Art?culo publicado en Revista Semanal de
EL D?A, s?bado 25 de Noviembre de 2006
JOS? JAVIER HERN?NDEZ GARC?A
Con admiraci?n y gratitud a la Comisi?n pro Plaza de Santa Catalina. No existe ning?n parecido entre el paisaje ?rido de la regi?n del Sina?, en Egipto, y la verde campi?a del municipio tinerfe?o de Tacoronte. Nada que., ver, estimado lector. Ni el sol abrasador de aquellas tierras guarda tampoco relaci?n con la luz que ba?a este suelo tinerfe?o capaz de producir el preciado vino, de tan ricos matices. La suave pendiente de tierra f?rtil que arranca de la cumbre isle?a para morir casi de golpe en la costa atl?ntica del Pris o de la Mesa del Mar para nada recuerda los milenarios valles y las alturas inh?spi?tas que miran al mar Rojo. Entre una y otra comarca nada es comparable y todo es opuesto, a no ser la magnificencia del paisaje, afable y sereno en la comarca del Guayonge, recio y dram?tico en la cadena monta?osa que se levanta como una pesadilla al sur de la pen?nsula egipcia y que tuve la fortuna de visitar hace pocos a?os gracias a otro tacorontero, D. Juli?n de Armas. ?Para qu? entonces esta extra?a comparaci?n?
Quiz? estos dos puntos geogr?ficamente distantes tienen a mi modo de ver un lazo de uni?n que los acerca. Un hecho hace posible que aqu? y all? un mismo p?lpito recree cada a?o sentimientos y devociones paralelas. Se trata del antiguo patronazgo y dedicaci?n a Santa Catalina de Alejandr?a. Cada 25 de noviembre la comunidad ortodoxa del monasterio cristiano m?s antiguo del mundo con sus 40 monjes celebra en la iglesia coventual de la Transfiguraci?n los ritos propios de la festividad de la
Santa, cuyos restos reposan junto a la zarza ardiente que cambi? la vida del pueblo hebreo.
Antiqu?simos legajos y valiosos iconos iluminados por la luz plateada de las l?mparas votivas adornan el lugar en el cual fue depositado y recibe veneraci?n el cuerpo de Catalina; y cercano a la muralla se encuentra el brocal del pozo de Jetro, el suegro del patriarca que condujo a su gente por el desierto, oculta secularmente entre almendros y cipreses su agua milenaria. Es el agua que buscan sin descanso los ?rboles de la zona, hundiendo sus ra?ces. Hasta diez y quince metros de profundidad, me dec?a un beduino compa?ero de viaje, entierran las acacias del Sina? sus pies en la arena reseca en su lucha por la supervivencia.
De una misma manera, afianzado con firmeza, como esas acacias del desierto de las que el propio Mois?s se vali? para construir su Arca de la Alianza, creci? el conocimiento de la mujer que se atrevi? a rebatir las ideas paganas de Majencio y fue escuchada por todos los sabios de Alejandr?a a quienes transmit?a con conocimiento de causa sus ideas acerca de la fe de Cristo.
El culto a Santa Catalina La muerte violenta de Santa Catalina, su traslado milagroso al Sina? y las cruzadas en defensa de los Santos Lugares hizo extender con rapidez su culto cuyo primer vestigio es una pintura del siglo VII encontrada en Roma, pero se difunde sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo X. Muy popular en el siglo siguiente, especialmente en Francia, se propag? en el siglo XII por muchas partes de Europa, entre otras cosas por obra de los citados cruzados. En el siglo XIII las ?rdenes mon?sticas m?s antiguas empezaron a celebrar la fiesta de la Santa m?rtir, costumbre documentada tambi?n entre los frailes mendicantes desde su fundaci?n. La Universidad de Par?s la proclam? su patrona. Hoy es protectora de los estudiantes, fil?sofos, prisioneros y de cuantos se relacionan por su oficio con la rueda: carreteros, molineros, y en Tenerife de un modo particular con los que trabajaban en el siglo XVI en los ingenios azucareros y en las diferentes actividades propias del ca?amelar.
La popularidad del culto a Santa Catalina explica su consistente presencia en la literatura, en el folclore y en las artes figurativas, donde se hallan los atributos iconogr?ficos m?s comunes: la rueda y la espada, que indican el martirio; la corona, con la alusi?n a la realeza, y en ocasiones el libro, s?mbolo de la sabidur?a.
La iglesia de Santa Catalina en Tacoronte Es un portugu?s, Sebasti?n Machado, oriundo de Guimaraes; quien se establece n Tacoronte finalizada la conquista, con menas datas de tierras, y coloca la primera piedra del culto y devoci?n a la Santa, m?rtir de Alejandr?a. En 1508 ya se nombran donativos para la nueva f?brica. Es ?l por tanto quien erige en el siglo XVI una hermosa ermita que con el tiempo evoluciona para convertirse en el espl?ndido monumento de hoy, uno de los mejores ejemplos de arquitectura religiosa en la isla. Se trata de un bello templo de tres naves con una capilla mayor que destaca su altura del resto del edificio mediante un arco de medio punto apoyado sobre columnas de capitel j?nico. Tambi?n en su interior merece la pena detener el paso ante la variada riqueza retabl?stica, contemplar sus armaduras de madera de tea, con sus pares de tirantes y decoraci?n de motivos geom?tricos de estrellas; el inigualable suelo de piedra ori?ginal y una rica imaginer?a, adem?s de inte?resante obra pict?rica de primer orden. No extra?a que todo este conjunto maravillase a Dulce Mar?a Loynaz cuando asiste, como madrina, al bautizo de su sobrina canaria a quien se le impuso su mismo nombre. Una torre prism?tica se levanta junto al muro norte, realzada por los sillares de canter?a de sus aristas y los que enmarcan los vanos. En lo m?s alto, el cuerpo de campanas de abertura doble a cada frente corona la magn?fica estructura para lanzar a los cuatro vientos, hoy 25 de noviembre, los m?s ale-gres sonidos.
La plaza de Santa Catalina Santa Catalina no ten?a plaza, el lugar que daba acceso a la iglesia por su frente hasta bien avanzado el siglo XX no pod?a de ninguna manera recibir esa denominaci?n. Una plaza, en el sentido m?s profundo que el isle?o otorga a ese espacio l?dico, popular, es el pre?mbulo de lo importante, de lo sacro, de lo festivo. Se hac?a notar su falta en torno a la iglesia m?s antigua de Tacoronte.
Pero hubo un tacorontero, Domingo Mart?n D?az, que puso por obra levantar una plaza que enmarcara y ennobleciera aquel templo de la Patrona. El dio el primer paso y otros muchos lo siguieron con igual entusiasmo. Fueron tantos que ser?a imposible nombrarlos aqu? y m?ritos no les falta. Nunca se les podr? olvidar, ni a ?l ni tampoco a sus colaboradores. Pero aquel tes?n de don Domingo era lo que empujaba a los dem?s a continuar en el empe?o. Siete a?os cost? terminar la obra, muchos n?meros de loter?a vendidos y mucho sudor y sacrificio que s?lo estas personas y sus familias podr?an narrar. Qu? orgullo es para los pueblos contar con gente poseedora de ese talante desinteresado, capaces de darlo todo sin pedir nada a cambio.
Domingo Mart?n naci? en Tacoronte el 4 de julio de 1920. Piedra a piedra, d?a a d?a trabaj? de firme hasta completar la idea. Y no se equivocaron ni ?l ni sus ilusionados compa?eros. El lugar se dignific? y Santa Catalina cont? con su plaza y sus nuevas farolas de luz alumbrando al atardecer. Y se trajeron los callados desde Las Eras de Arico y otros desde el barranco de San Andr?s en Santa Cruz. Siempre qued? un remanente que se utilizaba o bien para confeccionar la puerta del sagrario, para enviar algunas campanas deterioradas a Valencia, o para limpiar la canter?a del exterior de la iglesia, oculta a veces por la cal.
Cuando se pisa el suelo empedrado de la plaza, cuando la patrona del municipio cruza con Santa Cecilia ese espacio cada 25 de noviembre, imagino que muchos tacoronteros que lo vivieron piensan con cierta emoci?n en los art?fices de esta obra. Como ocu?rre siempre, unos est?n y otros ya se han ido. Domingo Mart?n D?az falleci? har? pronto un a?o.
He vuelto a recorrer la plaza, el fino dise?o de su dibujo me ha parecido un trabajo original, digno de ser respetado en su integridad. Mucho coraz?n se descubre en cada metro cuadrado de superficie, entrega absoluta y solidaria que hoy valoramos en su justa medida.
Pero los pueblos no siempre olvidan con facilidad y el Ayuntamiento presidido por su alcalde Herm?genes P?rez Acosta tuvo el acierto de homenajear a este grupo de ciudadanos de la Comisi?n Pro Plaza de Santa Catalina, al frente del cual estuvo siempre Domingo Mart?n. Una placa que va a ser repuesta en su sitio seguir? recordando tanta dedicaci?n al lugar de sus or?genes.
Santa Catalina, la imagen y su fiesta Las fiestas de Tacoronte, sus devociones m?s se?eras, tienen un gran poder de convocatoria en todos los pueblos de la isla. Lo pude constatar el pasado septiembre, observando la multitud que se congrega en torno a su c?lebre Cristo de los Dolores.
Vienen de cualquier rinc?n de Tenerife. Santa Catalina es si cabe m?s familiar, m?s recogida, pero no menos aut?ntica. Es una fiesta que desprende aire de celebraci?n antigua, ya con aroma a casta?a asada y sabor a vino nuevo porque el oto?o pleno se respira un a?o m?s en el ambiente. Es una fiesta que aparece como de puntillas, como si no precisase grandes preparativos, los vecinos que acuden se re?nen para la misa mayor en el interior del templo, no porque haga fr?o sino porque siguen creyendo con el coraz?n que all? dentro est? lo importante. Fiesta sin grandes ruidos ni algarab?as, pero fiesta hermosa donde las haya. El Ayuntamiento acude en pleno, vestido de gran gala, y se pasea con todos los honores el s?mbolo de la ciudad. Hay m?sica, fuegos, baile de magos y turroneras. Aqu? no se implantan luces hirientes ni sonidos molestos, pero todo lo que se organiza destila un grado de solemnidad, de encantamiento que no pasa desapercibido, ni siquiera para el que llega de fuera como es mi caso.
Para quienes gustamos de la imaginer?a y el Arte, contemplar la imagen de Santa Catalina es ya una celebraci?n. Recorrerla con la mirada es una fiesta por s? misma. La finura de la talla, la belleza de su modelado nos reafirma que estamos ante una de las representaciones de la Santa m?s hermosas de este pa?s y posiblemente una de las obras cumbre del grancanario Luj?n P?rez. Comenzar? la funci?n lit?rgica, presidida por los nuevos p?rrocos: don Rufino P?rez de Leceta y don Carlos Arceniega, apellido derivado del nombre de la villa alavesa de Artziniega. Alrededor del altar predominar? el color rojo de las casullas que es el color del martirio, pero el coro, a los pies de la nave central, llenar? esta tarde del 25 con sus sones m?s elevados el espacio sagrado, vibrante entre la toba volc?nica de los arcos y las armaduras de tea. A la izquierda, es casi imposible evitarlo, la mirada se detiene nuevamente en la Santa, que se representa magn?fica, sobre nubes, anunci?ndose en el pre?mbulo ya de su Gloria. Nada recordar?a su martirio si no fuera por la presencia de esos s?mbolos iconogr?ficos que la acompa?an y esa palma que levanta el ?ngel situado a los pies.
La fiesta mantiene su car?cter y el espacio es capaz de transportarnos en el tiempo. Santa Catalina de Alejandr?a o de Tacoronte convoca a todos en este s?bado, coincidiendo con la esperanza de unos campos que quieren renacer en la h?meda realidad de su oto?o.
Afuera, la imaginaci?n intenta revivir el recuerdo de los muros de la primitiva ermita levantada en el siglo XVI por Sebasti?n Machado sobre el mismo solar que ocupa el templo actual, o aquel entramado de palos de los que se colg? la ?nica campana anunciadora en los primeros renglones de la historia de la ciudad.
Mis amigos y yo probaremos el vino nuevo y compartiremos un plato de casta?as asadas antes de volver a nuestras casas en Santa Cruz. Cada 25 de noviembre es como un milagro que se repite. Es la fiesta que esperamos todo el a?o y nos gusta pensar que tambi?n Santa Catalina espera por nosotros.