Jueves, 27 de julio de 2006
Estracto del discurso de Benedicto XVI a la LIV Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, el lunes 30 de Mayode 2005


El carácter único y la misión propia de la familia fundada en el matrimonio




[...] Una cuestión neurálgica, que requiere nuestra máxima atención pastoral, es la familia. En Italia, mucho más que en otros países, la familia representa en verdad la célula fundamental de la sociedad; está profundamente arraigada en el corazón de las generaciones jóvenes y afronta múltiples problemas, ofreciendo apoyo y remedio a situaciones que, de otro modo, serían desesperadas.

Sin embargo, también en Italia, en el actual clima cultural, la familia está expuesta a muchos peligros y amenazas, que todos conocemos. En efecto, a la fragilidad e inestabilidad interna de muchas uniones conyugales se suma la tendencia, generalizada en la sociedad y en la cultura, a rechazar el carácter único y la misión propia de la familia fundada en el matrimonio. Por otra parte, precisamente Italia es una de las naciones en las que la escasez de nacimientos es más grave y persistente, con consecuencias ya graves para todo el cuerpo social. Por eso, ya desde hace mucho tiempo, los obispos italianos habéis unido vuestra voz a la de Juan Pablo II, ante todo para defender el carácter sagrado de la vida humana y el valor de la institución matrimonial, pero también para pro-mover el papel de la familia en la Iglesia y en la sociedad, solicitando medidas económicas y legislativas que sostengan a las jóvenes familias en la generación y educación de los hijos.

Con el mismo espíritu, actualmente os estáis esforzando por iluminar y motivar las opciones de los católicos y de todos los ciudadanos acerca del referéndum ya inminente sobre la ley relativa a la procreación asistida: precisamente por su claridad y concreción, vuestro compromiso es signo de la solicitud de los pastores por todo ser humano, que no puede reducirse jamás a un medio, sino que es siempre un fin, como nos enseña nuestro Señor Jesucristo en su Evangelio y como nos dice la misma razón humana. En este compromiso, y en todas las múltiples obras que forman parte de la misión y del deber de los pastores, estoy cerca de voso¬tros con la palabra y con la oración, confiando en la luz y en la gracia del Espíritu, que actúa en las conciencias y en los corazones.

La misma solicitud por el verdadero bien del hombre que nos impulsa a preocupamos por el bien de las familias y por el respeto de la vida humana se expresa en la atención a los pobres que tenemos entre nosotros, a los enfermos, a los inmigrantes y a los pueblos diezmados por las enfermedades, las guerras y el hambre. Queridos hermanos obispos italianos, deseo agradeceros a vosotros y a vuestros fieles la generosidad de vuestra caridad, que contribuye a hacer de la Iglesia concretamente el pueblo nuevo en el que nadie es extranjero. Recordemos siempre las palabras del Señor: cuanto hicisteis «a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

Como sabéis, en agosto iré a Colonia para la Jornada mundial de la juventud, y espero encontrarme de nuevo con muchos de vosotros, acompañados por gran número de jóvenes italianos. Precisamente con respecto a los jóvenes, a su formación y a su relación con el Señor y con la Iglesia, quisiera añadir una última reflexión.

En efecto, como afirmó repetidamente Juan Pablo II, ellos son la esperanza de la Iglesia; pero en el mundo de hoy tam¬bién están particularmente expuestos al peligro de ser «llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina» (Ef 4,14). Por consiguiente, necesitan ayuda para crecer y madurar en la fe: éste es el primer servicio que deben recibir de la Iglesia, y especialmente de nosotros, los obispos, y de nuestros sacerdotes.
Sabemos bien que muchos de ellos no están en condiciones de comprender y de aceptar inmediatamente toda la enseñanza de la Iglesia, pero, precisamente por eso, es importante despertar en ellos la intención de creer con la Iglesia, la confianza en que esta Iglesia, animada y guiada por el Espíritu, es el verdadero sujeto de la fe, insertándonos en el cual entramos y participamos en la comunión de la fe. Para luego esto se pueda realizar, los jóvenes deben sentirse amados por la Iglesia, amados concretamente por nosotros, obispos y sacerdotes. Así, podrán experimentar en la Iglesia la amistad r el amor que el Señor siente por ellos, comprenderán que en Cristo la verdad coincide con el amor y, a su vez, aprenderán amar al Señor y a tener confianza en su cuerpo, que es la Iglesia. Queridos hermanos obispos italianos, éste es hoy el yunto central del gran desafío de la transmisión de la fe a las veneraciones jóvenes.


Publicado por verdenaranja @ 23:32  | Habla el Papa
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