Mi?rcoles, 21 de marzo de 2007
Discurso que pronunci? Benedicto XVI el 24 de febrero de 2007 al recibir en audiencia a los participantes en la asamblea general de la Academia Pontificia para la Vida.


Queridos hermanos y hermanas:
Es para m? una verdadera alegr?a recibir en esta audiencia tan numerosa a los miembros de la Academia pontificia para la vida, reunidos con ocasi?n de la XIII asamblea general; y a los que han querido participar en el congreso que tiene por tema: "La conciencia cristiana en apoyo del derecho a la vida". Saludo al se?or cardenal Javier Lozano Barrag?n, a los arzobispos y obispos presentes, a los hermanos sacerdotes, a los relatores del congreso, y a todos vosotros, que hab?is venido de diversos pa?ses.

Saludo en particular al arzobispo Elio Sgreccia, presidente de la Academia pontificia para la vida, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido, as? como el trabajo que lleva a cabo, junto con el vicepresidente, el canciller y los miembros del consejo directivo, para realizar las delicadas y vastas tareas de la Academia pontificia.

El tema que hab?is propuesto a la atenci?n de los participantes, y por tanto tambi?n de la comunidad eclesial y de la opini?n p?blica, es de gran importancia, pues la conciencia cristiana tiene necesidad interna de alimentarse y fortalecerse con las m?ltiples y profundas motivaciones que militan en favor del derecho a la vida. Es un derecho que debe ser reconocido por todos, porque es el derecho fundamental con respecto a los dem?s derechos humanos. Lo afirma con fuerza la enc?clica Evangelium vitae: "Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la raz?n y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su coraz?n (cf. Rm 2, 14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su t?rmino, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad pol?tica" (n. 2).

La misma enc?clica recuerda que "los creyentes en Cristo deben, de modo particular, defender y promover este derecho, conscientes de la maravillosa verdad recordada por el concilio Vaticano II: "El Hijo de Dios, con su encarnaci?n, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et spes, 22). En efecto, en este acontecimiento salv?fico se revela a la humanidad no s?lo el amor infinito de Dios, que "tanto am? al mundo que dio a su Hijo ?nico" (Jn 3, 16), sino tambi?n el valor incomparable de cada persona humana" (ib.).

Por eso, el cristiano est? continuamente llamado a movilizarse para afrontar los m?ltiples ataques a que est? expuesto el derecho a la vida. Sabe que en eso puede contar con motivaciones que tienen ra?ces profundas en la ley natural y que por consiguiente pueden ser compartidas por todas las personas de recta conciencia.

Desde esta perspectiva, sobre todo despu?s de la publicaci?n de la enc?clica Evangelium vitae, se ha hecho mucho para que los contenidos de esas motivaciones pudieran ser mejor conocidos en la comunidad cristiana y en la sociedad civil, pero hay que admitir que los ataques contra el derecho a la vida en todo el mundo se han extendido y multiplicado, asumiendo nuevas formas.

Son cada vez m?s fuertes las presiones para la legalizaci?n del aborto en los pa?ses de Am?rica Latina y en los pa?ses en v?as de desarrollo, tambi?n recurriendo a la liberalizaci?n de las nuevas formas de aborto qu?mico bajo el pretexto de la salud reproductiva: se incrementan las pol?ticas del control demogr?fico, a pesar de que ya se las reconoce como perniciosas incluso en el ?mbito econ?mico y social.

Al mismo tiempo, en los pa?ses m?s desarrollados aumenta el inter?s por la investigaci?n biotecnol?gica m?s refinada, para instaurar m?todos sutiles y extendidos de eugenesia hasta la b?squeda obsesiva del "hijo perfecto", con la difusi?n de la procreaci?n artificial y de diversas formas de diagn?stico encaminadas a garantizar su selecci?n. Una nueva ola de eugenesia discriminatoria consigue consensos en nombre del presunto bienestar de los individuos y, especialmente en los pa?ses de mayor bienestar econ?mico, se promueven leyes para legalizar la eutanasia.

Todo esto acontece mientras, en otra vertiente, se multiplican los impulsos para legalizar convivencias alternativas al matrimonio y cerradas a la procreaci?n natural. En estas situaciones la conciencia, a veces arrollada por los medios de presi?n colectiva, no demuestra suficiente vigilancia sobre la gravedad de los problemas que est?n en juego, y el poder de los m?s fuertes debilita y parece paralizar incluso a las personas de buena voluntad.

Por esto, resulta a?n m?s necesario apelar a la conciencia y, en particular, a la conciencia cristiana. Como dice el Catecismo de la Iglesia cat?lica, "la conciencia moral es un juicio de la raz?n por el que la persona humana reconoce la calidad moral de un acto concreto que piensa hacer, est? haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre est? obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto" (n. 1778).

Esta definici?n pone de manifiesto que la conciencia moral, para poder guiar rectamente la conducta humana, ante todo debe basarse en el s?lido fundamento de la verdad, es decir, debe estar iluminada para reconocer el verdadero valor de las acciones y la consistencia de los criterios de valoraci?n, de forma que sepa distinguir el bien del mal, incluso donde el ambiente social, el pluralismo cultural y los intereses superpuestos no ayuden a ello.

La formaci?n de una conciencia verdadera, por estar fundada en la verdad, y recta, por estar decidida a seguir sus dict?menes, sin contradicciones, sin traiciones y sin componendas, es hoy una empresa dif?cil y delicada, pero imprescindible. Y es una empresa, por desgracia, obstaculizada por diversos factores. Ante todo, en la actual fase de la secularizaci?n llamada post-moderna y marcada por formas discutibles de tolerancia, no s?lo aumenta el rechazo de la tradici?n cristiana, sino que se desconf?a incluso de la capacidad de la raz?n para percibir la verdad, y a las personas se las aleja del gusto de la reflexi?n.

Seg?n algunos, incluso la conciencia individual, para ser libre, deber?a renunciar tanto a las referencias a las tradiciones como a las que se fundamentan en la raz?n. De esta forma la conciencia, que es acto de la raz?n orientado a la verdad de las cosas, deja de ser luz y se convierte en un simple tel?n de fondo sobre el que la sociedad de los medios de comunicaci?n lanza las im?genes y los impulsos m?s contradictorios.

Es preciso volver a educar en el deseo del conocimiento de la verdad aut?ntica, en la defensa de la propia libertad de elecci?n ante los comportamientos de masa y ante las seducciones de la propaganda, para alimentar la pasi?n de la belleza moral y de la claridad de la conciencia. Esta delicada tarea corresponde a los padres de familia y a los educadores que los apoyan; y tambi?n es una tarea de la comunidad cristiana con respecto a sus fieles.

Por lo que ata?e a la conciencia cristiana, a su crecimiento y a su alimento, no podemos contentarnos con un fugaz contacto con las principales verdades de fe en la infancia; es necesario tambi?n un camino que acompa?e las diversas etapas de la vida, abriendo la mente y el coraz?n a acoger los deberes fundamentales en los que se basa la existencia tanto del individuo como de la comunidad.

S?lo as? ser? posible ayudar a los j?venes a comprender los valores de la vida, del amor, del matrimonio y de la familia. S?lo as? se podr? hacer que aprecien la belleza y la santidad del amor, la alegr?a y la responsabilidad de ser padres y colaboradores de Dios para dar la vida. Si falta una formaci?n continua y cualificada, resulta a?n m?s problem?tica la capacidad de juicio en los problemas planteados por la biomedicina en materia de sexualidad, de vida naciente, de procreaci?n, as? como en el modo de tratar y curar a los enfermos y de atender a las clases d?biles de la sociedad.

Ciertamente, es necesario hablar de los criterios morales que conciernen a estos temas con profesionales, m?dicos y juristas, para comprometerlos a elaborar un juicio competente de conciencia y, si fuera el caso, tambi?n una valiente objeci?n de conciencia, pero en un nivel m?s b?sico existe esa misma urgencia para las familias y las comunidades parroquiales, en el proceso de formaci?n de la juventud y de los adultos.

Bajo este aspecto, junto con la formaci?n cristiana, que tiene como finalidad el conocimiento de la persona de Cristo, de su palabra y de los sacramentos, en el itinerario de fe de los ni?os y de los adolescentes es necesario promover coherentemente los valores morales relacionados con la corporeidad, la sexualidad, el amor humano, la procreaci?n, el respeto a la vida en todos los momentos, denunciando a la vez, con motivos v?lidos y precisos, los comportamientos contrarios a estos valores primarios. En este campo espec?fico, la labor de los sacerdotes deber? ser oportunamente apoyada por el compromiso de educadores laicos, incluyendo especialistas, dedicados a la tarea de orientar las realidades eclesiales con su ciencia iluminada por la fe.

Por eso, queridos hermanos y hermanas, pido al Se?or que os mande a vosotros, y a quienes se dedican a la ciencia, a la medicina, al derecho y a la pol?tica, testigos que tengan una conciencia verdadera y recta, para defender y promover el "esplendor de la verdad", en apoyo del don y del misterio de la vida. Conf?o en vuestra ayuda, queridos profesionales, fil?sofos, te?logos, cient?ficos y m?dicos. En una sociedad a veces ruidosa y violenta, con vuestra cualificaci?n cultural, con la ense?anza y con el ejemplo, pod?is contribuir a despertar en muchos corazones la voz elocuente y clara de la conciencia.

"El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su coraz?n ?nos ense?? el concilio Vaticano II?, en cuya obediencia est? la dignidad humana y seg?n la cual ser? juzgado" (Gaudium et spes, 16). El Concilio dio sabias orientaciones para que "los fieles aprendan a distinguir cuidadosamente entre los derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que les corresponden como miembros de la sociedad humana" y "se esfuercen por integrarlos en buena armon?a, recordando que en cualquier cuesti?n temporal han de guiarse por la conciencia cristiana, pues ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberan?a de Dios" (Lumen gentium, 36).

Por esta raz?n, el Concilio exhorta a los laicos creyentes a acoger "lo que los sagrados pastores, representantes de Cristo, decidan como maestros y jefes en la Iglesia"; y, por otra parte, recomienda "que los pastores reconozcan y promuevan la dignidad y la responsabilidad de los laicos en la Iglesia, se sirvan de buena gana de sus prudentes consejos" y concluye que "de este trato familiar entre los laicos y los pastores se pueden esperar muchos bienes para la Iglesia" (ib., 37).

Cuando est? en juego el valor de la vida humana, esta armon?a entre funci?n magisterial y compromiso laical resulta singularmente importante: la vida es el primero de los bienes recibidos de Dios y es el fundamento de todos los dem?s; garantizar el derecho a la vida a todos y de manera igual para todos es un deber de cuyo cumplimiento depende el futuro de la humanidad. Tambi?n desde este punto de vista resalta la importancia de vuestro encuentro de estudio.

Encomiendo sus trabajos y resultados a la intercesi?n de la Virgen Mar?a, a quien la tradici?n cristiana saluda como la verdadera "Madre de todos los vivientes". Que ella os asista y os gu?e. Como prenda de este deseo, os imparto a todos vosotros, a vuestros familiares y colaboradores, la bendici?n apost?lica.

[Traducci?n distribuida por la Santa Sede
? Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]
Publicado por verdenaranja @ 22:18  | Habla el Papa
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