comprenderse.
13. Vivir seg?n la fe requiere profesar de manera completa e ?ntegra el mensaje de Jesucristo, ya que una ?selecci?n? de diversos aspectos de su ense?anza, aceptar unos y rechazar otros[32], no responder?a a la Revelaci?n del Padre, sino ?a la carne y la sangre? (cf. Mt 16, 17), porque tus pensamientos no son los de Dios sino los de los hombres (Mc 8, 33). Es de vital importancia mantener ?ntegro el dep?sito de la fe, tal como Cristo lo confi? a la Iglesia para su custodia. As? fue afirmado desde los inicios de la Iglesia[33]. De la negaci?n de un aspecto de la Profesi?n de fe, se pasa a la p?rdida total de la misma, pues al seleccionar unos aspectos y rechazar otros, no se atiende ya al testimonio de Dios, sino a razones humanas[34]. La vida entera del cristiano queda comprometida cuando se altera la Profesi?n de la fe[35].
c) La inteligencia y el lenguaje de la fe
14. La Revelaci?n de Dios al Pueblo elegido, con quien ha establecido la Alianza, no es reducible a la experiencia religiosa subjetiva; de igual forma, la Revelaci?n definitiva en Cristo se ha realizado ?con hechos y palabras intr?nsecamente conexos entre s??[36]. Consiguientemente, no se puede admitir que el lenguaje sobre Dios sea algo meramente ?simb?lico, estructuralmente po?tico, imaginativo y figurativo, que expresar?a y producir?a una experiencia determinada de Dios?[37], pero no nos comunicar?a qui?n es Dios. Es necesario mantener que la fe se expresa mediante afirmaciones que emplean un lenguaje verdadero, no meramente aproximativo, por m?s que sea anal?gico[38]. No han faltado quienes han sembrado la duda en relaci?n con la Revelaci?n y la inteligencia de la fe. Se reconoce ciertamente que Dios se ha revelado al hombre, pero a ?ste se le niega la capacidad concreta de acoger la Revelaci?n. Se invoca la desproporci?n que existe entre el Dios que se revela y el hombre destinatario de la Revelaci?n. Se afirma que, dado el car?cter contingente, finito y limitado del ser humano, s?lo podr? acoger la Palabra de Dios de forma fragmentaria, parcial y limitada. La pretensi?n de una Revelaci?n divina, que se considerara definitiva y plena, entrar?a en conflicto con la misma condici?n hist?rica del ser humano[39]. Y aunque la Revelaci?n pudiera ser acogida -se dice- no podr?, sin embargo, expresarse en proposiciones concretas, que deban ser tenidas por verdaderas. Si esto es as?, la Revelaci?n cristiana debe ponerse a la par de las ?revelaciones? en otras religiones, o, incluso, en el orden mismo de la Creaci?n. Es cierto que el lenguaje humano es limitado y parcial[40], pero no se debe olvidar que las palabras y las obras de Jes?s, aun siendo limitadas en cuanto realidades humanas, tienen como fuente la Persona divina del Verbo encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre, y por eso poseen car?cter definitivo y pleno. ?La verdad sobre Dios no es abolida o reducida porque sea dicha en lenguaje humano. Ella, en cambio, sigue siendo ?nica, plena y completa porque quien habla y act?a es el Hijo de Dios encarnado?[41].
15. El conocimiento de la fe tiene su punto de partida en el testimonio personal de Dios que se revela. La fe nos viene por el o?do, por la escucha de la Palabra de Dios (cf. Rm 10, 14-17). Ahora bien, la misma fe que acoge la verdad revelada (auditus fidei) suscita el deseo de avanzar en su inteligencia (intellectus fidei). La fe, en efecto, busca inteligencia[42]. La verdad revelada, aun trascendiendo la raz?n humana, est? en armon?a con ella. La raz?n, por estar ordenada a la verdad, con la luz de la fe, puede penetrar el significado de la Revelaci?n. En contra del parecer de algunas corrientes filos?ficas muy difundidas entre nosotros, debemos reconocer la capacidad que posee la raz?n humana para alcanzar la verdad, como tambi?n su capacidad metaf?sica de conocer a Dios a partir de lo creado[43]. En un mundo que con frecuencia ha perdido la esperanza de poder buscar y encontrar la Verdad, el mensaje de Cristo recuerda las posibilidades que tiene la raz?n humana. En tiempos de grave crisis para la raz?n, la fe viene en su ayuda y se hace su abogada[44].
16. La mediaci?n de una reflexi?n genuinamente filos?fica ayudar? a la teolog?a en el verdadero di?logo con la cultura de cada tiempo[45]. Es necesario tener en cuenta ?la filosof?a o la sabidur?a de los pueblos?[46], pero el intercambio fecundo entre las culturas no debe llevar al relativismo ni a la negaci?n del ?valor universal del patrimonio filos?fico asumido por la Iglesia?[47]. La filosof?a permite discernir entre las meras opiniones y la verdad objetiva. La cultura nunca puede ser criterio absoluto de juicio en relaci?n con la Revelaci?n de Dios. Es la fe la que juzga la cultura y es el Evangelio el que conduce las culturas a la verdad plena[48]. An?logamente, no toda reflexi?n filos?fica es compatible con la Revelaci?n[49], ni tampoco es v?lido asumir acr?ticamente los principios de la cultura imperante para hacer actual el siempre nuevo mensaje evang?lico[50].
17. Tenemos en el Magisterio de la Iglesia la garant?a para explicar correctamente la Revelaci?n de Dios. Como la Alianza instaurada por Dios en Cristo tiene un car?cter definitivo, es necesario que est? protegida de desviaciones y fallos que puedan corromperla; para garantizar esta permanencia en la verdad, Cristo dot? a la Iglesia, especialmente a los pastores, con el carisma de la infalibilidad[51], que se ejerce de diversas maneras[52]. Suscitar dudas y desconfianzas acerca del Magisterio de la Iglesia; anteponer la autoridad de ciertos autores a la del Magisterio; o contemplar las indicaciones y los documentos magisteriales simplemente como un ?l?mite? que detiene el progreso de la teolog?a, y que se debe ?respetar? por motivos externos a la misma teolog?a, es algo opuesto a la din?mica de la fe cristiana[53].
d) Revelaci?n y ex?gesis b?blica
18. Una concepci?n err?nea de la Revelaci?n est? abocada necesariamente a una interpretaci?n tambi?n errada de la Sagrada Escritura. La Constituci?n conciliar Dei Verbum ense?a que la Escritura es Palabra de Dios, y que, en la composici?n de los libros sagrados, el Esp?ritu Santo ha inspirado a los autores humanos para escribir la Verdad que el Esp?ritu ha querido ense?arnos en orden a nuestra salvaci?n[54]. Consiguientemente, es preciso estudiar el modo de composici?n de los libros, la intenci?n de los autores, y otros muchos elementos literarios e hist?rico-cr?ticos. Las aportaciones de la ex?gesis, en este punto, han supuesto una gran riqueza, pero, al mismo tiempo, no debemos olvidar que, en cuanto Palabra inspirada, la Sagrada Escritura ?se ha de leer e interpretar con el mismo Esp?ritu con que fue escrita; por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, habida cuenta de la tradici?n viva de toda la Iglesia, y de la analog?a de la fe?[55].
19. En algunas ocasiones los textos b?blicos se estudian e interpretan como si se tratara de meros textos de la antig?edad. Incluso se emplean m?todos en los que se excluye sistem?ticamente la posibilidad de la Revelaci?n, del milagro o de la intervenci?n de Dios. En lugar de integrar las aportaciones de la historia, de la filolog?a y de otros instrumentos cient?ficos con la fe y la Tradici?n de la Iglesia, frecuentemente se presenta como problem?tica la interpretaci?n eclesial y se la considera ajena, cuando no opuesta, a la ?ex?gesis cient?fica?[56]. El olvido de la inspiraci?n y del canon de la Sagrada Escritura, como si se tratara de principios irrelevantes para la aut?ntica comprensi?n del texto sagrado, no deja de constituir una grave preocupaci?n[57]. El problema no radica en la utilizaci?n de los recursos de la filolog?a o de todos los datos que la investigaci?n nos ofrece, sino de aquellos presupuestos filos?ficos e ideol?gicos de los m?todos[58], que resultan incompatibles con la confesi?n de Cristo, centro de las Escrituras[59]. Dichos m?todos son muy ?tiles y necesarios dentro de su ?mbito, pero no pueden tener, por su propia naturaleza, la ?ltima palabra en la comprensi?n de un texto b?blico cuyo elemento determinante es la inspiraci?n[60]. Ser?a algo semejante a querer comprender la persona e identidad de Cristo prescindiendo de su car?cter divino[61], y, adem?s, presentar tal comprensi?n como una conclusi?n ?cient?fica?[62]. La consecuencia de una err?nea ex?gesis es que la Escritura deja de ser ?el alma de la teolog?a?[63], y no puede fundamentar ni la catequesis, ni la liturgia, ni la predicaci?n, ni la vida moral cristiana, ni la piedad de los fieles[64].
e) Revelaci?n y oraci?n cristiana
20. El mismo Jesucristo que nos revela el rostro del Padre (cf. Jn 14, 9) es quien nos ense?a a dirigirnos a ?l con la oraci?n del Padrenuestro. Los incorporados a Cristo por el bautismo, hemos recibido su mismo Esp?ritu que nos hace clamar Abb?, Padre (cf. Rm 8, 15). El anhelo del coraz?n humano que busca a Dios, aun sin saberlo, ha sido colmado por Aquel que se ha hecho nuestro compa?ero de camino (cf. Lc 24, 15) comunic?ndonos su misma vida divina. ?La oraci?n cristiana es relaci?n personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Esp?ritu Santo, que habita en sus corazones?[65]. La aceptaci?n por la fe del Misterio de Dios, Padre, Hijo y Esp?ritu Santo, sit?a al cristiano en una forma de oraci?n sin par en las otras religiones. Pues la primera experiencia del Esp?ritu Santo se da en el mismo acto de fe (cf. 1 Cor 12, 3) y es el mismo Esp?ritu quien impulsa la oraci?n al Padre, la lleva adelante compensando nuestra flaqueza (cf. Rm 8, 26) y nos capacita para el comportamiento cristiano (cf. Ga 5, 18. 22-25).
21. El cristiano sabe que Dios ?llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oraci?n?[66]. Si el Dios vivo y verdadero no puede ser conocido m?s que cuando ?l mismo toma la iniciativa de revelarse, la oraci?n se descubre como absolutamente necesaria, porque pone al hombre en disposici?n de recibir el don de la Revelaci?n. Cuando ?sta es vaciada de su contenido trinitario y es equiparada a las ?revelaciones? de otras religiones, la oraci?n se vac?a de Cristo y, en consecuencia, deja de ser cristiana. Constatamos con preocupaci?n c?mo las confusiones respecto al Misterio de Cristo y a la concepci?n cat?lica de la Revelaci?n han llevado a algunos cristianos a la minusvaloraci?n de la oraci?n de petici?n, o a ?formas sustitutivas? de oraci?n, en las que los ?m?todos? se confunden con los contenidos, se distancia de la oraci?n p?blica de la Iglesia y se pone en peligro la relaci?n entre lo que se cree (lex credendi) y lo que se ora (lex orandi)[67]. Las comunidades cristianas est?n llamadas a ser escuelas de oraci?n, en las que se oriente de manera adecuada el hambre de espiritualidad[68].
2. Jesucristo, el Hijo de Dios vivo
22. T? eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16). De la confesi?n de fe en la persona de Jesucristo se deriva la verdad del hombre, de la historia y del mundo[69]. La vida cristiana, la incorporaci?n a la Iglesia, el compromiso por la transformaci?n del mundo mediante la promoci?n de la justicia y la solidaridad, la esperanza futura..., son inseparables del modo como se entiende y se vive a Jesucristo. ?Es necesario que el misterio del Hijo de Dios hecho hombre y el misterio de la Sant?sima Trinidad, que forman parte de las verdades principales de la Revelaci?n, iluminen con la pureza de la verdad la vida de los cristianos?[70]. La Iglesia es consciente de que el primer servicio que puede y debe prestar a cada persona, y a toda la Humanidad, es anunciar a Jesucristo, hacer posible el encuentro con ?l y, desde ?l, iluminar la vida de los hombres[71]. Por eso, no es indiferente la manera en que es comprendida, vivida y presentada, la Persona y el misterio de Cristo[72].
a) Cristolog?a y Soteriolog?a
23. ?En el momento establecido por Dios, el Hijo ?nico del Padre... se hizo carne: sin perder la naturaleza divina asumi? la naturaleza humana?[73], de modo que ?al revestirse de nuestra fr?gil condici?n no s?lo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta uni?n admirable nos hace a nosotros eternos?[74]. ?La encarnaci?n es el misterio de la admirable uni?n de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la ?nica Persona del Verbo?[75]. Jesucristo, Persona divina, por ser verdadero Dios y verdadero hombre, es el ?nico Mediador entre Dios y los hombres[76]. Proclamar al mundo que Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, ha muerto y ha resucitado, ?por nosotros los hombres y por nuestra salvaci?n?[77] es la Buena Noticia que la Iglesia, desde sus or?genes, ha deseado ardientemente anunciar[78]. La predicaci?n apost?lica ha mantenido siempre unida la Verdad sobre la Persona de Cristo ?objeto de la cristolog?a- y la Verdad sobre su acci?n redentora ?objeto de la soteriolog?a-.
24. La reflexi?n teol?gica sobre Jesucristo, secundando las orientaciones del Concilio Vaticano II[79], se ha visto enriquecida con estudios b?blicos, patr?sticos e hist?ricos, que han ayudado a profundizar, cada vez m?s, en el dep?sito recibido de los ap?stoles y custodiado por el Magisterio aut?ntico de la Iglesia. Nada ha determinado tanto la transmisi?n de la fe en las ?ltimas d?cadas como la presentaci?n que se ha hecho de la Persona y del Misterio de Cristo. A nadie se le oculta que la investigaci?n reciente sobre Jesucristo, realizada desde diferentes perspectivas, ha influido de forma notoria y decisiva en la catequesis, la predicaci?n y la ense?anza religiosa escolar.
25. Sin embargo, no siempre se han mantenido de manera completa los elementos esenciales de la fe de la Iglesia sobre la Persona y el mensaje de Jesucristo. Planteamientos metodol?gicos equivocados han llevado a alterar la fe y el lenguaje en que esta fe se expresa. En muchas ocasiones se ha abusado del m?todo hist?rico-cr?tico sin advertir sus l?mites, y se ha llegado a considerar que la preexistencia de la Persona divina de Cristo era una mera deformaci?n filos?fica del dato b?blico. Cuando esto ha sucedido, no ha dejado la Iglesia de confesar la fe verdadera[80], reafirmando la validez del lenguaje con el que proclama que ?Jesucristo posee dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la ?nica Persona del Hijo de Dios?[81]. El abandono de este lenguaje de la fe cristol?gica ha sido causa frecuente de confusi?n y ocasi?n para caer en el error. An?logamente, se ha entendido la misi?n de Cristo como algo meramente terreno, cuando no pol?tico-revolucionario, de modo que se ha negado su voluntad de morir en la Cruz por los hombres. La Iglesia ha reiterado que el mismo Cristo acept? y asumi? libremente su Pasi?n y Muerte para la salvaci?n de la Humanidad[82].
b) Toda la vida de Cristo es Misterio
26. ?Toda la vida de Cristo es acontecimiento de revelaci?n: lo que es visible en la vida terrena de Jes?s conduce a su Misterio invisible?[83]. Las palabras, los milagros, las acciones, la vida entera de Jesucristo es revelaci?n de su filiaci?n divina y de su misi?n redentora. Los evangelistas, habiendo conocido por la fe qui?n es Jes?s, mostraron los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena. La Revelaci?n de los misterios de la vida de Cristo, acogida por la fe, nos abre al conocimiento de Dios y a la participaci?n en su misma vida. En la Liturgia, en cuanto ?ejercicio de la funci?n sacerdotal de Jesucristo?[84], la Iglesia celebra lo que nuestra fe confiesa, de modo que podemos entrar en comuni?n verdadera con los misterios de Cristo[85]. ?Todo lo que Cristo vivi? hace que podamos vivirlo en ?l y ?l lo viva en nosotros?[86]. Una honda cristolog?a mostrar? la continuidad entre la figura hist?rica de Jesucristo, la Profesi?n de fe eclesial, y la comuni?n lit?rgica y sacramental en los Misterios de Cristo[87].
27. Constatamos con dolor que en algunos escritos de cristolog?a no se haya mostrado esa continuidad, dando pie a presentaciones incompletas, cuando no deformadas, del Misterio de Cristo. En algunas cristolog?as se perciben los siguientes vac?os: 1) una incorrecta metodolog?a teol?gica, por cuanto se pretende leer la Sagrada Escritura al margen de la Tradici?n eclesial y con criterios ?nicamente hist?rico-cr?ticos, sin explicitar sus presupuestos ni advertir de sus l?mites; 2) sospecha de que la humanidad de Jesucristo se ve amenazada si se afirma su divinidad[88]; 3) ruptura entre el ?Jes?s hist?rico? y el ?Cristo de la fe?, como si este ?ltimo fuera el resultado de distintas experiencias de la figura de Jes?s desde los Ap?stoles hasta nuestros d?as; 4) negaci?n del car?cter real, hist?rico y trascendente de la Resurrecci?n de Cristo[89], reduci?ndola a la mera experiencia subjetiva de los ap?stoles[90]; 5) oscurecimiento de nociones fundamentales de la Profesi?n de fe en el Misterio de Cristo: entre otras, su preexistencia, filiaci?n divina, conciencia de S?, de su Muerte y misi?n redentora, Resurrecci?n, Ascensi?n y Glorificaci?n.
28. En la ra?z de estas presentaciones se encuentra con frecuencia una ruptura entre la historicidad de Jes?s y la Profesi?n de fe de la Iglesia: se consideran escasos los datos hist?ricos de los evangelistas sobre Jesucristo[91]. Los Evangelios son estudiados exclusivamente como testimonios de fe en Jes?s, que no dir?an nada o muy poco sobre Jes?s mismo, y que necesitan por tanto ser reinterpretados; adem?s, en esta interpretaci?n se prescinde y margina la Tradici?n de la Iglesia. Este modo de proceder lleva a consecuencias dif?cilmente compatibles con la fe, como son: 1) vaciar de contenido ontol?gico la filiaci?n divina de Jes?s; 2) negar que en los Evangelios se afirme la preexistencia del Hijo; y, 3) considerar que Jes?s no vivi? su pasi?n y su muerte como entrega redentora, sino como fracaso. Estos errores son fuente de grave confusi?n, llevando a no pocos cristianos a concluir equivocadamente que las ense?anzas de la Iglesia sobre Jesucristo no se apoyan en la Sagrada Escritura o deben ser radicalmente reinterpretadas.
29. La incorrecta comprensi?n de la humanidad de Cristo, con una deficiente metodolog?a teol?gica, tiene su correspondencia en los errores sobre la Virgen Mar?a. En 1978 la Conferencia Episcopal Espa?ola, mediante la Comisi?n Episcopal para la Doctrina de la Fe, sali? al paso de algunas publicaciones en las que se negaba la ense?anza de la Iglesia sobre la concepci?n virginal del Jes?s[92]. Algunas afirmaciones sobre la Sant?sima Virgen son signo del abandono de la dimensi?n mariana, propia de una genuina espiritualidad cat?lica, y de la ruptura entre la fe celebrada y la fe confesada[93].
c) Jesucristo, el ?nico Salvador de todos los hombres
30. La afirmaci?n sobre el car?cter ?nico y universal de la Mediaci?n salv?fica de Cristo es parte central de la Buena Nueva que la Iglesia proclama sin interrupci?n desde la ?poca apost?lica: Jes?s es la piedra que desechasteis vosotros los constructores y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos (Hch 4, 12). La Verdad sobre la Persona de Cristo, constituido por Dios juez de vivos y muertos (Hch 10, 42), es inseparable de la Verdad sobre su misi?n redentora, de modo que todo el que cree en ?l alcanza, por su nombre, el perd?n de los pecados (Hch 10, 43). ?Debe ser, por lo tanto, firmemente cre?da, como verdad de fe cat?lica que la voluntad salv?fica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida una vez para siempre en el misterio de la encarnaci?n, muerte y resurrecci?n del Hijo de Dios?[94]. La certeza inquebrantable respecto a esta Verdad de fe ha impulsado a los cristianos de todos los tiempos a anunciar, con palabras y hechos, que Jesucristo es el Se?or de todos (Hch 10, 36).
31. En estrecha relaci?n con el significado de la revelaci?n, el debate cristol?gico contempor?neo se ha centrado en torno a las llamadas teolog?as del pluralismo religioso, que presentan la figura de Jesucristo a partir de presupuestos relativistas, bien desde la convicci?n de que la verdad divina es inasible por el entendimiento, bien desde una mentalidad simb?lica atribuida a Oriente[95]. La consecuencia de estos presupuestos ha sido el rechazo sustancial de la identificaci?n de la figura hist?rica individual de Jesucristo con la realidad misma de Hijo de Dios. El que es Absoluto ?se afirma- no puede revelarse en la historia de forma plena y definitiva. Todo lo m?s que se encuentra en la historia son modelos, figuras ideales que remiten al Totalmente Otro. Algunas propuestas teol?gicas afirman que Jesucristo es Dios y hombre verdadero, pero piensan que, debido a la limitaci?n de la naturaleza humana de Jes?s, la Revelaci?n de Dios en ?l no se puede considerar completa y definitiva. Habr?, por tanto, que considerarla en relaci?n a otras posibles ?revelaciones? de Dios expresadas en los gu?as religiosos de la Humanidad y en los fundadores de las religiones del mundo. Cuando se considera, de manera err?nea, que Jesucristo no es la plenitud de la Revelaci?n de Dios, se sit?an a la par de ?l otros l?deres religiosos[96]. De aqu? se seguir?a la idea, igualmente err?nea, y que siembra inseguridad y duda, que las religiones del mundo, en cuanto tales, son v?as de salvaci?n complementarias al Cristianismo[97].
32. La reflexi?n cristol?gica debe salvaguardar, razonar y justificar, por un lado, el car?cter realmente hist?rico y concreto de la Encarnaci?n de Cristo, y, por otro, el car?cter definitivo y pleno de su existencia hist?rica en relaci?n a la historia y salvaci?n de todos los hombres. Afirmar que Jesucristo es el Verbo de Dios encarnado significa: 1) que ?l es Dios, la Verdad ?ltima y definitiva; 2) que ?l desvela qui?n es el hombre, en cuanto nos revela la relaci?n necesaria y apropiada con Dios[98]; y, 3) que ?l es la Verdad absoluta de la Historia y de la Creaci?n. Por eso, en el encuentro y en la comuni?n con Cristo, el ser humano puede reconocerse verdaderamente a s? mismo. Con la Encarnaci?n no s?lo no disminuye la divinidad, sino que se engrandece la humanidad.
d) Cristolog?a y Catequesis
33. En el centro de la catequesis se encuentra Cristo. El fin de la catequesis es conducir a la comuni?n con Jesucristo, mediante una instrucci?n org?nica y completa en la que progresivamente se ha de ?descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios?[99]. La alegr?a de Jes?s, que da gracias al Padre por haber ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a peque?os (Mt 11, 25), se extiende a todos aquellos que participan en la misi?n salv?fica de transmitir la fe. Esta alegr?a se ve truncada cuando determinadas maneras de catequizar, en lugar de favorecer el encuentro con Cristo vivo, lo retrasan o, incluso, lo impiden.
34. Determinadas presentaciones err?neas del Misterio de Cristo, que han pasado de ?mbitos acad?micos a otros m?s populares, a la catequesis y a la ense?anza escolar, son motivo de tristeza. En ellos se silencia la divinidad de Jesucristo o se considera expresi?n de un lenguaje po?tico vac?o de contenido real, neg?ndose, en consecuencia, su preexistencia y su filiaci?n divina[100]. La muerte de Jes?s es despojada de su sentido redentor y considerada como el resultado de su enfrentamiento a la religi?n. Cristo es considerado predominantemente desde el punto de vista de lo ?tico y de la praxis transformadora de la sociedad: ser?a simplemente el hombre del pueblo que toma partido por los oprimidos y marginados al servicio de la libertad[101].
35. La consecuencia de estas propuestas, contrarias a la fe de la Iglesia, es la disoluci?n del sujeto cristiano. La reflexi?n, que deber?a ayudar a dar raz?n de la esperanza (cf. 1 P 3, 15), se distancia de la fe recibida y celebrada. La ense?anza de la Iglesia y la vida sacramental se consideran alejadas, cuando no enfrentadas, a la voluntad de Cristo[102]. El Cristianismo y la Iglesia aparecen como separables. Seg?n los escritos de algunos autores, no estuvo en la intenci?n de Jesucristo el establecer ni la Iglesia, ni siquiera una religi?n, sino m?s bien la liberaci?n de la Religi?n y de los poderes constituidos. Conscientes de la gravedad de estas afirmaciones y del da?o que causan en el pueblo fiel y sencillo, no podemos dejar de repetir con las palabras de la Carta a los Hebreos: Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo ser? siempre. No os dej?is seducir por doctrinas varias y extra?as. Mejor es fortalecer el coraz?n con la gracia que con alimentos que nada aprovecharon a los que siguieron ese camino (Hb 13, 8-9).
3. La Iglesia, Sacramento de Cristo
36. T? eres Pedro y sobre esta piedra edificar? mi Iglesia (Mt 16, 18). La confesi?n de Jes?s por parte de Pedro como el Hijo de Dios vivo ha precedido a la promesa de Jes?s de edificar su Iglesia. La Iglesia vive para confesar a Jesucristo como el Ungido de Dios, y cuenta para eso con la asistencia del Esp?ritu Santo. La misma Iglesia es columna y fundamento de la verdad (1 Tm 3, 15). La Verdad que nos hace libres (cf. Jn 8, 32) es un don del Esp?ritu dado por Jesucristo resucitado, y est? ?ntimamente unida a la salvaci?n (cf. 1 Tm 2, 4), de manera que la Iglesia realiza su misi?n anunciando a Cristo que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6)[103].
a) Cristo y la Iglesia: el ?Cristo total?
37. ?La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la uni?n ?ntima con Dios y de la unidad de todo el g?nero humano?[104]. El ser m?s profundo de la Iglesia consiste en su ?ntima vinculaci?n con el Misterio salvador de Cristo, quien la ha constituido en ?instrumento de redenci?n universal?[105] y ?sacramento universal de salvaci?n?[106], para realizar y manifestar por medio de Ella el misterio del amor de Dios al hombre[107]. Cristo y la Iglesia, sin confundirse, pero sin separarse, constituyen el Cristo total (Christus totus)[108]. La ?nica Iglesia de Cristo, ?constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia Cat?lica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comuni?n con ?l?[109]. La ense?anza del Concilio Vaticano II ha destacado tanto la continuidad que existe entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia Cat?lica, como los elementos pertenecientes a la Iglesia de Cristo, presentes en otras Iglesias y Comunidades eclesiales, que, por su misma naturaleza, tienden a la comuni?n plena[110].
38. ?El Se?or Jes?s comenz? su Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del Reino de Dios prometido desde hac?a siglos en las Escrituras?[111]. El estrecho v?nculo entre el Reino de Dios y la Iglesia se ilumina a partir de la unidad existente entre las palabras y obras de Cristo y su Misterio Pascual. La acogida del Reino es identificada por los Evangelios, desde el principio, con la acogida y el seguimiento de Jesucristo. La participaci?n en el Reino, tras la Pascua, tiene como forma definitiva la comuni?n plena con el Se?or resucitado, por el don de su Esp?ritu. Todo hombre est? llamado a participar, por caminos que s?lo Dios conoce, en esta Pascua del Se?or[112] y a entrar as? en el Reino. No es leg?timo, en consecuencia, separar el Reino de Dios de la figura hist?rica de Jesucristo, muerto y resucitado y, por tanto, del Padre[113]. Tampoco lo es disolver el significado de la Iglesia como verdadero sacramento de la comuni?n en Cristo. Y aunque la realizaci?n del designio divino de salvaci?n pueda darse fuera de los l?mites visibles de la Iglesia, no es correcto separar la noci?n de Reino de Dios de la realidad de la Iglesia[114].
39. El S?nodo Extraordinario de Obispos del a?o 1985, celebrado a los veinte a?os de la clausura del Concilio Vaticano II, puso en evidencia la importancia de la noci?n de comuni?n para comprender la naturaleza ?ntima de la Iglesia, tal como el Concilio la hab?a formulado[115]. Al hablar de comuni?n se debe tener en cuenta que ante todo es un don de Dios, con una dimensi?n horizontal y vertical, visible e invisible[116]. En consecuencia, es insuficiente entender la comuni?n como el fruto del ejercicio asociativo propio de agrupaciones meramente humanas. El punto de partida de la comuni?n es el encuentro con Jesucristo, el Hijo de Dios, que llega a los hombres a trav?s del anuncio de la Iglesia y de los sacramentos[117]. Si esto no se tiene en cuenta, lo propio y espec?fico del misterio de la Iglesia queda oscurecido.
b) Liturgia y esperanza escatol?gica
40. La Liturgia en cuanto es obra de Cristo y acci?n de su Iglesia, realiza y manifiesta su misterio como signo visible de la comuni?n entre Dios y los hombres, introduciendo a los fieles en la Vida nueva de la comunidad[118]. Por eso, aunque ciertamente ?no agota toda la actividad de la Iglesia?[119], la Liturgia es la cumbre y la fuente de la vida eclesial[120], en la que se hace presente y se confiesa p?blicamente el misterio de la fe[121]. La transmisi?n de la fe, el anuncio misionero, el servicio al mundo en caridad[122], la oraci?n cristiana, la esperanza respecto a las realidades futuras, toda la vida de la Iglesia tiene en la Liturgia su fuente y su t?rmino. A la luz de estas ense?anzas se comprende el grave da?o que suponen, para el Pueblo de Dios, los abusos en el campo de la celebraci?n lit?rgica, especialmente en los sacramentos de la Eucarist?a y de la Penitencia. ?C?mo no manifestar un profundo dolor cuando la disciplina de la Iglesia en materia lit?rgica es vulnerada?[123] Que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles (1 Cor 4, 1-2).
41. ??Qu? es la Iglesia, sino la Asamblea de los santos??[124]. ?Creemos en la comuni?n de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican despu?s de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia?[125]. La Iglesia ser? llevada a su plenitud al final de los tiempos (cf. Hch 3, 21), cuando el g?nero humano, juntamente con el universo entero, ser? renovado (cf. Ef 1, 10; Col 1, 20; 2 P 3, 10-13)[126]. La esperanza respecto a la vida del mundo futuro es constitutiva de la condici?n de cristianos. Se es cristiano precisamente por la fe en la Resurrecci?n de Cristo[127], principio y causa de nuestra propia resurrecci?n (cf. 1 Cor 15, 21). Cuando se siembran dudas y errores respecto a la fe de la Iglesia en la venida del Se?or en gloria al final de los tiempos (Parus?a), la resurrecci?n de la carne, el juicio particular y final, el Purgatorio, la posibilidad real de condenaci?n eterna (Infierno) o la Bienaventuranza eterna (Cielo)[128], se debilita gravemente la vida cristiana de los que a?n peregrinamos en este mundo, porque se permanece entonces ?en la ignorancia respecto a la suerte de los difuntos? y se cae en la tristeza de los que no tienen esperanza (cf. 1 Ts 4, 13). El silencio sobre estas verdades de nuestra fe, en el ?mbito de la predicaci?n y de la catequesis, es causa de desorientaci?n entre el pueblo fiel que experimenta, en su propia existencia, las consecuencias de la ruptura entre lo que cree y lo que celebra.
c) El ministerio ordenado en la Iglesia
42. El Se?or Jes?s instituy? diversos ministerios para el servicio de su Cuerpo, la Iglesia[129]. Seg?n la fe eclesial, Jesucristo ha fundado el ministerio de la sucesi?n apost?lica en la vocaci?n y misi?n de los doce ap?stoles, transmitido con la consagraci?n sacramental[130]. A ellos y a sus sucesores, Cristo les confiri? la funci?n de ense?ar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad. Presentar, pues, el ministerio ordenado como el fruto de avatares hist?ricos o luchas de poder en el ?mbito religioso es contrario a la verdad hist?rica y a la fe de la Iglesia[131].
43. Constatamos que algunos autores han defendido y difunden concepciones err?neas sobre el ministerio ordenado en la Iglesia. Mediante la aplicaci?n de un deficiente m?todo exeg?tico, han separado a Cristo de la Iglesia, como si no hubiera estado en la voluntad de Jesucristo fundar su Iglesia[132]. Una vez roto el v?nculo entre la voluntad de Cristo y la Iglesia, se busca el origen de la constituci?n jer?rquica de la Iglesia en razones puramente humanas, fruto de meras coyunturas hist?ricas. Se interpreta el testimonio b?blico desde presupuestos ideol?gicos, seleccionando algunos textos y elementos, y olvidando otros. Se habla de ?modelos de Iglesia? que estar?an presentes en el Nuevo Testamento: frente a la Iglesia de los or?genes, caracterizada por ser ?discipular y carism?tica?, libre de ataduras, habr?a nacido despu?s la ?institucional y jer?rquica?. El modelo de Iglesia ?jer?rquico, legal y piramidal?, surgido tard?amente, se distanciar?a de las afirmaciones neotestamentarias, caracterizadas por poner el acento en la comunidad y en la pluralidad de carismas y ministerios, as? como en la fraternidad cristiana, toda ella sacerdotal y consagrada. Este modo de presentar la Iglesia no tiene apoyo real en la Sagrada Escritura ni en la Tradici?n eclesial y desfigura gravemente el designio de Dios sobre el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, llevando a los fieles a actitudes de enfrentamiento dial?ctico, seg?n las cuales la riqueza de carismas y ministerios suscitados por el Esp?ritu Santo ya no son vistos en favor del bien com?n (cf.1 Cor 12, 4-12), sino como expresi?n de soluciones humanas que responden m?s a las luchas de poder que a la voluntad positiva del Se?or[133].
44. De manera semejante hay quien niega la distinci?n entre el sacerdocio com?n de los fieles y el sacerdocio ministerial, cuya diferencia ?es esencial y no s?lo de grado?[134]. Quien as? razona pretende partir de que en el Nuevo Testamento no se considera a los ministros como ?personas sagradas?, para concluir que esta ?sacralizaci?n? del ministerio, o de un grupo dentro de la Iglesia, habr?a sido una adherencia hist?rica posterior. Este planteamiento silencia que Cristo es el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza (cf. Hb 4, 14-15; 7,26-28; 8-9), de cuyo ministerio participan algunos cristianos de manera especial, para hacerle presente sacramentalmente en la Iglesia. La posterior terminolog?a sacerdotal no cambiar? la realidad del ministerio apost?lico testimoniado claramente en el Nuevo Testamento. En ?l se encuentran referencias a la incorporaci?n al ministerio mediante la imposici?n de manos (cf. Hch 14, 23; 1 Tm 4, 14).
45. La falta de claridad respecto al ministerio ordenado en la Iglesia no ha sido ajena a la crisis vocacional de los ?ltimos a?os. En algunos casos parece, incluso, que hay el deseo de provocar un ?desierto vocacional? para as? lograr que se produzcan cambios en la estructura interna de la Iglesia. Sin embargo, donde, manteniendo la doctrina cat?lica, se ofrecen a los j?venes ?mbitos para el encuentro personal con Cristo en la oraci?n lit?rgica y personal, ordinariamente surgen las vocaciones para el sacerdocio ministerial. Es preciso recordar las determinaciones magisteriales acerca del var?n como ?nico sujeto v?lido del orden sacramental, porque tal fue la voluntad de Cristo al instituir el sacerdocio[135]. Algunos han pretendido injustificadamente que esa voluntad no consta en la Escritura, lo cual no corresponde a la interpretaci?n aut?ntica de la Palabra de Dios escrita y transmitida[136]. La doctrina sobre la ordenaci?n sacerdotal reservada a los varones debe ser mantenida de forma definitiva, pues ?ha sido propuesta infaliblemente por el Magisterio ordinario y universal?[137]. La comuni?n verdadera con el Magisterio de la Iglesia encuentra hoy d?a en este punto un criterio certero de verificaci?n.
d) La Vida consagrada en la Iglesia
46. La Vida consagrada es un don del Padre a la Iglesia, quien, por medio del Esp?ritu Santo, suscita entre sus hijos un seguimiento especial de Cristo, en virginidad, pobreza y obediencia, testimoniando la esperanza del Reino de los Cielos[138]. En las personas consagradas, por estar ?en el coraz?n mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misi?n?[139], resplandece de manera singular la naturaleza ?ntima de la vocaci?n cristiana[140] y la aspiraci?n esponsal de la Iglesia hacia la uni?n con Jesucristo. La Vida consagrada es una forma de sequela et imitatio Christi, seguimiento e imitaci?n de la Persona del Se?or. Por eso, se ve gravemente da?ada cuando se asienta en una cristolog?a que no responde a la Tradici?n eclesial.
47. Supone un reduccionismo eclesiol?gico concebir la Vida consagrada como una ?instancia cr?tica? dentro de la Iglesia. Del sentire cum Ecclesia se pasa, en la pr?ctica, al agere contra Ecclesiam cuando se vive la comuni?n jer?rquica dial?cticamente, enfrentando la ?Iglesia oficial o jer?rquica? con la ?Iglesia pueblo de Dios?. Se invoca entonces ?el tiempo de los profetas?, y las actitudes de disenso, que tanto da?an la comuni?n eclesial, se confunden con ?denuncias prof?ticas?. Las consecuencias de estos planteamientos son desastrosas para todo el pueblo cristiano y, de modo particular, para los consagrados. En algunos este reduccionismo lleva a vaciar de contenido cristiano lo m?s nuclear de la consagraci?n, los consejos evang?licos[141].
e) El Magisterio de la Iglesia y el fen?meno del disenso
48. Una expresi?n de los errores eclesiol?gicos se?alados es la existencia de grupos que propagan y divulgan sistem?ticamente ense?anzas contrarias al Magisterio de la Iglesia en cuestiones de fe y moral. Aprovechan la facilidad con que determinados medios de comunicaci?n social prestan atenci?n a estos grupos, y multiplican las comparecencias, manifestaciones y comunicados de colectivos e intervenciones personales que disienten abiertamente de la ense?anza del Papa y de los obispos. Al mismo tiempo reclaman para s? la condici?n de cristianos y cat?licos, cuando no son m?s que asociaciones meramente civiles. No se trata de asociaciones muy numerosas, pero su repercusi?n en los medios de comunicaci?n hace que sus opiniones se difundan ampliamente y siembren la duda y la confusi?n entre los sencillos. Esta forma de actuar pone de manifiesto la carencia de factores esenciales de la fe cristiana, tal como los transmite la Tradici?n apost?lica.
49. Estos grupos, cuya nota com?n es el disenso, se han manifestado en intervenciones p?blicas, entre otros temas y cuestiones ?tico-morales, a favor de las absoluciones colectivas y del sacerdocio femenino, y han tergiversado el sentido verdadero del matrimonio al proponer y practicar la ?bendici?n? de uniones de personas homosexuales. La existencia de estos grupos siembra divisiones y desorienta gravemente al pueblo fiel, es causa de sufrimiento para muchos cristianos (sacerdotes, religiosos y seglares), y motivo de esc?ndalo y mayor alejamiento para los no creyentes.
50. A trav?s de estas manifestaciones se ofrece una concepci?n deformada de la Iglesia, seg?n la cual existir?a una confrontaci?n continua e irreconciliable entre la ?jerarqu?a? y el ?pueblo?. La jerarqu?a, identificada con los obispos, se presenta con rasgos muy negativos: fuente de ?imposiciones?, de ?condenas? y de ?exclusiones?. Frente a ella, el ?pueblo?, identificado con estos grupos, se presenta con los rasgos contrarios: ?liberado?, ?plural? y ?abierto?. Esta forma de presentar la Iglesia conlleva la invitaci?n expresa a ?romper con la jerarqu?a? y a ?construir?, en la pr?ctica, una ?iglesia paralela?. Para ellos, la actividad de la Iglesia no consiste principalmente en el anuncio de la persona de Jesucristo y la comuni?n de los hombres con Dios, que se realiza mediante la conversi?n de vida y la fe en el Redentor, sino en la liberaci?n de estructuras opresoras y en la lucha por la integraci?n de colectivos marginados, desde una perspectiva preferentemente inmanentista.
51. Es necesario recordar, adem?s, que existe un disenso silencioso que propugna y difunde la desafecci?n hacia la Iglesia, presentada como leg?tima actitud cr?tica respecto a la jerarqu?a y su Magisterio, justificando el disenso en el interior de la misma Iglesia, como si un cristiano no pudiera ser adulto sin tomar una cierta distancia de las ense?anzas magisteriales. Subyace, con frecuencia, la idea de que la Iglesia actual no obedece al Evangelio y hay que luchar ?desde dentro? para llegar a una Iglesia futura que sea evang?lica. En realidad, no se busca la verdadera conversi?n de sus miembros, su purificaci?n constante, la penitencia y la renovaci?n[142], sino la transformaci?n de la misma constituci?n de la Iglesia, para acomodarla a las opiniones y perspectivas del mundo. Esta actitud encuentra apoyo en miembros de Centros acad?micos de la Iglesia, y en algunas editoriales y librer?as gestionadas por Instituciones cat?licas. Es muy grande la desorientaci?n que entre los fieles causa este modo de proceder.
4. La vida en Cristo
52. Si alguno quiere venir en pos de m?, ni?guese a s? mismo, tome su cruz y s?game (Mt 16, 24). La escena de Cesarea de Filipo nos lleva de la confesi?n de Pedro y la promesa de edificar la Iglesia a la desconcertante y exigente propuesta del seguimiento de Cristo. Para llevar una vida aut?nticamente cristiana y ser en verdad un disc?pulo de Jesucristo, no basta con confesarle como Hijo de Dios ante los hombres en la comuni?n de la Iglesia; este anuncio implica un especial seguimiento de Cristo. La moral cristiana, entendida como ?vida en Cristo?[143], encuentra aqu? su permanente punto de verificaci?n. ?Cristo, en la misma Revelaci?n del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocaci?n?[144]. En Cristo, imagen de Dios invisible (Col 1, 15), el hombre ha sido creado ?a imagen y semejanza? del Creador. ?En Cristo, Redentor y Salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios?[145]. Frente al peligro constante en la condici?n humana de hacer vana la cruz de Cristo (1 Cor 1, 17), la gracia de Dios que nos lleva a su seguimiento nos devuelve a la verdad de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser. La Iglesia sabe que ?por la senda de la v?a moral est? abierto a todos el camino de la salvaci?n?[146].
53. En la actualidad, uno de los grandes desaf?os que encuentra la evangelizaci?n est? centrado en el campo moral. Es una dificultad que procede de un ?mbito cultural que se declara postcristiano y se propone vivir ?como si Dios no existiera?. Por encima del ate?smo te?rico y del agnosticismo sistem?tico, se extienden en nuestros d?as el ate?smo y el agnosticismo pragm?ticos seg?n los cuales Dios no ser?a relevante para la raz?n, la conducta y la felicidad humanas[147]. En esta situaci?n el hombre pasa a medir su vida y sus acciones en relaci?n a s? mismo, a la vida social y a la adecuaci?n con el mundo para la satisfacci?n de sus necesidades y deseos. La esfera de lo trascendente deja de ser significativa en la vida social y personal diaria, para ser relegada a la conciencia individual como un factor meramente subjetivo. El resultado es un relativismo radical[148], seg?n el cual cualquier opini?n en temas morales ser?a igualmente v?lida. Cada cual tiene ?sus verdades? y a lo m?s que podemos aspirar en el orden ?tico es a unos ?m?nimos consensuados?, cuya validez no podr? ir m?s all? del presente actual y dentro de determinadas circunstancias. La ra?z m?s profunda de la crisis moral que afecta gravemente a muchos cristianos es la fractura que existe entre la fe y la vida[149], fen?meno considerado por el Concilio Vaticano II ?como uno de los m?s graves errores de nuestro tiempo?[150]. Es un aut?ntico e imperioso servicio eclesial para la evangelizaci?n devolver a los cristianos las convicciones y certezas que permiten ?no tener miedo? y entender que lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe (1 Jn 5, 4).
a) Cristo, norma de la moral
54. Cristo, el Se?or, es la suprema e inmutable norma de vida para los cristianos. Jesucristo, al revelar el misterio del Padre y de su amor, da a conocer ?la condici?n del hombre y su vocaci?n integral?[151]. Quien cree en Cristo tiene la vida nueva en el Esp?ritu Santo y es hecho hijo de Dios. En virtud de esta adopci?n filial, la persona humana es transformada al recibir una capacidad nueva. As? puede seguir la vida de Cristo, obrar rectamente y hacer el bien. El disc?pulo de Cristo, unido al Salvador y movido por el Esp?ritu Santo, es capaz de alcanzar la perfecci?n de la caridad, la santidad, que es la vocaci?n ?ltima de toda persona humana[152]. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Se?or Jesucristo... nos ha elegido en ?l antes de la fundaci?n del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor (Ef 1, 3. 4).
55. Cristo es ?el punto de referencia indispensable y definitivo para adquirir un conocimiento ?ntegro de la persona humana?[153]. Es, adem?s, fundamento de un obrar moral integral en el que no hay dicotom?a entre la raz?n y la fe. Si Cristo es la norma del obrar moral[154], la fundamentaci?n de la moral debe proceder de la Revelaci?n y del Magisterio de la Iglesia, cuyo ?mbito se extiende al comportamiento humano sin entrar en conflicto con la recta raz?n[155]. Cuando se piensa que en la Revelaci?n s?lo encontramos principios gen?ricos sobre el actuar humano[156], sin tener en cuenta que la Sagrada Escritura y la Tradici?n muestran lo contrario[157] ?como ha sido el caso de la as? denominada ?autonom?a te?noma?[158] -, se resiente gravemente la ense?anza moral. ?La Sagrada Escritura es la fuente siempre viva y fecunda de la doctrina moral de la Iglesia, como ha recordado el Concilio Vaticano II: ?El Evangelio (es)? fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta??[159].
b) La dignidad de la persona humana
56. La dignidad de la persona humana radica en haber sido creada a imagen y semejanza de Dios. ?Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre, la persona humana est? ordenada a Dios y llamada, con su alma y con su cuerpo, a la bienaventuranza eterna?[160]. En todo hombre existe un deseo innato de felicidad, que Dios quiere colmar de un modo desbordante, ya que llama al hombre a participar, por Cristo, de la misma bienaventuranza divina, que ni el ojo vio ni el o?do oy? ni al coraz?n del hombre lleg? lo que Dios prepar? para los que le aman (1 Cor 2, 9). El hombre alcanza su fin ?ltimo en virtud de la gracia de Cristo, ?don de Dios que nos hace part?cipes de su vida trinitaria y capaces de obrar por amor a ?l?[161]. Afrontar la vida ?como si Dios no existiese?, pretender ignorar a Dios o, incluso, negarle expl?citamente, es el principio de la infelicidad humana. Por esta raz?n la Iglesia ofrece a todos su ense?anza moral[162], consciente de que es Cristo quien ha revelado al hombre su m?s sagrada dignidad y su vocaci?n ?ltima.
57. La gracia de Cristo no anula el orden creado, sino que responde a las profundas aspiraciones de la libertad humana, previene, prepara y suscita la libre respuesta del hombre[163]. La realizaci?n de la dignidad del hombre exige que se respete el orden esencial de la naturaleza humana creada por Dios, que trasciende las vicisitudes hist?ricas y culturales. Este orden de la naturaleza humana se expresa en la ley natural, que el hombre puede conocer, aunque es previa a su conocimiento[164]. ?La ley moral natural evidencia y prescribe las finalidades, los derechos y los deberes, fundamentados en la naturaleza corporal y espiritual de la persona humana. Esa ley no puede entenderse como una normatividad simplemente biol?gica, sino que ha de ser concebida como el orden racional por el que el hombre es llamado por el Creador a dirigir y regular su vida y sus actos y, m?s concretamente, a usar y disponer del propio cuerpo?[165].
58. El conocimiento de la ley natural supone que est? inscrita en lo m?s profundo del ser humano y puede percibirse, al menos, en cierta medida por la sola raz?n, fuera de la Revelaci?n de Cristo[166]. El juicio de la conciencia no establece la ley sino que afirma su autoridad, al ser percibida como norma objetiva e inmutable e impulsa al hombre a hacer el bien y evitar el mal[167]. ?La conciencia, por tanto, no es una fuente aut?noma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo; al contrario, en ella est? grabado profundamente un principio de obediencia a la norma objetiva, que fundamenta y condiciona la congruencia de sus decisiones con los preceptos y prohibiciones en los que se basa el comportamiento humano?[168]. En este sentido, el Magisterio ha advertido sobre las lagunas y deficiencias de algunas propuestas morales como la ?opci?n fundamental?[169], el ?proporcionalismo y consecuencialismo?[170], o la lla