Martes, 04 de julio de 2006
Homil?a de Benedicto XVI en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, 29 de junio



Queridos hermanos y hermanas:

"T? eres Pedro y sobre esta piedra edificar? mi Iglesia" (Mt 16, 18). ?Qu? es lo que dice propiamente el Se?or a Pedro con estas palabras? ?Qu? promesa le hace con ellas y qu? tarea le encomienda? Y ?qu? nos dice a nosotros, al Obispo de Roma, que ocupa la c?tedra de Pedro, y a la Iglesia de hoy?

Si queremos comprender el significado de las palabras de Jes?s, debemos recordar que los evangelios nos relatan tres situaciones diversas en las que el Se?or, cada vez de un modo particular, encomienda a Pedro la tarea que deber? realizar. Se trata siempre de la misma tarea, pero las diversas situaciones e im?genes que usa nos ilustran claramente qu? es lo que quer?a y quiere el Se?or.

En el evangelio de san Mateo, que acabamos de escuchar, Pedro confiesa su fe en Jes?s, reconoci?ndolo como Mes?as e Hijo de Dios. Por ello el Se?or le encarga su tarea particular mediante tres im?genes: la de la roca, que se convierte en cimiento o piedra angular, la de las llaves y la de atar y desatar. En este momento no quiero volver a interpretar estas tres im?genes que la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha explicado siempre de nuevo; m?s bien, quisiera llamar la atenci?n sobre el lugar geogr?fico y sobre el contexto cronol?gico de estas palabras.

La promesa tiene lugar junto a las fuentes del Jord?n, en la frontera de Judea, en el conf?n con el mundo pagano. El momento de la promesa marca un viraje decisivo en el camino de Jes?s: ahora el Se?or se encamina hacia Jerusal?n y, por primera vez, dice a los disc?pulos que este camino hacia la ciudad santa es el camino que lleva a la cruz: "Desde entonces comenz? Jes?s a manifestar a sus disc?pulos que ?l deb?a ir a Jerusal?n y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer d?a" (Mt 16, 21).

Ambas cosas van juntas y determinan el lugar interior del Primado, m?s a?n, de la Iglesia en general: el Se?or est? continuamente en camino hacia la cruz, hacia la humillaci?n del siervo de Dios que sufre y muere, pero al mismo tiempo siempre est? tambi?n en camino hacia la amplitud del mundo, en la que ?l nos precede como Resucitado, para que en el mundo resplandezca la luz de su palabra y la presencia de su amor; est? en camino para que mediante ?l, Cristo crucificado y resucitado, llegue al mundo Dios mismo.

En este sentido, Pedro, en su primera Carta, asumiendo esos dos aspectos, se define "testigo de los sufrimientos de Cristo y part?cipe de la gloria que est? para manifestarse" (1 P 5, 1). Para la Iglesia el Viernes santo y la Pascua est?n siempre unidos; la Iglesia es siempre el grano de mostaza y el ?rbol en cuyas ramas anidan las aves del cielo. La Iglesia, y en ella Cristo, sufre tambi?n hoy.
En ella Cristo sigue siendo escarnecido y golpeado siempre de nuevo; siempre de nuevo se sigue intentando arrojarlo fuera del mundo. Siempre de nuevo la peque?a barca de la Iglesia es sacudida por el viento de las ideolog?as, que con sus aguas penetran en ella y parecen condenarla a hundirse.

Sin embargo, precisamente en la Iglesia que sufre Cristo sale victorioso. A pesar de todo, la fe en ?l se fortalece siempre de nuevo. Tambi?n hoy el Se?or manda a las aguas y act?a como Se?or de los elementos. Permanece en su barca, en la navecilla de la Iglesia. De igual modo, tambi?n en el ministerio de Pedro se manifiesta, por una parte, la debilidad propia del hombre, pero a la vez tambi?n la fuerza de Dios: el Se?or manifiesta su fuerza precisamente en la debilidad de los hombres, demostrando que ?l es quien construye su Iglesia mediante hombres d?biles.

Veamos ahora el evangelio seg?n san Lucas, que nos narra c?mo el Se?or, durante la ?ltima Cena, encomienda nuevamente una tarea especial a Pedro (cf. Lc 22, 31-33). Esta vez las palabras que Jes?s dirige a Sim?n se encuentran inmediatamente despu?s de la instituci?n de la sant?sima Eucarist?a. El Se?or acaba de entregarse a los suyos, bajo las especies del pan y el vino. Podemos ver en la instituci?n de la Eucarist?a el aut?ntico acto de fundaci?n de la Iglesia. A trav?s de la Eucarist?a el Se?or no s?lo se entrega a s? mismo a los suyos, sino que tambi?n les da la realidad de una nueva comuni?n entre s? que se prolonga a lo largo de los tiempos "hasta que vuelva" (cf. 1 Co 11, 26).

Mediante la Eucarist?a los disc?pulos se transformaran en su casa viva que, a lo largo de la historia, crece como el nuevo templo vivo de Dios en este mundo. As?, Jes?s, inmediatamente despu?s de la instituci?n del Sacramento, habla de lo que significa ser disc?pulos, el "ministerio", en la nueva comunidad: dice que es un compromiso de servicio, del mismo modo que ?l est? en medio de ellos como quien sirve.

Y entonces se dirige a Pedro. Dice que Satan?s ha pedido cribar a los disc?pulos como trigo. Esto alude al pasaje del libro de Job, en el que Satan?s pide a Dios permiso para golpear a Job. De esta forma, el diablo, el calumniador de Dios y de los hombres, quiere probar que no existe una religiosidad aut?ntica, sino que en el hombre todo mira siempre y s?lo a la utilidad.

En el caso de Job Dios concede a Satan?s la libertad que hab?a solicitado, precisamente para poder defender de este modo a su criatura, el hombre, y a s? mismo. Lo mismo sucede con los disc?pulos de Jes?s, en todos los tiempos. Dios da a Satan?s cierta libertad. A nosotros muchas veces nos parece que Dios deja demasiada libertad a Satan?s; que le concede la facultad de golpearnos de un modo demasiado terrible; y que esto supera nuestras fuerzas y nos oprime demasiado. Siempre de nuevo gritaremos a Dios: ?Mira la miseria de tus disc?pulos! ?Prot?genos! Por eso Jes?s a?ade: "Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca" (Lc 22, 32).

La oraci?n de Jes?s es el l?mite puesto al poder del maligno. La oraci?n de Jes?s es la protecci?n de la Iglesia. Podemos recurrir a esta protecci?n, acogernos a ella y estar seguros de ella. Pero, como dice el evangelio, Jes?s ora de un modo particular por Pedro: "para que tu fe no desfallezca". Esta oraci?n de Jes?s es a la vez promesa y tarea. La oraci?n de Jes?s salvaguarda la fe de Pedro, la fe que confes? en Cesarea de Filipo: "T? eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16).

La tarea de Pedro consiste precisamente en no dejar que esa fe enmudezca nunca, en fortalecerla siempre de nuevo, ante la cruz y ante todas las contradicciones del mundo, hasta que el Se?or vuelva. Por eso el Se?or no ruega s?lo por la fe personal de Pedro, sino tambi?n por su fe como servicio a los dem?s. Y esto es exactamente lo que quiere decir con las palabras: "Y t?, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32).

"T?, una vez convertido": estas palabras constituyen a la vez una profec?a y una promesa. Profetizan la debilidad de Sim?n que, ante una sierva y un siervo, negar? conocer a Jes?s. A trav?s de esta ca?da, Pedro, y con ?l la Iglesia de todos los tiempos, debe aprender que la propia fuerza no basta por s? misma para edificar y guiar a la Iglesia del Se?or. Nadie puede lograrlo con sus solas fuerzas.

Aunque Pedro parece capaz y valiente, fracasa ya en el primer momento de la prueba. "T?, una vez convertido". El Se?or le predice su ca?da, pero le promete tambi?n la conversi?n: "el Se?or se volvi? y mir? a Pedro..." (Lc 22, 61). La mirada de Jes?s obra la transformaci?n y es la salvaci?n de Pedro. ?l, "saliendo, rompi? a llorar amargamente" (Lc 22, 62).

Queremos implorar siempre de nuevo esta mirada salvadora de Jes?s: por todos los que desempe?an una responsabilidad en la Iglesia; por todos los que sufren las confusiones de este tiempo; por los grandes y los peque?os: Se?or, m?ranos siempre de nuevo y as? lev?ntanos de todas nuestras ca?das y t?manos en tus manos amorosas.

El Se?or encomienda a Pedro la tarea de confirmar a sus hermanos con la promesa de su oraci?n. El encargo de Pedro se apoya en la oraci?n de Jes?s. Esto es lo que le da la seguridad de perseverar a trav?s de todas las miserias humanas. Y el Se?or le encomienda esta tarea en el contexto de la Cena, en conexi?n con el don de la sant?sima Eucarist?a. En su realidad ?ntima, la Iglesia, fundada en el sacramento de la Eucarist?a, es comunidad eucar?stica y as? comuni?n en el Cuerpo del Se?or. La tarea de Pedro consiste en presidir esta comuni?n universal, en mantenerla presente en el mundo como unidad tambi?n visible. Como dice san Ignacio de Antioqu?a, ?l, juntamente con toda la Iglesia de Roma, debe presidir la caridad, la comunidad del amor que proviene de Cristo y que supera siempre de nuevo los l?mites de lo privado para llevar el amor de Cristo hasta los confines de la tierra.

La tercera referencia al Primado se encuentra en el evangelio de san Juan (Jn 21, 15-19). El Se?or ha resucitado y, como Resucitado, encomienda a Pedro su reba?o. Tambi?n aqu? se compenetran mutuamente la cruz y la resurrecci?n. Jes?s predice a Pedro que su camino se dirigir? hacia la cruz. En esta bas?lica, erigida sobre la tumba de Pedro, una tumba de pobres, vemos que el Se?or precisamente as?, a trav?s de la cruz, vence siempre. No ejerce su poder como suele hacerse en este mundo. Es el poder del bien, de la verdad y del amor, que es m?s fuerte que la muerte. S?, como vemos, su promesa es verdadera: los poderes de la muerte, las puertas del infierno no prevalecer?n contra la Iglesia que ?l ha edificado sobre Pedro (cf. Mt 16, 18) y que ?l, precisamente de este modo, sigue edificando personalmente.

En esta solemnidad de los ap?stoles san Pedro y san Pablo, me dirijo de modo especial a vosotros, queridos arzobispos metropolitanos, que hab?is venido de numerosos pa?ses del mundo para recibir el palio de manos del Sucesor de Pedro. Os saludo cordialmente a vosotros y a las personas que os acompa?an.

Saludo, asimismo, con particular alegr?a a la delegaci?n del Patriarcado ecum?nico presidida por su eminencia Ioannis Zizioulas, metropolita de P?rgamo, presidente de la Comisi?n mixta internacional para el di?logo teol?gico entre cat?licos y ortodoxos. Expreso mi agradecimiento al Patriarca Bartolom? I y al Santo S?nodo por este signo de fraternidad, que pone de manifiesto el deseo y el compromiso de progresar con m?s rapidez por el camino de la unidad plena que Cristo implor? para todos sus disc?pulos.

Compartimos el ardiente deseo expresado un d?a por el Patriarca Aten?goras y el Papa Pablo VI: beber juntos del mismo c?liz y comer juntos el mismo Pan, que es el Se?or mismo. En esta ocasi?n imploramos de nuevo que nos sea concedido pronto este don. Y damos gracias al Se?or por encontrarnos unidos en la confesi?n que Pedro hizo en Cesarea de Filipo por todos los disc?pulos: "T? eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Esta confesi?n queremos llevarla juntos al mundo de hoy.
Que nos ayude el Se?or a ser, precisamente en este momento de nuestra historia, aut?nticos testigos de sus sufrimientos y part?cipes de la gloria que est? para manifestarse (cf. 1 P 5, 1). Am?n.
Publicado por verdenaranja @ 1:06  | Habla el Papa
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