Meditaci?n sobre el evangelio del V Domingo de Cuaresma
Dios quiere nuestra salvaci?n
El acontecimiento m?s grandioso que ha sucedido y puede suceder en el mundo es la Encarnaci?n del Hijo. Nada mejor que esto puede acontecer: es el hecho que supone un mayor bien para los hombres. Como afirmamos al recitar el Credo: por nosotros los hombres y por nuestra salvaci?n, baj? del Cielo y se encarn?. "Por nuestra salvaci?n": nuestra vida incorporada a la divina en la total plenitud para la que fue ideada y creada; pues Dios quiere que todos los hombres se salven, como dice san Pablo, en la primera de sus cartas a Timoteo. Y de muchas otras formas la Sagrada Escritura, y tambi?n constantemente la Liturgia de la Iglesia, afirman esa intenci?n de Dios de hacer al hombre part?cipe de su intimidad en que consiste la salvaci?n.
Hoy nos presenta la Iglesia el conocido di?logo de Jes?s con los escribas y fariseos y con una mujer que deb?a ser condenada a muerte, seg?n la ley, por su pecado. Aquellos hombres acusadores conoc?an la bondad de Jes?s, sus deseos de ayudar a todos: sab?an que pas? haciendo el bien. Posiblemente habr?an sido testigos de alg?n milagro en favor de un enfermo, o tal vez habr?an escuchado sus palabras alentando a todos a corresponder a Dios en espera la recompensa prometida. Intentan, sin embargo, ponerle en el compromiso inc?modo de elegir entre su conocida actitud compasiva y misericordiosa, y la fidelidad a la ley de Moises ?que todos en Israel reconoc?an como Ley de Dios?, seg?n la cual la mujer que le presentaban merecer?a pena de muerte por su pecado.
Pero Jes?s vino al mundo para que pudi?ramos alcanzar la salvaci?n, y tambi?n para mostrarnos, mejor que los profetas, la bondad Dios. As? precisamente comienza la Carta a los Hebreos: En diversos momentos y de muchos modos habl? Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos ?ltimos d?as nos ha hablado por medio de su Hijo. Y Jes?s, el Hijo de hecho hombre, ense?? de muchas formas que por ?l somos hijos de Dios, y que Dios, Nuestro Padre, nos ama con entra?as de misericordia y perdona nuestras faltas, por graves que sean, si las reconocemos y de ellas nos arrepentimos.
Que Dios nos ama y que no somos capaces de valorar como es debido su amor y que siempre nos quedaremos cortos al imaginarnos su cari?o, debe ser punto de partida en nuestra meditaci?n cuando nos vemos ante ?l; pues, como recuerda Jes?s a sus disc?pulos, tanto am? Dios al mundo que le entreg? a su Hijo Unig?nito, para que todo el que cree en ?l no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envi? a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por ?l.
La presencia del Hijo de Dios encarnado entre nosotros contemplando nuestra vida, es para nuestra salvaci?n. Por lo tanto, como quiera que nos sintamos moralmente ante Cristo, y por evidente que pueda ser la maldad de nuestras ofensas, ?l siempre quiere ayudarnos. No puede dejar de amarnos y, por consiguiente, de hacernos part?cipes de la bienaventuranza del Cielo, donde gocemos eternamente con ?l junto al Padre y al Esp?ritu Santo, y a todos los ?ngeles y los santos. No es exageraci?n decir que Dios no sabe si no ser bueno con sus hijos, y que ser?amos muy injustos si desconfi?semos de su misericordia y su perd?n si le hemos ofendido. Pues su deseo permanente es poder otorgarnos lo que m?s nos pueda colmar en cada instante. Esto es lo que hace, a pesar de nuestras rebeliones, si nos acudimos a ?l arrepentidos y con deseos de amarle en adelante.
Que los tropiezos y derrotas no nos aparten ya m?s de El ?aconseja san Josemar?a?. Como el ni?o d?bil se arroja compungido en los brazos recios de su padre, t? y yo nos asiremos al yugo de Jes?s. S?lo esa contrici?n y esa humildad transformar?n nuestra flaqueza humana en fortaleza divina. "Asirse al yugo de Jes?s". De eso se trata. La verdadera contrici?n incluye ese deseo de entregarse generosamente a cumplir su voluntad en los concretos detalles de cada jornada. Pero nos sentimos tan d?biles que apenas nos atrevemos a formular el prop?sito. Lo tiene que poner ?l todo en nosotros. Tambi?n la fortaleza que sane esa debilidad que nos hizo pecar.
Pidamos a Dios ?poniendo por intercesora a nuestra Madre del Cielo, que es tambi?n Madre suya? un dolor sincero, humilde, de nuestras faltas, que nos consiga el prop?sito firme de no volver a pecar y ?l se goce en perdonarnos.