D?a 6 de Abril
V Domingo de Pascua
La sorprendente Gloria seg?n Dios
La glorificaci?n de Jesucristo por parte de Dios, de la que Jes?s habla en la Ultima Cena, recuerda a aquella a la que se referir? san Pablo en su ep?stola a los de Filipo. Se trata de hecho de la ?nica glorificaci?n de Nuestro Se?or, que, aunque pueda sorprendernos, no es una exaltaci?n triunfal ante los hombres, ni tampoco la satisfacci?n m?xima de sus apetitos; se lleva a cabo por su sufrimiento. Al d?a siguiente Jes?s se ofrecer?a en la Cruz, obediente al Padre, en redenci?n por todos los hombres de todos los tiempos. Se someti? a los agravios de la Pasi?n hasta morir por nosotros:
no hizo alarde de su condici?n divina ?dice el Ap?stol?,
sino que se anonad? a s? mismo tomando la forma de siervo, haci?ndose semejante a los hombres; y, mostr?ndose igual que los dem?s hombres, se humill? a s? mismo haci?ndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exalt? y le otorg? el nombre que est? sobre todo nombre; para que al nombre de Jes?s toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: ?Jesucristo es el Se?or!, para gloria de Dios Padre. Jes?s habla de su pr?xima glorificaci?n cuando se acerca la hora de la Cruz: el momento de su humillaci?n, por parte de los jud?os y de la autoridad romana, ante todo el pueblo. Parece importante meditar sobre esta afirmaci?n de Jesucristo, que puede resultar muy parad?jica en este tiempo para la mentalidad de muchos. Nosotros, como siempre, reafirmemos nuestra fe en el Se?or, Maestro de los hombres, con la ayuda de su Gracia. Asentiremos as? confiadamente a sus palabras; que, incorporadas a nuestra vida, ser?n para cada uno criterio seguro de conducta.
Tenemos miedo al dolor. Posiblemente lo hemos sentido m?s intenso en alguna ocasi?n y querr?amos no volver a padecerlo. Incluso nos aterroriza pensar que pueda venirnos un sufrimiento a?n m?s intenso y apenas soportable. La imaginaci?n puede presentarnos una amplia gama de dolores a partir de lo que hemos o?do de otros o contemplado por nosotros mismos. Podr?amos entonces estremecernos. Olvidar?amos en ese momento que Dios es Padre nuestro y nos quiere. Nos quiere, aunque contemple nuestro dolor ?como contempla el de Cristo, su Hijo amado? y, pudiendo apartarlo de nuestra vida, nos deja, sin embargo, con ?l.
A veces sufrimos por el esfuerzo y el cansancio que acompa?an al cumplimiento del deber. Es, no pocas veces, la pelea con nosotros mismos: contra el desorden, la pereza, la sensualidad, el af?n de posesi?n o de quedar bien... Ese inter?s por cumplir con perfecci?n es mayor ?verdadero amor? cuando creemos que Dios nos espera en el deber de cada instante. Entonces aumentan el esfuerzo y el cansancio, en la medida en que aumenta el amor. En ocasiones el dolor viene: con la enfermedad, propia o ajena, o por las mil circunstancias que pueden resultarnos dolorosas en la convivencia cotidiana. Tal vez ante este sufrimiento, que se nos antoja m?s in?til, la protesta sale casi espont?nea: no entendemos ...
Para comprender, en cuanto es posible, el dolor humano es necesario mirar a la Cruz de Cristo, pues en Ella est?n contenidas todas las formas de nuestro sufrimiento. Tambi?n se entiende contemplando la Cruz ?claro est?, con la ayuda de la Gracia? que el mejor hombre es el que m?s sufre. Pero ha de ser a la manera de Cristo. No, desde luego, el que m?s padece o el que se siente m?s atormentado a lo animal, sino el que acepta el sufrimiento porque ama. Se ama a Dios al vivir para su voluntad en el cumplimiento del deber. Se le ama tambi?n, y es necesario, aceptando esa divina voluntad en el acontecer cotidiano, independiente tantas veces de nuestra acci?n, pero sometido a su se?or?o, porque ?por as? decir? a Dios no se le va de las manos ni una sola de las circunstancias del mundo.
Jes?s es glorificado en la Cruz. Muriendo en el Calvario recibe de Dios toda la gloria: se cumple perfectamente en ?l la voluntad de la Trinidad de proclamar su amor divino por toda la Creaci?n, librando a los hombres de la esclavitud del pecado. En el sufrimiento de Cristo -de Jes?s- est? por consiguiente su grandeza; la proclamaci?n con obras, m?s que con palabras, de su divina excelencia:
lo exalt? y le otorg? el nombre que est? sobre todo nombre; para que al nombre de Jes?s toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: ?Jesucristo es el Se?or!, para gloria de Dios Padre. Toda rodilla se doble..., y toda lengua confiese. En los cielos, en la tierra y en los abismos, dice el Esp?ritu Santo por la pluna del Ap?stol: cuanto existe proclama la grandeza y majestad de Jes?s. El hombre adora agradecido a su Salvador. Todo en Dios y fuera de ?l le glorifica. Porque Jes?s cumpli? hasta el extremo la voluntad del Padre, aceptando morir y vivir como hombre, sometido a los hombres que le llevaron a la muerte sin perder por ello la confianza:
Padre, en tus manos encomiendo mi esp?ritu, rez? con el salmo.
En Mar?a, como en Jes?s, podemos decir que Dios se sali? enteramente con la suya; as? es bendita entre todas las mujeres. Le pedimos a nuestra Madre, deseosos de la gloria, de la felicidad plena que Dios nos desea, que sepamos poner los medios para vivir y aceptar la voluntad de nuestro Creador.