Martes, 19 de diciembre de 2006
Homil?a que pronunci? Benedicto XVI el 10 de diciembre de 2006 en su visita pastoral a la parroquia Santa Mar?a, Estrella de la Evangelizaci?n, primera iglesia que ese mismo d?a consagr? desde su elecci?n como obispo de Roma.


VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA SANTA MAR?A, ESTRELLA DE LA EVANGELIZACI?N

HOMIL?A DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

II Domingo de Adviento, 10 de diciembre de 2006




Queridos hermanos y hermanas de la parroquia "Santa Mar?a, Estrella de la Evangelizaci?n":

Me alegra estar entre vosotros para la dedicaci?n de esta nueva y hermosa iglesia parroquial: la primera que, desde que asum? el oficio de Obispo de Roma, dedico al Se?or. La solemne liturgia de la dedicaci?n de una iglesia es un momento de intensa y com?n alegr?a espiritual para todo el pueblo de Dios que vive en el territorio: de todo coraz?n me uno a vuestra alegr?a.

Saludo con afecto al cardenal vicario de Roma Camillo Ruini; al obispo auxiliar del sector sur, monse?or Paolino Schiavon; y al auxiliar monse?or Ernesto Mandara, secretario de la Obra romana para la preservaci?n de la fe y para la provisi?n de nuevas iglesias en Roma. A ellos y a cuantos, de diversas maneras, han contribuido a la realizaci?n de este nuevo centro parroquial expreso mi sincero agradecimiento.

Esta parroquia se inaugura durante el per?odo de Adviento que, desde hace ya diecis?is a?os, la di?cesis de Roma dedica a la sensibilizaci?n y a la recaudaci?n de fondos para la realizaci?n de nuevas iglesias en las zonas perif?ricas de la ciudad. Se suma a los m?s de cincuenta complejos parroquiales ya realizados durante estos a?os gracias al esfuerzo econ?mico del Vicariato, a la contribuci?n de numerosos fieles y a la atenci?n de las autoridades civiles. Pido a todos los fieles y ciudadanos de buena voluntad que sigan ayudando con generosidad, para que puedan tener cuanto antes una sede de su parroquia los barrios que carecen de ella. Sobre todo, en nuestro contexto social ampliamente secularizado, la parroquia es un faro que irradia la luz de la fe y as? responde a los deseos m?s profundos y verdaderos del coraz?n del hombre, dando significado y esperanza a la vida de las personas y de las familias.

Saludo a vuestro p?rroco, a los sacerdotes, sus colaboradores, a los miembros del consejo pastoral parroquial y a los dem?s laicos comprometidos en las diversas actividades pastorales. Os saludo con afecto a cada uno. Vuestra comunidad es viva y joven. Joven por su fundaci?n, que tuvo lugar en 1989, y a?n m?s por el inicio efectivo de sus actividades. Joven porque en este barrio, Torrino norte, es joven la gran mayor?a de las familias y, por tanto, hay numerosos ni?os y muchachos. As? pues, vuestra comunidad tiene la ardua y fascinante tarea de educar a sus hijos en la vida y en la alegr?a de la fe. Espero que juntos, con esp?ritu de sincera comuni?n, os compromet?is en la preparaci?n de los sacramentos de iniciaci?n cristiana y ayud?is a vuestros muchachos, que de ahora en adelante podr?n encontrar aqu? locales acogedores y estructuras adecuadas, a crecer en el amor y en la fidelidad al Se?or.

Queridos hermanos y hermanas, estamos dedicando una iglesia, un edificio en el que Dios y el hombre quieren encontrarse; una casa para reunirnos, en la que somos atra?dos hacia Dios; y estar con Dios nos une los unos a los otros. Las tres lecturas de esta solemne liturgia quieren mostrarnos, bajo aspectos muy diversos, el significado de un edificio sagrado como casa de Dios y como casa de los hombres. En las tres lecturas que hemos escuchado encontramos tres grandes temas: en la primera lectura, la palabra de Dios que congrega a los hombres; en la segunda, la ciudad de Dios que, al mismo tiempo, aparece como esposa; y, por ?ltimo, la confesi?n de Jesucristo como Hijo de Dios encarnado, hecha primero por Pedro, que puso as? el inicio de la Iglesia viva que se manifiesta en el edificio material de toda iglesia. Escuchemos ahora con m?s detalle qu? nos dicen las tres lecturas.

Ante todo, est? el relato de la reconstrucci?n del pueblo de Israel, de la ciudad santa, Jerusal?n, y del templo despu?s del retorno del exilio. Tras el gran optimismo de la repatriaci?n, el pueblo al llegar se encuentra un pa?s desierto. ?C?mo reconstruirlo? La reconstrucci?n externa, tan necesaria, no puede progresar si antes no se reconstituye el pueblo mismo como pueblo, si no se aplica de verdad un criterio com?n de justicia que una a todos y regule la vida y la actividad de cada uno.

El pueblo, tras el retorno, necesita, por decirlo as?, una "Constituci?n", una ley fundamental para su vida. Y sabe que esta Constituci?n, para ser justa y duradera, en definitiva, para llevar a la justicia, no puede ser fruto de una invenci?n aut?noma suya. El hombre no puede inventar la verdadera justicia; m?s bien, debe descubrirla. En otras palabras, debe venir de Dios, que es la justicia. Por tanto, la palabra de Dios reconstruye la ciudad.

Lo que la lectura nos narra trae a la memoria el acontecimiento del Sina?. Hace presente el acontecimiento del Sina?: se lee y explica solemnemente la palabra santa de Dios, que indica a los hombres el camino de la justicia. As? se hace presente como una fuerza que, desde dentro, edifica nuevamente el pa?s. Esto sucede el ?ltimo d?a del a?o. La palabra de Dios inaugura un nuevo a?o, inaugura una nueva hora de la historia. La palabra de Dios es siempre fuerza de renovaci?n, que da sentido y orden a nuestro tiempo. Al final de la lectura llega la alegr?a: se invita a los hombres al banquete solemne; se los exhorta a dar a los que no tienen nada y a unir as? a todos en la comuni?n de la alegr?a, que se basa en la palabra de Dios.
La ?ltima palabra de esta lectura es la hermosa expresi?n: la alegr?a del Se?or es nuestra fuerza. Creo que no es dif?cil constatar c?mo estas palabras del Antiguo Testamento son ahora una realidad para nosotros. El edificio de la iglesia existe para que nosotros podamos escuchar, explicar y comprender la palabra de Dios; existe para que la palabra de Dios act?e entre nosotros como fuerza que crea justicia y amor. En especial, existe para que en ?l pueda comenzar la fiesta en la que Dios quiere que participe la humanidad, no s?lo al final de los tiempos, sino ya ahora mismo.

Existe para que nosotros conozcamos lo que es justo y bueno, y la palabra de Dios es la ?nica fuente para conocer y dar fuerza a este conocimiento de lo justo y lo bueno.

Por tanto, el edificio existe para que aprendamos a vivir la alegr?a del Se?or, que es nuestra fuerza. Pidamos al Se?or que nos haga sentirnos felices con su palabra; que nos haga sentirnos felices con la fe, para que esta alegr?a nos renueve a nosotros mismos y al mundo.
Por tanto, la lectura de la palabra de Dios, la renovaci?n de la revelaci?n del Sina? despu?s del exilio, sirvi? entonces para la comuni?n con Dios y entre los hombres. Esta comuni?n se expres? en la reconstrucci?n del templo, de la ciudad y de sus murallas. Palabra de Dios y edificaci?n de la ciudad, en el libro de Nehem?as, est?n en estrecha relaci?n: por una parte, sin la palabra de Dios no existe ni ciudad ni comunidad; por otra, la palabra de Dios no es s?lo discurso, sino que lleva a edificar, es una Palabra que construye.

Los textos siguientes del libro de Nehem?as sobre la construcci?n de las murallas de la ciudad, en una primera lectura de sus detalles, son muy concretos e incluso prosaicos. Sin embargo, constituyen un tema verdaderamente espiritual y teol?gico. Una palabra prof?tica de aquella ?poca dice que Dios mismo hace de muralla de fuego en torno a Jerusal?n (cf. Zc 2, 8 s). Dios mismo es la defensa viva de la ciudad, no s?lo en aquel tiempo, sino siempre.

As?, la narraci?n veterotestamentaria nos introduce en la visi?n del Apocalipsis, que hemos escuchado como segunda lectura. S?lo quisiera poner de relieve dos aspectos de esta visi?n. La ciudad es esposa. No es solamente un edificio de piedra. Todo lo que, con grandiosas im?genes, se dice sobre la ciudad remite a algo vivo: a la Iglesia de piedras vivas, en la que ya ahora se forma la ciudad futura. Remite al pueblo nuevo que, en la fracci?n del pan, se convierte en un solo cuerpo con Cristo (cf. 1 Co 10, 16 s). Como el hombre y la mujer, en su amor, son "una sola carne", as? Cristo y la humanidad congregada en la Iglesia se convierten, mediante el amor de Cristo, en "un solo esp?ritu" (cf. 1 Co 6, 17; Ef 5, 29 ss).

San Pablo llama a Cristo el nuevo, el ?ltimo Ad?n: el hombre definitivo. Y lo llama "esp?ritu que da vida" (1 Co 15, 45). Con ?l somos uno; con ?l, la Iglesia llega a ser esp?ritu que da vida. La ciudad santa, en la que ya no existe un templo, porque est? inhabitada por Dios, es la imagen de esta comunidad que se forma a partir de Cristo.

El otro aspecto que quisiera mencionar son los doce cimientos de la ciudad, sobre los cuales est?n los nombres de los doce Ap?stoles. Los cimientos de la ciudad no son piedras materiales, sino seres humanos: son los Ap?stoles con el testimonio de su fe. Los Ap?stoles siguen siendo los cimientos de la nueva ciudad, de la Iglesia, mediante el ministerio de la sucesi?n apost?lica: mediante los obispos. Las velas que encendemos en las paredes de la iglesia, en los lugares donde se har?n las unciones, recuerdan precisamente a los Ap?stoles: su fe es la verdadera luz que ilumina a la Iglesia. Y, al mismo tiempo, es el fundamento en el que se apoya. La fe de los Ap?stoles no es algo anticuado. Puesto que es verdad, es el fundamento en el que nos apoyamos, es la luz por la que vemos.

Pasemos al Evangelio. ?Cu?ntas veces lo hemos escuchado! La profesi?n de fe de san Pedro es el fundamento inquebrantable de la Iglesia. Junto con san Pedro, decimos hoy a Jes?s: "T? eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo". La palabra de Dios no es solamente palabra. En Jesucristo la Palabra est? presente en medio de nosotros como Persona. Este es el objetivo m?s profundo de la existencia de este edificio sagrado: la iglesia existe para que en ella encontremos a Cristo, el Hijo del Dios vivo.

Dios tiene un rostro. Dios tiene un nombre. En Cristo, Dios se ha encarnado y se entrega a nosotros en el misterio de la sant?sima Eucarist?a. La Palabra es carne. Se entrega a nosotros bajo las apariencias del pan, y as? se convierte verdaderamente en el Pan del que vivimos. Los hombres vivimos de la Verdad. Esta Verdad es Persona: nos habla y le hablamos. La iglesia es el lugar del encuentro con el Hijo del Dios vivo, y as? es el lugar de encuentro entre nosotros. Esta es la alegr?a que Dios nos da: que ?l se ha hecho uno de nosotros, que nosotros podemos casi tocarlo y que ?l vive con nosotros. Realmente, la alegr?a de Dios es nuestra fuerza.

As? el evangelio finalmente nos introduce en la hora que estamos viviendo hoy. Nos conduce a Mar?a, a quien aqu? honramos como Estrella de la Evangelizaci?n. En la hora decisiva de la historia humana, Mar?a se ofreci? a s? misma a Dios, ofreci? su cuerpo y su alma como morada. En ella y de ella el Hijo de Dios asumi? la carne. Por medio de ella la Palabra se hizo carne (cf. Jn 1, 14). As? Mar?a nos dice lo que es el Adviento: ir al encuentro del Se?or que viene a nuestro encuentro.

Esperarlo, escucharlo y contemplarlo. Mar?a nos explica para qu? existen los edificios de las iglesias: existen para que acojamos en nuestro interior la palabra de Dios; para que dentro de nosotros y por medio de nosotros la Palabra pueda encarnarse tambi?n hoy.
As?, la saludamos como Estrella de la Evangelizaci?n: Santa Mar?a, Madre de Dios, ruega por nosotros, para que vivamos el Evangelio. Ay?danos a no esconder la luz del Evangelio debajo del celem?n de nuestra poca fe. Ay?danos a ser, en virtud del Evangelio, luz para el mundo, a fin de que los hombres puedan ver el bien y glorifiquen al Padre que est? en los cielos (cf. Mt 5, 14 ss). Am?n.

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Publicado por verdenaranja @ 22:28  | Habla el Papa
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