Monición del que preside:
Hermanos, no sé cómo vamos de esperanza. Quizás la tengamos herida de muerte. Puede que, perdidas las grandes esperanzas, nos hallemos refugiados en pequeñas ilusiones, que entretienen nuestra vida.
Sin esperanza es imposible vivir. Ella mantiene en vilo nuestro caminar diario. Es por lo que, en momentos difíciles, solemos decir: la esperanza es lo último que se pierde. ¿Cómo ando yo de esperanza? Y del Señor ¿espero algo? ¿Qué es lo que espero de él?
Este tiempo de Adviento en el que nos encontramos, es un regalo de Dios para que podamos reavivar nuestra esperanza. Si la tenemos perdida, recuperémosla. Si la tenemos debilitada, reforcémosla. No olvidemos que por muy difícil que sea la situación en la que nos encontremos, siempre hay una salida
¿En qué situación me encuentro? Dios sale a mi paso y me da una palabra de aliento. Por eso confiadamente canto:
Canto: Mi alma espera en el Señor...
Monición de las lecturas tomadas del 1º Domingo de Adviento:
1Tes.3,2-4.2
Sal 24
Lc.21,25-28.34-36
Vivir es caminar. Pero cuantas veces sucumbimos a la tentación de quedarnos estancados, conformándonos con ser lo que somos. A veces, hastiados de la vida, protestamos, pero seguimos en la rutina, refugiados en lo que nos resulta confortable. Y en ocasiones nos lanzamos a una actividad frenética, para olvidar o para llenar nuestro vacío interior. Es bueno que, mirándome lealmente y a fondo, sabiendo cuál es mi situación, haga mía la súplica del Salmo.
Canto: Caminaré en presencia del Señor.
Monición antes del examen de conciencia:
Dios me ha llamado a la existencia, para que viva como hijo suyo, unido a su Hijo Jesucristo, siguiendo su camino. Pero si la desesperanza ha anidado en mi corazón, puedo estar estancado, metido en la rutina.
Esta Celebración es un regalo, que Dios me hace, para que ante su mirada, ante su luz, con lealtad, en silencio y a fondo descubra cómo me encuentro. Estas preguntas me pueden ayudar:
¿Me encuentro decepcionado, triste, aburrido, cansado? ¿Es esta la tónica general de mi vida?
No debo olvidar, que Dios me ha llamado a la existencia, para que viva feliz afianzado en él. ¿Cuál es la causa de mi tristeza?
¿He perdido mi propia estima? ¿Me siento profundamente culpable de todo? ¿Me siento una persona fracasada ante los grandes ideales que tenía? ¿Todo esto me ha encerrado en mí mismo? ¿Me siento como atrapado por una depresión?
Y si he detectado esto, ¿me rodeo de mucho ruido, de mucha actividad, para no enfrentarme a mi realidad y descubrir dónde está el origen de mi mal?
No debo olvidar que mi dignidad mayor está en que soy hijo de Dios. Mis fallos, debilidades y pecados, debo corregirlos e intentar superarlos. Pero nunca debo perder mi propia autoestima. Dios me quiere siempre.
¿Vuelvo una y otra vez a recordar los errores del pasado, porque no acabo de perdonarme o porque no creo que Dios me haya perdonado de verdad? ¿Me quedo estancado ahí, lo utilizo como pretexto, para no dar más pasos, porque digo: soy una causa perdida, una tierra maldita?
No debo olvidar que para Dios siempre soy su hijo, su hija. Él siempre confía y espera en mí. Lo importante es, que eso esté bien metido en mi corazón y me de aliento para el caso.
¿Me contento con ser lo bueno que soy, con hacer el bien que hago, sin plantearme dar más pasos?
No debo olvidar, que Jesús me dice que debo ser tanto como Dios. Aún me queda mucho camino por recorrer.
¿Mi vida tiene un proyecto? ¿Qué quiero hacer con mi vida, adónde dirijo mis pasos? No debo olvidar, que la meta de mi vivir es Dios. Él quiere que crezca cara a él, creciendo en su presencia por el camino del amor.
¿Cuál es mi punto débil? ¿Cuál es mi piedra de tropiezo? Constatar estas debilidades mías y esos tropiezos reiterados en mi vida, ¿me desaniman, me estancan?
No debo olvidar, que la debilidad que experimento, que mis tropiezos, deben llevarme a poner en Dios mi seguridad y mi confianza. Él es mi fuerza salvadora. Con él a mi lado todo lo puedo. Comprobar que soy débil, me debe llevar a vivir con sencillez y con humildad.
¿Confiado en mis propias fuerzas, he abandonado la oración? ¿Me he quedado en la mediocridad, porque digo que eso de ser santo no es para mí?
No debo olvidar la invitación de Jesús, que quiere que mi luz brille en medio del mundo en el que me encuentro. No puedo quedarme en la mediocridad. Como Jesús, estoy llamado también a ser luz del mundo.
Oración, para recitarla todos juntos:
Señor, que no te oculte la verdad de mi corazón, que todo lo ponga a tu luz y, así, todo en mí será luz.
Ayúdame tú, Señor, a salir de todas estas situaciones de mi vida, que me estancan. Que rectifique y siga en el camino, que me conduce a ti, que eres mi meta, mi hogar definitivo.
Nota: Las preguntas planteadas para el examen de conciencia, deben ser leídas despacio, para facilitar la reflexión personal o distribuirlas entre los participantes junto con el texto de los cantos.
Monición del que preside:
Hermanos: Dios es quien convierte nuestro corazón a él. Es él quien sale a nuestro encuentro y nos abraza, como hizo con el hijo pródigo. Es él quien sale a nuestro encuentro, para que, como hizo con el hijo mayor, entremos a compartir el gozo de vivir la fraternidad, al calor de su amor. Por tanto no es fruto de nuestro esfuerzo la conversión. Es un regalo suyo. Un regalo que nos lo da a todos. Lo importante es que, sensibles a este regalo suyo, a esa llamada de su amor, le digamos, le diga: quiero abrirte de par en par mi corazón. Sé que tu amor me puede hacer una criatura nueva
Con esa actitud de absoluta confianza en la fuerza de su amor, decimos: Yo confieso...
Nota: Se deja espacio para la confesión personal, se pone música ambiente y se invita a los presentes que, una vez perdonados, se acerquen hasta el altar, lo besen y, con este gesto, expresen su voluntad de seguir en el camino, animados por el amor de Dios. Este es el fundamento de nuestra esperanza. Y expresamos esa comunión con él y con los hermanos, dándonos la paz y rezando la oración del Padrenuestro.
Canto final: Si vienes conmigo y alientas mi fe.