S?bado, 17 de marzo de 2007
El altar cristiano tienen un valor simb?lico tal que la Iglesia prefiere que no sea port?til y sea fijo.
Es una de las ideas que recoge F?lix Mar?a Arocena en la novedad editorial ?El altar cristiano?, de la Biblioteca Lit?rgica del Centro de Pastoral Lit?rgica de Barcelona.
En esta entrevista el padre Arocena explica tambi?n qu? significa que el cristiano sea ?el altar? de Dios.
El profesor Arocena (San Sebasti?n, 1954) es presb?tero de la Prelatura del Opus Dei desde 1981 y es doctor en Sagrada Teolog?a y en Derecho Can?nico y profesor de teolog?a lit?rgica en la Facultad de Teolog?a de Navarra. Arocena Solano colabora con el Secretariado Nacional de Liturgia de la Conferencia Episcopal Espa?ola.


PAMPLONA, martes, 13 febrero 2007 (ZENIT.org).



?Advierte una atenci?n lit?rgica especial de Benedicto XVI hacia el altar distinta de sus predecesores?

Existe unanimidad entre los Padres a la hora de concebir el altar de la liturgia cristiana como signo de Cristo. ?El altar es Cristo?, dicen.

Todos los obispos de Roma han siso sensibles a esa teolog?a. Tanto Benedicto XVI como sus predecesores, han hecho ?hablar? al altar por medio de su ars celebrandi.

El altar cristiano, ?puede ser port?til?

Los siglos XVIII y XIX son, desde un cierto punto de vista, los siglos de las misiones y de las exigencias pr?cticas de los misioneros que durante sus viajes se ve?an obligados a celebrar el santo Sacrificio en peque?as mesas de altar, port?tiles.

El altar cristiano puede ser port?til; en este caso, el altar no se dedica, se bendice. La plegaria de bendici?n del altar m?vil es particularmente hermosa, con una teolog?a subyacente de gran densidad doctrinal.

Sin embargo, dada su enorme carga emblem?tica, la Iglesia prefiere que el altar sea fijo.

Hay que poner de relieve que toda la vida lit?rgica de la Iglesia gira en torno al misterio del altar. Hay un misterio del altar cristiano. El poeta espa?ol Prudencio dec?a que el altar era la mesa que nos regalaba el sacramento (mensa donatrix sacramenti).

Cristo es el centro de la acci?n de la Iglesia; el altar, signo de Cristo, es el centro del edificio de la iglesia.

La centralidad del altar en el conjunto del espacio lit?rgico no es teol?gicamente una conclusi?n, sino el punto de partida.

La centralidad del altar con relaci?n al edificio de culto refleja la centralidad de Cristo con relaci?n a la asamblea lit?rgica, al mundo y a la historia.

En las catedrales, este car?cter focal del altar se apreciaba en su ubicaci?n: fue tradicional situarlo en el crucero, entre el presbiterio y la nave.

?C?mo debe coordinarse el altar con el amb?n y la sede?

El Catecismo de la Iglesia Cat?lica contiene una bella teolog?a simb?lica y mistag?gica que invita a una mejor comprensi?n de cada uno de los polos de la celebraci?n: altar, sede, amb?n.

Cada uno de estos lugares es un icono espacial, imagen viva de Cristo a trav?s del lenguaje del espacio y de las realizaciones simb?licas que ocupan tales espacios.

En la celebraci?n, Cristo es rey en la sede, sacerdote en el altar y profeta en el amb?n.

Son las tres funciones de Cristo (tria Christi munera) que postulan un proyecto iconogr?fico com?n, que sea coherente con esa teolog?a y en ella se inspire.

En raz?n de su profundo simbolismo cristol?gico, apenas ser?a expresivo que el altar, por ejemplo, fuera de madera, el amb?n met?lico y la sede m?rmol.

El cristiano, altar de Dios. ?qu? quiere decir?

Al conocedor del pensamiento simb?lico-sacramental de la antig?edad cristiana no le sorprende que la visi?n luminosa del cristiano como altar de Dios sea una realidad que hunda sus ra?ces en la mejor literatura patr?stica.

Hay un serm?n de Pedro Cris?logo en el que dice: ?Haz de tu coraz?n un altar (altare cor tuum pone)?. La liturgia no se agota en las celebraciones.

La apertura existencial de la liturgia abre la dilatada perspectiva del culto existencial.

As? como Cristo, la cabeza, est? constituido en altar de su propio sacrificio, as? los bautizados, sus miembros, est?n constituidos en altares vivos de su sacrificio existencial. Cada cristiano es, con palabras de san Josemar?a Escriv?, sacerdote de su propia existencia.

El altar de la iglesia y el altar del coraz?n guardan ambos estrecha relaci?n. Aqu?l es el coraz?n del santuario; ?ste es la realidad m?s honda de la persona, su santuario interior.

El altar de la iglesia y el altar del coraz?n se complementan mutuamente, y, de un modo misterioso, componen uno solo.

El altar verdadero y perfecto donde se ofrece el sacrificio de Cristo es la unidad viviente de ambos porque la vida cristiana es una especie de s?stole celebrativa y di?stole existencial que engloba toda la vida del bautizado.

Sobre ese altar vivo, que es su coraz?n, los cristianos ofrecen ?sacrificios espirituales, agradables a Dios por medio de Jesucristo?. Ofrecen sus ?cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios?.

Es el culto espiritual de los cristianos que, al concluir la celebraci?n eucar?stica, oyen decir al celebrante que se dirige a ellos: ?Glorificad a Dios con vuestras vidas, pod?is ir en paz?. Tras el sacrificio eucar?stico, el sacrificio espiritual. Tras la liturgia, la latreia.

Comienza para los cristianos si se pudiera decir as? la ?otra liturgia?, la dimensi?n cultual inherente a la vida de aquellos que pertenecen a Cristo: una vida expresada siempre en categor?as lit?rgicas de sacrifico, de alianza, de mediaci?n, de expiaci?n...


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