Jueves, 30 de noviembre de 2006
LXXXVIII ASAMBLEA PLENARIA
DE LA
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPA?OLA



Orientaciones morales ante
la situaci?n actual de Espa?a


Instrucci?n Pastoral


Madrid, 23 de noviembre de 2006


? N D I C E


INTRODUCCI?N


I. UNA SITUACI?N NUEVA: FUERTE OLEADA DE LAICISMO


A. La reconciliaci?n, amenazada
B. La difusi?n de la mentalidad laicista
C. Sobre las causas de la situaci?n


II. RESPONSABILIDAD DE LA IGLESIA Y DE LOS CRISTIANOS

A. Superar la desesperanza, el enfrentamiento y el sometimiento
B. Anunciar el gran ?s? de Dios a la Humanidad en Jesucristo

III. DISCERNIMIENTO Y ORIENTACIONES MORALES

A. Desde una identidad cat?lica vigorosa
B. Vivir la caridad social para el fortalecimiento moral de la vida p?blica
a. La Iglesia y la sociedad civil
b. Algunas cuestiones que dilucidar
1. Democracia y moral
2. El servicio al bien com?n
3. Mejorar la democracia
4. Respeto y promoci?n de la libertad religiosa
5. El terrorismo
6. Los nacionalismos y sus exigencias morales
7. El ejercicio de la caridad


CONCLUSI?N



INTRODUCCI?N

1. Los miembros de la Iglesia hemos recibido, por el don del Esp?ritu Santo, la capacidad de vivir en el mundo como hijos de Dios, en Cristo y por Cristo. Con este don inapreciable, hemos recibido tambi?n el encargo de continuar y extender la misi?n de Jes?s, anunciando la llegada del Reino de Dios, con el perd?n de los pecados y el nacimiento a la vida eterna.

2. La uni?n con Cristo por la fe y los sacramentos no nos aparta de la sociedad. Vivimos entre los hombres, con las mismas obligaciones y los mismos derechos; participamos, como los dem?s, en las solicitudes y trabajos de cada momento, sufrimos influencias semejantes y nos vemos interpelados por los mismos acontecimientos y situaciones. El mandato del Se?or y la misi?n recibida nos vincula estrechamente al bien de nuestros conciudadanos y a la vida de la sociedad entera[01].

3. La Iglesia tiene sus ra?ces en la eternidad y, por tanto, en el origen y futuro divinos del tiempo. Los cristianos vivimos arraigados en Cristo y en comuni?n con la Trinidad Santa. Esta vida sobrenatural que Dios nos da por Jesucristo tenemos que vivirla en las circunstancias cambiantes de la sociedad de la que formamos parte. Por eso necesitamos intentar comprender mejor el mundo en el que nos encontramos: sus problemas, sus valores y deficiencias, sus expectativas y deseos; especialmente, cuando se producen situaciones nuevas. De este modo, podremos seguir anunciando los dones y las promesas de Dios a nuestros hermanos con un lenguaje directo y comprensible que responda de verdad a los interrogantes de cada momento.

4. Con esta Instrucci?n Pastoral, los Obispos de las Iglesias que est?n en Espa?a, reunidos en Asamblea Plenaria, ofrecemos nuestra aportaci?n al discernimiento que hoy es necesario hacer. Deseamos favorecer la comuni?n eclesial en estos momentos de tanta complejidad y animar a los cat?licos a participar activamente en la vida social y p?blica manteniendo la integridad de la fe y la coherencia de la vida cristiana. A la vez, intentamos tambi?n ayudar a descubrir las implicaciones morales de nuestra situaci?n a cuantos quieran escucharnos. La consideraci?n moral de los asuntos de la vida p?blica lejos de constituir amenaza alguna para la democracia, es un requisito indispensable para el ejercicio de la libertad y el establecimiento de la justicia. Cumplimos as? con el compromiso adquirido y anunciado en la Asamblea Plenaria Extraordinaria del pasado mes de junio[02].


I. UNA SITUACI?N NUEVA: FUERTE OLEADA DE LAICISMO

A. La reconciliaci?n, amenazada


5. Es ya un t?pico referirse a los r?pidos y profundos cambios que se han dado en la sociedad espa?ola en los ?ltimos decenios. Lo cierto es que nuestra historia reciente es m?s agitada y convulsa de lo que ser?a deseable. No se puede comprender bien lo que estamos viviendo en la actualidad, si no lo vemos en la perspectiva de lo ocurrido a lo largo del siglo pasado, respetando serenamente la verdad entera de la complejidad de los hechos. No vamos a entrar ahora en an?lisis pormenorizados a este respecto. Basta tener en cuenta la historia, a veces dram?tica, como maestra de sensatez y cordura[03].

6. S?lo queremos referirnos a dos datos de la historia reciente que tienen para nosotros especial importancia. El primero es el advenimiento de la democracia en Espa?a. El final del r?gimen pol?tico anterior, despu?s de cuarenta a?os de duraci?n, fue un momento hist?rico delicado, lleno de posibilidades y de riesgos. En aquella coyuntura, la Iglesia que peregrina en Espa?a, iluminada por el reciente Concilio Vaticano II y en estrecha comuni?n con la Santa Sede, superando cualquier a?oranza del pasado, colabor? decididamente para hacer posible la democracia, con el pleno reconocimiento de los derechos fundamentales de todos, sin ninguna discriminaci?n por razones religiosas. Esta decidida actitud de la Iglesia y de los cat?licos facilit? una transici?n fundada sobre el consenso y la reconciliaci?n entre los espa?oles. As?, parec?a definitivamente superada la tr?gica divisi?n de la sociedad que nos hab?a llevado al horror de la guerra civil, con su cortejo de atrocidades. Perd?n, reconciliaci?n, paz y convivencia, fueron los grandes valores morales que la Iglesia proclam? y que la mayor?a de los cat?licos y de los espa?oles en general vivieron intensamente en aquellos momentos. Sobre el trasfondo espiritual de la reconciliaci?n fue posible la Constituci?n de 1978, basada en el consenso de todas las fuerzas pol?ticas, que ha propiciado treinta a?os de estabilidad y prosperidad, con las excepciones de las tensiones normales en una democracia moderna, poco experimentada, y de los obstinados ataques del terrorismo contra la vida y seguridad de los ciudadanos y contra el libre funcionamiento de las instituciones democr?ticas. Cuando ahora se dice que la Iglesia cat?lica es ?un peligro para la democracia?, se olvida que la Iglesia y los cat?licos espa?oles colaboraron al establecimiento de la democracia y han respetado sus normas e instituciones lealmente en todo momento[04].

7. Al parecer, quedan desconfianzas y reivindicaciones pendientes. Pero todos debemos procurar que no se deterioren ni se dilapiden los bienes alcanzados. Una sociedad que parec?a haber encontrado el camino de su reconciliaci?n y distensi?n, vuelve a hallarse dividida y enfrentada. Una utilizaci?n de la ?memoria hist?rica?, guiada por una mentalidad selectiva, abre de nuevo viejas heridas de la guerra civil y aviva sentimientos encontrados que parec?an estar superados. Estas medidas no pueden considerarse un verdadero progreso social, sino m?s bien un retroceso hist?rico y c?vico, con un riesgo evidente de tensiones, discriminaciones y alteraciones de una tranquila convivencia.

B. La difusi?n de la mentalidad laicista

8. El otro factor que queremos resaltar, porque es decisivo para interpretar y valorar desde la fe las nuevas circunstancias, es el desarrollo alarmante del laicismo en nuestra sociedad. No se trata del reconocimiento de la justa autonom?a del orden temporal, en sus instituciones y procesos, algo que es enteramente compatible con la fe cristiana y hasta directamente favorecido y exigido por ella[05]. Se trata, m?s bien, de la voluntad de prescindir de Dios en la visi?n y la valoraci?n del mundo, en la imagen que el hombre tiene de s? mismo, del origen y t?rmino de su existencia, de las normas y los objetivos de sus actividades personales y sociales.

9. Dentro de un cambio cultural muy amplio, Espa?a se ve invadida por un modo de vida en el que la referencia a Dios es considerada como una deficiencia en la madurez intelectual y en el pleno ejercicio de la libertad. Vivimos en un mundo en donde se va implantando la comprensi?n atea de la propia existencia: ?si Dios existe, no soy libre; si yo soy libre no puedo reconocer la existencia de Dios?. ?ste -aunque no siempre se perciba con tal explicitud intelectual- es el problema radical de nuestra cultura: el de la negaci?n de Dios y el de un vivir ?como si Dios no existiera?. La extensi?n del ate?smo provoca alteraciones profundas en la vida de las personas, puesto que el conocimiento de Dios constituye la ra?z viva y profunda de la cultura de los pueblos, y es el factor m?s influyente en la configuraci?n de su proyecto de vida, personal, familiar y comunitario[06].

10. El mal radical del momento consiste, pues, en algo tan antiguo como el deseo ilusorio y blasfemo de ser due?os absolutos de todo, de dirigir nuestra vida y la vida de la sociedad a nuestro gusto, sin contar con Dios, como si fu?ramos verdaderos creadores del mundo y de nosotros mismos. De ah?, la exaltaci?n de la propia libertad como norma suprema del bien y del mal y el olvido de Dios, con el consiguiente menosprecio de la religi?n y la consideraci?n idol?trica de los bienes del mundo y de la vida terrena como si fueran el bien supremo.

11. El Papa Benedicto XVI, con su habitual sencillez y profundidad, analiz? hace poco esta misma situaci?n en su discurso al IV Congreso Nacional de la Iglesia en Italia. Resumimos aqu? algunas de sus afirmaciones m?s iluminadoras para nosotros[07].

12. En el mundo occidental se est? produciendo un nueva oleada de ilustraci?n y de laicismo que arrastra a muchos a pensar que s?lo ser?a racionalmente v?lido lo experimentable y mensurable, o lo susceptible de ser construido por el ser humano, y que les induce a hacer de la libertad individual un valor absoluto, al que todos los dem?s tendr?an que someterse. La fe en Dios resulta as? m?s dif?cil, entre otras cosas, porque vivimos encerrados en un mundo que parece ser del todo obra humana y no nos ayuda a descubrir la presencia y la bondad de Dios Creador y Padre. Una determinada cultura moderna, que pretend?a engrandecer al hombre, coloc?ndolo en el centro de todo, termina parad?jicamente por reducirlo a un mero fruto del azar, impersonal, ef?mero y, en definitiva, irracional: una nueva expresi?n del nihilismo. Sin referencias al verdadero Absoluto, la ?tica queda reducida a algo relativo y mudable, sin fundamento suficiente, ni consecuencias personales y sociales determinantes. Todo ello comporta una ruptura con las tradiciones religiosas y no responde a las grandes cuestiones que mueven al ser humano.

13. En nuestro caso, este proyecto implica la quiebra de todo un patrimonio espiritual y cultural, enraizado en la memoria y la adoraci?n de Jesucristo y, por tanto, el abandono de valiosas instituciones y tradiciones nacidas y nutridas de esa cultura. Se dir?a que se pretende construir artificialmente una sociedad sin referencias religiosas, exclusivamente terrena, sin culto a Dios ni aspiraci?n ninguna a la vida eterna, fundada ?nicamente en nuestros propios recursos y orientada casi exclusivamente hacia el mero goce de los bienes de la tierra.

C. Sobre las causas de la situaci?n

14. El proceso de descristianizaci?n y deterioro moral de la vida personal, familiar y social, se ve favorecido por ciertas caracter?sticas objetivas de nuestra vida, tales como el r?pido enriquecimiento, la multiplicidad de ofertas para el ocio, el exceso de ocupaciones o la obnubilaci?n de la conciencia ante el r?pido desarrollo de los recursos de la ciencia y de la t?cnica. M?s profundamente, la expansi?n de este proceso ha sido facilitada por la escasa formaci?n religiosa de muchas personas, creyentes y no creyentes, por ciertas ideas desfiguradas de Dios y de la verdadera religi?n, por la falta de coherencia en la vida y actuaciones de muchos cristianos, y por la influencia de ideas equivocadas sobre el origen, la naturaleza y el destino del hombre; y, no en ?ltimo t?rmino, por la debilidad moral de todos nosotros y la seducci?n de los bienes de este mundo: por ?la codicia, que es una verdadera idolatr?a? (Col 3, 5).

15. Por tanto, cuando hablamos de las deficiencias de nuestra sociedad, nos incluimos a nosotros mismos. Los cat?licos participamos de los bienes y de los males del momento. En otros lugares hemos se?alado con cierto detalle las deficiencias doctrinales y pr?cticas de la vida de los cat?licos[08]. Por eso no es preciso volver a insistir ahora en ello. Es evidente que la falta de clarividencia y de vida santa en muchos de nosotros han contribuido tambi?n al oscurecimiento de la fe y al desarrollo de la indiferencia y del agnosticismo te?rico y pr?ctico en nuestra sociedad.

16. Muchos ten?an la esperanza de que el ordenamiento democr?tico de nuestra convivencia, regido por la Constituci?n de 1978, y apoyado en la reconciliaci?n y el consenso entre los espa?oles, nos permitir?a superar los viejos enfrentamientos que nos han dividido y empobrecido a nuestra patria, uno de los cuales era sin duda el enfrentamiento entre catolicismo y laicismo, entendidos como formas de vida excluyentes e incompatibles. Y es posible que as? fuera. Ahora vemos con pesadumbre que en los ?ltimos a?os vuelve a manifestarse entre nosotros una desconfianza y un rechazo de la Iglesia y de la religi?n cat?lica que se presenta como algo m?s radical y profundo que la vuelta al viejo anticlericalismo.

17. As?, el laicismo va configurando una sociedad que, en sus elementos sociales y p?blicos, se enfrenta con los valores m?s fundamentales de nuestra cultura, deja sin ra?ces a instituciones tan fundamentales como el matrimonio y la familia, diluye los fundamentos de la vida moral, de la justicia y de la solidaridad y sit?a a los cristianos en un mundo culturalmente extra?o y hostil. No se trata de imponer los propios criterios morales a toda la sociedad. Sabemos perfectamente que la fe en Jesucristo es a la vez un don de Dios y una libre decisi?n de cada persona, favorecida por la raz?n y ayudada por la asistencia divina. Pero para nosotros es claro que todo lo que sea introducir ideas y costumbres contrarias a la ley natural, fundada en la recta raz?n y en el patrimonio espiritual y moral hist?ricamente acumulado por las sociedades, debilita los fundamentos de la justicia y deteriora la vida de las personas y de la sociedad entera.

18. En no pocos ambientes resulta dif?cil manifestarse como cristiano: parece que lo ?nico correcto y a la altura de los tiempos es hacerlo como agn?stico y partidario de un laicismo radical y excluyente. Algunos sectores pretenden excluir a los cat?licos de la vida p?blica y acelerar la implantaci?n del laicismo y del relativismo moral como ?nica mentalidad compatible con la democracia. Tal parece ser la interpretaci?n correcta de las dificultades crecientes para incorporar el estudio libre de la religi?n cat?lica en los curr?culos de la escuela p?blica. En este mismo sentido apuntan las leyes y declaraciones contrarias a la ley natural, que deterioran el bien moral de la sociedad, formada en buena parte por cat?licos, como es el caso de la ins?lita definici?n legal del matrimonio con exclusi?n de toda referencia a la diferencia entre el var?n y la mujer, el apoyo a la llamada ?ideolog?a de g?nero?, la ley del ?divorcio expr?s?, la creciente tolerancia con el aborto, la producci?n de seres humanos como material de investigaci?n, y el anunciado programa de la nueva asignatura, con car?cter obligatorio, denominada ?Educaci?n para la ciudadan?a?, con el riesgo de una inaceptable intromisi?n del Estado en la educaci?n moral de los alumnos, cuya responsabilidad primera corresponde a la familia y a la escuela[09].

19. La solidaridad con la sociedad de la que formamos parte, el amor a nuestros conciudadanos y la responsabilidad que tenemos ante Dios, nos impulsan a advertir de los grandes males que se pueden seguir -y que ya est?n apareciendo entre nosotros- del oscurecimiento y debilitamiento de la conciencia moral que conllevan disposiciones como las mencionadas. Al hacerlo as?, no perseguimos ning?n inter?s particular. Nuestro prop?sito es s?lo estimular la responsabilidad de todos y provocar una reflexi?n social que nos permita corregir a tiempo un rumbo que nos parece equivocado y peligroso. Cuando hemos alcanzado tantas cosas buenas que nunca hab?amos logrado, no tenemos por qu? abandonar otros valores de orden espiritual y moral que forman parte de nuestro patrimonio y que hemos recibido de nuestros antepasados como bienes de valor inestimable.

20. Junto con estas sombras, que suscitan en nosotros honda preocupaci?n, reconocemos tambi?n en la sociedad de hoy aspectos positivos, tanto en el progreso material, que nos permite mejorar los servicios y aumentar proporcionalmente el bienestar de todos, como en la sensibilidad moral emergente en torno a determinados valores. Se aprecia y se cultiva la solidaridad con los necesitados, se desarrolla un respeto creciente por los derechos de la mujer, de los ni?os, de los ancianos y de los enfermos. Crece tambi?n el amor y el cuidado de la naturaleza, que los cristianos amamos y respetamos como creaci?n y don de Dios para el bien de sus hijos, los hombres. Aunque no siempre la conciencia colectiva ni la personal sean del todo coherentes, es justo reconocer la aguda sensibilidad moral que se manifiesta en relaci?n con cuestiones como las mencionadas. Este es nuestro mundo, el mundo en el que Dios quiere que vivamos, alabando su Nombre y anunciando la Buena Nueva de su amor y de su salvaci?n.

21. Declaramos de nuevo nuestro deseo de vivir y convivir en esta sociedad respetando lealmente sus instituciones democr?ticas, reconociendo a las autoridades leg?timas, obedeciendo las leyes justas y colaborando espec?ficamente en el bien com?n. Nadie tiene que temer agresiones ni deslealtades para con la vida democr?tica por parte de los cat?licos. Cat?licos y laicistas tenemos, en algunas cosas, diferentes puntos de vista. Nuestro deseo es ir encontrando poco a poco el ordenamiento justo para que todos podamos vivir de acuerdo con nuestras convicciones, sin que nadie pretenda imponer a nadie sus puntos de vista por procedimientos desleales e injustos. En este contexto, los cat?licos pedimos ?nicamente respeto a nuestra identidad, y libertad para anunciar, por los medios ordinarios, el mensaje de Cristo como Salvador universal, en un clima de tolerancia y convivencia, sin privilegios ni discriminaciones de ninguna clase. Creemos, adem?s, que el pleno respeto a la libertad religiosa de todos es garant?a de verdadera democracia y est?mulo para el crecimiento espiritual de las personas y el progreso cultural de toda la sociedad.


II. RESPONSABILIDAD DE LA IGLESIA Y DE LOS CAT?LICOS

22. Hoy, como siempre, la tarea primordial de la Iglesia es vivir, en comuni?n con Cristo, los dones de Dios a la humanidad, y anunciar a todos los hombres esa buena Noticia del amor y de la esperanza. Es una misi?n con dos vertientes fundamentales. En un primer momento, la acci?n de la Iglesia se dirige a sus propios miembros con el anuncio de la santa Palabra de Dios, que es Cristo, y con la celebraci?n de los sacramentos, especialmente el de la Eucarist?a, sacramento del amor redentor de Dios en su Hijo y del amor fraterno que renueva los corazones y construye el pueblo de Dios y la nueva humanidad[10]. Adem?s, la Iglesia se siente continuamente enviada m?s all? de s? misma para anunciar a todos la verdad y la cercan?a de Dios, Padre universal de amor y de vida, en la persona de Jesucristo, salvador de todos. De lo m?s profundo del coraz?n de cada ser humano surge la demanda permanente de la humanidad necesitada: ?Queremos ver a Jes?s? (Jn 12, 22). Es nuestro deber facilitar el encuentro con Jesucristo[11]. La Iglesia cree que Cristo da a todo hombre, por su Esp?ritu, la capacidad de alcanzar la plenitud de su vida y que no hay bajo el cielo otro nombre del cual podamos esperar la salvaci?n definitiva (cf. Hch 4, 12). Cree que Cristo, muerto y resucitado, es la clave, el centro y el fin de toda la historia humana; cree tambi?n que en ?l, ?que es el mismo ayer, hoy y siempre? (Heb 13, 8), tienen su ?ltimo fundamento todas las cosas (cf. Heb 13, 8). En consecuencia, la Iglesia y los cristianos nos sentimos obligados a anunciar a todos el misterio salvador de Jesucristo para iluminar su vida y colaborar al bien de la sociedad y a la soluci?n de los m?s hondos problemas de nuestro tiempo[12].

A. Superar la desesperanza, el enfrentamiento y el sometimiento

23. En las circunstancias actuales, hay que evitar el riesgo de adoptar soluciones equivocadas que, a pesar de sus aparentes claridades, en realidad se basan en fundamentos falsos, no cristianos, y son incapaces de acercarnos a los buenos resultados que prometen. Se?alamos brevemente tres, que parecen m?s actuales y peligrosas.

24. 1) La desesperanza. Para muchos cristianos, la desesperanza es una verdadera tentaci?n, una aut?ntica amenaza. Es cierto que hay muchas dificultades, en la Iglesia y en el mundo. Es cierto que la Iglesia y los cristianos hemos perdido mucha influencia en la sociedad y tenemos que afrontar duras situaciones de empobrecimiento. Pero tambi?n es cierto que Dios nos ama irrevocablemente; que Jes?s nos ha prometido su presencia y su asistencia hasta el fin del mundo; que Dios, en su providencia, de los males saca bienes para sus hijos. La Iglesia y la salvaci?n del mundo no son obra nuestra, sino empresa de Dios. No es el momento de mirar atr?s a?orando tiempos aparente o realmente m?s f?ciles y m?s fecundos. No hay fecundidad sin sufrimiento. Dios nos llama a la humildad y a la confianza, seguros de que en nuestra debilidad actual se manifestar? el poder de su gracia y de su misericordia[13]. En la providencia misericordiosa de Dios nuestro Padre, las dificultades contribuyen tambi?n al bien de sus hijos: nos purifican, nos mueven al arrepentimiento y a la renovaci?n espiritual. La cruz es el camino para la Vida[14]. A nosotros toca secundar con humildad y fortaleza los planes de Dios y saber apreciar las nuevas iniciativas que surgen en la Iglesia como frutos del Esp?ritu y motivos para la esperanza. La Iglesia no pone nunca su esperanza ni encuentra su apoyo en ninguna instituci?n temporal, pues ser?a poner en duda el se?or?o de Jesucristo, su ?nico Se?or.

25. 2) El enfrentamiento. Otro peligro que puede presentarse es que lleguemos a la conclusi?n de que la vida cristiana es imposible en una sociedad democr?tica. Es lo que algunos exponentes del laicismo achacan a los cat?licos. Pero nosotros no deseamos seguir ese camino, que nos parece desacertado. La historia demuestra que la democracia moderna naci? en el ?mbito de la cultura cristiana, en la que se han gestado el concepto de la persona como realidad trascendente y libre, la distinci?n entre la Iglesia y el Estado, con su autonom?a rec?proca, y la conciencia de los derechos humanos. En una sociedad democr?tica pueden desarrollarse ideas o instituciones contrarias al cristianismo. Pero este conflicto no es inevitable, ni tiene por qu? ser definitivo. Las diferencias no tienen por qu? degenerar en conflictos. La grandeza de la democracia consiste en facilitar la convivencia de personas y grupos con distintas maneras de entender las cosas, con igualdad de derechos y en un clima de respeto y tolerancia. Fueron la antropolog?a y la moral cristianas las que, en muy buena medida, proporcionaron los elementos necesarios para construir este orden civil respetuoso con la dignidad de la persona como ser libre y responsable de su vida y de sus actos. Aceptar este marco de convivencia no amenaza necesariamente la identidad de los cristianos, aunque s? les exige madurez, buena formaci?n y el valor necesario para vivir seg?n sus convicciones junto a otras personas y otros grupos que piensan y viven de otra manera, as? como para hacer que se respeten sus derechos y los de la Iglesia.

26. 3) El sometimiento. Otra tentaci?n de los cristianos en la vida democr?tica consiste en intentar facilitar falsamente la convivencia disimulando y diluyendo su propia identidad o incluso, en ocasiones, renunciando a ella. Detr?s de esta aparente generosidad se esconde la desconfianza en el valor y la vigencia del Evangelio y de la vida cristiana. El mensaje de Jes?s y la doctrina de la Iglesia tienen un valor permanente y son capaces de adaptarse a todas las situaciones y de ofrecer respuestas a las diversas cuestiones y necesidades de los hombres, sin necesidad de diluirse ni someterse a las imposiciones de la cultura laicista y hedonista dominante. Las perniciosas consecuencias de esta actitud, caracterizada por la b?squeda impaciente e irresponsable de una falsa convivencia entre catolicismo y laicismo, han sido la multiplicaci?n de abundantes tensiones internas y el consiguiente debilitamiento de la credibilidad y de la vida de la Iglesia. Con el lenguaje de los hechos, Dios nos est? pidiendo a los cat?licos un esfuerzo de autenticidad y fidelidad, de humildad y unidad, para poder ofrecer de manera convincente a nuestros conciudadanos los mismos dones que nosotros hemos recibido, sin disimulos ni deformaciones, sin disentimientos ni concesiones, que oscurecer?an el esplendor de la Verdad de Dios y la fuerza de atracci?n de sus promesas. Una educaci?n adecuada para vivir en democracia ha de ayudarnos a compartir constructivamente la vida con quienes piensan de otra manera que nosotros sin que la identidad cat?lica quede comprometida.

B. Anunciar el ?s? de Dios a la Humanidad en Jesucristo

27. Las verdaderas soluciones, lo que nosotros, como miembros de la Iglesia, podamos ofrecer a nuestra sociedad, no lo encontraremos imitando lo que hay a nuestro alrededor, sino que brota del seno de la Iglesia misma, de ese tesoro -que es la memoria y la presencia viva de Cristo- del que se pueden sacar continuamente cosas viejas y nuevas (cf. Mt 13, 52). El programa permanente de la Iglesia es Jesucristo[15]. En su mensaje, en sus ejemplos, en la fuerza de su presencia sacramental, en particular eucar?stica, encontraremos con seguridad la fuerza espiritual y la clarividencia necesarias para vivir y anunciar el Reino de Dios en este mundo de hoy, que es de Dios y es tambi?n nuestro. En el Plan Pastoral recientemente aprobado, esta Asamblea Plenaria ha propuesto algunas orientaciones y acciones con este fin[16].

28. Como dijo en Verona el Papa Benedicto XVI, en estos momentos seguimos teniendo la gran misi?n de ofrecer a nuestros hermanos el gran ?s? que en Jesucristo Dios dice al hombre y a su vida, al amor humano, a nuestra libertad y a nuestra inteligencia; haci?ndoles ver c?mo la fe en el Dios que tiene rostro humano trae la alegr?a al mundo. En efecto, el cristianismo est? abierto a todo lo que hay de justo, verdadero y puro en las culturas y en las civilizaciones; a lo que alegra, consuela y fortalece nuestra existencia. San Pablo, en la carta a los Filipenses, escribi?: ?Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta (Flp 4, 8)?[17].

29. Los cat?licos estamos en condiciones de reconocer y acoger de buen grado los logros de la cultura de nuestro tiempo, como son el avance del conocimiento cient?fico y el desarrollo tecnol?gico, el reconocimiento formal de los derechos humanos, en particular, de la libertad religiosa, o las formas democr?ticas de gobierno de los pueblos. Sin embargo, no ignoramos la peligrosa fragilidad de la naturaleza humana, que es una amenaza constante para las realizaciones del hombre en todo contexto hist?rico. El camino hacia un desarrollo verdaderamente humano est? lleno de ambig?edades y de errores. Por eso, el reconocimiento de Dios, la aceptaci?n humilde y agradecida de la revelaci?n de Jesucristo no es una amenaza, sino una ayuda decisiva para el verdadero progreso humano. Cristo nos revela la verdad profunda de nuestra propia humanidad[18]. Con el don de su Esp?ritu nos ilumina para discernir el bien del mal, lo justo de lo injusto, y nos fortalece para realizarlo en nuestras decisiones y en nuestra vida. Por eso, la debida presencia y la justa intervenci?n de los cat?licos en todos los ?mbitos de la vida social y p?blica puede ser una ayuda decisiva y necesaria para la defensa del bien de las personas como objetivo central y norma decisiva en todo progreso verdaderamente humano. La fe en Dios, a la vez que es una actitud religiosa que justifica el ser personal del creyente, es tambi?n fuente de muchos bienes sociales y culturales que se dejan sentir en el saneamiento, la maduraci?n y el crecimiento de las personas y de la sociedad entera hacia una ?nueva criatura?, tal como Dios la quiere en su generosa providencia (cf. 2 Co 5, 17; Ga 6, 15).


III. DISCERNIMIENTO Y ORIENTACIONES MORALES

30. Movidos por estas convicciones, los cat?licos espa?oles nos preguntamos qu? quiere Dios de nosotros en estos momentos, qu? tenemos que hacer para poder responder con fidelidad y acierto a las necesidades de nuestra sociedad. Con la ayuda del Se?or, en cuya asistencia confiamos, guiados por el deseo de ayudar a nuestros hermanos a responder a estas preguntas, no s?lo de manera te?rica, sino con hechos visibles y efectivos, los Obispos hemos reflexionado sobre estas cuestiones fundamentales y ofrecemos a la comunidad cat?lica y a quien quiera escucharnos el resultado de nuestro discernimiento.

A. Desde una identidad cat?lica vigorosa

31. Cualquier tarea que los cat?licos queramos emprender no podremos llevarla a buen puerto apoy?ndonos s?lo en nosotros mismos, en nuestras capacidades u opiniones, sino firmemente arraigados en la fe de la Iglesia, porque Jesucristo vive en ella. S?lo en la plena comuni?n eclesial es posible dar un testimonio completo del Amor de Dios manifestado en su Hijo.

32. Por eso, la condici?n indispensable para que los cat?licos podamos tener una influencia real en la vida de nuestra sociedad, antes de pensar en ninguna acci?n concreta, personal o colectiva, es el fortalecimiento de nuestra vida cristiana, tanto en las dimensiones estrictamente personales, como en nuestra unidad espiritual y visible como miembros de la ?nica Iglesia de Cristo, vivificada por el Esp?ritu de Dios, alimentada por la Palabra y los sacramentos. ?La fuerza del anuncio del evangelio de la esperanza ser? m?s eficaz si va acompa?ada del testimonio de una profunda unidad y comuni?n en la Iglesia?[19]. Estas palabras de Juan Pablo II, dirigidas a las Iglesias de Europa, tienen que hacernos reflexionar. Hay en nuestra Iglesia demasiados distanciamientos y disentimientos, que, en el fondo, son consecuencia de nuestro orgullo y de la debilidad de nuestra fe. Junto a estos pecados contra la comuni?n, padecemos tambi?n una excesiva disgregaci?n entre comunidades y grupos, demasiados recelos y particularismos que dificultan la coordinaci?n y debilitan nuestra presencia y nuestra actuaci?n en el mundo.

33. La necesaria unidad nos vendr? como un don de Dios, cuando estemos verdaderamente entregados a la persona de nuestro Se?or Jesucristo, cuando de verdad creamos en la Iglesia como cuerpo de Cristo, que sigue presente y actuante en ella para la salvaci?n del mundo. Recordamos muy brevemente algunos elementos de la identidad espiritual cat?lica, que posibilita el discernimiento y la actuaci?n moral consecuentes[20].

34. La resurrecci?n de Cristo es un hecho acontecido en la historia, del que los Ap?stoles fueron testigos y ciertamente no creadores. No se trata de un simple regreso a nuestra vida terrena; al contrario, es la mayor ?mutaci?n? acontecida en la historia, el ?salto? decisivo hacia una dimensi?n de vida profundamente nueva, el ingreso en un orden totalmente diverso, que ata?e ante todo a Jes?s de Nazaret, pero con ?l, tambi?n a nosotros, a toda la familia humana, a la historia y al universo entero. Por eso la resurrecci?n de Cristo es el centro de la predicaci?n y del testimonio cristiano, desde el inicio y hasta el fin de los tiempos. Jesucristo resucita de entre los muertos, porque todo su ser est? unido a Dios, que es el amor realmente m?s fuerte que la muerte. Su resurrecci?n fue como una explosi?n de luz, una explosi?n de amor que rompi? las cadenas del pecado y de la muerte. Su resurrecci?n inaugur? una nueva dimensi?n de la vida y de la realidad, de la que brota una creaci?n nueva, que penetra continuamente en nuestro mundo, lo transforma y lo atrae a si[21].

35. Todo esto acontece en concreto a trav?s de la vida y del testimonio de la Iglesia. M?s a?n, la Iglesia misma constituye la primicia de esa transformaci?n, que es obra de Dios y no nuestra. Llega a nosotros mediante la fe y el sacramento del bautismo, que es realmente muerte y resurrecci?n, un nuevo nacimiento, transformaci?n en una vida nueva. Es lo que dice san Pablo en la carta a los G?latas: ?Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en m? (Ga 2, 20). As?, por el bautismo, nuestro yo se inserta en un nuevo sujeto m?s grande, quedando transformado, purificado, ?abierto? mediante la inserci?n en el Otro, en el que adquiere su nuevo espacio de existencia.

36. De este modo llegamos a ser ?uno en Cristo? (Ga 3, 28), un ?nico sujeto nuevo, y nuestro yo es liberado de su aislamiento. ?Yo, pero no yo?: ?sta es la f?rmula de la existencia cristiana fundada en el bautismo, la f?rmula de la resurrecci?n dentro del tiempo, la f?rmula de la ?novedad? cristiana llamada a transformar el mundo. Aqu? radica nuestra alegr?a pascual. Nuestra vocaci?n y nuestra misi?n de cristianos consisten en cooperar para que se realice efectivamente, en nuestra vida diaria, lo que el Esp?ritu Santo ha emprendido en nosotros con el bautismo: estamos llamados a ser hombres y mujeres nuevos, para poder ser aut?nticos testigos del Resucitado y, de este modo, portadores de la alegr?a y de la esperanza cristiana en el mundo, concretamente en la comunidad en la que vivimos.

37. La evangelizaci?n y el servicio cristiano a la sociedad ser?n obra de cristianos convertidos y convencidos, maduros en su fe, una fe que les permita una positiva confrontaci?n cr?tica con la cultura actual, resistiendo a sus seducciones; que les impulse a influir eficazmente en los ?mbitos culturales, econ?micos, sociales y pol?ticos; que les capacite para transmitir con alegr?a la misma fe vivida a las nuevas generaciones y les impulse a construir una cultura cristiana capaz de evangelizar la cultura[22].

38. La renovaci?n espiritual de la Iglesia ser? el fruto de la fidelidad y del trabajo de todos aquellos que quieran incorporarse responsablemente a la llamada de Dios en nuestro tiempo. Todos los miembros de la Iglesia, obispos, sacerdotes, consagrados, seglares, j?venes y adultos, sanos y enfermos, todos estamos convocados por el Se?or en esta hora para esta misi?n. La Iglesia, los disc?pulos de Jesucristo estamos llamados a ser, con ?l, luz en nuestro mundo.

39. El reconocimiento de Jesucristo y nuestra incorporaci?n a su misi?n en comuni?n con la Iglesia se traduce en unos objetivos concretos seriamente asumidos. Nos referimos a tres de ellos, especialmente urgentes en nuestra situaci?n.

40. 1. Formaci?n en la fe. En orden a fortalecer la identidad y la claridad del testimonio de los cristianos y de las comunidades cat?licas en nuestra sociedad, volviendo a las fuentes e intensificando la formaci?n espiritual y la comuni?n eclesial, ser? necesario cuidar m?s y mejor la iniciaci?n cristiana sistem?tica de ni?os, j?venes y adultos. Habr? que promover catecumenados de conversi?n como camino de incorporaci?n de los nuevos cristianos a la comunidad eclesial; y tendremos que mantener fielmente la disciplina sacramental y la coherencia de la vida cristiana, sin acomodarnos a los gustos y preferencias de la cultura laicista, y sin diluirnos en el anonimato y el sometimiento a los usos vigentes[23].

41. 2. Anunciar el evangelio del matrimonio y de la familia. Otro punto central de nuestras preocupaciones tiene que ser anunciar y vivir con autenticidad el misterio cristiano del matrimonio y de la familia. Resulta doloroso comprobar c?mo se ha eliminado de la legislaci?n civil espa?ola una instituci?n tan importante en la vida de las personas y de la sociedad como es el verdadero matrimonio. En la naturaleza personal del ser humano y, m?s profundamente, en la mente del Creador, est? inscrito que relaciones tan decisivas y bellas como las de esponsalidad, paternidad/maternidad, filiaci?n y fraternidad se realicen a trav?s del matrimonio, entendido como la indisoluble uni?n de vida y amor entre un var?n y una mujer, abierta a la transmisi?n responsable de la vida y a la educaci?n de los hijos. Las leyes vigentes facilitan disolver la uni?n matrimonial, sin necesidad de aducir raz?n alguna para ello y, adem?s, han suprimido la referencia al var?n y a la mujer como sujetos de la misma; lo cual, obliga a constatar con estupor que la actual legislaci?n espa?ola no solamente no protege al matrimonio, sino que ni siquiera lo reconoce en su ser propio y espec?fico. La Iglesia y los cat?licos no podemos aceptar esta situaci?n, porque vemos en ella una grave desobediencia a los designios divinos, una contradicci?n con la naturaleza del ser humano y, por consiguiente, un grav?simo da?o para el bien de las personas y de la sociedad entera.

42. El matrimonio cristiano, sacramento del amor de Dios vivido en la relaci?n conyugal y familiar, va a ir convirti?ndose en denuncia viviente de una mentalidad y una legislaci?n que afecta tan gravemente al bien com?n, y, al mismo tiempo, en profec?a de verdadera humanidad edificada sobre aquel amor humano que el amor de Dios hace posible en el mundo. Los matrimonios cristianos, animados por el amor de Cristo a su Iglesia, han de ser realmente transmisores de la fe a las nuevas generaciones, educadores del amor y de la confianza, testigos de la nueva sociedad purificada y vivificada por la presencia y la acci?n del amor divino en los corazones de los hombres[24].

43. 3. Cuidar la Eucarist?a dominical. El vigor y la fortaleza de la vida cristiana de los bautizados y de la comunidad entera se alimentan de la celebraci?n de la Eucarist?a y, de manera especial, de la que se celebra el domingo, el d?a del Se?or resucitado y de la Iglesia. En una sociedad ambientalmente paganizada, en la que los cat?licos viven m?s o menos dispersos, la asamblea eucar?stica dominical es, si cabe, m?s necesaria y ha de ser cuidada con esmero. Es m?s necesaria para los propios cristianos, que han de renovar peri?dicamente su fe y su unidad en la celebraci?n lit?rgica, y es tambi?n m?s necesaria para la presencia visible de la Iglesia y de los cat?licos en la sociedad. La celebraci?n de la Eucarist?a lleva consigo la celebraci?n frecuente del sacramento de la penitencia, seg?n la disciplina de la Iglesia, como preparaci?n personal para la celebraci?n sincera y profunda de los misterios de la salvaci?n[25].

44. Sabemos bien que la opci?n de la fe y del seguimiento de Cristo nunca es f?cil; al contrario, siempre es contestada y controvertida. Por tanto, tambi?n en nuestro tiempo, la Iglesia sigue siendo ?signo de contradicci?n?, a ejemplo de su Maestro (cf. Lc 2, 34). Pero no por eso nos desalentamos. Al contrario, debemos estar siempre dispuestos a dar respuesta a quien nos pida raz?n de nuestra esperanza, como nos invita a hacer la primera carta de San Pedro (cf. 1 P 3, 15). En tiempos de especial contradicci?n, los cat?licos tenemos que vivir con alegr?a y gratitud la misi?n de anunciar a nuestros hermanos el nombre y las promesas de Dios como fuente de vida y de salvaci?n.

B. Vivir la caridad social, para el fortalecimiento moral de la vida p?blica

a. La Iglesia y la sociedad civil

45. La Iglesia vive en el mundo, pero tiene sus componentes propios que la diferencian del resto de la sociedad. Tiene su origen y su fundamento permanente en Cristo, sus miembros nos incorporamos libremente a ella por la fe y el bautismo y recibimos el don del Esp?ritu Santo, principio de renovaci?n espiritual que nos dispone para actuar justamente en este mundo mientras caminamos en la presencia de Dios hacia la vida eterna. Ninguna otra instituci?n terrena tiene medios ni fines semejantes.

46. Aunque es diferente del mundo, la Iglesia no se aleja de ?l. Sus miembros viven en el mundo y participan de la condici?n com?n de todos los ciudadanos. Dios quiere que hagan conocer y pongan a disposici?n de los dem?s los mismos dones espirituales que ellos han recibido. De estos dones brotan iluminaciones y motivaciones, capaces de influir en la vida social, que ellos tratan de actualizar y ejercitar en sus actividades y compromisos sociales. La historia y la realidad actual de nuestra sociedad es muestra de la fecundidad cultural y social del cristianismo. Es hoy una necesidad urgente que los cat?licos hagamos valer los bienes que nacen de la revelaci?n y de la vida cristiana para la convivencia social. Por nuestra parte, los cristianos no ser?amos fieles a los dones recibidos, ni ser?amos tampoco leales con nuestros conciudadanos, si no procur?semos enriquecer la vida social y la propia cultura con los bienes morales y culturales que nacen de una humanidad iluminada con la luz de la fe y enriquecida con los dones del Esp?ritu Santo.

47. Estimular a los cat?licos para que se hagan presentes en la vida p?blica y traten de influir en ella, no quiere decir que pretendamos imponer la fe ni la moral cristiana a nadie, ni que queramos inmiscuirnos en lo que no es competencia nuestra. En este asunto hay que tener en cuenta una distinci?n b?sica. La Iglesia en su conjunto, como comunidad, no tiene competencias ni atribuciones pol?ticas. Su fin es esencialmente religioso y moral. Con Jes?s y como Jes?s, anunciamos el Reino de Dios, la necesidad de la conversi?n, el perd?n de los pecados y las promesas de la vida eterna. Con su predicaci?n y el testimonio de vida de sus mejores hijos, la Iglesia ayuda tambi?n, a quien la mira con benevolencia, a discernir lo que es justo y a trabajar en favor del bien com?n. ?ste es el magisterio reciente del Papa: ?La Iglesia no es y no quiere ser un agente pol?tico. Al mismo tiempo tiene un profundo inter?s por el bien de la comunidad pol?tica, cuya alma es la justicia, y le ofrece en dos niveles su contribuci?n espec?fica. En efecto, la fe cristiana purifica la raz?n y la ayuda a ser lo que debe ser. Por consiguiente, con su doctrina social, argumentada a partir de lo que est? de acuerdo con la naturaleza de todo ser humano, la Iglesia contribuye a que se pueda reconocer eficazmente lo que es justo y, luego, tambi?n, a realizarlo?[26].

48. Otra cosa hay que decir de los cristianos laicos. Ellos, adem?s de miembros de la Iglesia, son ciudadanos en plenitud de derechos y de obligaciones. Comparten con los dem?s las mismas responsabilidades sociales y pol?ticas. Y, como los dem?s ciudadanos, tienen el derecho y la obligaci?n de actuar en sus actividades sociales y p?blicas de acuerdo con su conciencia y con sus convicciones religiosas y morales. La fe no es un asunto meramente privado. No se puede pedir a los cat?licos que prescindan de la iluminaci?n de su fe y de las motivaciones de la caridad fraterna a la hora de asumir sus responsabilidades sociales, profesionales, culturales y pol?ticas. ?sa es precisamente la aportaci?n espec?fica que los cat?licos pueden ofrecer, en este campo, al bien com?n, servido y compartido por todos. Querer excluir la influencia del cristianismo en nuestra vida social ser?a, adem?s de un procedimiento autoritario y nada democr?tico, una grave mutilaci?n y una p?rdida deplorable.

49. La caridad cristiana referida a la vida social y p?blica ense?a y obliga a respetar sinceramente la libertad de las personas, y de manera especial la libertad religiosa de los ciudadanos, a procurar sinceramente el bien com?n del conjunto de la sociedad. ?Por consiguiente, la tarea inmediata de actuar en el ?mbito pol?tico para construir un orden justo en la sociedad no corresponde a la Iglesia como tal, sino a los fieles laicos, que act?an como ciudadanos bajo su propia responsabilidad. Se trata de una tarea de suma importancia, a la que los cristianos laicos est?n llamados a dedicarse con generosidad y valent?a, iluminados por la fe y por el magisterio de la Iglesia y animados por la caridad de Cristo?[27].

50. En esta participaci?n activa y responsable en la vida p?blica y pol?tica, los cat?licos act?an bajo su responsabilidad personal, son libres de escoger las instituciones y los medios temporales que les parezcan m?s adecuados y conformes con los objetivos y valores del bien com?n, tal como lo perciben con los recursos comunes de la raz?n y la iluminaci?n que reciben de la revelaci?n de Dios aceptada por la fe. La Doctrina Social de la Iglesia, fundada en la raz?n, iluminada por la fe y purificada por la caridad, es patrimonio com?n de todos los cristianos y orienta y enriquece sus actividades, sin imponer la unidad y la coincidencia en los medios y procedimientos estrictamente pol?ticos. Si es verdad que los cat?licos pueden apoyar partidos diferentes y militar en ellos, tambi?n es cierto que no todos los programas son igualmente compatibles con la fe y las exigencias de la vida cristiana, ni son tampoco igualmente cercanos y proporcionados a los objetivos y valores que los cristianos deben promover en la vida p?blica[28].

b. Algunas cuestiones que dilucidar

51. En estos momentos, tratando de servir lealmente al bien com?n de nuestra sociedad, nos parece oportuno esclarecer desde el punto de vista de la moral cristiana y la Doctrina Social de la Iglesia algunos puntos concretos de nuestra vida social y pol?tica.

1. Democracia y moral

52. Hay quien piensa que la referencia a una moral objetiva, anterior y superior a las instituciones democr?ticas, es incompatible con una organizaci?n democr?tica de la sociedad y de la convivencia. Con frecuencia se habla de la democracia como si las instituciones y los procedimientos democr?ticos tuvieran que ser la ?ltima referencia moral de los ciudadanos, el principio rector de la conciencia personal, la fuente del bien y del mal. En esta manera de ver las cosas, fruto de la visi?n laicista y relativista de la vida, se esconde un peligroso germen de pragmatismo maquiav?lico y de autoritarismo. Si las instituciones democr?ticas, formadas por hombres y mujeres que act?an seg?n sus criterios personales, pudieran llegar a ser el referente ?ltimo de la conciencia de los ciudadanos, no cabr?a la cr?tica ni la resistencia moral a las decisiones de los parlamentos y de los gobiernos. En definitiva, el bien y el mal, la conciencia personal y la colectiva quedar?an determinadas por las decisiones de unas pocas personas, por los intereses de los grupos que en cada momento ejercieran el poder real, pol?tico y econ?mico. Nada m?s contrario a la verdadera democracia[29].

53. La raz?n natural, iluminada y fortalecida por la fe, ve las cosas de otra manera. La democracia no es un sistema completo de vida. Es m?s bien una manera de organizar la convivencia de acuerdo con una concepci?n de la vida, anterior y superior a los procedimientos democr?ticos y a las normas jur?dicas. Antes de los procedimientos y las normas est? el valor ?tico, natural y religiosamente reconocido, de la persona humana. M?s all? de cualquier ordenamiento pol?tico, cada ciudadano tiene que buscar honestamente la verdad sobre el hombre y la recta formaci?n de su conciencia de acuerdo con esa verdad. Es una b?squeda que hace cada uno ayudado por la familia en la que nace y crece, guiado por el patrimonio cultural y religioso de su sociedad, en virtud de sus propias decisiones religiosas y morales. Las instituciones pol?ticas no tienen competencia ni autoridad para determinar ni condicionar las convicciones religiosas y morales de cada persona. En una verdadera democracia no son las instituciones pol?ticas las que configuran las convicciones personales de los ciudadanos, sino que es exactamente al contrario: son los ciudadanos quienes han de conformar las instituciones pol?ticas y actuar en ellas seg?n sus propias convicciones morales, de acuerdo con su conciencia, siempre en favor del bien com?n.

54. La cr?tica de los procedimientos no democr?ticos de otras ?pocas, ha podido llevar a algunos de nuestros conciudadanos a la convicci?n de que, en la vida democr?tica, la libertad exige que las decisiones pol?ticas no reconozcan ning?n criterio moral ni se sometan a ning?n c?digo moral objetivo. Tal concepci?n es muy peligrosa y no nos parece aceptable. Las decisiones pol?ticas son decisiones humanas contingentes y responsables, por lo cual tienen que ser necesariamente decisiones morales, regidas por aquellos valores y criterios morales que los agentes pol?ticos reconocen en el fondo de su conciencia. Los criterios operantes en las decisiones pol?ticas no pueden ser arbitrarios ni oportunistas, sino que tienen que ser criterios objetivos, fundados en la recta raz?n y en el patrimonio espiritual de cada pueblo o naci?n, con car?cter vinculante reconocido y respetado por la comunidad, a los que ciudadanos y gobernantes deben someterse en sus actuaciones p?blicas. Lo contrario ser?a vivir a merced de la opini?n de los gobernantes, con el riesgo evidente de caer en el cesarismo y en el desarraigo. Si los parlamentarios, y m?s en concreto, los dirigentes de un grupo pol?tico que est? en el poder, pueden legislar seg?n su propio criterio, sin someterse a ning?n principio moral socialmente vigente y vinculante, la sociedad entera queda a merced de las opiniones y deseos de una o de unas pocas personas que se arrogan unos poderes cuasi absolutos que van evidentemente m?s all? de su competencia. Todo ello, con la consecuencia terrible de que ese positivismo jur?dico -as? se llama la doctrina que no reconoce la existencia de principios ?ticos que ning?n poder pol?tico pueda transgredir jam?s- es la antesala del totalitarismo.

55. No se puede confundir la condici?n de aconfesionalidad o laicidad del Estado con la desvinculaci?n moral y la exenci?n de obligaciones morales objetivas para los dirigentes pol?ticos. Al decir esto, no pretendemos que los gobernantes se sometan a los criterios de la moral cat?lica, pero s? al conjunto de los valores morales vigentes en nuestra sociedad, vista con respeto y realismo, como resultado de la contribuci?n de los diversos agentes sociales. Cada sociedad y cada grupo que forma parte de ella tienen derecho a ser dirigidos en la vida p?blica de acuerdo con un denominador com?n de la moral socialmente vigente fundada en la recta raz?n y en la experiencia hist?rica de cada pueblo. Una pol?tica que pretenda emanciparse de este reconocimiento, degenera sin remedio en dictadura, discriminaci?n y desorden. Una sociedad en la cual la dimensi?n moral de las leyes y del gobierno no es tenida suficientemente en cuenta, es una sociedad desvertebrada, literalmente desorientada, f?cil v?ctima de la manipulaci?n, de la corrupci?n y del autoritarismo[30].

56. En consecuencia, los cat?licos y los ciudadanos que quieran actuar responsablemente, antes de apoyar con su voto una u otra propuesta, han de valorar las distintas ofertas pol?ticas, teniendo en cuenta el aprecio que cada partido, cada programa y cada dirigente otorga a la dimensi?n moral de la vida y a la justificaci?n moral de sus propuestas y programas. La calidad y exigencia moral de los ciudadanos en el ejercicio de su voto es el mejor medio para mantener el vigor y la autenticidad de las instituciones democr?ticas. ?Es preciso afrontar -se?ala el Papa- con determinaci?n y claridad de prop?sitos, el peligro de opciones pol?ticas y legislativas que contradicen valores fundamentales y principios antropol?gicos y ?ticos arraigados en la naturaleza del ser humano, en particular con respecto a la defensa de la vida humana en todas sus etapas, desde la concepci?n hasta la muerte natural, y a la promoci?n de la familia fundada en el matrimonio, evitando introducir en el ordenamiento p?blico otras formas de uni?n que contribuir?an a desestabilizarla, oscureciendo su car?cter peculiar y su insustituible funci?n social?[31].

2. El servicio al bien com?n

57. ?La Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa p?blica y aceptan el peso de las correspondientes responsabilidades?[32]. Sin el trabajo de los pol?ticos, tanta veces ingrato, no ser?a posible la construcci?n del bien com?n. Al mismo tiempo hay que decir que el fundamento y la raz?n de ser de la autoridad pol?tica, as? como la justificaci?n moral de su ejercicio, en el gobierno y en la oposici?n, es la defensa y la promoci?n del bien del conjunto de los ciudadanos, respetando los derechos humanos, favoreciendo el ejercicio responsable de la libertad, protegiendo las instituciones fundamentales de la vida humana, como la familia, las asociaciones c?vicas, y todas aquellas realidades sociales que promueven el bienestar material y espiritual de los ciudadanos, entre las cuales ocupan un lugar importante las comunidades religiosas. Ese servicio al bien com?n es el fundamento del valor y de la excelencia de la vida pol?tica. Todo ello se deteriora cuando las instituciones pol?ticas centran el objetivo real de sus actividades no en el bien com?n, sino en el bien particular de un grupo, de un partido, de una determinada clase de personas, tratando para ello de conseguir el poder y de perpetuarse en ?l. Las ideolog?as no pueden sustituir nunca al servicio leal de la sociedad entera en sus necesidades y aspiraciones m?s reales y concretas: ?El valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve: son fundamentales e imprescindibles, ciertamente, la dignidad de cada persona, el respeto de sus derechos inviolables e inalienables, as? como considerar ?el bien com?n? como fin y criterio regulador de la vida pol?tica?[33].

58. Conviene recordar lo que entendemos por bien com?n: se trata del ?conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro m?s pleno y m?s f?cil de la propia perfecci?n?[34]. Por tanto, ?el bien com?n no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto social. Siendo de todos y de cada uno, es y permanece com?n, porque es indivisible y porque s?lo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, tambi?n en vistas al futuro?[35].

59. Para avanzar adecuadamente por el camino de la reconciliaci?n y de la cohesi?n social, los espa?oles debemos liberarnos definitivamente de la influencia de hechos de otros tiempos que puede desfigurar la objetividad de nuestros juicios y la rectitud de nuestros sentimientos. Es preciso que tratemos de considerar y valorar el momento presente con serena objetividad y sincero esp?ritu de reconciliaci?n y tolerancia, libres ya de los fantasmas del pasado. Esta disposici?n es condici?n indispensable para que podamos enfrentar juntos las exigencias del futuro inmediato con la suficiente confianza en nosotros mismos y una firme esperanza.

3. Mejorar la democracia

60. Sin pretender inmiscuirnos en asuntos propiamente pol?ticos, sino en ejercicio de nuestra responsabilidad y en defensa del bien de la sociedad, creemos oportuno hacer algunas observaciones que pueden ayudar a mejorar la calidad de nuestra convivencia democr?tica en favor de la justicia y de la paz social.

61. En la medida en que la democracia es un sistema que permite convivir en libertad y justicia, es absolutamente necesario que sea perfectamente respetado el recto funcionamiento de las diferentes instituciones. Para la garant?a de la libertad y de la justicia, es especialmente importante que se respete escrupulosamente la autonom?a del Poder judicial y la libertad de los jueces. Esta autonom?a deber?a estar custodiada desde la misma designaci?n o elecci?n de los cargos dentro de la instituci?n judicial. Es tambi?n necesario que la actuaci?n de los gobiernos responda fielmente a las exigencias del bien com?n rectamente entendido, al servicio de todos los ciudadanos y de sus derechos, por encima de alianzas o compromisos que impidan o desfiguren la verdadera raz?n de ser de la representatividad pol?tica que ellos ejercen. La discrepancia entre partidos es un procedimiento al servicio del bien com?n, pero no debe convertirse en un modo de acaparar el poder en provecho propio, buscando la descalificaci?n y la destrucci?n del adversario. Finalmente, pensamos que hay que estar prevenidos contra la tendencia de las instituciones pol?ticas a ampliar el ?mbito de sus competencias a todos los ?rdenes de la vida, con el riesgo de invadir ?mbitos familiares o personales que corresponden a las decisiones de las familias y de los ciudadanos desarrollando un intervencionismo injustificado y asfixiante.

4. Respeto y protecci?n de la libertad religiosa.

62. La vida religiosa de los ciudadanos no es competencia de los gobiernos. Las autoridades civiles no pueden ser intervencionistas ni beligerantes en materia religiosa. En esto precisamente consiste la aconfesionalidad sancionada por la Constituci?n de 1978 y la laicidad de las instituciones civiles. Su cometido es proteger y favorecer el ejercicio de la libertad religiosa, como parte primordial del bien com?n y de los derechos civiles de los ciudadanos, que el Estado y las diversas instituciones pol?ticas tienen que respetar y promover. Un Estado laico, verdaderamente democr?tico, es aquel que valora la libertad religiosa como un elemento fundamental del bien com?n, digno de respeto y protecci?n. Forma parte del bienestar de los ciudadanos el que puedan profesar y practicar la religi?n que les parezca en conciencia m?s conveniente, o bien dejar de practicarla, sin que el Estado intervenga ni a favor ni en contra de ninguna de las posibles opciones, siempre que sean conformes con las leyes justas y las exigencias del orden p?blico.

63. ?sta es la figura recogida y descrita por la Constituci?n espa?ola en su art?culo 16. El respeto a la libertad religiosa tiene que manifestarse en el aprecio de las instituciones religiosas presentes en la sociedad, en el respeto al derecho de los padres a que sus hijos sean educados de acuerdo con sus convicciones religiosas y morales, en el tratamiento de los temas religiosos y morales por parte de los medios de comunicaci?n, etc. Una buena pol?tica democr?tica tiene que partir del reconocimiento de que la presencia y la influencia de la religi?n en la vida de los ciudadanos y en el patrimonio cultural de la sociedad, es un factor de primer orden para el bien y la felicidad de las personas, la consistencia moral y la estabilidad de la sociedad. Por esta raz?n, no es contrario a la laicidad del Estado que ?ste apoye con dinero p?blico el ejercicio del derecho a la libertad religiosa y subvencione a las instituciones religiosas correspondientes de forma proporcionada a su implantaci?n en la sociedad y a su mayor o menor significaci?n en la historia y la cultura del pueblo.

64. Estas cuestiones tienen una especial importancia en la sociedad espa?ola. Vemos con preocupaci?n ciertos s?ntomas de menosprecio e intolerancia en relaci?n con la presencia de la religi?n cat?lica en los programas de la ense?anza p?blica, en el rechazo de la presencia de los signos religiosos en centros p?blicos, en la negativa a apoyar de modo proporcionado con fondos p?blicos a las instituciones religiosas en sus actividades sociales o espec?ficamente religiosas. La religi?n no es menos digna de apoyo que la m?sica o el deporte, ni los templos menos importantes para el bien integral de los ciudadanos que los museos o los estadios. En unos momentos en los que vemos con gran preocupaci?n el debilitamiento de las convicciones morales de muchas personas, especialmente de los j?venes; cuando crecen pr?cticas tan inhumanas como la promiscuidad y los abusos sexuales, el recurso al aborto -especialmente, entre adolescentes y j?venes- as? como la drogadicci?n o el alcoholismo y la delincuencia entre los menores de edad; o cuando observamos con pena c?mo crece la violencia en la escuela y en el seno de las mismas familias, no se entiende el rechazo y la intolerancia con la religi?n cat?lica que manifiestan entre nosotros algunas personas e instituciones. Sin educaci?n moral, no hay democracia posible. Nadie puede negar que la religi?n clarifica y refuerza las convicciones y el comportamiento moral de quien la acepta y la vive adecuadamente. Gobierno e Iglesia deber?amos ponernos de acuerdo en la necesidad de intensificar la educaci?n moral de las personas, muy especialmente de los j?venes, de manera que la Iglesia, en vez de ser mirada con recelo, fuera reconocida, al menos, como una instituci?n capaz de contribuir de manera singular a ese objetivo tan importante para el bien de las personas y de la sociedad entera que es la recta educaci?n moral de la juventud. Desde todos los puntos de vista, es urgente la colaboraci?n de todas las instituciones, incluidas las familias y la escuela, para mejorar la calidad de la ense?anza y de la educaci?n moral de la juventud.

5. El terrorismo

65. Todos los Obispos espa?oles hemos recordado en diversas ocasiones la neta ense?anza de la moral cat?lica respecto de un fen?meno tan inhumano como el terrorismo[36]. Llamamos terrorismo a la pr?ctica del crimen y de cualquier g?nero de extorsi?n con el fin de conseguir objetivos pol?ticos, sociales o econ?micos mediante el terror, con la paralizaci?n y el sometimiento de la poblaci?n y de sus instituciones leg?timas. Tal pr?ctica es intr?nsecamente perversa, del todo incompatible con una visi?n moral de la vida, justa y razonable. No s?lo vulnera gravemente el derecho a la vida y a la libertad, sino que es muestra de la m?s dura intolerancia y totalitarismo.

66. Como ciudadanos y como cristianos deseamos ardientemente el fin de toda actividad terrorista, que tan duramente ha castigado durante casi cuarenta a?os no s?lo al Pa?s Vasco y a Navarra, sino a toda Espa?a. El gobierno, los partidos pol?ticos y todas las instituciones estatales tienen que trabajar conjuntamente, con todos los medios leg?timos a su alcance, para que llegue cuanto antes el fin del terrorismo. Todos est?n obligados a anteponer la uni?n contra el terrorismo a sus leg?timas diferencias pol?ticas o estrat?gicas. A nadie le es l?cito buscar ninguna ventaja pol?tica en la existencia de esta dura amenaza. Las instituciones sociales y religiosas, y cada ciudadano, estamos, por nuestra parte, obligados a prestar nuestra colaboraci?n espec?fica en este inaplazable empe?o. Exhortamos de nuevo a rogar a Dios por el fin del terrorismo y la conversi?n de los terroristas.

67. Al tratar este asunto, queremos expresar nuestro afecto, nuestro respeto y nuestra sincera solidaridad con las v?ctimas, con sus familiares y amigos, con todas las personas que han sufrido directa o indirectamente los golpes del terrorismo. Y agradecemos los esfuerzos justos de tantas personas e instituciones encaminados a la desaparici?n del terrorismo y a la reconciliaci?n. Al mismo tiempo, proclamamos que es objetivamente il?cita cualquier colaboraci?n con los terroristas, con los que los apoyan, encubren o respaldan en sus acciones criminales.

68. Una sociedad que quiera ser libre y justa no puede reconocer expl?cita ni impl?citamente a una organizaci?n terrorista como representante pol?tico leg?timo de ning?n sector de la poblaci?n, ni puede tenerla como interlocutor pol?tico. Los eventuales contactos de l
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