ZENIT publica la ponencia que pronunci? el Cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoci?n de la Unidad de los Cristianos, en la inauguraci?n del encuentro ?El Ecumenismo Espiritual y de la Caridad? celebrado en Barcelona entre el 19 y el 20 de febrero.
I. Han transcurrido m?s de cuarenta a?os desde la clausura, el 8 de diciembre del 1965, del Concilio Vaticano II, que marc? un giro decisivo al compromiso ecum?nico, al definir el Decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio como uno de sus prop?sitos principales el restablecimiento de la unidad de todos los cristianos. El documento empieza con estas palabras: ?Promover el restablecimiento de la unidad entre todos los cristianos es uno de los prop?sitos principales del sagrado Concilio ecum?nico Vaticano II.? (UR 1). Esta opci?n del Concilio Vaticano II tiene su fundamento en el mandato de nuestro Se?or, que el anochecer de su muerte rog?: ?que todos sean uno?. El Decreto aclara que no se trata de un ecumenismo cualquiera, sino de un ecumenismo de la verdad y del amor, dirigido a recomponer la unidad visible de la Iglesia (cfr. UR 2 s.).
Desde entonces, la opci?n ecum?nica del Concilio ha sido declarada irreversible por el Papa Juan Pablo II en la Enc?clica Ut unum sint (1995) (UUS 3), donde agrega que no se trata de un mero ?ap?ndice? de la actividad tradicional de la Iglesia (UR 20), sino de ?una de las prioridades pastorales? de su pontificado (UR 99). El Papa Benedicto XVI, el mismo d?a siguiente a su elecci?n como sumo pont?fice, en un discurso program?tico pronunciado ante los cardenales reunidos en el c?nclave, se declar? dispuesto a hacer todo lo que est? a su alcance para promover la causa fundamental del ecumenismo; y reforz? estas palabras durante la ceremonia de inauguraci?n de su ministerio, el 24 de abril del 2005, en la Plaza San Pedro. Desde entonces, el Papa Benedicto ha repetido esta afirmaci?n en numerosas ocasiones.
Desde que la Iglesia cat?lica, con el Concilio Vaticano II, se ha abierto oficialmente al movimiento ecum?nico, el di?logo ecum?nico ha dado grandes pasos adelante. Esto ha ocurrido tanto a nivel de cada una de las iglesias locales como a nivel de la Iglesia universal. El Pontificio Consejo para la Promoci?n de la Unidad de los Cristianos (PCPUC) ha establecido di?logos oficiales o conversaciones y encuentros con casi todas las Iglesias y Comunidades eclesiales, con las Federaciones o Alianzas confesionales mundiales y con el Consejo Ecum?nico de las Iglesias. Han surgido un gran n?mero de documentos. Gracias a estos di?logos ha sido posible llegar a acercamientos substanciales en varias materias y, en alg?n caso, llegar a un consenso. Un hito muy importante de este proceso ha sido la firma de la ?Declaraci?n Conjunta sobre la Doctrina de la Justificaci?n? con la Federaci?n Luterana Mundial (1999), y la adhesi?n a esta Declaraci?n por parte del Consejo Metodista Mundial el pasado julio.
Junto a estos di?logos, es importante recordar las visitas del Papa Juan Pablo II a casi todos los Patriarcas orientales y sobre todo la reciente visita del Papa Benedicto XVI al Patriarca ecum?nico y la visita a Roma del Arzobispo de Atenas y de toda Grecia. Las dos visitas a las que acabo de aludir pueden ser consideradas hist?ricas. Adem?s de ?stas, la reanudaci?n del trabajo de la Comisi?n teol?gica internacional para el di?logo con las Iglesias ortodoxas en su conjunto tambi?n ha significado una fase nueva en las relaciones con las Iglesias ortodoxas. Aun as?, esto no quiere decir que hayamos olvidado los contactos con las comunidades nacidas con la Reforma del siglo XVI. Nos podr?amos referir a muchos encuentros alentadores de alto nivel con estas Comunidades durante el ?ltimo a?o, la ?ltima de las cuales ha sido la visita de una delegaci?n finlandesa a comienzos de la reciente Semana de Oraci?n para la unidad de los cristianos.
A?n m?s importante que los resultados concretos de los di?logos y de los encuentros oficiales en el v?rtice de las iglesias es todo aquello a lo que el Papa Juan Pablo II se refiere en su Enc?clica sobre el ecumenismo Ut unum sint (1995) o, en otras palabras, el redescubrimiento de la fraternidad entre los cristianos. Hoy ya no hablamos tanto ?como el Santo Padre hace notar- de ?cristianos separados? o de ?hermanos y hermanas separados?, sino de ?otros cristianos? y de ?otros bautizados?. Este cambio del vocabulario es bastante representativo. Los cristianos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales ya no se ven hoy en d?a como adversarios; ya no se ponen los unos enfrente de los otros con actitudes de antagonismo, de competencia o de indiferencia, sino que se consideran mutuamente como hermanos y hermanas que han emprendido juntos el camino hacia la unidad plena.
En nuestros d?as, trabajan unidos a favor de la paz y de la justicia en el mundo. Desde el inicio del movimiento ecum?nico moderno, la promoci?n de la unidad y la misi?n en el mundo han caminado al mismo paso. Porque en la promoci?n de la unidad y en la misi?n en el mundo act?a la auto-trascendencia de la Iglesia y empieza la reuni?n escatol?gica de todos los pueblos que los profetas ya anunciaron.
En el fundamento de este desarrollo tan positivo y alentador cuando el movimiento ecum?nico es entendido en la manera justa, no hay ni un filantropismo liberal, ni un relativismo o un pluralismo post-moderno que no tiene en cuenta las diferencias confesionales o abandona la identidad cat?lica; sino que m?s bien en la base de los di?logos hay la com?n confesi?n de la fe en la Sant?sima Trinidad y en Jesucristo, ?nico y universal salvador y redentor, y el reconocimiento mutuo del ?nico bautismo, a trav?s del cual todos los bautizados entran a formar parte del ?nico Cuerpo de Cristo y se encuentran, por lo tanto, desde ahora, en una comuni?n real y profunda, aunque no completa. La nueva fraternidad ecum?nica no significa, por lo tanto, una realidad sentimental o una sensaci?n familiar de cordialidad, sino que contemplamos una realidad espiritual fundamentada ontol?gicamente.
Pese a estos progresos tan alentadores, no se puede negar que, m?s all? de las dificultades singulares, normales y que forman parte de la vida, el di?logo de alguna manera se haya encallado, aunque no se hayan parado los coloquios y los encuentros, las visitas y la correspondencia. La situaci?n ha cambiado, la atm?sfera ya no es la misma, aparecen en el horizonte nuevos retos, como por ejemplo el crecimiento enorme de los movimientos evang?licos, pentecostales y carism?ticos, que se han desarrollado sobre todo en el hemisferio sur. Por otro lado, en algunas comunidades protestantes se muestran tendencias liberales, sobre todo en cuestiones de ?tica, que crean nuevas diferencias y dificultades. Mientras que en los momentos inmediatamente posteriores al Concilio se constataba quiz?s una atm?sfera optimista e incluso ut?pica, hoy se puede prever que el camino ecum?nico, al menos seg?n las medidas de los hombres, ser? todav?a largo. Como fruto de esta reflexi?n, el tema de la ?ltima Sesi?n plenaria del PCPUC, en noviembre del 2006, tuvo como t?tulo ?El ecumenismo en v?a de transformaci?n?.
Como siempre, hay varios motivos para el cambio de una situaci?n. Uno de los motivos ha sido el hecho de que, tras haber superado muchos malentendidos y haber conseguido un consenso fundamental sobre el fulcro de nuestra fe, ahora hemos llegado al n?cleo duro de nuestras diferencias eclesiol?gicas o, mejor, de nuestras diferencias institucionales y eclesiol?gicas. En el di?logo con las Antiguas Iglesias Orientales y con las Iglesias ortodoxas, esta divergencia afecta la cuesti?n del ministerio petrino; mientras que, en las relaciones con las Iglesias reformadas, concierne la cuesti?n de la sucesi?n apost?lica del ministerio episcopal. Este ?ltimo punto es tan s?lo la punta del iceberg de una diferencia muy profunda en la manera de entender la eclesiolog?a. Para poder resolver estos puntos, la Iglesia cat?lica sostiene que es imprescindible afrontar dos cuestiones fundamentales.
Primero: nos hace falta un ecumenismo fundamental; es decir, debemos reforzar los fundamentos de nuestro compromiso ecum?nico, la fe en Dios y en Jesucristo. No solamente en las otras Iglesias, sino tambi?n a menudo entre nosotros estas verdades fundamentales y centrales est?n desapareciendo de muchos fieles. Pero ?C?mo se puede hablar de la justificaci?n de los pecadores por parte de Dios, si ya no hay una viva relaci?n con Dios y si ya no existe la conciencia de ser pecador y de tener necesidad de la redenci?n? Segundo: la cuesti?n de las Iglesias, entendidas como Comuni?n. Entretanto, hemos de estar agradecidos que la Comisi?n Fe y Constituci?n del Consejo mundial de las Iglesias haya publicado un documento todav?a provisional sobre ?La naturaleza y la misi?n de la Iglesia?, en cuya elaboraci?n ha colaborado nuestro Consejo y a la redacci?n final del cual queremos continuar cooperando muy activamente. Esperamos que esto pueda ser un paso y una contribuci?n importante para lograr la plena comuni?n, es decir, la comuni?n eucar?stica con nuestros hermanos y hermanas, que es el objetivo del compromiso ecum?nico.
II. Tras haber afirmado todo esto y tomando en consideraci?n tambi?n los diversos pasos de aproximaci?n, permanece aun as? un cierto sentimiento de desilusi?n y de frustraci?n. Para poner en movimiento la situaci?n actual, es necesario un impulso m?s fuerte y vigoroso que aqu?l que, por su naturaleza, los di?logos acad?micos puedan dar. En este momento cr?tico, hemos de acudir a la fuerza motriz originaria del movimiento ecum?nico y a la dimensi?n pneumatol?gica de la existencia cristiana y de la Iglesia. Por esto, junto a los fundamentos teol?gicos y eclesiol?gicos antes mencionados, es necesario reflexionar sobre las bases pneumatol?gicas y espirituales. Porque la unidad de los disc?pulos de Cristo no se puede ?hacer? mediante di?logos teol?gicos, aunque son muy importantes e irrenunciables, ni mediante una cierta denominada diplomacia eclesi?stica o mediante acciones pragm?ticas, aunque tengan su utilidad. En ?ltima instancia, la unidad de la Iglesia es, si bien visible, una realidad pneumatol?gica y por lo tanto un don del Esp?ritu de Dios. Seg?n el ap?stol Pablo hay una diversidad de carismas dentro la Iglesia, pero uno solo es el Esp?ritu (1 Cor 12,4), que es como el alma de la Iglesia. Es significativo que las palabras de Jes?s ?que todos sean una sola cosa? no son un mandato, sino una plegaria; y el ecumenismo en ?ltimo t?rmino no es otra cosa que unirse a esta plegaria de nuestro Se?or y hacerla nuestra.
Estas no son para m? reflexiones puramente abstractas, sino pensamientos que vienen de mi experiencia personal, madurada a lo largo de muchos a?os, d?a tras d?a. En este periodo de tiempo he participado en muchos di?logos y en muchos encuentros ecum?nicos. Y siempre era lo mismo. Si estos di?logos quedaban s?lo a nivel acad?mico, resultaban quiz?s interesantes, pero no tra?an fruto alguno. A menudo, si no hab?a oraci?n y una atm?sfera espiritual, se pod?an olvidar. Mientras que, si hab?a un clima de oraci?n, los corazones se abr?an, era posible superar malentendidos y prejuicios, promover la comprensi?n tambi?n sobre las diferencias, encontrar convergencias y tal vez consensos y sobre todo acrecentaba el amor mutuo y el empuje para continuar.
Esta experiencia personal concuerda con la experiencia hist?rica de la Iglesia. Las divisiones en el seno de la cristiandad no son debidas primariamente a disputas a nivel de discusiones o a controversias sobre f?rmulas doctrinales divergentes, sino a una experiencia de vida que ha llevado a un alejamiento rec?proco. Algunas formas de vida de fe cristiana han resultado extra?as las unas a las otras, hasta no poderse entender. As?, las divisiones del pasado son el resultado ?como el Concilio ha dicho- de un enfriamiento del amor. Problemas que como tales eran solucionables se han convertido en obst?culos insalvables; de las diferencias, de por si leg?timas, han salido controversias, que se han exagerado y absolutizado. Al final se han alejado y ya no se comprenden. Y esto ha conducido a fracturas inevitables. Varias condiciones y circunstancias culturales, sociales y pol?ticas han desarrollado un papel importante en todo esto. Con esto no queremos olvidar que se ha tratado tambi?n de una b?squeda de la verdad y de diferencias de fe. Volveremos enseguida sobre este importante aspecto. La b?squeda de la verdad, sin embargo, ha estado siempre inscrita en la experiencia concreta y atada a ?sta de manera inseparable.
Por otro lado, ya desde los inicios, el movimiento ecum?nico se ha nutrido en gran parte por un movimiento espiritual, que ha encontrado su expresi?n sobre todo en la Semana de Oraci?n por la Unidad de los Cristianos, puesta en marcha el a?o 1933 por el Abb? Paul Couturier, y que para nosotros es siempre el centro ecum?nico del a?o lit?rgico.
El Concilio Vaticano II, en su Decreto sobre el Ecumenismo Unitatis Redintegratio, contempla el movimiento ecum?nico como impulso y obra del Esp?ritu Santo (UR 1; 4). Y no por casualidad el Concilio y el Papa de entonces describieron el ecumenismo espiritual como el coraz?n del movimiento ecum?nico (UR 8). El ecumenismo espiritual seg?n el Concilio significa: oraci?n, sobre todo oraci?n ecum?nica com?n, conversi?n personal y reforma institucional, penitencia y esfuerzo por la santificaci?n personal (UR 5-8). El Papa Juan Pablo II en su Enc?clica Ut unum sint y en otros muchos documentos ha repetido y subrayado muchas veces esta idea y el Papa Benedicto XVI contin?a en la misma estela.
Recientemente el PCPUC ha publicado un peque?o libro sobre el ecumenismo espiritual, que se basa en muchas experiencias concretas. La publicaci?n hab?a sido recomendada por la Plenaria del 2003. Un primer proyecto hab?a sido presentado y discutido en la Conferencia internacional tenida en Rocca di Papa en noviembre del 2004 con ocasi?n de la celebraci?n del 40 aniversario del Decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio del Concilio Vaticano II. Desde entonces hemos recibido muchas sugerencias de organismos ecum?nicos internacionales y locales. As?, el libro es el resultado de muchas experiencias personales m?as y de otros muchos en varias situaciones y partes del mundo. La intenci?n de la publicaci?n es aportar sugerencias concretas y pr?cticas a todos aquellos que ?como se suele decir est?n en la base, es decir en las di?cesis, en las parroquias y en las diversas comunidades- se esfuerzan en el trabajo ecum?nico.
El acento particular puesto en el ecumenismo espiritual es importante tambi?n a la luz de la situaci?n espiritual actual que, por una parte, est? marcada por el relativismo y por el esteticismo post-modernos y, por otra, presenta un deseo nost?lgico de esperanza espiritual, a menudo vago e impreciso. Es evidente un descontento que brota del vac?o dejado por una civilizaci?n t?cnica, funcional y economicista. Se percibe tambi?n el descontento con una Iglesia prevalentemente institucional, que no da el suficiente alimento espiritual, que no satisface los deseos m?s profundos del coraz?n. Este es uno de los motivos por los cuales tantos fieles dejan la Iglesia y se integran en comunidades carism?ticas y pentecostales o se entregan a pr?cticas esot?ricas. Esta situaci?n nos obliga a aclarar desde el principio el concepto de espiritualidad.
III. Actualmente, la palabra ?espiritualidad? se utiliza demasiado y tiene muchos significados. Nos interesa ahora, primeramente, aclarar un poco este t?rmino y su significado. Y despu?s podremos dar sugerencias concretas.
Espiritualidad es un ?pr?stamo? l?xico que proviene del catolicismo franc?s. Traducido literalmente significa ?piedad?. No obstante, con esto no se cubre toda la gama de significados de este concepto. El Dictionary of Christian Spirituality describe la espiritualidad como aquel comportamiento, aquella fe y aquel conjunto de pr?cticas que conforman la vida de los hombres, ayud?ndolos a lograr realidades que van m?s all? de la percepci?n de los sentidos. Para mejorar esta descripci?n, podemos decir que espiritualidad es un estilo de vida guiado por el esp?ritu. El L?xico ecum?nico, por lo tanto, dice: ?La espiritualidad consiste en el desarrollo de la existencia cristiana bajo la gu?a del Esp?ritu Santo?.
Est? claro, pues, que el concepto de espiritualidad tiene dos componentes: una dimensi?n que proviene ?de arriba? y que no est? influenciada por el hombre porque es obra del Esp?ritu de Dios, y una dimensi?n ?de abajo?, que incluye la condici?n humana y la situaci?n contingente en que se encuentra cada existencia cristiana y dentro de la que ella intenta forjarse y definirse espiritualmente. La espiritualidad vive, pues, la tensi?n entre el ?nico Esp?ritu Santo, que obra en todas partes y en todo, y la variedad de las realidades y de las formas de vida humanas, culturales y sociales. Y es por lo tanto en esta tensi?n entre unicidad y pluralidad donde reside fundamentalmente el significado de la espiritualidad.
Esta tensi?n comporta a la espiritualidad el peligro de una fractura o de la preponderancia de uno de los elementos. Como expresiones culturales y terrenales de la fe encarnada, las espiritualidades traen en ellas mismas el riesgo del sincretismo, cuando la fe cristiana se mezcla con elementos religiosos y culturales no adecuados, que falsean la fe misma. Las diversas espiritualidades pueden tambi?n unirse a finalidades y cuestiones pol?ticas, confiriendo a la fe cristiana no s?lo un tono nacional, sino incluso una impronta ideol?gica pseudo-espiritual o nacional-chovinista. En algunas formas de fundamentalismo religioso este peligro es extremadamente evidente. Junto a ?stas, existen otras formas de espiritualidad, de la denominada espiritualidad ecum?nica, que son s?lo emotivas o sentimentales y pueden ser descritas como banalizaciones burguesas de la fe cristiana.
Toda espiritualidad, pues, debe preguntarse por qu? esp?ritu se deja guiar, por el Esp?ritu Santo o por el esp?ritu del mundo o del tiempo. La espiritualidad implica un discernimiento de los esp?ritus. La espiritualidad no est? exonerada de la b?squeda de la verdad. Por esto, no se puede sustraer c?modamente a la teolog?a apelando a la espiritualidad. La espiritualidad, por permanecer sana, tiene necesidad de una reflexi?n teol?gica.
IV. Los grandes maestros de la vida espiritual nos han dejado un rico tesoro de experiencias para el discernimiento de los esp?ritus. Las m?s conocidas son las reglas para el discernimiento de los esp?ritus del libro de los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola. Vale la pena releerlo atentamente, desde el punto de vista ecum?nico; es posible, en este sentido, sacar un gran provecho de ?l. Sin embargo, yo prefiero coger aqu? otro camino e interrogarme, en tres puntos, sobre cu?l es la naturaleza y la obra del Esp?ritu a nivel ya b?blico, ya sistem?tico, para llegar a una espiritualidad ecum?nica objetiva en base a una teolog?a reflexionada a partir del Esp?ritu Santo.
1. El significado fundamental en hebreo y en griego de ?esp?ritu? (ruah, pn?uma) es viento, respiraci?n, soplo y ?porque la respiraci?n es signo de la vida- vida, alma y, en fin, en una translaci?n de sentido, el esp?ritu como principio vital del hombre, como sede de las sensaciones espirituales y de su voluntad. No se trata, con todo, de un principio inmanente al hombre; se refiere m?s bien a la vida dada y hecha posible por Dios. Dios da el esp?ritu y puede tambi?n volverlo a tomar. El esp?ritu de Dios tiene, pues, la fuerza vital creadora de todas las cosas. ?l da al hombre sensibilidad art?stica y perspicacia, discernimiento y sabidur?a.
Es el Spiritus creator, que obra en toda la realidad de la creaci?n. ?El esp?ritu del Se?or llena el universo, abarcando cada cosa, conoce cada voz? (Sab 1,7; cfr. 7,22-8,1). Seg?n el ap?stol Pablo en la Carta a los Romanos, el Esp?ritu viene en ayuda de nuestra debilidad, da respuesta a las esperanzas y sufrimientos del mundo, intercede con insistencia por nosotros, con gemidos inefables (Rom 8,26 s). Seg?n Agust?n, el Esp?ritu es ?la fuerza de gravedad de la caridad, el empuje hacia arriba, aquello que se opone a la fuerza de la gravedad hacia abajo y conduce todo a la realizaci?n en Dios? (Conf. XIII, 7,8). Toda verdad ?como ense?a Tom?s de Aquino- de donde sea que se derive, proviene del Esp?ritu Santo (cfr. S. Th E II/109,1).
Una doctrina sobre el Esp?ritu Santo, por lo tanto, no debe recluirse dentro los muros de una iglesia o replegarse sobre ella misma. Se debe situar en el interior de una prospectiva universal. La pneumatolog?a es posible tan s?lo en la escucha, en la atenci?n puesta en las huellas, en las esperanzas, en los gozos y en las vanidades de la vida, en la observaci?n de los signos de los tiempos que se encuentran por todas partes, all? donde la vida nace, est? en fermento, se expande, pero tambi?n donde las esperanzas de vida son malogradas, estranguladas, amordazadas y suprimidas. En cualquier lugar donde sea mostrada la vida verdadera y nueva, all? obra el Esp?ritu de Dios.
El Concilio Vaticano II vio este obrar universal del Esp?ritu no solamente en las religiones de la humanidad, sino tambi?n en la cultura y en el progreso de los hombres (cfr. Gaudium et spes, 26; 28; 38; 41; 44). El Papa Juan Pablo II ha desarrollado posteriormente este pensamiento en su Enc?clica sobre la misi?n Redemptoris missio, donde leemos: ?El Esp?ritu, pues, est? en el origen mismo de la demanda existencial y religiosa del hombre, la cual nace no s?lo de situaciones contingentes, sino de la estructura misma de su ser?. M?s adelante el Santo Padre contin?a: ?La presencia y la actividad del Esp?ritu no afecta s?lo a los individuos, sino a la sociedad y a la historia, a los pueblos, las culturas, las religiones. El Esp?ritu, en suma, est? en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad que camina? (n.28).
Por lo tanto, una espiritualidad ecum?nica inspirada en la Biblia no puede replegarse en ella misma o ser exclusivamente eclesioc?ntrica. Debe estar atenta a la vida y servir a la vida. Debe ocuparse de los asuntos cotidianos, de las peque?as experiencias de cada d?a, as? como de las grandes cuestiones de la vida y supervivencia del hombre moderno, y tambi?n de las religiones y de las obras de la cultura humana. Seg?n un principio de la m?stica tardo-medieval y de Ignacio de Loyola, es posible encontrar a Dios en todas las cosas.
Espiritualidad ecum?nica significa cooperaci?n en favor de la vida, de la justicia, de los derechos del hombre y de la paz. En este contexto no estoy pensando en primer lugar en acciones espectaculares, sino en cooperar en las obras de caridad de cada d?a, para los ni?os, los j?venes, los enfermos, los discapacitados y la gente mayor. Estoy pensando tambi?n en la cooperaci?n con la pastoral para los turistas, en los medios de comunicaci?n, etc. Debemos superar en todos estos ?mbitos el esp?ritu de competitividad, porque es necesario que impere la solidaridad. Podemos hacer tantas cosas juntos, y mediante esta cooperaci?n nos conocemos mejor y crecemos juntos.
2. En la Biblia, el esp?ritu no es s?lo fuerza creadora de Dios: es tambi?n la fuerza divina que se explicita en la historia. El Esp?ritu habla a trav?s de los profetas y es prometido como el esp?ritu mesi?nico (Is 11,2; 42,1). Es la fuerza de la nueva creaci?n, que transforma el desierto en para?so y lo convierte en lugar de ley y justicia (Is 42,15 ss). ?No con el poder, no con la fuerza, sino con mi esp?ritu? (Zac 4,6). El esp?ritu acerca la criatura que gime y sufre al Reino de la libertad de los hijos de Dios (cfr. Rom 8,19 ss).
El Nuevo Testamento anuncia la venida del Reino de la libertad de Jesucristo. Un reino que nace del Esp?ritu (Lc 1,35; Mt 1,18.20); en el momento del bautismo, el Esp?ritu desciende sobre ?l (Mc 1,9-11); toda su obra sobre la tierra tiene el sello del Esp?ritu (Lc 4,14.18; 10,21; 11,20). El Esp?ritu descansa en ?l; as? ?l puede anunciar el mensaje de j?bilo a los pobres, la libertad a los prisioneros, la vista a los ciegos y la justicia a los afligidos (Lc 4,18). Su resurrecci?n acontece en la fuerza del Esp?ritu (Rom 1,3) y en la fuerza del Esp?ritu ?l contin?a estando presente en la Iglesia y en el mundo. ?El Se?or es esp?ritu? (2 Cor 3, 17).
Puesto que en Jesucristo, en su vida sobre la tierra y en su obra como Redentor, la acci?n del Esp?ritu inscrita en la historia de la salvaci?n llega a su plenitud escatol?gica, el Esp?ritu es para Pablo el Esp?ritu del Cristo (Rom 8,9; Fil 1,19), el Esp?ritu del Se?or (2 Cor 3,17) y el Esp?ritu del Hijo (Gal 4,6). La confesi?n de Jesucristo es por lo tanto el criterio fundamental para el discernimiento de los esp?ritus: ?...nadie que hable bajo la acci?n del Esp?ritu de Dios dice: ?Jes?s es anatema?; y nadie puede decir: ?Jes?s es Se?or?, si no es bajo la acci?n del Esp?ritu Santo? (1 Cor 12,3).
Con esto queda bien afianzado el criterio cristol?gico, que es el decisivo en una espiritualidad ecum?nica. Este criterio quiere luchar contra el peligro de un relativismo y de un sincretismo espiritual, que amenaza las experiencias espirituales de las diversas religiones, confundi?ndolas entre ellas y seleccion?ndolas de manera ecl?ctica. La espiritualidad ecum?nica preserva la unicidad y la universalidad del significado salv?fico de Jesucristo. Ella es tambi?n contraria a la tentaci?n so?adora y exaltada de eliminar la intermediaci?n cristol?gica y acceder directamente a Dios. Y recuerda: ?Dios, nadie lo ha visto nunca; el Hijo unig?nito que est? en el seno del Padre es quien lo ha revelado? (Jn 1,18).
Una espiritualidad ecum?nica leg?tima ser? por lo tanto en primer lugar una espiritualidad b?blica y recibir? un influjo en la lectura com?n de las escrituras y en el estudio com?n de la Biblia. Se impregnar? de la Lectio divina, tan recomendada por el Concilio (DV 25), es decir, la lectura de la Biblia ligada a la oraci?n que se convierte en un coloquio entre Dios y el hombre. Reflexionar? continuamente sobre las narraciones b?blicas de la venida de Jes?s, sobre su mensaje de libertad, sobre su obra liberadora y salv?fica, sobre su servicio a los otros, sobre su kenosi hasta la muerte, sobre su entera persona y sobre su obra entera, haciendo de esto el criterio fundante. Ella se empapar? del seguimiento de Jes?s y continuar? buscando el rostro del Cristo, como ha mencionado de manera pragm?tica Juan Pablo II en su Carta Apost?lica Novo millenio ineunte de 2001. Tal espiritualidad se revela en aquello que Pablo define como los frutos del Esp?ritu: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, dulzura, templanza (Gal 5, 22).
Espiritualidad cristoc?ntrica significa espiritualidad de la escucha de la palabra y significa tambi?n espiritualidad sacramental. Cristo est? presente en la palabra y en los sacramentos; el Concilio renov? la imagen de la mesa de la palabra y del cuerpo del Cristo (DV 21). Ecum?nicamente tenemos en com?n sobre todo el Bautismo, mediante el cual somos miembros del ?nico cuerpo de Cristo y estamos ya ahora en una comuni?n profunda si bien todav?a no plena. Por lo tanto, las celebraciones de conmemoraciones del Bautismo com?n son centrales para una espiritualidad ecum?nica. Se puede pensar en la fiesta del Bautismo de Cristo o en ceremonias del per?odo de Cuaresma. No obstante, no es posible una plena participaci?n com?n en la eucarist?a. Conozco bien los problemas pastorales que pueden surgir de ello. Durante los ?ltimos a?os, se ha desarrollado la costumbre de que aquellos que no pueden participar plenamente y no pueden comulgar piden la bendici?n del sacerdote; con lo cual no se sienten excluidos y participan tanto como es posible.
La espiritualidad cristol?gica valora tambi?n los testigos de Cristo. Tenemos en com?n muchos santos de los primeros siglos y tenemos much?simos testigos que podemos decir m?rtires, sobre todo en el siglo pasado. Ellos son modelos y ejemplos en el seguimiento de Jes?s. No podemos olvidar Mar?a, la Madre de Jes?s. Incluso muchos evang?licos hoy la redescubren como una figura b?blica y como hermana en la fe.
En fin, en el Esp?ritu, podemos y debemos decir ??Abb?, Padre!? como Jes?s dijo a Dios (Rom 8,15.26 ss; Gal 4,6). Por lo tanto, una espiritualidad ecum?nica es una espiritualidad de la oraci?n. Como Mar?a y los Ap?stoles ?y junto con ellos- tal espiritualidad debe recogerse siempre en la plegaria por la venida de una Pentecost?s regeneradora (cfr. Hech 1,13 ss.). Una espiritualidad ecum?nica vive, como el mismo Jes?s, de la plegaria; concuerda con la plegaria de Jes?s y se une a ?l, en el deseo que todos sean uno (cfr. Jn 17,21). En la plegaria soporta, como Jes?s en la cruz, tambi?n la experiencia del abandono del esp?ritu y del abandono de Dios (cfr. Mc 15,34); s?lo en la fuerza de la plegaria puede soportar dificultades y desilusiones ecum?nicas, como tambi?n la experiencia ecum?nica del desierto.
3. Junto al criterio cristol?gico, para Pablo hay tambi?n el criterio eclesiol?gico. Pablo enlaza el Esp?ritu con la construcci?n de la comunidad y con el servicio en la Iglesia. El esp?ritu ha sido dado para el bien de todo el mundo. Los diversos dones del Esp?ritu deben servir unos y otros (1 Cor 12,4-30). El Esp?ritu no es un Esp?ritu de confusi?n, sino un Dios de paz (1 Cor 14,33). Pero la obra del Esp?ritu no est? limitada a las instituciones de la Iglesia y monopolizada por ella; el Esp?ritu es dado a todo el mundo como afirma la Biblia, cada cual tiene su carisma. Pero el Esp?ritu no obra cuando los hombres est?n unos contra otros, sino cuando est?n unos con otros, y gracias a la contribuci?n personal por parte de cada uno. El Esp?ritu es adverso a toda divisi?n en facciones y partidos. El don m?s grande del esp?ritu es la caridad, sin la cual el conocimiento no tiene ning?n valor. La caridad no tiene envidia, no se vanagloria, no se enorgullece; todo lo soporta y no caducar? nunca (cfr. 1 Cor 13,1-4.7).
Precisamente, la tradici?n teol?gica ha desarrollado con propiedad este aspecto. Seg?n Ireneo de Lyon, la Iglesia es ?el recipiente, donde el Esp?ritu ha vertido la fe y la mantiene fresca?; all? donde est? la Iglesia, est? tambi?n el Esp?ritu de Dios; all? donde est? el Esp?ritu de Dios, est? la Iglesia y toda la gracia? (Adv. haer. III, 24,1). E Hip?lito dice: ?Festinet autem te ad ecclesiam ubi floret spiritus? (Trad apost. 31; 35). En toda la tradici?n occidental, inspirada sobre todo en Agust?n, el Esp?ritu es el amor entre el Padre y el Hijo, y aquello que hay de m?s interno a Dios y al mismo tiempo es m?s externo a Dios, dado que, en ?l y a trav?s de ?l, el amor de Dios se derrama a nuestros corazones. En el Esp?ritu, Dios da su intimidad al exterior de modo que as? nosotros podamos compartir su vida. El Esp?ritu es, pues, el principio vital de la vida cristiana y como el alma de la Iglesia (cfr. LG 7).
La espiritualidad ecum?nica es, pues, una espiritualidad eclesial y, por esto mismo, una espiritualidad de comuni?n. La espiritualidad ecum?nica se afanar? por lograr el ?Sentire ecclesiam?, se esforzar? por entrar m?s profundamente en la esencia, la tradici?n, y en particular en la liturgia de la Iglesia, haciendo la liturgia de manera actual y consciente. La espiritualidad ecum?nica vive de la fiesta de la liturgia. Tal espiritualidad ecum?nica generalmente es vivida en grupos y c?rculos ecum?nicos. Estos grupos, sin embargo, no pueden separarse de la m?s amplia comunidad de la Iglesia y elevarse por encima de esta. No pueden hacer ecumenismo a su propio gusto y manera. Deben sentirse como miembros que contribuyen a la vida de todo el cuerpo de la Iglesia y por otra parte la reciben tambi?n de la comunidad m?s grande. La espiritualidad ecum?nica se esfuerza en conservar la unidad del Esp?ritu (cfr. Ef 4,3).
Vivir en la Iglesia, con la Iglesia y vivir la Iglesia significa sufrir en la Iglesia y con la Iglesia. Ella sufre y sangra por las heridas causadas por las divisiones. Este sufrimiento es esencial en la espiritualidad ecum?nica. As?, la espiritualidad ecum?nica moviliza la conciencia de la Iglesia, priv?ndola de replegarse sobre ella misma y sobre su autosuficiencia confesional; estimul?ndola, por contra, a recorrer y a tocar en la riqueza de las otras tradiciones para buscar una unidad ecum?nica m?s amplia y, de este modo, llegar a la plenitud concreta de su catolicidad. Ella, por lo tanto, entreabre prof?ticamente una visi?n del futuro ante la realidad eclesial concreta, sin huir ante esta realidad, pero esforz?ndose en cambio con paciencia y constancia para conseguir el consenso.
El Esp?ritu es quien la hace entrar en una verdad cada vez m?s grande y cada vez m?s profunda; ?l debe guiarnos a la verdad completa (Jn 16,13). Esto sucede de varias maneras, una de las cuales, seg?n el texto conciliar ya citado, es la experiencia espiritual. De ?sta, forma parte tambi?n la experiencia espiritual ecum?nica. En efecto, el di?logo ecum?nico no es simplemente un intercambio de ideas, sino un intercambio de dones y de experiencias espirituales (UUS 28). Esto es posible para cada cristiano, en el lugar y en la forma que son propios de cada uno, porque cada uno a su manera es un experto, es una persona que vive una experiencia y quiere comunicarla a los otros. Para el di?logo ecum?nico vale, pues, todo lo que Pablo ha dicho para toda reuni?n de la comunidad: cuando os reun?is, que cada uno aporte el propio don (cfr. 1 Cor 14,26).
En los ?ltimos decenios, nosotros los cat?licos hemos aprendido mucho de la experiencia de nuestros hermanos y de nuestras hermanas protestantes en todo el que se refiere al significado de la Palabra de Dios y a la interpretaci?n de la Sagrada Escritura; ellos, por su parte, aprenden de la realidad de nuestros signos sacramentales y de nuestra manera de celebrar la liturgia. En el encuentro ecum?nico con las Iglesias orientales, podemos aprender de su riqueza espiritual y de su respeto por el misterio, mientras que ellos pueden compartir nuestras experiencias pastorales y nuestra experiencia en contacto con el mundo actual. Como sugiere una expresi?n feliz del Papa Juan Pablo II, la Iglesia puede, pues, aprender a respirar de nuevo con los dos pulmones.
Por lo tanto, el di?logo ecum?nico no tiene como objetivo primario el de inducir los otros a convertirse a nuestra Iglesia, sino la conversi?n de todos a Cristo. Naturalmente, no podemos ni debemos excluir las conversiones singulares en el sentido tradicional; debemos tener un gran respeto por las decisiones tomadas a nivel de conciencia personal que motivan estas opciones. Incluso as?, aun en el caso de una conversi?n individual, de hecho no se trata de una conversi?n a otra Iglesia, sino de una conversi?n a la plena verdad de Jesucristo. En este sentido, todos deben convertirse, ya que la conversi?n no es un acto hecho de una vez para siempre, sino un proceso continuado.
El encuentro ecum?nico sostiene esta conversi?n, puesto que nos lleva al examen de conciencia y es inseparable de la conversi?n personal y del deseo de una reforma de la Iglesia (cfr. UUS 16; 34 ss; 83 ss). Cuando, intercambiando nuestras rec?procas experiencias confesionales y partiendo de nuestros presupuestos diversos, nos acercamos a Jes?s y logramos la medida del completo desarrollo de Cristo (Ef 4,13), entonces nos convertimos en una sola cosa con ?l. ?l es nuestra unidad. En ?l, tras haber superado nuestras divisiones, podemos realizar hist?ricamente, en concreto, tambi?n toda la plenitud de la catolicidad.
Pregunt?monos ahora: ?cu?l es la unidad de la plenitud hacia la cual andamos? La respuesta es la siguiente: no se trata de una fusi?n como las de las grandes empresas internacionales de nuestro mundo globalizado; no es tampoco un sistema complejo, desde el punto de vista especulativo o institucional, en el cual los opuestos se anulan, siguiendo una dial?ctica de tipo hegeliano. En esto reside la diferencia de fondo entre di?logo y dial?ctica. Ciertamente, el di?logo intenta disipar los malentendidos y superar las divisiones entre los partner, tendiendo a la reconciliaci?n. Pero la reconciliaci?n propiamente no elimina la alteridad del otro, no la absorbe ni la aspira, haci?ndola desaparecer. Por el contrario, la reconciliaci?n reconoce el otro en su alteridad. La unidad en la caridad no se logra cuando la identidad del otro es anulada y absorbida, sino al contrario, cuando ?sta llega a ser confirmada y plena.
Esta experiencia de la unidad en la caridad es el modelo de la unidad cristiana y eclesial. Encuentra, en ?ltimo t?rmino, el fundamento en el amor trinitario entre Padre, Hijo y Esp?ritu Santo y es el modelo para la unidad eclesial: la unidad de la Iglesia es como un icono de la Trinidad (cfr. LG 4; UR 3).
En ?ltimo t?rmino, el ecumenismo y la unidad son un acontecimiento espiritual. All? donde se logra un consenso ecum?nico, este consenso ser? experimentado como un don espiritual y como una nueva Pentecost?s. De esta nueva Pentecost?s habl? el Papa Juan XXIII, abriendo el Concilio Vaticano II con una clara perspectiva ecum?nica. Estoy convencido de que, si nosotros rogamos como Mar?a y los Ap?stoles en el Cen?culo (Hech 1,12-14) y si nos empe?amos en hacer todo cuanto nos sea posible, recibiremos un d?a este don.