Lunes, 18 de diciembre de 2006
Discurso que dirigi? Benedicto XVI el 9 de diciembre al 56 congreso nacional de la Uni?n de Juristas Cat?licos Italianos.

Queridos hermanos y hermanas:

Bienvenidos a este encuentro, que tiene lugar en el contexto de vuestro congreso nacional de estudio dedicado al tema: "La laicidad y las laicidades". Os dirijo a cada uno mi cordial saludo, comenzando por el presidente de vuestra benem?rita asociaci?n, profesor Francesco D'Agostino, al que tambi?n doy las gracias por haberse hecho int?rprete de vuestros sentimientos comunes y por haberme explicado brevemente las finalidades de vuestra acci?n social y apost?lica. El congreso afronta el tema de la laicidad, que es de gran inter?s porque pone de relieve que en el mundo de hoy la laicidad se entiende de varias maneras: no existe una sola laicidad, sino diversas, o, mejor dicho, existen m?ltiples maneras de entender y vivir la laicidad, maneras a veces opuestas e incluso contradictorias entre s?. Haber dedicado estos d?as al estudio de la laicidad y de los diferentes modos de entenderla y actuarla os ha introducido en el intenso debate actual, un debate que resulta muy ?til para los que cultivan el derecho.

Para comprender el significado aut?ntico de la laicidad y explicar sus acepciones actuales, es preciso tener en cuenta el desarrollo hist?rico que ha tenido el concepto. La laicidad, nacida como indicaci?n de la condici?n del simple fiel cristiano, no perteneciente ni al clero ni al estado religioso, durante la Edad Media revisti? el significado de oposici?n entre los poderes civiles y las jerarqu?as eclesi?sticas, y en los tiempos modernos ha asumido el de exclusi?n de la religi?n y de sus s?mbolos de la vida p?blica mediante su confinamiento al ?mbito privado y a la conciencia individual. As?, ha sucedido que al t?rmino "laicidad" se le ha atribuido una acepci?n ideol?gica opuesta a la que ten?a en su origen.

En realidad, hoy la laicidad se entiende por lo com?n como exclusi?n de la religi?n de los diversos ?mbitos de la sociedad y como su conf?n en el ?mbito de la conciencia individual. La laicidad se manifestar?a en la total separaci?n entre el Estado y la Iglesia, no teniendo esta ?ltima t?tulo alguno para intervenir sobre temas relativos a la vida y al comportamiento de los ciudadanos; la laicidad comportar?a incluso la exclusi?n de los s?mbolos religiosos de los lugares p?blicos destinados al desempe?o de las funciones propias de la comunidad pol?tica: oficinas, escuelas, tribunales, hospitales, c?rceles, etc.

Bas?ndose en estas m?ltiples maneras de concebir la laicidad, se habla hoy de pensamiento laico, de moral laica, de ciencia laica, de pol?tica laica. En efecto, en la base de esta concepci?n hay una visi?n a-religiosa de la vida, del pensamiento y de la moral, es decir, una visi?n en la que no hay lugar para Dios, para un Misterio que trascienda la pura raz?n, para una ley moral de valor absoluto, vigente en todo tiempo y en toda situaci?n. Solamente d?ndose cuenta de esto se puede medir el peso de los problemas que entra?a un t?rmino como laicidad, que parece haberse convertido en el emblema fundamental de la posmodernidad, en especial de la democracia moderna.

Por tanto, todos los creyentes, y de modo especial los creyentes en Cristo, tienen el deber de contribuir a elaborar un concepto de laicidad que, por una parte, reconozca a Dios y a su ley moral, a Cristo y a su Iglesia, el lugar que les corresponde en la vida humana, individual y social, y que, por otra, afirme y respete "la leg?tima autonom?a de las realidades terrenas", entendiendo con esta expresi?n -como afirma el concilio Vaticano II- que "las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente" (Gaudium et spes, 36).

Esta autonom?a es una "exigencia leg?tima, que no s?lo reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que est? tambi?n de acuerdo con la voluntad del Creador, pues, por la condici?n misma de la creaci?n, todas las cosas est?n dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias, que el hombre debe respetar reconociendo los m?todos propios de cada ciencia o arte" (ib.). Por el contrario, si con la expresi?n "autonom?a de las realidades terrenas" se quisiera entender que "las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin referirlas al Creador", entonces la falsedad de esta opini?n ser?a evidente para quien cree en Dios y en su presencia trascendente en el mundo creado (cf. ib.).

Esta afirmaci?n conciliar constituye la base doctrinal de la "sana laicidad", la cual implica que las realidades terrenas ciertamente gozan de una autonom?a efectiva de la esfera eclesi?stica, pero no del orden moral. Por tanto, a la Iglesia no compete indicar cu?l ordenamiento pol?tico y social se debe preferir, sino que es el pueblo quien debe decidir libremente los modos mejores y m?s adecuados de organizar la vida pol?tica. Toda intervenci?n directa de la Iglesia en este campo ser?a una injerencia indebida.

Por otra parte, la "sana laicidad" implica que el Estado no considere la religi?n como un simple sentimiento individual, que se podr?a confinar al ?mbito privado. Al contrario, la religi?n, al estar organizada tambi?n en estructuras visibles, como sucede con la Iglesia, se ha de reconocer como presencia comunitaria p?blica. Esto supone, adem?s, que a cada confesi?n religiosa (con tal de que no est? en contraste con el orden moral y no sea peligrosa para el orden p?blico) se le garantice el libre ejercicio de las actividades de culto -espirituales, culturales, educativas y caritativas- de la comunidad de los creyentes.

A la luz de estas consideraciones, ciertamente no es expresi?n de laicidad, sino su degeneraci?n en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia pol?tica y cultural de la religi?n; en particular, contra la presencia de todo s?mbolo religioso en las instituciones p?blicas.

Tampoco es signo de sana laicidad negar a la comunidad cristiana, y a quienes la representan leg?timamente, el derecho de pronunciarse sobre los problemas morales que hoy interpelan la conciencia de todos los seres humanos, en particular de los legisladores y de los juristas. En efecto, no se trata de injerencia indebida de la Iglesia en la actividad legislativa, propia y exclusiva del Estado, sino de la afirmaci?n y de la defensa de los grandes valores que dan sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad. Estos valores, antes de ser cristianos, son humanos; por eso ante ellos no puede quedar indiferente y silenciosa la Iglesia, que tiene el deber de proclamar con firmeza la verdad sobre el hombre y sobre su destino.

Queridos juristas, vivimos en un per?odo hist?rico admirable por los progresos que la humanidad ha realizado en muchos campos del derecho, de la cultura, de la comunicaci?n, de la ciencia y de la tecnolog?a. Pero en este mismo tiempo algunos intentan excluir a Dios de todos los ?mbitos de la vida, present?ndolo como antagonista del hombre. A los cristianos nos corresponde mostrar que Dios, en cambio, es amor y quiere el bien y la felicidad de todos los hombres. Tenemos el deber de hacer comprender que la ley moral que nos ha dado, y que se nos manifiesta con la voz de la conciencia, no tiene como finalidad oprimirnos, sino librarnos del mal y hacernos felices. Se trata de mostrar que sin Dios el hombre est? perdido y que excluir la religi?n de la vida social, en particular la marginaci?n del cristianismo, socava las bases mismas de la convivencia humana, pues antes de ser de orden social y pol?tico, estas bases son de orden moral.

A la vez que os agradezco una vez m?s, queridos amigos, vuestra visita, invoco la protecci?n materna de Mar?a sobre vosotros y sobre vuestra asociaci?n. Con estos sentimientos os imparto de coraz?n a todos una bendici?n apost?lica especial, que de buen grado extiendo a vuestras familias y a vuestros seres queridos.

[Traducci?n distribuida por la Santa Sede
? Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana]
Publicado por verdenaranja @ 23:16  | Habla el Papa
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