Martes, 27 de marzo de 2007
Homil?a que pronunci? el lunes, 26 de Marzo de 2007, el cardenal Antonio Mar?a Rouco Varela, arzobispo de Madrid, en la Misa ?corpore insepulto? de monse?or Eugenio Romero Pose, obispo auxiliar de Madrid y te?logo de prestigio internacional, en la catedral de La Almudena.


??Qui?n podr? apartarnos del amor de Cristo??



Mis queridos hermanos y hermanas en el Se?or:

?Dios hace, el hombre se deja hacer?

Estas palabras de san Ireneo, que Monse?or Eugenio Romero Pose escogi? como lema de su ministerio episcopal, se han cumplido plenamente en el trance de su muerte acaecida en la madrugada del V Domingo de Cuaresma. Dios, el Creador y Redentor, ha actuado en su vida y en su muerte, ha realizado una historia de amor y de salvaci?n para con ?l, le ha dado a gustar con Cristo el c?liz de su pasi?n, y, purificado como los justos en el crisol de la prueba, le ha llamado a la casa paterna para que descanse eternamente en su paz. Don Eugenio se ha dejado hacer: ha acogido la voluntad del Se?or en su vida y en su muerte sin ofrecer resistencia a lo que el Se?or quer?a de ?l. ?Que sepa aceptar lo que me env?e y que lo acepte queri?ndolo de verdad?, dec?a d?as antes de morir. Con fe inquebrantable en el amor de Dios, con la certeza de la resurrecci?n de la carne, y con la tierna confesi?n de su amor a Cristo y a la Virgen, nuestro obispo auxiliar abri? de par en par las puertas de su coraz?n para que el Se?or hiciera en ?l lo que sin duda ha sido el ?ltimo paso de su conformaci?n con Cristo antes de la ansiada resurrecci?n de la carne. Ahora nos reunimos con fe y esperanza e invocamos, como ?l mismo lo hizo, la misericordia divina para que sea purificado de sus faltas y goce para siempre de la visi?n de Dios. La Palabra de Dios que hemos proclamado tiene el poder de la consolaci?n, en estos momentos en que sus familiares, toda la di?cesis, y yo mismo con mis obispos auxiliares, sentimos profundamente la p?rdida de un hermano, un entra?able amigo, un fiel consejero y un pastor celoso que ha servido a la Iglesia sin otra pretensi?n que proclamar la verdad que nos salva y justifica nuestra vida. ?Que Dios le premie como a servidor bueno y fiel!


??Qui?n podr? apartarnos del amor de Cristo??

Al hombre no le resulta f?cil alabar a Dios cuando llega la muerte. Siendo como es el ?ltimo enemigo del hombre, la muerte nos provoca gran angustia y temor y todos quisi?ramos vernos libres de su ineludible asechanza. El mismo Hijo de Dios, Jesucristo, suplic? con gran clamor y l?grimas verse libre de la muerte (cf. Heb 5,7-8), lo que no se le concedi? porque deb?a ?gustar la muerte por todos? (Heb 2,9). Precisamente por eso, la muerte es el lugar donde se hace m?s comprensible cantar las maravillas de Dios, que la ha vencido gracias al misterio insondable de la muerte de Cristo. As? lo hace san Pablo en el texto de la carta a los Romanos que hemos escuchado. El ap?stol exalta el amor de Dios que, para salvarnos del poder de la muerte, ?no perdon? a su propio Hijo, sino que lo entreg? a la muerte por nosotros? (Rom 8,32).

Esta admirable paradoja, que cantaremos en la noche de Pascua ??para rescatar al esclavo entregaste al Hijo?? s?lo se explica desde el amor de Dios, que ha querido vencer definitivamente la muerte del hombre permitiendo a su Hijo pasar por ella. M?s a?n que ha querido as? que el hombre, superando la historia de su pecado y de su ?ltimo fruto, la muerte, fuese capaz de vivir el amor m?s grande de Dios. ??Qui?n nos apartar? ?se pregunta entonces san Pablo? del amor de Cristo? Nada ni nadie, ni siquiera la muerte. Nada ni nadie puede hacernos dudar del amor de Dios que ha permitido que su Hijo descendiera a la oscuridad de la muerte para iluminarla con la luz de la gloria. Don Eugenio viv?a de esta convicci?n de fe recibida en el seno de una familia profundamente cristiana. Cultiv? esta fe en los a?os de su formaci?n para el sacerdocio y en sus estudios posteriores. Y, sobre todo, vivi? de esta fe en los diversos ministerios que la Iglesia le encomend? y que realiz? con sencillez y extraordinaria competencia. Su generosa entrega al ministerio episcopal de la que hemos sido testigos hasta que el ?ltimo tramo de la enfermedad se lo ha impedido, ha sido un signo elocuente de que el amor de Cristo estaba en el fondo de sus motivaciones y de sus actividades apost?licas. La misma enfermedad, acogida y vivida con serena esperanza y firme paciencia, ha sido para ?l una ocasi?n para expresar el amor a Cristo reconociendo que s?lo as? pod?a servirle tal y como ?l se lo iba pidiendo. Su ?nico temor era no responder al Se?or como se merec?a.

D. Eugenio hab?a nacido y hab?a sido bautizado en Baio, en la Provincia de la Coru?a, cerca de las costas brav?as del Finisterre, mirando a la Am?rica hermana, evangelizada por los misioneros de Espa?a. Ordenado sacerdote en nuestra querida Santiago de Compostela, conoci?, vivi? y promovi? apasionadamente el Camino de Santiago como el itinerario de la fe apost?lica del que desde el coraz?n de Galicia, el Sepulcro del Ap?stol Santiago en su ciudad de Compostela, surgir?a aquella Iglesia de ?la Hispania? del primer Milenio, rica en m?rtires, padres y maestros insignes de la vida cristiana, monjes y santos y, con ella, Espa?a misma y la Europa de ra?ces cristianas. Todo su amor a Cristo y a su Iglesia, ?la Cat?lica? ?en la expresi?n patr?stica tan preferida por ?l?, presidida en la caridad por el Sucesor de Pedro, lo volc? luego totalmente en sus diez a?os de servicio episcopal a nuestra muy querida Archidi?cesis de Madrid, lugar de encuentro fraterno de espa?oles venidos de todos los rincones de la Patria com?n y tambi?n de Europa y de todo el mundo.

Igualmente valioso ha sido su servicio a toda la Iglesia en Espa?a, especialmente a trav?s del delicado cargo de Presidente de la Comisi?n Episcopal para la Doctrina de la Fe, que ejerci? durante dos per?odos con exquisita fidelidad al Magisterio de la Iglesia y al Santo Padre.


?Mi carne tiene ansia de ti?

Podemos decir, por tanto, que el amor de Cristo ha vencido la muerte en nuestro hermano Eugenio que ha pasado por ella con la confianza puesta en aqu?l que le am? y muri? por ?l (cf. G?l 2,20). Si nos entristece el dolor de la separaci?n, nos edifica y conforta el testimonio de su fe, que es fe en la resurrecci?n de la carne. S?lo as?, podemos entender el salmo interleccional en el que el justo expresa vivamente el deseo de su carne por ver a Dios. Ciertamente, Dios nos ha hecho para que tengamos sed de ?l, para que vivamos con el ardiente deseo de verlo cara a cara, para contemplarlo con nuestra propia carne, como dice el salmista: ?Mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua?. La vida del cristiano tiende, desde que recibe las aguas del bautismo, hacia esa meta de la visi?n de Dios que alcanzar? su realizaci?n ?ltima en la resurrecci?n de la carne.

Todos sabemos los esfuerzos que, tanto en su investigaci?n y magisterio sobre los Santos Padres, como en la defensa valiente de la fe frente a posturas reduccionistas de la misma, hizo Don Eugenio para que esta verdad definitiva de la fe cristiana ?la carne llamada a la gloria? estuviera siempre presente en la predicaci?n, la catequesis y la ense?anza de la Iglesia. ?sta es, en efecto, la novedad cristiana: la resurrecci?n de Cristo, y, gracias a ella, la de los creyentes unidos a ?l. Al dar sepultura hoy al cuerpo de nuestro hermano confesamos que un d?a tambi?n esta carne que enterramos en debilidad se saciar? ?como de enjundia y de manteca? con la visi?n de Dios; sus manos, que tantas bendiciones ha prodigado, se alzar?n invoc?ndole; y sus labios, que han proclamado con pasi?n y fidelidad las bellas palabras del evangelio, le ?alabar?n jubilosos? por toda la eternidad.


?Ah? tienes a tu hijo?

No temamos, pues, hermanos, la aparente arrogancia de la muerte que pretende imponerse como si fuera el fin de la vida humana. Contemplemos a Mar?a, al pie de la cruz, en estos momentos en que todos la necesitamos cercana y firme como Madre fuerte junto al dolor. La escena evang?lica tiene lugar momentos antes de que su Hijo ponga en las manos del Padre su ?ltimo aliento. Mar?a es, junto al ?rbol de la cruz, la nueva Eva que no se deja alagar por la tentaci?n ni los enga?os de la muerte, sino que, como Cristo, se deja atravesar por la espada de la prueba. Por eso es imagen de la Iglesia fiel que permanece junto al Crucificado, es decir, junto al que es esc?ndalo y necedad para jud?os y griegos. Mar?a sabe que all? est? naciendo la vida, la Verdadera, que brota del costado abierto del Salvador. Sabe que all? tiene lugar la nueva creaci?n. Sabe que all? culminar? su vocaci?n de Madre, no s?lo de Cristo, sino de todos los que se llaman sus disc?pulos. Por eso, recibe a Juan, y en ?l a todos nosotros, como el que ocupar? para siempre, en la tierra, el lugar de Cristo. ?Mujer, ah? tienes a tu hijo?. Mar?a recibe una maternidad universal en la muerte de su propio Hijo; podemos decir que, para llegar a ser Madre de toda la Iglesia, hubo de pasar por el trance de la muerte de su Hijo.

Tambi?n hoy est? al pie de nuestra cruz, aqu?, en este valle de l?grimas donde ella permanece para siempre. Hoy ha muerto uno de sus muchos hijos, de los hijos nacidos del costado abierto del Redentor. Un hijo configurado a su Hijo con los sacramentos de la gracia, un hijo a quien Cristo llam? para asemejarle a ?l mediante la plenitud del sacramento del Orden y ser as? su imagen en medio de los hombres. Y hoy Mar?a se dirigir? sin duda a Cristo para decirle: Mira, aqu? est? uno de los que t? me diste al pie de la cruz, uno de los que te han costado la vida que diste por amor, uno de los que me han tenido en su casa como preciado tesoro y me han mirado con exquisita ternura y filial devoci?n, uno que antes de expirar pudo todav?a decir ?amo a Cristo, amo a la Virgen?. Ac?gelo en la casa del Padre, ponlo junto a ti, pues es tuyo y te pertenece, y cumple as? aquella vocaci?n que me diste al pie de la cruz cuando de todos los tuyos me dijiste en Juan: ?Ah? tienes a tu hijo?.

Am?n.


Publicado por verdenaranja @ 22:32  | Homil?as
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