Falsas ideas que existen en el ambiente sobre la religión y el catolicismo y algunas claves para poder responder con autoridad a las más usuales.
Creo en Dios pero no en la Iglesia
La Iglesia es una institución humana de origen divino (Jesucristo), por lo que sus miembros, hombres y mujeres libres, están sujetos al pecado, al mal, al error, como todos, creyentes o no. La incoherencia con el mensaje no invalida el mensaje sino la actitud del individuo. El Evangelio establece sin dudas la institución de una Iglesia única, unida y universal. Si se pone en entredicho esta parte del Evangelio, no hay razón para creer en el resto, puesto que se trata de una unidad, so pena de entrar en graves contradicciones y subjetivismos.
Quienes acuden frecuentemente a esta frase prefieren una fe teórica sin consecuencias prácticas, una especie de religión a la carta donde asumen lo que les parece correcto y rechazan el resto. Les agrada la idea de un Dios que les da vida eterna (deseo de trascendencia) pero prefieren fabricarse una imagen de él a medida de sus pensamientos. Ello les sirve de justificación para descartar la misa dominical, la confesión, el matrimonio sacramental y aquello que pueda afectar a sus costumbres, a pesar de ser parte esencial del mensaje evangélico. El mensaje divino está cribado, pues, por sus propias ideas, no por una búsqueda documentada de la Verdad a la luz de la Revelación. Al tratarse de asuntos íntimos en los que las personas de su entorno no entran, se enfrentan solos a su propia honestidad personal, precisamente al prescindir de la ayuda que una Iglesia o comunidad les brinda.
Se están quedando sin fieles
Algunos políticos nos tienen muy acostumbrados a adecuar y cambiar su discurso según la demanda momentánea de los votantes. Al final no sabemos realmente qué discurso defienden. Sólo buscan el poder, sin convicciones ideológicas coherentes. En materias opinables y en el conocimiento humanístico y científico, la sociedad evoluciona y cambia. En el caso de la Iglesia, sería ridículo cambiar el mensaje cuando su única misión es transmitirlo y enseñarlo exactamente como se le dio. El mensaje de Cristo es, como decíamos antes, atemporal y por su misma naturaleza no puede cambiar según las preferencias, costumbres o perspectivas de la sociedad de una determinada época. Sí deberían cambiar, sin embargo, el lenguaje, las formas, las actitudes y el modo de acercamiento al público, para hacerlo más comprensible.
La Iglesia cometió crímenes imperdonables. ¿Cómo puede tener autoridad?
En efecto la Iglesia ha pedido perdón en varias ocasiones y de forma oficial por los crímenes y equivocaciones cometidas en épocas pretéritas (por ahora ha sido la única institución que ha hecho algo parecido). Sin embargo, como ya hemos señalado, las equivocaciones puntuales de la Iglesia no cambian de manera decisiva la validez del mensaje, sobre todo si nos fijamos en el núcleo de la doctrina, que apenas ha cambiado. Hemos de advertir, en cualquier caso, que existen algunas leyendas negras sobre la Iglesia Católica que no solamente se exageran, sino que se falsean abiertamente. El número de ejecutados por la Inquisición española, sin ir más lejos, ha sido revisado recientemente por diferentes historiadores acudiendo a los archivos históricos, llegando a la conclusión de que son casi testimoniales, en número mucho menor al publicado en determinados medios o insinuado en películas y relatos novelados, especialmente si los comparamos con el número de torturados o asesinados por otras causas o instituciones en esas épocas. Esto no implica en absoluto disculpa de dichos crímenes, sino una adecuada perspectiva de la realidad, los usos y la mentalidad de otros tiempos, sin la cual no es posible emitir juicios acertados.
La Iglesia discrimina a la mujer
La Iglesia no establece la absoluta igualdad en la misión eclesiástica de uno y otro sexo. Hasta hoy el hecho de que Cristo sólo eligiera a hombres entre sus apóstoles ha influido, junto con la Tradición, en la firme decisión de no admitir el sacerdocio femenino. La figura del sacerdote existe como resultado de la revelación cristiana y en virtud de lo establecido por la Iglesia. Según esa perspectiva, el sacerdocio no es un derecho sino una llamada de Dios al servicio de la Iglesia. La interpretación hecha hasta el momento por la jerarquía puede ser discutible pero no lesiona necesariamente los derechos de la mujer. Analizar el sacerdocio según criterios laicos de igualdad de sexos puede llevar a confusión. En cualquier caso, no es éste un aspecto fundamental del mensaje. La figura femenina en el catolicismo se halla significativamente valorada en la persona de María, la Madre de Jesús, primera persona glorificada en cuerpo y alma, referencia importantísima para el creyente. Aparte, varias mujeres han sido proclamadas doctoras de la Iglesia, como Santa Teresa de Jesús.
La doctrina sexual de la Iglesia es represiva y ajena a la realidad. Y su rechazo al preservativo ocasiona muchos millones de muertes por el SIDA
La castidad siempre fue un valor defendido no sólo por la tradición judía, sino que fue confirmada por la predicación de Cristo. Las costumbres actuales no lo valoran igual pero, como se dijo anteriormente, la Iglesia se limita a transmitir valores intemporales que no se amoldan a los usos contemporáneos. Se trata de mantener una fidelidad a la revelación y, por tanto, no puede pretenderse que la Iglesia recomiende una moral sexual promiscua. Por otra parte, la Iglesia no ha rechazado el preservativo como defensa contra el contagio del SIDA sino, llamémoslo así, la cultura que envuelve al preservativo como modo de enfocar las relaciones sexuales. En cambio ha propuesto la abstinencia y la fidelidad a la pareja como solución más acorde con su visión de la vida (y recomendadas por la OMS como medios más eficaces que el preservativo). Y ha denunciado la gran mentira del preservativo como medio idóneo para prevenir la enfermedad. A pesar de que los poderes públicos y la juventud no han querido ni oír hablar de abstinencia o fidelidad, los datos demuestran que los preservativos (cuando se usan, que no siempre es así, y suponiendo que se usen bien) no son una opción totalmente segura, al menos no tanto como la abstinencia o la fidelidad. El continuo aumento de casos de SIDA, a pesar de las campañas y de distribución masiva de "condones", habla por sí mis-mo. La mayoría de los jóvenes no se plantean siquiera la necesidad de guardar abstinencia, de "aguan-tarse" las ganas, pero no hay nin¬gún estudio serio que demuestre la imposibilidad de seguirla sin hablar de represión o de desequilibrios. De hecho, cualquier sacerdote, ante la pregunta de un feligrés sobre el uso del preservativo, recomendará primero la abstinencia, y segundo (si no se va a guardar abstinencia) el preservativo, si bien la posición oficial, que siempre apunta al ideal, considera inmorales los anticonceptivos porque no se ajustan a una conciencia formada según las virtudes cristianas; se oponen justamente al fin específico y principal de las relaciones sexuales, que es la descendencia, e ignoran a Dios como actor que interviene en la vida de los hombres. Además, impiden el ejercicio de la castidad y la continencia, prácticas que fueron siempre valoradas por la Tradición.
Sea como fuere, lo único que hace la Iglesia es hacer uso de su voz y de su voto como parte de una sociedad fundamentalmente cristiana en cultura y origen.
La Iglesia discrimina a los homosexuales.
En un contexto católico que aboga por la castidad como valor intrínseco, y por la sexualidad vivida en relaciones estables (matrimonio) y enfocada no hacia el puro placer sino hacia la descendencia, el rechazo hacia las prácticas homosexuales es de completa coherencia. En esto, no se establece distinción para homosexuales o heterosexuales, ya que todos están llamados a vivir la sexualidad desde esa perspectiva espiritual y comedida, y en esto radica la falsedad del enunciado.
Es lógico que quienes predican el hacer lo que el cuerpo pide, sin más cortapisas ni principios, se atraigan el aplauso y el apoyo apasionado de un gran número de homosexuales. Requiere mucho menos esfuerzo, menos principios, me-nos autocontrol. Pero no es ése el papel de la Iglesia. Fiel a su misión, rechaza el sexo "libre" sea cual sea el sexo de quienes lo practican y establece unos principios, de inspiración divina según la fe, superiores a la simple apetencia.
La moral sexual se está convirtiendo en el principal motivo de desacuerdo entre el magisterio de la Iglesia y las costumbres de una mayoría social. Casi todas las grandes religiones condenan el sexo libre, sin que por el momento hayan recibido críticas por ello. La castidad se valora en todas ellas como un ejercicio de autocontrol, de respeto por el cuerpo y el alma de la persona, por dignidad intrínseca de las relaciones sexuales como acto íntimo de donación que requiere unas condiciones concretas.
La riquezas de la Iglesia deberían venderse
La Iglesia ha acumulado un cierto patrimonio en su larga historia, que es, en realidad, de todos los fieles que la componen pero que está administrada por la jerarquía (como corresponde a una organización piramidal). Templos, objetos de arte, bienes, edificios y demás patrimonio eclesial provienen de donaciones hechas para tal fin, no para ser vendidas ni cambiadas. Son objetos de culto, en su mayor parte sin valor determina-do, objetos sagrados cargados de significado inmaterial, cuya venta no sofocaría el problema de la pobreza, mil veces denunciado, sino que abandonaría ese patrimonio de incalculable valor sentimental, espiritual, divino, en manos seguramente irresponsables. Corresponde a la sociedad entera (y los cristianos los primeros) el entregar los recursos necesarios para atender a los más pobres y marginados.
La Iglesia se pone del lado de los ricos
La famosa Teología de la Liberación parece haber creado una fractura en el mismo seno de la Iglesia, con la idea de que ésta no defiende suficientemente a los pobres y se pone al lado de los ricos. Sin entrar en valoraciones personales, la Teología de la Liberación no ha sido aceptada por Roma porque invita a una visión marxista, materialista y violenta de la realidad social. Cristo no enarboló banderas partidarias, ni defendió el ataque a los ricos como medio para lograr la justicia social. Jesús llamó a una "revolución" de los corazones, no un levantamiento contra nadie por la fuerza. Se trataba de una conversión personal de cada hombre, rico o pobre. Y la justicia social debía lograrse por medio del amor, y no de la guerra. Aunque la tentación por solucionar rápidamente los problemas y de pasar por encima de algunos condicionantes básicos es demasiado fuerte y siempre ha habido partidarios de la violencia "justificada".