DECLARACI?N DE LA COMISI?N PERMANENTE
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPA?OLA
LA EUTANASIA
ES INMORAL Y ANTISOCIAL
I. Denunciamos una campa?a enga?osa en favor de la eutanasia
a) Una campa?a relanzada
1. En el llamado mundo desarrollado hay quienes est?n librando una ?lucha? por el reconocimiento social y legal de la eutanasia. Entre nosotros, el caso de una tetrapl?jico recientemente fallecido hab?a venido siendo utilizado desde hac?a a?os para esa lucha. Fue presentado con insistencia a la opini?n p?blica como alguien a quien se le estaba negando un derecho fundamental: dejar voluntariamente de vivir una vida de sufrimiento que ya no era considerada por ?l como digna de ser vivida. En cambio, quienes se oponen al reconocimiento de ese supuesto derecho son acusados de represores de la libertad y de insensibles al
sufrimiento personal y al sentir cada vez m?s com?n de la sociedad .En los d?as pasados se ha vuelto a relanzar esta campa?a.
b) Respetamos a las personas, pero denunciamos las propuestas inmorales
2. Respetamos sinceramente la conciencia de las personas, santuario en el que cada uno se encuentra con la voz suave y exigente del amor de Dios. Nos juzgamos el interior de nadie. Comprendemos tambi?n que ?determinados condicionamientos psicol?gicos, culturales y sociales? pueden llevar a realizar acciones que contradicen ?radicalmente la inclinaci?n innata de cada uno a la vida atenuando o anulando la responsabilidad ubjetiva?1. Pero no se puede negar la existencia de una batalla jur?dica y publicitaria con el fin de obtener el reconocimiento del llamado ?derecho a la muerte digna?. Es esta postura p?blica la que tenemos que enjuiciar y denunciar como equivocada en s? misma y peligrosa para la convivencia social. Una cosa son la conciencia y las decisiones personales y otra lo que se propone como criterio ?tico y legal para regular las relaciones entre los ciudadanos.
c) Se presenta como normal una situaci?n extrema
3. Antes que nada hay que caer en la cuenta de que este caso, aunque haya sido puesto machaconamente ante los ojos de todos, es, en realidad, un caso raro. Los tetrapl?jicos no est?n deseando morirse ni, mucho menos, pidiendo que los eliminen. La
Federaci?n Nacional de Asociaciones de Lesionados Medulares y de Grandes Minusv?lidos ha declarado expresamente el mes pasado que la inmensa mayor?a de los discapacitados es contraria a la eutanasia. La imagen que se ha dado de estas personas con el caso
mencionado no corresponde a la realidad. Ellos ni son ni se consideran a s? mismos seres indignos de vivir. Al contrario, son frecuentes los casos de tetrapl?jicos admirables por su esp?ritu de superaci?n y por su desarrollada humanidad. Pero una de las argucias de la ?lucha? por el reconocimiento social y legal de la eutanasia es precisamente ?sa: hacer pasar por normal y com?n lo que es extremo y raro. Porque para lo extremo y raro no har?a falta legislar.
d) Se presenta como progreso lo que es un retroceso
4. Conviene observar tambi?n que se suele presentar el reconocimiento social de la eutanasia como una novedad, como una ?liberaci?n? de la opresi?n ejercida por poderes eaccionarios sobre los individuos libres que, gracias al progreso y a la educaci?n, van tomando conciencia de sus derechos y van exigi?ndolos cada vez con mayor decisi?n. Pues bien, hemos de recordar que la aceptaci?n social de la eutanasia no ser?a ninguna novedad. En distintas sociedades primitivas, y tambi?n en la Grecia y la Roma antiguas, la eutanasia no era mal vista por la sociedad. Los ancianos, los enfermos incurables o los cansados de vivir pod?an suicidarse, solicitar ser eliminados de modo m?s o menos ?honorable? o bien eran sometidos a pr?cticas y ritos eugen?sicos. El aprecio por toda vida humana fue un verdadero
progreso introducido por el cristianismo. Lo que ahora se presenta como un progreso es, en (JUAN PABLO II, Enc. Evangelium Vitae, 66.) realidad, un retroceso que hay que poner en la cuenta de ese terrible lado oscuro de nuestro modo de vida de hoy, al que el Papa ha llamado ?cultura de la muerte?2.
II. La eutanasia es un grave mal moral
a) ?De qu? eutanasia hablamos?
5. ?Llamaremos eutanasia a la actuaci?n cuyo objeto es causar la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petici?n de ?ste, bien por considerar que su vida carece de la calidad m?nima para que merezca el calificativo de digna. As? considerada, la eutanasia es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro, ya mediante un acto positivo, ya mediante la omisi?n de la atenci?n y cuidados debidos?3. Esta es la ?eutanasia en sentido verdadero y propio?, es decir, ?una acci?n o una omisi?n que por su naturaleza y en la intenci?n causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor?4. De la eutanasia, as? entendida, el Papa Juan Pablo II ense?a solemnemente: ?De acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comuni?n con los Obispos de la Iglesia cat?lica,
confirmo que la eutanasia es una grave violaci?n de la Ley de Dios en cuanto eliminaci?n deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana?5.
6. En cambio, no son eutanasia en sentido verdadero y propio y, por tanto, no son moralmente rechazables acciones u omisiones que no causan la muerte por su propia naturaleza e intenci?n. Por ejemplo, la administraci?n adecuada de calmantes (aunque ello
tenga como consecuencia el acortamiento de la vida) o la renuncia a terapias desproporcionadas (el llamado ?ensa?amiento terap?utico?), que retrasan forzadamente la muerte a costa del sufrimiento del moribundo y de sus familias. La muerte no ha de ser causada, pero tampoco absurdamente retrasada.
b) El individualismo ateo y hedonista, causa del regreso a la eutanasia
7. Hoy la eutanasia resulta de nuevo aceptable para algunos a causa del extendido individualismo y de la consiguiente mala comprensi?n de la libertad como una mera capacidad de decidir cualquier cosa con tal de que el individuo la juzgue necesaria o conveniente. ?Mi vida es m?a: nadie puede decirme lo que tengo que hacer con ella?. ?Tengo derecho a vivir, pero no se me puede obligar a vivir?. Afirmaciones como ?stas son las que se repiten para justificar lo que se llama ?el derecho a la muerte digna?, eufemismo para decir, en realidad, el ?derecho a matarse?. Pero este modo de hablar denota un egocentrismo que resulta
literalmente mortal y que pone en peligro la convivencia justa entre los hombres. Los individuos se erigen, de este modo, en falsos ?dioses? dispuestos a decidir sobre la vida y sobre la de los dem?s.
8. Al mismo tiempo, la existencia humana tiende a ser concebida como una mera ocasi?n para ?disfrutar?. No son pocos los falsos profetas de la vida ?indolora? que nos exhortan a no aguantar nada en absoluto y a que nos rebelemos contra el menor contratiempo. Seg?n ellos, el sufrimiento, el aguante y el sacrificio, son cosas del pasado, antiguallas que la vida moderna habr?a superado ya totalmente. Una vida ?de calidad? ser?a
hoy una vida sin sufrimiento alguno. Quien piense que queda todav?a alg?n lugar para el dolor y el sacrificio, es tachado de ?antiguo? y de cultivador de una moral para esclavos. No es
extra?o que desde actitudes hedonistas de este tipo, unidas al individualismo, se oigan supuestas justificaciones de la eutanasia como ?stas: ?yo decido cu?ndo mi vida no merece
ya la pena? o ?a nadie se le puede obligar a vivir una vida sin calidad?.
c) La vida, don maravilloso del Creador
9. Es verdad que la vida es, en cierto sentido, m?a. Yo soy responsable de lo que hago de ella. Pero sin ninguna propiedad (de bienes o cosas) deja de tener una referencia social y
transpersonal, menos a?n la vida, que no es una propiedad cualquiera. Concebir la vida como un objeto de ?uso y abuso? por parte de su ?propietario? es llevar a un extremo casi rid?culo el
mezquino sentido burgu?s de la propiedad privada. La vida no est? a nuestra disposici?n como si fuera una finca o una cuenta bancaria. Si asimilamos el vivir a los objetos de
propiedad, privamos a la vida humana de ese sentido suyo de incodicionalidad y de misterio que le confiere su dignidad incomparable.
10. Los cristianos tenemos un nombre para la dignidad y para el misterio de la vida: la vida humana es gloria de Dios. Su dignidad le viene de su origen y destino divinos. Es una
convicci?n que compartimos con muchos otros creyentes, con la inmensa mayor?a de la Humanidad, que ha considerado siempre, con toda raz?n, que la vida de los seres humanos
es sagrada e inviolable, porque pertenece ante todo a Dios. Nosotros sabemos, adem?s, que el Dios vivo y verdadero no es un due?o caprichoso de sus criaturas. ?l es el Amor mismo.
Todo cuanto existe procede del Amor, que es Dios en la comuni?n eterna del Padre, el Hijo y el Santo Esp?ritu. El ser humano, creado a imagen de Dios, es la criatura capaz de repetir, a
su modo, la relaci?n de intimidad en la que el Hijo de Dios est? desde siempre con el Padre en el Esp?ritu. Todo ser humano tiene, por eso, una sublime y misteriosa dignidad divina. Su vida
es mucho m?s de lo que pueda hacer o poseer: es una vida querida por Dios mismo.
11. El ?no matar?s? (Ex 20, 13) se refiere tambi?n a la propia vida. El quinto mandamiento
del Dec?logo expresa en forma normativa que la vida del ser humano no est? a disposici?n de
nadie, pues no es propiedad exclusiva de nadie, sino don de Dios. Para nosotros esta Ley no
es s?lo un imperativo de la raz?n; es, ante todo, expresi?n de una esperanza basada en la
confianza en el Amor creador. Esperamos que nuestra vida sea un d?a acogida
definitivamente en la Vida eterna de Dios porque creemos que venimos de ?l y que vamos
hacia ?l, movidos ya por la fuerza de su Esp?ritu vivificador. Los cristianos nos sentimos
especialmente llamados a reconocer y vivir la vida como bien propio y bien del pr?jimo porque
hemos experimentado de un modo nuevo que nuestra vida y la de los dem?s es, antes que nada, un don maravilloso de Dios. Esto nos previene m?s eficazmente frente a los enga?os del individualismo: sabemos bien que es falso eso de que ?mi vida sea s?lo m?a?. Es ante todo de Dios y tambi?n de los hermanos. Si me quitara la vida, perjudicar?a tambi?n a mis seres queridos y a la Humanidad, que ver?a radicalmente lesionado ese bien primordial de su patrimonio m?s sagrado: la vida de un ser humano.
d) El misterio de un bien primordial irrenunciable
12. Pero tambi?n la experiencia y la sabidur?a humanas, entienden, por lo general, que la vida pertenece a esa clase de bienes intocables que no podemos negociar con nadie, ni
siquiera con nosotros mismos: esos bienes que tienden a identificarse con el misterio mismo de la existencia y de la dignidad humana. La vida no es negociable para m?. Si la libertad, el honor, la educaci?n, etc. son bienes irrenunciables, con m?s raz?n todav?a lo es la vida, ra?z primordial de todos esos bienes. En efecto, si nadie puede privarse de su libertad,
enajen?ndola por medio de un contrato de esclavitud, nadie puede tampoco privarse de la vida, que est? menos a?n a nuestra disposici?n que la libertad misma: la vida se nos presenta
como algo previo y envolvente, que es m?s que nosotros mismos. Por eso, en el interior del ser humano resuena una voz que nos dice: ?no mates, no te quites la vida; escoge siempre
vivir, que te sorprender? de nuevo de sus insospechadas posibilidades?. Es muy preocupante que esta voz interior en favor de la vida no sea hoy percibida por algunos.
III. El mal moral de la eutanasia compromete la vida en com?n
a) La eutanasia reconocida trae malas consecuencias
13. La eutanasia es de por s? un grave mal moral, pues es contraria al significado de la vida humana, don y bien irrenunciable. Aun suponiendo que una despenalizaci?n de la
eutanasia no llevara consigo peligros y efectos indeseados, el hecho mismo de quitar la vida a alguien, aunque sea a petici?n suya, ser?a siempre humanamente inaceptable. Pero adem?s
no podemos dejar de advertir que la legitimaci?n social de este mal, impl?cita en la despenalizaci?n, trae consigo graves consecuencias y nuevas situaciones de inmoralidad.
Mencionamos brevemente algunas de ellas.
b) Presi?n moral sobre los ancianos y los enfermos
14. La aceptaci?n social y legal de la eutanasia generar?a, de hecho, una situaci?n intolerable de presi?n moral institucionalizada sobre los ancianos, los discapacitados o
incapacitados y sobre todos aquellos que, por un motivo u otro, pudieran sentirse como una carga para sus familiares o para la sociedad. Ante el ?ejemplo? de otros a quienes se les
hubiera aplicado la eutanasia de modo voluntario y reconocido ?c?mo no iban a pensar estas personas si no tendr?an tambi?n ellas la ?obligaci?n? moral de pedir ser eliminadas para dejar
de ser gravosas? Esta consecuencia inevitable de la hipot?tica despenalizaci?n de la eutanasia significar?a introducir en las relaciones humanas un factor m?s en favor del dominio
injusto de los m?s fuertes y del desprecio de las personas m?s necesitadas de cuidado.
Nadie debe ser inducido a pensar, bajo ning?n pretexto, que es menos digno y valioso que los dem?s. La atenci?n esmerada y cuidadosa de los m?s d?biles es precisamente lo que dignifica a los m?s fuertes y timbre de verdadero progreso moral y social. No es dif?cil percibir el retroceso que la legitimaci?n del mal moral de la eutanasia comportar?a para la vida social.
c) Muertes impuestas por otros
15. Se dice y se subraya que la eutanasia que se pide es la voluntaria. Por lo que acabamos de decir, la eutanasia solicitada lleva consigo la milicia del suicidio y de la cooperaci?n con el suicidio. Pero adem?s, los hechos muestran que la aceptaci?n social y legal de la eutanasia voluntaria arrastra consigo la eutanasia no voluntaria e incluso impuesta, es decir, el homicidio. En primer lugar, indirectamente, a causa del efecto de inducci?n se?alado en el p?rrafo anterior: no pocos se ver?an presionados, de uno u otro modo, a pedir ?voluntariamente? la muerte. En segundo lugar, directamente, a causa de decisiones ajenas no deseadas ni controladas. As? nos lo dice no s?lo la previsi?n, sino la experiencia de lo acontecido en los ?ltimos a?os en los lugares donde la eutanasia ha sido despenalizada. En
1995 murieron en Holanda 19.600 personas de muerte causada (?sanitariamente?) por acci?n u omisi?n. De estas personas s?lo 5.700 sab?an lo que estaba sucediendo. En el resto de los
casos, los interesados no sab?an que otros tomaban por ellos la decisi?n de que ya no ten?an que seguir viviendo6.
d) Desconfianza en las familias y en las instituciones sanitarias
16. Si se hiciera com?n el ?ejemplo? de los que piden la eutanasia y, adem?s, se generalizara la pr?ctica de que los facultativos decidieran, en determinados casos, poner fin
a la vida de sus pacientes sin contar ni siquiera con su consentimiento, las relaciones sociales sufrir?an un duro golpe. En una sociedad que consintiera esto, la desconfianza y el
temor se apoderar?a de muchos enfermos, de los ancianos, de los discapacitados. Sufrir?an especialmente las relaciones entre los mayores y los m?s j?venes, en el seno de las familias,
y entre los pacientes y los facultativos, en las instituciones sanitarias. Seg?n la ?mentalidad eficientista?7 y economicista, dominante en la sociedad de consumo, la eutanasia traer?a
consigo, en definitiva, la depreciaci?n de la vida humana, valorada m?s por su capacidad de hacer y producir, que por su mismo ser.
IV. La fe en Jesucristo, fuerza para vivir y morir dignamente
a) El sufrimiento se ilumina por la fuerza de la fe
17. El Credo que profesa la Iglesia nos lleva a esperar la Vida eterna. Esta esperanza nos ense?a que nuestra vida en el mundo es una de las etapas de nuestra existencia; important?sima y decisiva, ciertamente, pero no la ?nica. Por eso cantamos con el Salmista: ?Tu gracia, oh Dios, vale m?s que la vida, te alabar?n mis labios? (Sal 62). Llegar a compartir en plenitud la vida de Dios, ?junto con toda la creaci?n, libre ya del pecado y de la muerte? es el horizonte ?ltimo de nuestra vida. ?ste es el gran don de Dios que vale m?s que la vida temporal. Es la esperanza de la gloria que relativiza todas las dificultades y dolores de este
mundo y nos da la fuerza necesaria para hacer de nuestra vida una ofrenda constante a Dios y a los hermanos. La fe en la Vida eterna nos permite vivir con serenidad y dignidad incluso cuando nos vemos confrontados con el sufrimiento o con la injusticia. En este caso, siguiendo los pasos del Se?or crucificado, sabemos que el mal es vencido por la confianza y el amor en virtud del poder del Dios creador, que resucita a sus fieles para la Vida. El
sufrimiento, de por s? es un mal, no lo adoramos a ?l, sino al Dios que puede sacar bien incluso el mal.
b) El sufrimiento que pone l?mites a la ?cultura de la muerte?
18. El dolor, cuando es asumido con fe y esperanza no destruye al ser humano, sino que contribuye tambi?n a engrandecerlo. La fe en Jesucristo resucitado nos lo dice bien claro a los cristianos. Pero la fe, como no es ajena a la entra?a m?s ?ntima del ser humano, no dice algo totalmente incomprensible para quienes no son cristianos. El sufrimiento puede sumir en la desesperaci?n, pero puede tambi?n desarrollar en quienes lo encaran por amor y con esperanza capacidades f?sicas y morales insospechadas. Los ejemplos de ello son incontables. En todo caso ?no se comprende que quien libra con gallard?a la batalla de la vida, aun en medio del sufrimiento, est? s?lo por eso siendo de incalculable utilidad a la causa de la dignidad humana? Ninguna persona es jam?s in?til. Pero quien sostiene su vida en medio del
sufrimiento es, si cabe, ?til en grado sumo. Su actitud ?ntegra y valerosa es el mejor muro de contenci?n contra la marea de la ?cultura de la muerte?.
V. En favor de una muerte buena y digna
a) La verdadera compasi?n es la caridad, que no quita la vida
19. La aceptaci?n social y legal de la eutanasia no es un buen camino para que podamos morir bien y con dignidad. La Iglesia trabaja en favor de la muerte buena y digna. El ejemplo de la Madre Teresa de Calcuta est? en la memoria de todos. Muchas otras personas e instituciones cat?licas han trabajado y trabajan para que los enfermos y los ancianos tengan el calor humano y la asistencia material que necesitan hasta el ?ltimo momento de su
vida. La fe en Jesucristo que la Madre Iglesia alumbra en nosotros es, en definitiva, la mejor ayuda para todos y cada uno de los que vamos al encuentro de la muerte. La fe, la esperanza y la caridad son los verdaderos caminos hacia la muerte buena y digna. Las ciencias humanas lo confirman cuando hablan de que el moribundo necesita no s?lo una atenci?n m?dica puramente t?cnica, sino tambi?n un ambiente humano, la cercan?a de sus
seres queridos y, en caso necesario, los cuidados paliativos que le permitan aliviar el dolor y vivir con serenidad el final de esta vida. La verdadera piedad y compasi?n no es la que quita
la vida, sino la que la cuida hasta su final natural. En cambio, quien cediendo a una falsa compasi?n o a una equivocada idea de progreso, colabora directamente en dar muerte a alguien se hace c?mplice de una grave mal moral y contribuye a minar los cimientos de la convivencia en la justicia. A nadie se le puede obligar a esa colaboraci?n inmoral. En su caso, ser?a obligada la objeci?n de conciencia.
b) Urgencia de la pastoral familiar de los enfermos
20. Dado que los avances de la medicina y de la higiene permiten hoy que las personas vivan, con cierta frecuencia, hasta edades avanzadas, no son pocos los casos en los que
las familias cuentan con ancianos a los que atender, a veces en situaciones delicadas. Hay que ayudar a las familias a cuidar bien a sus mayores. A veces. se sienten impotentes para
afrontar solas determinadas situaciones. Animamos a todas las personas e instituciones que ya lo hacen a seguir adelante con su meritoria obra. Exhortamos, en particular, a los pastores
y a las comunidades cristianas a no descuidar las tareas que ya vienen haciendo en este sentido y a intensificarlas en cuanto fuera posible. La pastoral de los enfermos, incluido su
aspecto sacramental, ha de ayudar a las familias a vivir humana y espiritualmente las situaciones dif?ciles. Estar junto a los que sufren, emplear con ellos nuestro tiempo y nuestros
recursos es parte ineludible del seguimiento de Cristo.
Madrid, 19 de febrero de 1998