Lunes, 18 de septiembre de 2006

Artículo de el Padre Fernando Lorente, o.h. publicado en la REVISTA DE LA CLÍNICA SAN JUAN DE DIOS, año XXII, núm 64 y 65, 2006.

HOY, SAN JUAN DE DIOS



HACE MÁS DE CINCUENTA AÑOS me encontraba en Granada, añorando la celebración del Cuarto Centenario (1550-1950) de la muerte de S. Juan de Dios. Viví con gozo los preparativos de este acontecimiento, celebrado con tanto realce histórico con la participación del pueblo español y portugués y sus respectivos gobiernos, recorriendo sus campos y ciudades como peregrinos, acompañando los restos mortales del Santo. Se escribió en esta fecha mucho sobre la figura humana y divina de San Juan de Dios a todos los niveles intelectuales y profesionales. Repasando esta riqueza histórica, recojo aquí un artículo como sustitución al que todos los años, desde entonces, he venido escribiendo periodísticamente en donde me he encontrado. Lo transcribimos. Lleva este título: «Las manos de San Juan de Dios.

Encontrarnos con unas manos caritativas en los momentos tristes y dolorosos de nuestra existencia, equivale a encontrarnos con un poco de cielo en la tierra por la que vamos caminando como mendigos de la Luz y de la Verdad, con la esperanza de alcanzar el descanso perfecto de la Otra Orilla. El hombre enfermo padece y sufre en el cuerpo y en el alma; el hombre siente la necesidad de que alguien se acerque a él con una palabra de consuelo, de comprensión, con una actitud de caridad. ¡Se agradece tanto! Los pobres y los enfermos no necesitan tan solo pan, sino también, y sobre todo, palabras de amor en su forma sublime de caridad. Una medicina puede calmar las molestias físicas. Una palabra de aliento puede realizar el prodigio de llenarnos el alma de claridad y el corazón de dulzura.

Las manos de San Juan de Dios, que supieron de rebaños, de batallas y de libros, hallan al fin su camino marcado por el Señor. No descansarán las manos de este loco a lo divino, como otro San Juan de la Cruz. Día tras día se irán posando como las palomas celestiales en las frentes de los enfermos, en las personas indigentes, en los lechos de los hospitales. Allí donde existe el dolor, una herida, una huella de la miseria, irán las manos de San Juan de Dios, para recrearse en el ejercicio de una caridad maravillosa. San Juan de Dios, que nada tiene, que todo lo sufre con la alegría de los elegidos, lo da todo con esa generosidad sin límites, que es como el matasellos de la santidad. Ya no son dos manos, sino muchas manos, centenares y millares de manos, que forman un ejército bajo el lema de la Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios.

La mies es mucha -la mies de la humanidad doliente-, los hermanos de esta Orden se extienden por la piel del mundo como un aire fresco de mañana, como una luz de amanecer... Unas palabras a media voz, una suave sonrisa, un apretón de manos... El vaso de agua, el medicamento a la hora marcada, el paño de colonia fresca sobre la frente, el arreglo de las sábanas... Y los consejos paternales. Qué más calma nos produce la tranquilidad de la conciencia, el estar a bien con Dios, que todas las demás cosas del mundo. «Andad a duermen y vela, el pie en el estribo; pues no sabemos la hora que llamarán a la puerta de nuestra ánima».

San Juan de Dios nace en Portugal (Montemayor el Nuevo) y muere en España (Granada). Muere el santo (1550), pero queda en pie su obra. «Ya no se mueven sus manos, pero se mueven incesantemente las manos de sus hijos». Francisco Javier Martín Abril.
Que las manos de San Juan de Dios sigan firmes en sus movimientos de acercamiento y presencia ante los enfermos y nece¬sitados, y las de sus cooperadores en tan alta misión hospitalaria a desarrollar en sus Centros. Celebramos la fiesta de San Juan de Dios con esta realidad y con esta esperanza.

* Fernando Lorente, o.h.


Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios