Todos hemos venido al mundo como ni?os totalmente dependientes de otros. Hemos sido dirigidos, educados y sustentados por otros durante bastante tiempo, y est? claro que si no hubiera sido as? no habr?amos vivido m?s que unas pocas horas, o a lo sumo unos pocos d?as. Despu?s, nos fuimos haciendo cada vez m?s independientes. Se podr?a decir que nos fuimos haciendo cargo gradualmente de nosotros mismos.
Una persona con una dependencia f?sica (un paral?tico o un enfermo de Alzheimer, por ejemplo), necesita ayuda de los dem?s. Una persona que sea muy dependiente emocionalmente, tomar? sus decisiones y se sentir? segura muy en funci?n de la opini?n de los dem?s, de lo que otros piensen de ?l. Una persona que sea muy dependiente intelectualmente, cuenta con que otros piensen y decidan por ?l ante los principales problemas de su vida.
En cambio, una persona independiente se desenvuelve por sus propios medios, tiene su propia opini?n sobre las cosas y sus propias pautas para la construcci?n de su vida.
Sin embargo, esa independencia personal, que es un logro decisivo en la vida, ha de tener tambi?n su justa medida. Porque ser absolutamente independiente no parece que sea el gran paradigma de la existencia. Entre otras cosas, porque los m?s altos logros de nuestra naturaleza tienen siempre que ver con nuestra relaci?n con los dem?s. La vida humana lograda es de por s? ?por llamarlo de alguna manera? interdependiente.
La sensibilidad de este siglo ha entronizado a veces de modo exagerado la independencia, como si fuera la m?s grande meta humana y una garant?a segura de felicidad. Sin embargo, un mal entendido af?n de independencia puede en muchos casos acabar en dependencias mucho m?s amargas.
Por ejemplo, la que se ve en esas personas que abandonan su matrimonio y sus hijos en nombre del amor y la independencia, aunque en el fondo lo hacen por razones ego?stas bastante f?ciles de suponer. O en la de aquellos que desatienden a su familia, o traicionan a sus amigos, o renuncian a sus principios, en raz?n de un desmedido af?n de afirmaci?n personal en su trabajo, de ganar m?s dinero o de alcanzar mayores cotas de poder. O la que se ve en aquellos otros que hablan de romper las cadenas, liberarse, vivir la propia vida..., y en realidad est?n con ello sujet?ndose a otras cadenas que suponen dependencias mucho m?s fuertes, porque son dependencias que est?n en su interior: en una b?squeda ego?sta de placer o comodidad, en una renuncia a enfrentarse a la propia responsabilidad, o en echar la culpa a los dem?s de todo lo que les resulta dif?cil en sus vidas.
Dependencia y necesidad La independencia personal nos hace actuar por cuenta propia, en vez de entregar a otros el control de nuestra vida, y eso es un logro muy importante. Pero no es suficiente como meta final de una vida. Parece claro que conviene siempre a?adir a la independencia una buena dosis de sensatez y buen criterio, para no caer en la idiotez independiente, que no por independiente deja de ser idiota.
La vida, por naturaleza, es interdependiente. El hombre no puede buscar la felicidad poniendo la independencia como valor central de su vida. De entrada, porque cualquier logro en la vida afectiva de una persona pasa necesariamente por depender en cierta manera de su mujer, su marido, sus hijos, sus amigos, su proyecto profesional, etc. Por otra parte, todos necesitamos depender tambi?n de unos principios, ideales y valores personales acertados.
En definitiva, se puede ser independiente y comprender que se avanza m?s trabajando en equipo, que necesitamos enriquecer nuestro pensamiento con los de otras personas, que hay que ser fiel a unos valores seguros, o que todo hombre necesita dar y recibir afecto. La vida ha de plantearse buscando compartirla profunda y significativamente con otros, y esto siempre supone un contrapunto a un af?n de independencia mal entendido.