Cuando el aprendiz est? maduro
encuentra siempre a su maestro.
Alejandro Llano Samuel era hijo de Elcana y de Ana. Viv?a junto al sumo sacerdote Hel?. Y una noche Dios quiso mostrarle su vocaci?n. Samuel descansaba en una habitaci?n cercana a la de su maestro, cuando escuch? una voz ?"Samuel, Samuel"? que le llamaba por su nombre.
Se extra??. A nosotros nos hubiese sucedido lo mismo. Pensamos que Dios debe llamarnos tal y como nos lo imaginamos. Y naturalmente, dentro de nuestro horario de visita. ?A qui?n se le ocurre venir a media noche?
Samuel se sobresalt?. Y luego le entr? la duda. Esa llamada que cre?a sentir, ?era fruto de su imaginaci?n, del sue?o..., o era efectivamente un deseo real de Dios? Podr?a haber seguido durmiendo. Podr?a haber esperado a la ma?ana siguiente. Podr?a haber pensado que era una de tantas cosas un poco extra?as que se imagina uno a veces. Aquello hab?a sido solo una llamada vaga en el silencio. Pero se levant? y fue a despertar a Hel?. Escuch? una voz que llamaba en la intimidad del alma, y acudi? a quien pensaba que le pod?a dar un buen consejo.
Pero Hel? no hab?a o?do nada. Sin embargo, no se sorprendi? de aquella llamada nocturna de Dios. Era un hombre experimentado. Sab?a que Dios a veces alterna urgencias y silencios, llamadas fuertes con otras m?s leves. Que muchas veces desea que nosotros tomemos la iniciativa. Que nos prueba, para ver si estamos receptivos, si nos levantamos del sue?o, si nos atrevemos a hablar.
?Pero la vocaci?n es algo que se descubre de modo personal delante de Dios, no hablando con otro hombre.
La vocaci?n es un querer de Dios, es verdad. Luego viene la respuesta generosa del hombre al que Dios llama. Pero, de ordinario, falta un tercer elemento: la aceptaci?n de esa respuesta por... otro hombre.
?Pero eso es supeditar la vocaci?n a otro hombre?
Si nuestra vocaci?n est? encuadrada en una instituci?n de la Iglesia, y muchas veces incluso aunque no lo est?, al final, casi siempre tenemos que hablar con un hombre. Somos seres corporales, no ?ngeles ni esp?ritus. Dios suele manifestar su voluntad mediante signos y medios externos, adem?s de los internos y espirituales. Y entre esos medios externos est?n algunas personas que con frecuencia Dios utiliza como instrumentos en el camino de nuestra vida. Como es l?gico, esas personas no otorgan la vocaci?n, pero s? tienen la obligaci?n de discernir si la persona que tienen delante posee la suficiente madurez para ser admitida en ese seminario, en ese noviciado, o en esa instituci?n, del tipo que sea, a la que esa persona se siente llamada.
Deben comprobar, en lo posible, si ese candidato siente en su alma una inclinaci?n hacia un determinado camino movida quiz? sobre todo por un sentimentalismo pasajero, o por un desconocimiento de la realidad de ese camino. O si esa pretendida vocaci?n de misionero no es en realidad una atracci?n algo infantil hacia la aventura, o hacia los viajes por ?frica, o es una ilusi?n poco sobrenatural. O si desea permanecer c?libe sobre todo por miedo a la dif?cil realidad del matrimonio. O si aspira a ser sacerdote simplemente para emular al admirado amigo, o a un brillante hermano mayor. O lo que sea.
Dios se sirve de ordinario de un hombre para verificar la autenticidad de esa llamada que se siente o se cree sentir. La Iglesia valora cuidadosamente que los que se entregan al servicio de Dios lo hagan libremente, con conocimiento de causa, y que posean la madurez psicol?gica e intelectual adecuadas a sus circunstancias. Cuando alguien siente una vocaci?n y llama a una puerta, quienes est?n tras esa puerta deber?n tomar las cautelas oportunas para asegurar en lo posible que ese impulso est? motivado por una recta intenci?n, por un deseo de servir a Dios. Y han de cerciorarse de si el candidato posee la necesaria integridad moral, si tiene la necesaria vida de oraci?n, si goza de la salud f?sica o ps?quica imprescindible para ir adelante por ese camino.
??Qu? tiene que ver la salud con la vocaci?n?
Tiene su relaci?n, pues no ser?a acertado, por ejemplo, admitir a una persona en una instituci?n de la Iglesia cuyo tipo de vida desgastara su salud y le arruinara f?sica o ps?quicamente. Quienes son responsables de esa instituci?n tienen que valorar si esa persona es id?nea para ese camino o si tiene alg?n impedimento que le imposibilite cumplir con las obligaciones espec?ficas de esa vida de entrega.
A veces, esa falta de salud hace dar un giro en el camino de la entrega a Dios, y eso es parte de su sabia providencia. As? sucedi?, por ejemplo, a Santa Juana de Lestonnac, que en al a?o 1597 hab?a quedado viuda al fallecer su esposo, el bar?n de Landir?s y de la Mothe. Ella ya hab?a considerado en su juventud la posibilidad de ser religiosa, y esa antigua idea fue madurando en su nueva situaci?n. Seis a?os m?s tarde, en 1603, cuando sus hijos tienen ya la suficiente independencia, decide abandonar Burdeos e ingresar en un monasterio cisterciense de Toulouse. Su felicidad en la vida religiosa es muy grande, pero la rigurosa forma de vida del monasterio agota sus fuerzas y su salud empeora de d?a en d?a. Ella prefiere la muerte antes de ser infiel a su Dios, pero la superiora le indica que su falta de salud es muestra de que aquel no es su camino, y que es preferible seguir la prescripci?n facultativa y regresar a su casa. Aquella noche, mientras su alma se esfuerza en aceptar la voluntad divina y el consiguiente cambio de planes, Dios le hace ver que debe iniciar una obra en beneficio de la juventud femenina. En aquella velada ?ltima de oraci?n en su aposento de novicia cisterciense, comienza a gestarse la Orden de las Hijas de Mar?a Nuestra Se?ora, una nueva fundaci?n que ser?a la primera orden religiosa femenina dedicada a la educaci?n de ni?as y j?venes. Recibe en 1607 la aprobaci?n de la Santa Sede, y la fundadora, a pesar de sus cincuenta y un a?os y su delicada salud, logra en poco tiempo extender la orden por toda Francia y hacer con su santidad una gran aportaci?n a la vida de la Iglesia y a la educaci?n.
Se podr?an poner muchos otros ejemplos. En 1865, una chica de diecinueve a?os quiso entrar en el Carmelo que Santa Teresa de Jes?s hab?a fundado en Sevilla, pero, a pesar de su gran capacidad para la vida contemplativa, no fue admitida porque no ten?a suficiente salud para la vida tan austera del Carmelo. En 1868 entr? como postulante en las Hijas de la Caridad, pero por su salud quebrantada fue trasladada a Cuenca y luego a Valencia, por si le sentaba mejor aquel clima, pero en 1870 tuvo que dejar definitivamente aquel camino, a pesar de su entrega y su fidelidad. Volvi? a su anterior trabajo en el taller, hasta que un tiempo despu?s compendi? que Dios le ped?a que fundara una nueva instituci?n, la Compa??a de las Hermanas de la Cruz. El 2 de agosto de 1875, con otras tres mujeres, se traslada a vivir a un cuarto alquilado en la calle de San Luis. Su estilo era el de mujeres sencillas, verdaderamente populares, austeras, apartadas de la grandiosidad, con tal dulzura que la gente agradec?a aquel nuevo modo de querer a Dios y a los pobres. Pronto llegaron muchas vocaciones y las Hermanas de la Cruz se extendieron con rapidez por toda Espa?a. Hoy, la congregaci?n que fund? Santa Angela de la Cruz inspira el trabajo de m?s de setecientas religiosas en decenas de casas y colegios en Espa?a y Am?rica.
??Y c?mo sigue la historia de Samuel?
Samuel le cont? lo que hab?a escuchado y Hel? le dijo: "No te he llamado, vu?lvete a dormir". Tambi?n pasa eso a veces con la vocaci?n. Hay que esperar a que madure. Hay que asentar esas buenas disposiciones, seguir luchando hasta que las virtudes arraiguen con m?s fuerza en el alma y se vean las cosas con m?s claridad.
??Y mientras tanto?
Lo que hizo Samuel: seguir a la escucha. Y al escuchar de nuevo la llamada, no darse la vuelta y seguir en la cama con la excusa f?cil: "Bah, es como la otra vez".
Aquello sucedi? por tres veces. Hel? le aconsej? que, si lo volv?a a o?r, dijera: "Habla Se?or, que tu siervo escucha". Samuel sigui? ese consejo y, gracias a eso, escuch? al Se?or cuando le habl?. As? conoci? finalmente el querer de Dios para su vida. El Se?or le llam? como las otras veces: "?Samuel, Samuel! ". Y respondi?: "Habla, que tu siervo escucha! ". Cuando hay esa buena disposici?n, al final se escucha siempre la voz de Dios: clara, vibrante, inconfundible, comprometedora, plena.
??Y qu? es m?s habitual, que la llamada de Dios irrumpa de pronto en la vida de una persona, o que esa llamada se vaya percibiendo poco a poco?
Ambas cosas son bastante habituales, pero quiz? es algo m?s frecuente que sea de modo sencillo y gradual. En un encuentro con j?venes en Roma en el a?o 2006, Benedicto XVI respondi? a una pregunta sobre la vocaci?n que le hac?a un universitario de veinte a?os y relat? brevemente los inicios de la suya: "La vocaci?n al sacerdocio creci? casi naturalmente junto conmigo y sin grandes acontecimientos de conversi?n. Adem?s, en este camino me ayudaron dos cosas: ya desde mi adolescencia, con la ayuda de mis padres y del p?rroco, descubr? la belleza de la liturgia y siempre la he amado, porque sent?a que en ella se nos presenta la belleza divina y se abre ante nosotros el cielo. El segundo elemento fue el descubrimiento de la belleza del conocer, el conocer a Dios, la Sagrada Escritura, gracias a la cual es posible introducirse en la gran aventura del di?logo con Dios que es la teolog?a. As?, fue una alegr?a entrar en este trabajo milenario de la teolog?a, en esta celebraci?n de la liturgia, en la que Dios est? con nosotros y hace fiesta juntamente con nosotros."
"Es importante estar atentos a los gestos del Se?or en nuestro camino. ?l nos habla a trav?s de acontecimientos, a trav?s de personas, a trav?s de encuentros; y es preciso estar atentos a todo esto. Luego, es preciso entrar realmente en amistad con Jes?s, en una relaci?n personal con ?l. No debemos limitarnos a saber qui?n es Jes?s a trav?s de los dem?s o de los libros, sino que debemos vivir una relaci?n cada vez m?s profunda de amistad personal con ?l, en la que podemos comenzar a descubrir lo que nos pide.
"Luego, debo prestar atenci?n a lo que soy, a mis posibilidades: por una parte, valent?a; y, por otra, humildad, confianza y apertura, tambi?n con la ayuda de los amigos, de la autoridad de la Iglesia y tambi?n de los sacerdotes, de las familias. ?Qu? quiere el Se?or de m?? Ciertamente, eso sigue siendo siempre una gran aventura, pero solo podemos realizarnos en la vida si tenemos la valent?a de afrontar la aventura, la confianza en que el Se?or no me dejar? solo, en que el Se?or me acompa?ar?, me ayudar?".