Aunque vagas y confusas, poseían los canarios algunas ideas religiosas, restos de antiguas creencias o producto natural y progresivo de su misma inteligencia.
Sujeto el hombre a idénticas impresiones y a igual desarrollo físico y moral, el sentimiento religioso, que es una de las condiciones de su propia naturaleza, ha dado origen en todos los tiempos y bajo todos los climas a la formación de sistemas más o menos complicados, donde la idea de un Ser superior, omnipotente, creador, justiciero y dispensador de los bienes y los males, Juez que se aplaca con súplicas y dádivas, o envía a su antojo así la lluvia y el buen tiempo como los huracanes, las pestes y los terremotos, ha sido siempre enlazada con el pensamiento más filosófico y elevado de una vida ultraterrestre, mansión de premio o castigo o de progreso indefinido para la Humanidad.
Pueblos hubo y hay todavía que nunca han llegado a elevarse a esta última concepción; pero casi puede asegurarse, que ninguno ha existido sin sentir algún presentimiento de ese poder supremo y moderador, en cuyas manos está la vida y la muerte del hombre, su desgracia o su felicidad. Los primitivos canarios reconocían y adoraban ese principio eterno y creador y le rendían culto por medio de ministros, que ejercían en el Estado una influencia poderosa y permanente, habiendo suficientes datos para creer que no les era desconocida la idea altamente moral y consoladora de la inmortalidad del alma.
Vamos a examinar separadamente sus creencias religiosas que, aunque iguales en el fondo para todo el Archipiélago, tenían, sin embargo, la variedad que el transcurso de los siglos había necesariamente introducido en cada localidad.
GRUPO ORIENTAL
· Lanzarote
Los habitantes de esta isla adoraban a dios en la cima de sus más alta montañas, como sí de esta manera creyeran estar más cerca de él. Su oración consistía en implorarle, elevando sus manos al cielo, y derramar como ofrenda la leche de sus cabras que llevaban en vasijas de barro, llamadas gánigos.
· Fuerteventura
En esta isla se daba culto a dios en unas casas denominadas efequenes, de figura redonda, formando sus paredes dos círculos concéntricos que dejaban abierto entre sí un pasadizo o galería circundante. La entrada era pequeña y su construcción de grandes y pesadas piedras.
Lo mismo que los lanzaroteños, ofrecían en esta isla sus habitantes ofrendas de manteca y leche como lo más precioso que poseían, rito común a todo el Archipiélago.
Los capellanes de Bethencourt dicen de estos isleños “que eran duros de entendimiento, muy firmes en su ley y con templos donde hacían sus sacrificios”.
Indudable es que, en una y otra isla, hubiese una tribu sacerdotal dedicada exclusivamente a recibir y ofrecer estos sacrificios e interpretar la voluntad divina, frecuentemente consultada por las diarias necesidades de ambos pueblos, pero la historia sólo nos conserva los nombres de dos sacerdotisas de Fuerteventura, especie de sibilas inspiradas que profetizaban lo futuro.
Llamábase la una Tibiabin, hábil en apaciguar las disenciones y cuestiones suscitadas entre los jefes y sus caudillos, y la otra, apellidada Tamonante, hija de aquella, que tenía a su cargo los ritos y ceremonias del culto.
· Gran Canaria
En esta isla, la más civilizada entonces del Archipiélago, es donde se encuentran vestigios más numerosos de las creencias religiosas de los aborígenes.
Designaban estos isleños al Ser supremo con el nombre de Acorán, dios solo, eterno y omnipotente, señor de cielo y tierra, y dispensador de recompensas a los buenos y castigos a los malos.
El cuidado con que procuraban conservar los cuerpos de los que fallecían, embalsamando los más ilustres, dejando a su lado vasijas con miel, higos y leche, y colocando sus armas predilectas en las cuevas donde los encerraban, nos prueba que tenían alguna noción de otra existencia después de la muerte. Adoraban al Sol como un ser benéfico, llamándole Magec y creyendo que su espíritu provenía de aquel astro, y daban el nombre de Magios – fantasmas o hijas del Sol -, a las almas. El mal estaba personificado en un ser denominado Gabiot, que los perseguía tomando diferentes figuras de animales, a cuyas figuras en general apellidaban Tibicenas. Ministros consagrados al culto y llamados faisanes cuidaban las ceremonias, ordenaban los sacrificios, recibían las ofrendas y ejercían un poder extenso no sólo en el orden religioso sino en el civil. Había un faicán en Gáldar y otro en Telde, cargos que desempeñaban siempre los parientes más cercanos de los guanartemes, y otros faisanes subalternos, dependientes suyos, que residían en los santuarios consagrados a la divinidad.
Dos adoratorios tenían, como sitios privilegiados para este objeto. El uno estaba situado en la montaña de Tirma, hacia la parte oeste de la isla; el otro, en uno de los riscos más escarpados que circuyen la Caldera de Tirajana, donde llaman hoy Riscos Blancos, que ellos decían Umiaya. Allí derramaban diariamente leche de cabras y quemaban ofrendas de toda clase de frutos, adivinando lo próspero o adverso de los sucesos futuros por la dirección del humo. A estas casas santas llamaban Almogarén, y servían de asilo a los jóvenes que deseaban adquirir algunos conocimientos en la administración y gobierno de la república, o en los ejercicios corporales propios para el estado de continua guerra en que vivían; mas si ellos observaban que eran débiles o enfermizos, entonces los adoctrinaban en la ciencia sacerdotal que, además de los ritos, comprendía la relación de las tradiciones populares, la historia del país y algunos cantos rimados que, sin duda, recitaban en todas sus fiestas públicas.
También existía una comunidad de mujeres consagradas al culto, que guardaban continencia y vivían recogidas en apartados sitios, dedicándose a la enseñanza y a la oración. Estos sitios eran sagrados y se denominaban Tamogante. Llamábanse estas mujeres Maguas,Hari-maguas o Hari-magadas, y tenían, entre otros, dos asilos principales cercados de muros, de cuyo recinto no salían sino en días determinados para bañarse en el mar, estando prohibido bajo pena de la vida que ningún hombre las encontrase. Una de estas casas estaba en Agaete, junto al fuerte que los mallorquines habían construído con el nombre de Roma, y otra en el distrito de Telde, donde hoy llaman Montaña de las Cuatro Puertas o Montaña Bermeja.
La clausura de estas maguas no les impedía salir a cierta edad y casarse con el beneplácito del rey, que tenía el derecho de prelibación; pero, entretanto, se ocupaban de rogar a dios haciendo para ello ciertos grotescos movimientos con los ojos, cabeza y cuerpo, cruzando los brazos, abriéndolos y levantándolos al cielo, mientras repetían en coro: Almene-Corán (Válame Dios). Sólo en las calamidades públicas como peste, sequía o hambre les era permitido salir en procesión con palmas y ramas de otros árboles en las manos, y dirigirse al mar para azotarlo con unas varas, cantando siempre el Almene-Corán, que pudiera mejor traducirse por esta frase: “Misericordia, Señor”.
En las casas de estas sacerdotisas aprendían las jóvenes a cortar pieles y adobarlas, tejer juncos y hojas de palma, coser tamarcos y hopalandas, fabricar vasijas de barro y collares de conchas, moler cebada y combinar los colores para sus adornos y pinturas. Entre esas obligaciones parece que tenían la de lavar los niños recién nacidos, con un ceremonial que recordaba el bautismo de los cristianos. Si alguna joven era indócil, se le reprendía por la harimaguada de una manera indirecta, para lo cual llamaba a todas las educandas y sentándolas en semicírculo, les decía: “ Si yo fuera fulana, hija de tales padres (y los nombraba), y hubiera cometido tal falta (y la decía), mereciera este castigo”. Y azotaba el suelo con unas varas. Esto avergonzaba a la culpable y la corregía.
Juraban por Tirma y Umiaya, aunque algunos autores sustituyen este último juramento por el de Atis-Tirma, Atis-Magro. En las solemnidades consagradas a implorar la clemencia del cielo, juntaban los ganados y apartaban las hembras de los machos, y luego ayunaban todos, hombres, mujeres, niños y animales durante tres días, lanzando terribles gritos, aullidos y vociferaciones alrededor de Tirma o Umiaya, y desde allí bajaban en procesión al mar para azotar sus olas, como antes hemos dicho.
Angiolino, en su célebre viaje, nos refiere que había encontrado sobre la costa norte de Gran Canaria una capilla o templo, en el cual no había pintura alguna, ni ningún otro ornamento, sino una estatua esculpida en piedra representando un hombre con una bola en la mano, Este ídolo se hallaba desnudo, excepto un delantal de hojas de palma que le cubría por delante.
Esta noticia se halla confirmada por lo que nos asegura Andrés Bernáldez en su crónica de los Reyes Católicos. En ella dice que en Gran Canaria había una casa de oración llamada Toriña, y que allí tenían “una imagen de palo tan luenga como media lanza, entallada, con todos sus niervos, de muger desnuda, con sus miembros de fuera, y delante de ella una cabra de un madero entallada, con sus figuras de hembra, que quería concebir, y tras de ella un cabrón entallado de otro madero, puesto como que quería engendrar sobre la cabra. Allí derramaban leche y manteca, parece que en ofrenda, o diezmo o primicia, e olía aquello allí mal a la leche e manteca”.
Después de estos documentos contemporáneos, no sabemos cómo puede haberse negado la existencia de ídolos en Canaria, aún cuando se alegue que no han quedado objetos de escultura para probarlo. Debe recordarse el horror profundo que a los conquistadores inspiraba la idolatría y el placer con que, sin duda, destruyeron las imágenes de madera, barro o piedra, veneradas por los isleños en sus santuarios.
Nos inclinamos a creer que los numerosos “sellos” de barro cocido encontrados en esta isla, eran amuletos llevados por sus habitantes al cuello, sirviéndoles al mismo tiempo de adorno. En todos los sellos se observa un pequeño mango perforado que parece no haber tenido otro objeto. Sus formas son redondas o triangulares y muy variadas las líneas y figuras trazadas en su superficie.
Creen muchos que estos sellos, llamados hoy “pintaderas”, sirviesen exclusivamente para reproducir en la piel sus dibujos, apoyando esta opinión en objetos de igual clase encontrados recientemente en Méjico y a los cuales se atribuye el mismo empleo.
Investigaciones recientes respecto al lugar que ocupaban los adoratorios o almogarenes en Gran Canaria han venido a derramar alguna luz sobre tan interesante asunto. Hay al borde de la gran cuenca o cráter de Tirajana un macizo basáltico que se eleva en la meseta central de la isla, constituyendo su mayor altura. Llámasele en los mapas “Los Pechos”, y entre los isleños “El Campanario”, acusando una altura total de 1951 metros.
Este elevado grupo de rocas se cree que constituya el célebre adoratorio de Umiaga, o sea, el sitio donde tenían lugar las ofrendas religiosas. Después de una ascensión llena de peligros, se llega a una excavación de diez a quince metros de altura terminada por dos explanadas oblícuas, formando ángulo obtuso y abiertas al sudeste.
En la explanada superior existen cinco pilas abiertas en la roca, que es de un basalto muy duro, de las cuales tres son de figura circular y dos elípticas, ordenadas de modo que las tres circulares se encuentran en el centro y las dos elípticas en los extremos, hallándose estas últimas en comunicación cada una con otra circular y quedando la del centro aislada de las demás. Al pie de la roca gotea un agua pura y cristalina que recogen las pilas redondas, y cuando éstas se desbordan pasa el sobrante a las elípticas. Tienen las pilas 26 centímetros de profundidad, con un diámetro las primeras de 33 centímetros y un semidiámetro las segundas de 50. Hállanse labradas con tan rara perfección que, al examinarlas, se duda con qué clase de cincel se hayan podido abrir. La segunda explanada forma un ángulo de treinta grados con el horizonte, y hay en el borde vestigios de una pared, siguiendo luego un corte vertical que podrá tener más de 800 metros de elevación, precipicio espantoso cuya vista produce vértigos. Desde este sitio, que es el culminante de la isla, se domina completamente toda su parte sur y oeste, presentando un espectáculo tan grandioso como imponente.
En otro de los bordes del mismo cráter de Tirajana que mira hacia el sudoeste, se levanta una montaña llamada la “Fortaleza”, que tiene sobre el nivel del valle unos 250 metros de altura. Hállase perforada en su base por un túnel natural que la atraviesa de naciente a poniente. Esta curiosa abertura tiene 30 metros de longitud por 8 de ancho, con una altura cómoda y proporcionada y rampas artificiales para su entrada y salida. En esta montaña coloca la tradición otro almogarén, y aunque es hoy de difícil acceso, ha sido sin embargo explorada, encontrándose en ella una multitud de cuevas que se supone estuvieron habitadas por los faisanes encargados de recibir las ofrendas expiatorias. El lugar consagrado especialmente a este uso parece haber sido una concavidad en figura de brasero, abierta en piedra de tres a cuatro metros de diámetro, que se eleva en lo más alto de una de las estribaciones de la montaña.
Réstanos hablar de Tirma, en cuya localidad, hoy árida y desolada, no se han encontrado vestigios de almogarenes. Constituye la planicie que lleva su nombre una meseta de 200 metros sobre el nivel del mar, donde no se ve la menor vegetación aunque pudiera haber estado en otros siglos cubierta de pinares.
En el centro del valle aparecen todavía las ruinas de dos casas de construcción canaria, y en la falda de la montaña hay restos de otras viviendas que revelan el mismo origen. Tal vez el sitio del almogarén se halle oculto en las fragosidades de la vecina sierra, o quizá, con el transcurso del tiempo, haya cambiado de nombre aquella localidad.
GRUPO OCCIDENTAL
· Tenerife
La creencia en un solo dios estaba asimismo arraigada en esta isla, designando al Ser supremo con diversos nombres según los diferentes atributos que le concedían; así es que se le llamaba Achuhurahan, “grande”; Achahucanac, “sublime”; Achguayageraxi, “espíritu del cielo”; de Guaya, “espíritu”, y geraxi o Hiraxi, “cielo”; Menceito, rey de todo lo existente; Acornó o Acorán, “dios”; Acamán, nombre con que también se designaban al Sol o a la Luna, y Atguaichafán, “el que sostiene el cielo”.
El dogma de la inmortalidad del alma estaba generalmente admitido, manifestádose, lo mismo que en Gran Canaria, en el cuidado con que guardaban y conservaban los cuerpos de los que morían, proporcionándoles armas y alimentos para continuar la vida ultraterrestre que les estaba reservada.
El espíritu del mal, personificado en un ser llamado Guayota, lo encerraban en las entrañas del Teide, que con frecuencia estaba en erupción, inspirándoles un terror invencible. Por eso tal vez denominaban al infierno Echeyde. Sus ofrendas consistían en frutos y leche y tenían mujeres que, como las maguas, vivían en comunidad y clausura. Los encargados del culto eran los Guañames o consejeros, que ejercían también el cargo de agoreros adivinando lo futuro por medio de la dirección del humo y del balido de las ovejas. Era doctrina entre ellos que dios había formado al hombre y a la mujer con agua y tierra, dándoles ganados para su alimento, y qué después, habiendo determinado dar vida a mayor número de hombres sin aumentar el ganado, dios había dicho a estos: “Servid a esos otros y daros han de comer”. Y de allí provienen los achicaxna o villanos.
Las sacerdotisas vivían en grandes cuevas y administraban a los recién nacidos una especie de bautismo, lo mismo que en Gran Canaria, ocupándose además de la enseñanza de la juventud. Otros autores aseguran que si el recién nacido era varón, correspondía a los guañames esta ceremonia.
Es de presumir que los guanches o tinerfeños tuviesen objetos para representar al Ser supremo que adoraban, tanto más que Nuñez de la Peña asegura “que hacían retratos de los reyes o de los hidalgos, en tabla... y aunque sus matices eran toscos, era curiosa la obra”. Asimismo es probable que el culto externo estuviese sujeto a ritos y ceremonias no reveladas por los vencidos guanches, o que los vencedores cristianos se cuidaron de inquirir.
· La Palma
Se niega generalmente a los indígenas palmeros el conocimiento de dios; pero es indudable que tenían alguna idea de un poder superior y absoluto, la cual acudían en sus aflicciones y necesidades. En cada distrito o señorío había una especie de obelisco o pirámide de piedra suelta que era objeto de una veneración especial, y en donde se reunían en ciertos días del mes a implorar la clemencia divina. Estas romerías o procesiones eran celebradas con bailes, juegos y banquetes, dando lugar a luchas y otros ejercicios corporales y aún a los de la inteligencia, si hemos de creer a aquellos que nos hablan de endechas y romances allí recitados, conmemorando las hazañas y virtudes de los abuelos. En el territorio de Eceró o la Caldera había un roque llamado Idafe, muy elevado, que servía de pirámide a los habitantes de este distrito y al cual rendían homenaje. Ofreciánle las entrañas de los animales sacrificados y, temiendo su caída, cantaban en son de rogativa estas palabras: Iguada Iguan Idafe que significaba: “Dice que caerá Idafe”. Y respondía el que llevaba la ofrenda Que guerte Iguan taro: “Dale lo que traes y no caerá”. Diciendo esto arrojaban las entrañas dejándolas al pie del roque para que sirviera de pasto a los cuervos.
Veneraban también al Sol y la Luna, y parece que reconocían un poder maléfico llamado Irnene, opuesto al benéfico que recibía el nombre de Abona.
Es verosímil la existencia de una clase sacerdotal que sirviera de intérprete a la voluntad divina; pero los historiadores nada nos han dejado respecto a este particular, consignando sólo lo que llevamos expuesto.
· Gomera
No hay noticia alguna sobre la religión de los gomeros, dudando nuestros cronistas si tenían noción alguna de un Ser supremo a pesar de lo que nos dice Azurara.
Las frecuentes entradas de los corsarios europeos, la despoblación creciente de la isla y la introducción de nuevas creencias entre los escasos isleños que componían las cuatro bandos de Mulagua, Agana, Hipalán y Orone, fueron causa de que se borrasen al fin los recuerdos de sus ceremonias religiosas y aceptasen el bautismo, mezclando los nuevos ritos con el culto idólatra de sus mayores.
Sin embargo, recientes exploraciones en esta isla, tan interesante como injustamente olvidada por viajeros y cronistas, nos autorizan a creer que en ella existía el mismo elemento religioso y las mismas creencias que hemos señalado respecto a las demás islas del grupo.
En la “Fortaleza de Chipude”, meseta de basalto de superficie elíptica y de flancos verticales, se han descubierto, entre otros curiosos vestigios de la existencia del hombre en aquella áspera e inexpugnable localidad, edificios que parecen haber servido de vivienda a los indígenas; corrales para encerrar ganado menor; pequeños círculos de piedra de cuatro, seis y más decímetros de luz, que debieron servir para recoger líquidos, y restos de algunos “pireos”, entre los cuales se conserva uno de forma elíptica de metro y medio de largo por noventa y cinco centímetros de ancho, orientado su eje mayor de N. a S. y de paredes de un metro de alto, formadas con piedras largas, gruesas y quemadas por el fuego.
En el fondo de este curioso y rústico monumento se han descubierto huesos de cabra y cabrito calcinados y cuchillos de piedra, al parecer de fonolita, con los que sin duda hacían sus sacrificios.
Todo esto nos prueba evidentemente que, teniendo los pobladores de Canarias un mismo origen, sus creencias debieron ser iguales –como repetidas veces lo hemos consignado- y aunque el tiempo y nuevas invasiones alteraron con frecuencia las principales ceremonias y hasta lo consiguieron, en algunas localidades, que fuesen olvidadas, los monumentos encontrados van revelando la unidad de religión, así como de lenguaje y raza, y demostrando la insuficiencia de nuestros datos históricos y el descuido e inexactitud de nuestros primeros cronistas.
· Hierro
También los herreños conservaban la idea de un Ser superior que les protegía en sus adversidades, dotándole de sexo, pues un dios para los hombres, llamado Eaoranhan, y una diosa para las mujeres, a la que daban el nombre de Moneiba. Suponían ellos que estos dioses descendían desde las alturas, donde era su morada, y se detenían para oír sus peticiones en dos roques que hoy llaman, por eso, los Santillos, situados en los ricos de Bentaiga.
Lo mismo que en las demás islas rodeaban la montaña, dando grandes alaridos después de un forzoso ayuno de tres días, y pedían agua para sus sementeras, acompañando sus gritos con lágrimas y sollozos y con los balidos del ganado hambriento en tales ocasiones.
Si la ceremonia era ineficaz, iba el agorero o sacerdote al distrito de Tacuitunta donde había una cueva llamada Asteheita y, entrando en ella, permanecía algún tiempo en oración, hasta que hacía salir un cerdo que los isleños llamaban Aranfaibo, creyendo que dentro del amimal iba un espíritu conocedor de sus necesidades y mediador con la divinidad, para alcanzarles el agua que deseaban.
Cuando el cerdo salía de la cueva era inmediatamente recogido y envuelto en un tamarco, y así lo llevaban a Bentaiga, paseándolo alrededor de la montaña con gran veneración.
Si llovía, soltaban al cerdo, que se volvía a su cueva o era conducido a ella para que el faicán o sacerdote pudiese repetir la escena.
Estos agoreros o faisanes eran hombres que ejercían una poderosa influencia en toda la isla, pues se cuenta que uno de ellos, llamado Yone, muchos siglos antes de la llegada de los primeros buques europeos, había vaticinado que, cuando su cuerpo estuviese reducido a polvo, vendría por mar en una casa blanca su dios Eraoranhan para que le reconocieran y adorasen, en cuyo día sería inútil toda resistencia, debiendo someterse sin reñir.
Esta tradición parece que influyó eficazmente en la rápida rendición de la isla a las armas de Bethencourt.
De todo lo expuesto deducimos que había en las siete islas ritos comunes a todos sus habitantes, reveladores de un común origen. Las ideas de dios, de un espíritu del mal y del alma, y aún aquellas que se referían a recompensas y castigos después de la muerte, se muestran con evidencia en esos ritos, a pesar de las escasas noticias que los conquistadores y viajeros nos han suministrado. Adoratorios en lugares determinados, personas de ambos sexos consagradas la culto, signos externos de la divinidad, ofrendas de miel y leche y sacrificios de animales escogidos, iguales procedimientos para implorar la clemencia del cielo, ayunos, maceraciones y penitencias, una influencia sacerdotal preponderante, todo esto se hallaba establecido en el Archipiélago, aunque con las alteraciones que el aislamiento había introducido en el transcurso de los siglos, modificando, omitiendo y adicionando en su forma, mas no en su fondo, la mayor parte de aquellas tradiciones, ceremonias y ritos.