Mi?rcoles, 23 de agosto de 2006

Reflexión, publicada en El Día, del Padre Fernando Lorente, capellán de la Clínica San Juan de Dios,


Luz en el Camino Fernando Lorente, o.h. *


5ª Reflexión veraniega: el tiempo

A POCO QUE REFLEXIONEMOS, tendremos que reconocer esta realidad: Que parte de la herencia que el cristiano ha recibido de Dios es el tiempo. El tiempo es la distancia que nos separa de ese momento en que nos presentaremos ante Dios con las manos llenas o vacías. Sólo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer.

"Si amas la vida, economiza el tiempo, porque de tiempo se compone la vida. Y lo mismo, si es el tiempo el más precioso de los bienes, la pérdida del tiempo es la mayor y más grave de las prodigalidades", nos advierte el gran escritor francés, Franklin. Ninguno de nosotros podemos alargar la vida, pero sí profundizarla. Y ciertamente, ni un segundo podremos alargar nuestra vida, pues el inicio y el fin de ésta sólo Dios lo conoce y dispone de ella providencialmente. El fin de nuestra vida es realizar el sueño de Dios que tuvo sobre nosotros en la cuna.

Por eso, aprovechar hasta el máximo la vida que Dios nos regala, ésta es y debe ser nuestra tarea permanente. Cada minuto, cada hora, cada mes, cada año, que Dios nos concede constituyen un precioso regalo que debemos agradecer sinceramente y aprovecharlo al máximo. Y todavía más. El tiempo, hecho de pasado, presente y futuro, solamente en cuanto es presente depende de nosotros. El pasado ya es irrecuperable y el futuro es desconocido y no podemos todavía disponer de él. Sólo el presente es nuestro y depende de nosotros el emplearlo debidamente y el ahondarlo. El hoy, por tanto, es siempre el mejor tiempo y el más seguro. Vale más que el ayer y que el mañana El momento presente es como un cheque en blanco que Dios providente pone en nuestras manos para que lo administremos diligentemente, haciendo el bien, ayudando al que nos necesita y realizándonos en plenitud. ¡Cuánto se aprecia el tiempo vivido y empleado así! No dejemos de recordar que, parte de la herencia que el cristiano ha recibido de Dios, es el tiempo. Constituye la distancia que nos separa de ese momento en que nos presentamos ante Dios con las manos llenas o vacías. Sólo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer. Cada día de nuestra vida es un tiempo que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él, de caridad para quienes nos rodean, de trabajo bien hecho... Ahora es el momento, el tiempo, de hacer el "tesoro que no envejece", porque nos está diciendo que no es suficiente consumir el tiempo y llegar al final con las manos limpias pero vacías de buenos frutos. Terminemos con la encomienda de San Agustín: "Ejercitémonos en la obra, trabajar en la viña; al terminar el día -el tiempo de cada uno- pidamos el salario".

* Capellán de la Clínica

S. Juan de Dios


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