ZENIT publica la ponencia que pronunci? Jos? Miguel Insulza, secretario general de la Organizaci?n de los Estados Americanos, ante la sesi?n plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, reunida en el Vaticano del 27 de abril al 1 de mayo.
Agradezco la oportunidad que Uds. me brindan al recibirme en esta prestigiosa Academia, para este di?logo sobre un tema tan relevante como el de la caridad y la justicia entre pueblos y naciones. Reconozco que mi experiencia acad?mica y pol?tica es muy distinta de la mayor?a de los participantes en este evento, pero creo que ese es justamente el objetivo de di?logo. Como plantea el Prof. Juan Llach en su muy completa Introducci?n General, el prop?sito de la Academia en esta XIII Sesi?n Plenaria es ?invitar a muchas personas de fuera de la Academia, con diferentes roles y especialidades, a participar activamente en nuestro trabajo? para tener una amplia visi?n de nuestro mundo?.
Intentar? entonces dar una visi?n de algunos temas desde el particular ?ngulo de la realidad de Am?rica Latina, que es aquella que he conocido principalmente a lo largo de mi vida pol?tica y acad?mica y actualmente como Secretario General de la Organizaci?n de Estados Americanos.
La situaci?n de Am?rica Latina se asocia naturalmente a muchos de los temas de injusticia, violencia y desigualdad que aquejan al mundo en esta era de la globalizaci?n. Este mundo contradictorio, como nunca plet?rico de capacidades y oportunidades brindadas por la ciencia y la tecnolog?a y al mismo tiempo impotente pol?ticamente para acercar esas ventajas de la humanidad a los seres humanos que carecen de ellas, se refleja tambi?n en nuestra regi?n. A partir de unas notas acerca de esta sociedad global intentar? luego exponer algunas ideas acerca de lo que puede y no puede hacer el derecho y el orden internacional para superar esa paradoja. Finalmente procurar? mostrar las particularidades de esa realidad en Am?rica Latina y los grandes obst?culos que es necesario superar para enfrentarla adecuadamente.
I.- LAS PARADOJAS DE NUESTRA ERA
Las grandes paradojas del Siglo XX han sido expuestas muchas veces: el Siglo que vivi? una expansi?n de la idea democr?tica y de los derechos humanos es a la vez el siglo del holocausto, de los genocidios y de la mayor guerra que conozca la humanidad; el siglo de los grandes progresos cient?ficos es tambi?n el de las mayores amenazas para la supervivencia de la especie humana.
Jam?s la humanidad hab?a progresado tanto y tan r?pido en la ciencia y la t?cnica. Esos grandes avances cient?ficos han significado para los hombres aumentar en la mayor parte del mundo la esperanza de vida, hasta el punto que el crecimiento exponencial de la poblaci?n mundial no s?lo tiene su origen en un aumento de la natalidad, sino sobre todo de la supervivencia [1]. Hoy d?a los adelantos de la tecnolog?a facilitan la vida de los seres humanos de un modo nunca visto y el progreso de la medicina le permiten condiciones de sanidad suficiente como para disfrutarlos. Las distancias se han acortado y las comunicaciones ponen a todos los seres en contacto inmediato sin importar cuan alejados se encuentren unos de otros. La velocidad del cambio es asombrosa. La Internet tiene menos de quince a?os de existencia y parece que estuviera con nosotros desde siempre, como antes el fon?grafo en sus distintas formas, la energ?a el?ctrica, el cine o el autom?vil.
Junto al progreso material ha existido tambi?n un progreso cultural importante: las ideas de libertad, democracia y derechos humanos inspiran hoy la organizaci?n de numerosos Estados y la acci?n pol?tica de muchos millones de hombres y mujeres. Si en los siglos anteriores el individuo reconoc?a tutela del Estado y su soberan?a a cambio de la seguridad que ?ste le brindaba, hoy ese contrato social se ve modificado ? no completamente superado, porque ambas cosas no son incompatibles ? por la demanda creciente de ciudadan?a pol?tica, civil y social, que se exige a cambio del reconocimiento de legitimidad que el ciudadano confiere a su autoridad.
Tambi?n el contrato social se modifica por la interdependencia. El Estado ya no es completamente soberano, en la medida en que no est?, por si s?lo, en condiciones de proporcionar a sus ciudadanos los bienes p?blicos que requiere para su supervivencia y bienestar. Existen bienes p?blicos que son por naturaleza internacionales. Todos los pa?ses deben participar necesariamente de la vida internacional, para buscar all? la soluci?n a temas que no tienen soluci?n dentro del marco de sus propias fronteras. La cooperaci?n internacional en temas que van desde el comercio al calentamiento global, y desde el enfrentamiento de la delincuencia a la necesidad de coordinar la actividad mundial en materia de transporte y comunicaciones, generan nuevo Derecho y crean nuevas condiciones para el desenvolvimiento de los individuos y los Estados.
Y sin embargo, todo el enorme progreso que la humanidad ha experimentado en el conocimiento, la ciencia, la t?cnica y la cultura, no permite ocultar algunos de sus tambi?n inmensos fracasos. Perm?tanme mencionar tres de ellos en los que se muestra m?s flagrantemente la paradoja entre las grandes capacidades que el ser humano ha desarrollado para su mejor bienestar y la incapacidad de aplicarlas efectivamente para ese fin:
1.- No hemos sido capaces de erradicar, ni siquiera de disminuir, la violencia de nuestras vidas. Hemos conocido las mayores guerras de la historia universal, hemos conocido el holocausto y el genocidio, hemos sido v?ctimas del odio y el fundamentalismo y el crimen ha aumentado incluso en las sociedades m?s desarrolladas. Todo tipo de armas, nucleares y convencionales, cortas y largas, legales e ilegales, se acumulan en nuestras sociedades para la guerra y para el delito, aumentando la sensaci?n de inseguridad de los habitantes de nuestros pa?ses.
2.- Tampoco hemos sido capaces de eliminar la extrema pobreza en que se debate a?n una porci?n importante de la poblaci?n mundial. Mas de un tercio de ella vive en la pobreza, muchos sin recibir alimentaci?n suficiente, sin agua potable, sin alcantarillado, sin electricidad y sin acceso a salud ni educaci?n. La poblaci?n de los pa?ses m?s pobres tiende a aumentar a un ritmo mucho mayor que en el mundo desarrollado, sin que sus econom?as crezcan a los mismos ritmos. Nuestro crecimiento no ha reducido la brecha entre ricos y pobres. Al contrario, ella va en aumento, tanto entre individuos como entre pa?ses.
3.- Finalmente los hombres no han sido capaces de detener el deterioro del medio ambiente. Calentamiento global, contaminaci?n del aire, el agua y el territorio, deterioro de la infraestructura, falta de alcantarillado y agua potable en las ciudades del mundo en desarrollo, frecuentes epidemias sanitarias, incluso muchas cat?strofes llamadas naturales, pero provocadas por la mano del hombre, van destruyendo de manera cada vez m?s acelerada el h?bitat del ser humano. Simult?neamente y en la medida que la vida moderna exige un consumo cada vez mayor de combustibles y otros bienes contaminantes, los factores de contaminaci?n se acumulan sin que se asuman siquiera los costos de restaurar lo destruido.
Nunca antes la humanidad tuvo tanta responsabilidad sobre el futuro de la tierra y nunca tuvo m?s posibilidades t?cnicas de hacer lo que se debe. Esta capacidad de conocer y de predecir cient?ficamente contrasta, sin embargo, con su incapacidad de actuar para mejorar la realidad y prevenir el futuro.
La paradoja se extiende m?s all?. Los conocimientos cient?ficos nos permiten imaginar formas muy claras de mejorar en cada uno de los aspectos. Hoy sabemos de antemano lo que ocurrir? si el mundo persiste en determinadas conductas, pero simult?neamente parecemos incapaces de hacer lo necesario para evitar el catastr?fico fin por la v?a de pol?ticas p?blicas u otras iniciativas.
Un solo ejemplo para ilustrar: el caos y la inseguridad en que se debaten hoy muchas ciudades del mundo en desarrollo, en las cuales conviven de manera inestable la miseria de las barriadas, el deterioro de los centros hist?ricos y la opulencia de las zonas residenciales exclusivas, fue pronosticado hace m?s de cincuenta a?os. Instituciones cient?ficas del m?s alto nivel, con el patrocinio de gobiernos e instituciones internacionales de gran importancia, como el Banco Mundial y la ONU, han venido llamando la atenci?n sobre el drama ambiental, econ?mico y social de las ciudades. Pero las pol?ticas p?blicas formuladas a partir de todo ello nunca se han implementado. El lucro y el individualismo se han impuesto para hacer las ciudades cada vez menos habitables, mientras la ciencia y la t?cnica muestran como podr?an mejorar la calidad de vida de sus habitantes.
Dem?s est? recalcar la injusticia que toda esta situaci?n significa. Si existen tantos millones de pobres y pa?ses tan atrasados en el mundo no es porque no haya conocimientos ni recursos para remediar su situaci?n, sino porque los mayores aumentos de la riqueza se van concentrando cada vez m?s en los pa?ses m?s ricos. Los efectos de la violencia, sean la guerra o el crimen, tambi?n afectan de manera desproporcionada a los pa?ses m?s pobres y a sus poblaciones m?s vulnerables. En cuanto a la destrucci?n del ambiente, un reciente informe de Naciones Unidas sobre el calentamiento global nos ahorra comentarios: mientras la mayor cantidad de recursos destinados a combatir el calentamiento global va dirigido a mitigar sus efectos en los pa?ses desarrollados, esos efectos parecen afectar de manera muy superior al mundo en desarrollo [2].
II. EL SISTEMA INTERNACIONAL Y SUS L?MITES.
Los tres fracasos de nuestra era tienen en com?n el signo fundamental de la injusticia, pero tambi?n el de la impunidad: ninguno de ellos est? efectivamente regulado por el derecho internacional y en muchos casos tampoco los Estados nacionales han sido capaces de regularlos en su derecho interno. Los tres dan cuenta, por ello, de una incapacidad creciente de la pol?tica, de los sistemas pol?ticos y del sistema internacional en particular.
Esta situaci?n de impunidad es, por otra parte, constitutiva por s? misma de una nueva paradoja: la falta de leyes y normas que regulen los temas m?s apremiantes de nuestra era se verifica en un contexto en que, como nunca antes en la historia de la humanidad, proliferan las leyes y los reglamentos internacionales.
En efecto, contrariamente a lo que muchos piensan, el Derecho Internacional se ha expandido enormemente con el proceso de globalizaci?n. Es m?s: no podr?a haber globalizaci?n sin Derecho Internacional. El transporte mar?timo y terrestre, la circulaci?n de aviones por el espacio a?reo de otros pa?ses -incluso a veces pa?ses que son calificados como adversarios [3] -, las normas que rigen el uso de los oc?anos y las que regulan las telecomunicaciones, son s?lo algunos de las decenas de ejemplos posibles de reg?menes internacionales regidos por acuerdos o tratados internacionales que son respetados sin excepci?n.
Por cierto que este proceso encuentra base en una situaci?n de conveniencia mutua: todos los gobiernos saben que respetar los acuerdos en estas y otras materias es algo que va en su propio beneficio. Pero tambi?n es verdad que existe una pr?ctica cotidiana de cooperaci?n internacional que genera la estabilidad que es necesaria para que el r?gimen se fortalezca y se haga m?s estable la situaci?n regulada por ?l.
En suma, si estos reg?menes son de respeto universal, es porque est?n construidos en torno a intereses comunes que son plenamente compatibles. Algo distinto ocurre, sin embargo, en el plano de los intereses econ?micos y de poder generados por el ego?smo o cuando existen fundamentalismos que niegan la posibilidad del entendimiento humano. Estas distintas formas de ego?smo dan lugar a la confrontaci?n, a la destrucci?n o a la marginaci?n de unos seres por otros, dentro de los Estados o entre ellos.
Adicionalmente la transnacionalizaci?n de la econom?a y de la informaci?n, as? como la uniformidad cultural que ellas crean, ejercen nuevas tensiones sobre el derecho que no siempre se resuelven adecuadamente. Se trata de situaciones nuevas que el derecho nacional no es capaz de enfrentar, por la misma naturaleza del hecho enfrentado. Como por otra parte el derecho internacional no se mueve a la misma velocidad con que avanza la obsolescencia del derecho nacional, terminan gener?ndose vac?os de incertidumbre, conflictos e impunidad. Un ejemplo claro y dram?tico de este fen?meno es la acci?n del crimen organizado, ya sea en relaci?n al narcotr?fico, al lavado de dinero, a la pirater?a intelectual o al tr?fico de personas. Todos estos delitos tienen un car?cter transnacional y una envergadura creciente. En todos ellos se verifica, adem?s, que la velocidad de movimiento de los delincuentes es mucho mayor que la de los Estados, cuya propia soberan?a constituye un lastre que les dificulta actuar con la agilidad o con la presteza necesarias para construir y ratificar tratados eficaces en la persecuci?n transnacional del crimen.
As? pues, no obstante todo el derecho internacional que existe actualmente a?n es necesario avanzar en ?reas cruciales. Para evitar la opci?n entre subordinaci?n y destrucci?n, necesitamos un mundo regido por el derecho internacional.
Es verdad que existen avances importantes en la direcci?n debida y que ellos se han producido ya sea por la internacionalizaci?n o la ampliaci?n consistente de derechos nacionales, como en el caso de los derechos humanos, o por la creaci?n directa de nuevo Derecho Internacional como respuesta a nuevos fen?menos tales como la comunicaci?n global, la Internet y otros. Pero para alcanzar a cubrir todos los problemas de la civilizaci?n contempor?nea y para poner fin a todas las injusticias es necesario m?s y mejor Derecho. El problema en este punto no es la capacidad de entender los problemas, sino la decisi?n pol?tica de avanzar en normas y acuerdos que los regulen y aplicarlos. El problema, en suma, es que no se ha impuesto a?n la noci?n de que superar las injusticias que todav?a laceran el cuerpo de la humanidad no s?lo es un imperativo moral sino la ?nica v?a para que esa misma humanidad no se vea finalmente abatida por la violencia, la miseria y la destrucci?n de su medio ambiente.
Las excusas para avanzar hacia una civilizaci?n capaz de regular los elementos que pueden causar su propia destrucci?n son muchas y casi todas emanan de los pa?ses poderosos. En su m?s reciente versi?n, esa mezquina tendencia ha buscado refugio en el principio de la libertad de elecci?n y ha tendido a expresarse en la pr?ctica del unilateralismo. En el mundo en desarrollo sabemos bien que esos conceptos suelen estar ligados a la arbitrariedad y al intervencionismo.
La globalizaci?n requiere normas y es preciso reconocer en ese plano importantes avances. Hoy se acepta, por ejemplo, que los derechos humanos tienen una proyecci?n universal y deben regir por encima de la soberan?a de las naciones. Pero es preciso reconocer tambi?n que, en el mundo en desarrollo existen importantes resistencias a aceptar legislaciones supranacionales por temor a que ellas sean aplicadas unilateralmente. Nunca las violaciones unilaterales de derechos humanos por parte de una gran potencia han sido condenadas, por ejemplo, en la Comisi?n de Derechos Humanos de Naciones Unidas, mientras si lo ha sido las cometidas por naciones peque?as. Por cierto es bueno que ellas se condenen en cualquier parte, pero tambi?n es indispensable que las naciones centrales del sistema, aquellas para las cuales el sistema fue construido en primer lugar, prediquen con el ejemplo. Mientras subsista en las naciones poderosas la tentaci?n de excluirse de acciones multilaterales en aras de proteger los intereses individuales o de intervenir sobre otros en defensa de valores propios, esa desconfianza persistir?.
Perm?tanme aqu? recordar una vieja historia:
En el Libro V de las Guerras del Peloponeso, Tuc?dides relata la negociaci?n que tuvo lugar entre los representantes de Atenas, la gran potencia, y de Milo, la peque?a isla que ella deseaba someter.
Los atenienses comenzaron por exigir de Milo una completa rendici?n y sumisi?n, con todas las consecuencias que la sumisi?n, en aquellos tiempos, tra?a consigo. Los representantes de Milo replicaron prestos que ellos no se consideraban beligerantes con relaci?n a Atenas y que, como tales, pod?an garantizarle a la gran potencia su permanente neutralidad. En definitiva, Atenas no deber?a ver en Milo, jam?s, a un enemigo.
Contestaron los atenienses entonces que la neutralidad no era suficiente. Que aceptarla significar?a, a los ojos de sus enemigos, un signo de debilidad. Milo, en consecuencia, no ten?a m?s alternativa que someterse o perecer.
Relata el historiador que, llegado ese momento, los embajadores de Milo no pudieron sino exclamar consternados: ?pero esto no es justo?. Entonces los griegos respondieron con una verdad que hasta ahora impera, por desgracia, en el ?mbito de las relaciones entre poderosos y d?biles: ?La justicia est? reservada s?lo para los iguales?.
Para hablar de gobierno global o incluso de gobernabilidad global es indispensable romper con ese precepto. Pugnamos por una justicia para todos. Queremos ser considerados como iguales. El camino para lograrlo, el ?nico, es el de la ley internacional. Pero el de una ley que d? garant?as a todos por igual y que sea respetada por todos de igual manera. Un r?gimen en que no todos se rigen por las mismas normas o en que la o las potencias dominantes act?an al margen del sistema que las mismas crearon, es un sistema condenado al desorden y al caos.
Esa perspectiva est? a?n muy distante y en tanto cambian las condiciones, es posible avanzar de manera realista, ampliando la cooperaci?n internacional, en lugar de intentar el camino de la imposici?n o el unilateralismo. Tal vez esta idea parezca demasiado limitada, pero hay que considerar que, en el clima de desconfianza actual, es la ?nica posibilidad de ir abriendo camino a mayores entendimientos.
Existen muchos campos en los que es posible avanzar en la direcci?n correcta. Perm?tanme enumerar s?lo algunos:
1.- Se debe universalizar la adhesi?n al Protocolo de Kyoto, as? como revisar y profundizar su contenido adecu?ndolo a la necesidad de reaccionar frente a la inminencia del desastre que desea evitar y ante la aparici?n de nuevas amenazas que aumentan ese riesgo.
2.- La ayuda a los pa?ses m?s pobres debe aumentarse sustantivamente y sin m?s dilaci?n, a objeto de evitar una tragedia humana de la que nunca terminaremos de arrepentirnos. Del mismo modo deben establecerse medidas efectivas de facilitaci?n del crecimiento econ?mico y la integraci?n al comercio global de los pa?ses en v?as de desarrollo.
3.- Una v?a eficiente para alcanzar este ?ltimo fin, as? como para promover en general la integraci?n mundial sobre bases m?s justas, es la conclusi?n de la Ronda Doha en su acepci?n original de Ronda del Desarrollo.
4.- En este mismo plano, el deterioro de la gobernabilidad financiera internacional, que suele tener como efecto crisis recurrentes cuyos efectos m?s desastrosos casi siempre son experimentados por los pa?ses m?s d?biles, exige una reforma muy profunda de las instituciones financieras internacionales. Estas instituciones han fracasado repetidamente durante los ?ltimos a?os, demostrando sobre todo una lamentable falta de objetividad y sensibilidad frente a las necesidades de los pa?ses menos desarrollados, lo que las ha llevado a una p?rdida de credibilidad que hace a?n m?s imperiosa su adecuaci?n a las realidades del presente.
5.- Con relaci?n al r?gimen de no proliferaci?n de armas at?micas, es preciso extender los tratados regionales y fortalecer el Tratado de No Proliferaci?n. Existe s?lo una forma de hacerlo, que demanda voluntad pol?tica de los principales implicados: el inicio, por parte de las potencias nucleares, del proceso de desarme paulatino al cual se comprometieron en el Tratado. Una actitud de ese tipo desarmar?a moralmente a quienes ?Estados o movimientos- pretenden expandir el riesgo de la proliferaci?n de armas nucleares y constituir?a la reserva moral necesaria para imped?rselo.
6.- Un esfuerzo semejante de control debe hacerse con relaci?n a las armas convencionales. Ya existen avances importantes en lo concerniente a la desactivaci?n de minas antipersonales y al control del tr?fico ilegal de armas convencionales. Pero hay que propender a un mayor desarme y hacer efectiva la normativa que castiga a los que trafican con Estados que act?an al margen de la legalidad internacional.
Debe quedar claro que no estoy abogando por un gobierno mundial. S? bien que no es posible, en pocos a?os, pasar de un r?gimen regido por el unilateralismo y la defensa del inter?s propio a una suerte de rep?blica global regida de manera democr?tica. Es m?s, en las condiciones actuales un gobierno global, mirado desde la perspectiva de los m?s d?biles, no pasar?a de ser una forma de dominaci?n hegem?nica.
Por ello creo que a?n cuando la globalizaci?n ha creado fuertes l?mites para el sistema pol?tico estatal en que est? organizada gran parte de la humanidad, no es posible descartar el sistema de Estados en favor de una entelequia que, no teniendo normas ni acuerdos claros, puede derivar solamente en el dominio de los fuertes contra los d?biles.
Por lo que abogo efectivamente es por un r?gimen de justicia internacional que sea capaz de abordar con realismo los problemas m?s acuciantes de nuestra realidad presente y que eluda la tentaci?n ateniense, permitiendo por el contrario que todos sean iguales ante la Ley. El origen de ese r?gimen, en mi opini?n, s?lo puede encontrarse en la cooperaci?n internacional, esto es en la capacidad de las naciones para resolver sus problemas en conjunto en aquel ?mbito geogr?fico o pol?tico que ellas mismas elijan. Esta cooperaci?n entre los Estados, en el mundo de la globalizaci?n, puede alcanzar pr?cticamente a todos los ?mbitos, incluidos aquellos que dicen relaci?n con aquellos problemas que, hasta ahora, representan el fracaso de nuestra civilizaci?n: la violencia, la pobreza y la destrucci?n del medio ambiente.
III.- LOS MAYORES PROBLEMAS DE AMERICA LATINA
He procurado ofrecerles una visi?n, desde el mundo en desarrollo, de las principales carencias y desaf?os de nuestra civilizaci?n en el momento presente. Perm?tanme ahora mostrar como afecta esa realidad global a Am?rica Latina y qu? hacemos en nuestra regi?n para enfrentar nuestros problemas.
La regi?n de Am?rica Latina y el Caribe pertenece al mundo en v?as de desarrollo, aunque tiene un nivel econ?mico y social bastante mejor que el de ?frica y de gran parte de Asia y su ingreso per c?pita est? cerca del promedio mundial. Los fracasos de nuestra civilizaci?n, sin embargo, forman tambi?n parte de su realidad, creando una sensaci?n de injusticia que se hace hoy m?s patente, cuando la regi?n est? creciendo y su democracia progresa, pero sus carencias siguen afectando a muchos millones de sus habitantes.
1.- Pobreza y desigualdad.-
Hace m?s de una d?cada, el entonces Presidente del Brasil Fernando Henrique Cardoso, se?al? refiri?ndose a su pa?s: Brasil no es un pa?s pobre, sino un pa?s injusto?. La frase ha sido repetida muchas veces, porque no s?lo refleja de manera sint?tica la realidad brasile?a, sino la de toda nuestra regi?n, haciendo que el examen de esa realidad sea interesante cuando se habla de caridad y justicia entre los pueblos y entre las naciones.
Am?rica Latina no es, de manera alguna, el continente m?s pobre de la tierra. En realidad, su ingreso promedio se parece al ingreso promedio de la poblaci?n mundial y posee recursos naturales y humanos para dar una mejor existencia a todos sus hijos. Sin embargo alrededor de 100 millones de latinoamericanos durmieron la pasada noche sin haberse alimentado suficientemente durante el d?a. Es verdad que si se miran estad?sticas mundiales, Am?rica Latina y el Caribe no aparecen en los peores lugares en el triste listado de la pobreza; que hay pa?ses de nuestro continente que obtienen mejores calificaciones que muchos pa?ses africanos en los ?ndices de desarrollo humano, que nuestra mortalidad infantil no es tan infamante y que nuestra desnutrici?n no es tan deshonrosa. Sin embargo probablemente ello ocurra solamente porque nuestros pa?ses son naturalmente mucho m?s ricos. De ah? que, tan acuciante como la pobreza misma en nuestro continente, sea el hecho que no exista ni una sola raz?n que pueda explicar porqu? hay cien millones de indigentes y doscientos millones de pobres mal viviendo en un continente rico.
CEPAL reporta que aproximadamente un 40% de la poblaci?n de Am?rica Latina ?m?s de 200 millones de personas- son pobres, la mayor?a de los cuales pertenecen a familias monoparentales encabezadas por una mujer. De entre ellos casi la mitad son extremadamente pobres o indigentes, esto es no alcanzan a satisfacer sus necesidades b?sicas con los ingresos que logran obtener, menos de un d?lar al d?a. En Hait?, el pa?s m?s pobre de nuestra regi?n, el 55% de la poblaci?n sobrevive con menos de un d?lar diario de ingreso.
Es mucha pobreza e inaceptable en una regi?n que es rica en recursos. La misma CEPAL ha estimado que para alcanzar en 2015 las Metas del Milenio en materia de pobreza, la regi?n deber?a incrementar su producto por habitante, en promedio, a una tasa de 2.9% anual. Ello significa que la gran mayor?a de nuestros pa?ses cumplir? con la meta. Sin embargo, Esta estimaci?n promedio impide ver importantes diferencias. As?, la propia CEPAL estimaba en 2004 que los pa?ses con mayores niveles actuales de extrema pobreza, superiores al 30% - Hait?, Bolivia, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Guyana - deb?an aumentar su producto por habitante a una tasa de 4.4% promedio anual durante los siguientes 11 a?os para alcanzar esa meta. Es decir, la brecha de pobreza entre nuestros pa?ses se va ampliando, dejando atr?s un conjunto de pa?ses que no conseguir?n los niveles requeridos de disminuci?n de la pobreza.
A la desigualdad entre los pa?ses se une la desigualdad entre las personas. El 20% m?s pobre del continente lleva a sus hogares entre un 2.2% del ingreso nacional en Bolivia y un 8.8% en Uruguay, en circunstancias que el 20% m?s rico se apropia de porcentajes que van desde el 42,8% en Uruguay al 64% en Brasil.
La encuesta ?Latinobarometro 2006? revela que el 61% de las personas que en la regi?n tienen s?lo educaci?n b?sica o menos, tienen padres con el mismo grado de educaci?n y que s?lo el 9% de personas cuyos padres ten?an ese nivel de educaci?n, hab?an accedido a la educaci?n superior. Quien nace en un hogar pobre o de padres con escasa educaci?n tiende a permanecer igual.
En nuestra regi?n, por otra parte, pobreza y desigualdad est?n asociadas a discriminaci?n. Una gran mayor?a de los ind?genas son pobres, tambi?n lo es una n?mero importante de afro americanos. Un n?mero desproporcionado de hogares pobres en la regi?n, por otra parte, es encabezado por una mujer. La pobreza tiene color y tiene g?nero en Am?rica Latina y el Caribe. Ello hace el problema a?n m?s hiriente y negativo y m?s urgente la necesidad de su soluci?n.
Y se trata de una situaci?n no s?lo injusta, sino que tambi?n progresivamente insostenible. La frustraci?n causada por el contraste entre la pobreza, la desigualdad y la exclusi?n, de una parte, y el crecimiento econ?mico realmente experimentado as? como el mejoramiento de la calidad de vida prometido por las elecciones democr?ticas pero no materializado, de otra, sientan las bases para una futura situaci?n de conflictos y turbulencias en la regi?n[5]. La democracia debe ser capaz de entregarle mucho m?s a la gente, no s?lo porque la pobreza actual en nuestra regi?n es moralmente inadmisible, sino porque adem?s, de persistir, se convertir? en una amenaza seria a nuestras posibilidades de desarrollo futuro debido a los d?ficit de educaci?n, ahorro y capacidad de emprendimiento que, entre otros lastres, trae consigo.
Una disminuci?n de la desigualdad deber?a significar igualmente un mejoramiento sustantivo en esta materia. La misma CEPAL ha sido enf?tica en se?alar que una mejor distribuci?n del ingreso potenciar?a el efecto de la expansi?n econ?mica en la reducci?n de la pobreza, estimando que una reducci?n de s?lo 5% en el valor del coeficiente de Gini permitir?a que se redujera el crecimiento anual necesario para alcanzar las Metas del Milenio de Naciones Unidas en materia de eliminaci?n de la pobreza, desde el 2.9% en que la estimaba en 2004 a un 2.1%.
Para enfrentar con ?xito el desaf?o de la pobreza en Am?rica latina, se requiere tener presente que ?sta est? determinada por m?ltiples factores ?como la desigualdad y la discriminaci?n- muchos de ellos econ?mica, social o culturalmente estructurales. Ya no se puede creer, como ocurr?a d?cadas atr?s en algunos de nuestros pa?ses, que la pobreza era un problema que se iba a resolver de manera natural en la medida en que nuestras econom?as crecieran. Es verdad que la soluci?n de la pobreza est? ligada al crecimiento econ?mico (el a?o pasado Am?rica Latina creci? fuertemente y la pobreza disminuy? en doce millones de personas), pero es igualmente cierto que tambi?n y primordialmente deber?n comprenderse y atacarse los factores estructurales que generan los problemas de pobreza si se quiere que esa soluci?n sea estable.
Finalmente, es importante recordar que la pobreza est? ligada a otros procesos que repercuten en el tejido social de Am?rica Latina y el Caribe. El aumento desmesurado de la migraci?n de poblaciones de los pa?ses con m?s problemas de pobreza y empleo hacia otros pa?ses de la regi?n, hacia Estados Unidos y hacia Europa ha generado cambios en la econom?a y la sociedad de los pa?ses de origen y de destino. Los principales flujos se producen hacia Estados Unidos, pa?s que recibe hoy algo m?s de un 20% del total de las migraciones en el mundo.
La migraci?n hacia Estados Unidos provocada por la pobreza es principalmente la que tiene origen en M?xico y Centroam?rica (que son los principales pa?ses de origen de la inmigraci?n legal e ilegal)[5], como lo muestran los informes sobre remesas del Banco Mundial. Muchos de los m?s pobres de pa?ses como Per?, Paraguay, Ecuador o Bolivia, van a otros pa?ses de Am?rica del Sur o a Europa. En Argentina hay m?s de un mill?n de paraguayos y cerca de un mill?n de bolivianos [6]. En Espa?a los ecuatorianos son el segundo grupo inmigrante, despu?s de Marruecos, mucho m?s cercano. Las migraciones de otros pa?ses a Estados Unidos y Europa tienen tambi?n un fuerte componente de fuga de cerebros. M?s de la mitad de los graduados caribe?os con grado universitario vive en el exterior y en el caso de algunos pa?ses, como Hait? y Grenada, la cifra alcanza a m?s del 80%.
Las remesas son la primera fuente de divisas para la econom?a de todos los pa?ses centroamericanos y de casi todos los del Caribe y en el caso de M?xico ya compiten con el petr?leo y el turismo, al tiempo que disminuyen el desempleo. Pero provocan problemas sociales de gran envergadura, como la separaci?n de las familias, al tiempo que son v?ctimas de discriminaci?n en muchos de los pa?ses a los cuales llegan.
Nada parece indicar que las principales acusaciones que se lanzan en los pa?ses receptores en contra de los migrantes tengan base alguna. Las tasas de desempleo en Estados Unidos y Espa?a, por ejemplo, no parecen variar significativamente por la presencia de inmigrantes. Al contrario, el estado con mayor porcentaje de aumento inmigrantes en Estados Unidos (Carolina del Norte) es tambi?n unos de los estados de m?s bajo desempleo; y las estad?sticas sobre crimen muestran que los inmigrantes no cometen m?s delitos que los nacionales del pa?s, en proporci?n al n?mero de habitantes. Pero las diferencias culturales, raciales y culturales de los migrantes provocan problemas y tensiones sociales agudizadas por el racismo y el ego?smo de muchos.
2.- Violencia
Am?rica Latina no ha sufrido grandes conflictos militares durante el Siglo XX, al menos no de la envergadura de los ocurridos en los dem?s continentes. Hace pocos meses celebramos el 40 Aniversario de nuestro Tratado de Proscripci?n de las Armas Nucleares (Tratado de Tlatelolco) que todos nuestros pa?ses han observado. Con el t?rmino de las confrontaciones internas que fueron provocadas o inspiradas por la Guerra Fr?a es posible decir que en general, con la sola lamentable excepci?n de Colombia (donde sin embargo la violencia ha tenido una reducci?n en los ?ltimos dos a?os), Am?rica Latina es hoy un continente de paz.
Pero nuestras tasas de criminalidad est?n entre las mayores del mundo. El nuestro es un continente que enfrenta problemas serios de delincuencia, organizada y no organizada, con los cuales no se puede seguir conviviendo. Cierto es que ha disminuido la violencia pol?tica que, hace no muchos a?os atr?s, flagelaba a nuestra poblaci?n; que tenemos mucho menos violencia pol?tica que en otras regiones del mundo, dentro de los Estados y entre los Estados. Pero tambi?n es cierto que esa violencia ha sido substituida por el delito: por las pandillas, el narcotr?fico, el crecimiento del crimen urbano, el lavado de dinero y otras muchas formas que ?ste adopta hoy en d?a. Varios pa?ses de Am?rica Latina y el Caribe est?n en la lista de aquellos que tienen el mayor promedio de homicidios en el mundo, con tasas que pueden llegar hasta 30 homicidios por cada cien mil habitantes. Con un 8% de la poblaci?n mundial, la regi?n registra el 75% de los secuestros que se producen globalmente. En ciertas ciudades de Am?rica Central y Am?rica del Sur grupos de delincuentes controlan ya no solamente la delincuencia sino el conjunto de la vida de algunos barrios.
La mayor parte de la violencia y de los delitos en nuestra regi?n est? vinculada al tr?fico de drogas y al crimen organizado, cuyo crecimiento ha sido impulsado por una combinaci?n de alta densidad de poblaci?n en ?reas urbanas, pobreza persistente y desigualdad del ingreso. La explosi?n de violencia ocurrida en Sao Paulo en mayo del 2006 fue la primera expresi?n masiva de los adversos efectos de la combinaci?n de pobreza, drogas y violencia. En esa ciudad, una de las pandillas m?s grandes del mundo organiz? un ataque de cinco d?as a la infraestructura urbana, con el resultado de 272 personas muertas, 91 de las cuales eran oficiales de polic?a. En algunos pa?ses de Centroam?rica las bandas organizadas de j?venes son superiores en n?mero a la polic?a y tanto esta regi?n como el Caribe se han convertido en terreno de tr?nsito de la droga y refugio de organizaciones criminales.
Se trata de una lacra social que no s?lo degrada y da?a f?sica y moralmente a las personas sino que acarrea consigo un alto costo econ?mico. El Banco Interamericano de Desarrollo estima que el costo de la delincuencia, incluyendo el valor de propiedad robada, se eleva aproximadamente a 16.8 billones de d?lares, equivalente al 15% del PIB de Am?rica Latina. Esta estimaci?n incluye el impacto de la delincuencia no s?lo en la seguridad de las personas y propiedades sino tambi?n en la productividad, las inversiones, el empleo y el consumo.
Uno de los delitos m?s graves, menos reconocido hasta ahora, es la trata de personas. El n?mero de ni?os, mujeres y esclavos que son traficados en nuestra regi?n, en el interior de los pa?ses o a trav?s de las fronteras es vergonzosamente alto, infamemente alto. Y es tan elevado porque un porcentaje igualmente alto de la poblaci?n -entre quince y veinte por ciento- carece de identidad. No est? inscrita en un registro ni tiene documento alguno que la identifique. Para ellos no existe un pedazo de papel en que conste su nombre o siquiera su existencia y son, por ello, objeto f?cil y permanente de todo tipo de delitos perpetrados por bandas de criminales organizadas expresamente para ese fin.
3.- Deterioro ambiental.
Am?rica latina y el Caribe enfrentan tasas muy altas de deterioro ambiental, en r?pido crecimiento. Elemento clave de esta degradaci?n es el crecimiento de la poblaci?n, unida a las m?s altas tasas de desigualdad. Las evidencias muestran que los pobres enfrentan el mayor peso de la degradaci?n ambiental.
Los problemas del medio urbano, especialmente la contaminaci?n del aire y del agua y los sistemas inadecuados de alcantarillado contin?an teniendo un fuerte impacto sobre millones de personas que viven en nuestras ciudades. Un reciente informe de la Organizaci?n Mundial de la Salud confirma que la degradaci?n ambiental en una causa creciente de una cantidad de enfermedades. Alrededor de un cuarto de las enfermedades a nivel global es causado por la exposici?n a un medio ambiente contaminado, mientras la cifra aumenta a un tercio para los ni?os menores de cinco a?os.
La regi?n ha sido bendecida por una de las m?s ricas dotaciones de recursos naturales y diversidad biol?gica del planeta y se ha convertido en un modelo en el apoyo de ?reas naturales protegidas. Sin embargo, a pesar del compromiso pol?tico hacia las ?reas protegidas, la p?rdida de bosques nativos ? que albergan la m?s alta concentraci?n de biodiversidad ? contin?a aceler?ndose. De acuerdo a un reciente informe de FAO, en 2005 casi 40 millones de hect?reas fueron despejadas en Am?rica Latina, lo cual representa la m?s alta tasa de p?rdida forestal producida en cualquier lugar del planeta.
Hay otras formas de degradaci?n de los recursos naturales, como por ejemplo la del 30% de los arrecifes de coral ? que albergan la mayor concentraci?n de biodiversidad marina ? que est?n severamente da?adas y en riesgo de colapsar. La creciente frecuencia e intensidad de los desastres naturales y el reconocimiento del v?nculo que existe entre estos eventos clim?ticos extremos, plantean enormes riesgos a la regi?n, especialmente a los pa?ses del Caribe y Centroam?rica.
Esta descontrolada degradaci?n ambiental puede terminar por afectar la fortaleza de las instituciones democr?ticas. Es dif?cil sostener una democracia cuando 140 millones de personas carecen de acceso adecuado a servicios sanitarios, cuando 75 millones de personas no cuentan con agua potable limpia o cuando 80 millones de personas respiran contaminantes m?s all? de lo considerado aceptable por la Organizaci?n Mundial de la Salud.
La gran mayor?a de los afectados por el aire sucio y el agua sucia son tambi?n las comunidades m?s pobres de la regi?n, da?ados por d?cadas de injusticia y exclusi?n. Tambi?n son los m?s expuestos a la violencia y el crimen. El conjunto de esta base de la sociedad configura una mezcla explosiva de miseria, inequidad y desesperanza que explica muchos de los fen?menos pol?ticos anteriores y recientes de Am?rica Latina. Estas formas de injusticia y la incapacidad de resolverlas est?n en la base de la falta de fe en la democracia y del surgimiento de caudillismos como f?rmulas m?gicas de soluci?n a una injusticia que ya no espera.
IV.- CRECIMIENTO Y DESAF?OS
Con todo, la situaci?n actual de Am?rica Latina y el Caribe presenta un conjunto de elementos favorables que permiten pensar que, de mantenerse y profundizarse, es posible revertir los aspectos negativos y dar a la regi?n un nuevo impulso hacia una posici?n de mayor justicia y desarrollo. Estas tendencias favorables dependen a?n de factores externos, como la actual situaci?n favorable de la econom?a mundial; pero tambi?n requieren un esfuerzo interno que es principalmente pol?tico y tiene que ver con la extensi?n de la democracia y los derechos humanos y la profundizaci?n de la gobernabilidad externa.
Seg?n estimaciones de la Comisi?n Econ?mica Para Am?rica Latina y el Caribe de Naciones Unidas (CEPAL)[7], el Producto Interno Bruto regional creci? un 5,3% durante 2006, lo que representa un aumento de 3,8% por habitante. Se trata del cuarto a?o consecutivo de alza y del tercero por sobre 4%, lo que a su vez contrasta muy favorablemente con el crecimiento promedio de 2,2% anual experimentado entre 1980 y 2002. Para 2007 se espera una ligera desaceleraci?n que llevar?a al PIB regional a un crecimiento en derredor del 4,7%, pero a?n en esa circunstancia el per?odo 2003 ? 2007 habr? concluido con un alza acumulada cercana al 15%.
Seg?n la misma CEPAL, la regi?n experiment? adem?s un aumento de 8,4% en el volumen de sus exportaciones durante el a?o pasado, a lo que se sum? una mejor?a en los precios de los principales productos de exportaci?n que se tradujo en un alza de m?s de 7% en los t?rminos de intercambio con respecto al a?o anterior. Del mismo modo la mayor?a de los pa?ses registr? un descenso de la inflaci?n, que baj? de un 6,1% (promedio ponderado) en 2005 a un 4,8% en 2006.
Este buen rendimiento econ?mico ha hecho sentir parcialmente sus efectos en otras ?reas y particularmente en una de mucha sensibilidad regional: la pobreza. Efectivamente, de acuerdo a cifras de la propia CEPAL, basadas en encuestas directas de hogares en 18 pa?ses de Am?rica Latina m?s Hait?, durante el ?ltimo a?o el n?mero de pobres habr?a disminuido de 209 millones a 205, lo que representar?a una baja desde el 39,8 de la poblaci?n en 2005 al 38,5 en 2006. El n?mero de indigentes, a su vez, habr?a disminuido en dos millones (de 81 a 79) lo que representar?a una variaci?n desde el 15,4 al 14,7 por ciento. La importancia de los avances en este terreno se torna a?n m?s relevante si las cifras de 2006 son comparadas con las de 2002, a?o en que los pobres se elevaban a 221 millones y los indigentes a 97, por lo que durante el per?odo se habr?a reducido en 16 millones el n?mero de pobres y en 18 millones el n?mero de indigentes. Los ?ltimos cuatro a?os, en consecuencia, han sido tambi?n los de mejor desempe?o social regional en los ?ltimos veinticinco a?os.
El mejoramiento de la situaci?n econ?mica se ha visto acompa?ado de una mayor estabilidad pol?tica y un fortalecimiento del sistema democr?tico. En el per?odo reciente no se han presentado situaciones de crisis y, por el contrario, la mayor parte de los pa?ses de la regi?n han renovado sus gobiernos a trav?s de elecciones leg?timas, con buena participaci?n y resultados aceptados por todos.
S?lo entre diciembre de 2005 y diciembre de 2006 se realizaron trece elecciones presidenciales, lo que lo convierte en el a?o en que m?s elecciones presidenciales ha habido en toda la historia de Am?rica Latina y el Caribe. Si se considera adicionalmente que en la regi?n s?lo veinti?n pa?ses tienen r?gimen presidencial, lo anterior significa que la mayor?a tuvo elecciones en un solo a?o; y todas ellas ?incluso aquellas con resultados tan estrechos que provocaron ciertas tensiones o dificultades en el momento de reconocerlos- estuvieron marcadas por el signo de la normalidad democr?tica. Durante el a?o, adem?s, se realizaron doce elecciones legislativas, dos referendos y una elecci?n de Asamblea Constituyente.
Para percibir la verdadera importancia de esta situaci?n democr?tica, es menester compararla con lo que ocurr?a en la regi?n pocas d?cadas atr?s, cuando no hab?a entre esos veinti?n pa?ses trece que tuvieran democracia, y mucho menos elecciones limpias y competitivas en las que pudiera vencer la oposici?n y el gobierno estuviere dispuesto a entregar la conducci?n del pa?s a sus adversarios.
La recuperaci?n de los principios y de la pr?ctica de la democracia ha tenido, a su vez, efectos en la percepci?n que los propios latinoamericanos tienen de ?sta. As?, la encuesta regional anual conocida como ?Informe Latinobar?metro? muestra, en su versi?n 2006 dada a conocer el 9 de diciembre pasado, que el porcentaje de la poblaci?n de Am?rica Latina que opina que ?la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno?, se elev? a 74% en promedio en 2006, lo que contrasta con lo que ocurr?a cinco a?os antes, en 2002, cuando s?lo un 68% de la poblaci?n pensaba de esa manera. Y contrasta mucho m?s vigorosamente a?n con la respuesta entregada a otra encuesta realizada por ?Latinobar?metro?, esta vez en 2004, que mostr? que ese a?o, en promedio, los latinoamericanos opinaban en un 55% de los casos que no les importar?a sufrir un gobierno no democr?tico si ?ste resolv?a los problemas econ?micos de su pa?s.
Todo eso llama a ser optimista, m?s a?n si se considera que durante los quince a?os anteriores hubo diecis?is gobiernos que no terminaron su mandato. Pero este optimismo debe ser acompa?ado de una extrema cautela, porque es preciso reconocer que persisten en la regi?n una serie de importantes incertidumbres. Las he agrupado en torno a cuatro grandes temas.
1.- El desaf?o del crecimiento
El crecimiento est? en la base de las posibilidades de mejorar en todos los otros planos. Algo importante de tener en consideraci?n en nuestra regi?n, que ha crecido a un ritmo menor que cualquier otra regi?n del mundo en los ?ltimos veinticinco a?os. Las econom?as emergentes de Asia, el Oriente Medio, Europa Central y del Este, as? como los ?pa?ses recientemente industrializados? de Asia, siguen super?ndonos en este terreno y tambi?n el mundo desarrollado. Por contraste con el crecimiento en otras regiones, hay pa?ses en Am?rica Latina que no han crecido nada y a?n otros, como Hait?, que incluso han disminuido sostenidamente su ingreso por capita en los ?ltimos veinte o treinta a?os.
?Por qu? esta debilidad? En mi opini?n existen por lo menos siete razones que explican la fragilidad de nuestro crecimiento. En primer lugar la persistencia de sectores financieros d?biles que impiden a nuestros pa?ses beneficiarse de oportunidades de inversi?n m?s lucrativas. En segundo t?rmino la ausencia de un sistema energ?tico regional bien definido, que elimine las inseguridades sobre el abastecimiento de energ?a en la mayor?a de nuestros pa?ses. Tercero, un nivel muy insuficiente de comercio intraregional, que recientemente se ha visto agravado por tendencias a elevar el proteccionismo. Cuarto, los bajos niveles de ahorro e inversi?n que son caracter?sticos de la abrumadora mayor?a de nuestros pa?ses. Quinto, la ausencia de sistemas tributarios eficientes que permitan a los pa?ses de Am?rica Latina y el Caribe incrementar sus actuales niveles de recaudaci?n relativamente bajos. Sexto, la baja calidad del gasto p?blico en nuestros pa?ses. S?ptimo, la a?n m?s baja competitividad regional, puesta de manifiesto por el ?Global Competitivnes Report? de 2006, en el que los ?nicos pa?ses de la regi?n que se sit?an entre los primeros cincuenta (entre ciento diecisiete) son Chile (27) y Barbados (31).
La superaci?n al menos relativa de algunas de estas insuficiencias ser? determinante para saber si es posible mantener ese crecimiento por un periodo prolongado, o si tal crecimiento se debe solamente a circunstancias externas y, en consecuencia, se desvanecer? apenas el ciclo econ?mico internacional haya cambiado de signo.
Somos conscientes, por otra parte, que la superaci?n de esas insuficiencias nos podr? permitir crecer a un ritmo m?s acelerado. No nos garantiza, sin embargo, que ese mayor crecimiento vaya a beneficiar a los m?s necesitados de entre los habitantes de nuestra regi?n y que, por el contrario, simplemente contribuya a aumentar las desigualdades ya existentes. Es preciso recordar a este respecto que no es la primera vez que democracia y crecimiento coinciden en nuestro continente; que a principio de los a?os noventa ya tuvimos una situaci?n semejante ?con una democracia que entonces renac?a entre nosotros- y que en esa oportunidad las esperanzas de millones de latinoamericanos y caribe?os se vieron frustradas.
Y la tendencia actual al respecto no puede dejar de ser preocupante. Por ejemplo, estudios de la misma CEPAL sobre el cumplimiento de las metas del milenio nos muestran que los pa?ses m?s pobres de nuestro hemisferio son los que van quedando rezagados en su cumplimiento y que por lo tanto es bastante probable que en el futuro se extienda la brecha entre ellos y los pa?ses m?s ricos. Es posible constatar, por otra parte, que incluso en aquellos pa?ses de mayor crecimiento no se ha visto un mejoramiento sustantivo de la distribuci?n del ingreso o una disminuci?n importante de la pobreza, no obstante que la pobreza efectivamente haya disminuido en el ?ltimo a?o de manera sensible en toda la regi?n.
Tambi?n soy consciente de que no ayuda a lograr el objetivo del crecimiento el clima de incertidumbre que, respecto de las pol?ticas econ?micas y p?blicas, se crea muchas veces en nuestros pa?ses. Contrariamente a lo que muchos creen, el capital ?es decir los recursos de inversi?n necesarios para el crecimiento- no es atra?do exclusivamente por la perspectiva de la ganancia, que ciertamente tiene que existir, sino tambi?n por la estabilidad pol?tica, la seguridad y la certeza de las reglas del juego. Si quienes pueden invertir en nuestra regi?n en emprendimientos de largo plazo sienten que su inversi?n puede ser amenazada por cambios en las reglas del juego o por la corrupci?n o la delincuencia, ciertamente no invertir?n, lo que significa que desperdiciaremos esos recursos. Por el contrario, los ?nicos recursos que en esas condiciones podremos aspirar a recibir ser?n aquellos de corto plazo o especulativos que la mayor parte de las veces no dejan beneficio alguno a nuestros pa?ses.
Muchos de los pa?ses citados en estudios recientes como actores de la sociedad del futuro, gozan en la actualidad de menos democracia y muestran peores ?ndices que los nuestros en materias tan relevantes como pobreza y analfabetismo. Buena parte de los pa?ses que son visualizados como base de la industria del futuro tienen hoy centenas de millones de pobres y en pa?ses que actualmente son sostenedores de la industria mundial del software la mitad de la poblaci?n es analfabeta. Uno de los grandes ?milagros" econ?micos de nuestros d?as tiene hoy niveles de desnutrici?n equivalentes a los del ?frica subsahariana. Sin embargo son sistemas estables que ejercen reglas del juego claras y que est?n disponibles para permanecer dentro de las actualizaciones de la globalizaci?n. Esas son las caracter?sticas que garantizan su condici?n de actores del futuro.
En nuestro caso, lamentablemente, no es esa la imagen que ofrecemos. Experimentamos la realidad de unas econom?as estables, pero acompa?ada de la percepci?n de que en muchos casos esa estabilidad no est? garantizada debido a la falta de consenso respecto de sus instrumentos. Por ello es que no puede dejar de llamar la atenci?n favorablemente que al analizar los pron?sticos previos a las ?ltimas elecciones presidenciales habidas en la regi?n, se pueda distinguir como com?n denominador la afirmaci?n de que cualquiera hubiese sido su resultado no se habr?a modificado la pol?tica econ?mica del pa?s correspondiente. Y se trataba de elecciones en pa?ses tan determinantes de la econom?a regional como Brasil y M?xico. Esa es la seguridad que nuestros pa?ses deben ofrecer si quieren captar los recursos que necesitan para desarrollar su infraestructura o su energ?a; si buscan captar las inversiones de largo plazo que requieren para asegurar un crecimiento estable. La seguridad de que nuestras econom?as son estables porque nuestras pol?ticas b?sicas tambi?n lo son.
2.- Los l?mites de la integraci?n
El proceso de integraci?n regional y subregional presenta un panorama muy diverso en distintas partes del hemisferio. El CARICOM, por ejemplo, enfrenta hoy d?a la discusi?n acerca del tr?nsito desde el mercado ?nico hacia la econom?a com?n y en Am?rica Central cada d?a se hacen mayores progresos en materia de integraci?n en un sentido amplio que incluye, adem?s de los temas econ?micos, temas migratorios y de otro tipo. El NAFTA, por su parte, es hoy una realidad que nadie puede negar y en las elecciones recientes en Canad? y M?xico no se escuch? siquiera una voz que clamara por volver atr?s en ese terreno; m?s bien al contrario, lo que se pudo o?r fueron proposiciones para perfeccionar el sistema.
As? pues, el problema y el desaf?o, en este caso, competen especialmente a Am?rica del Sur donde es posible identificar una tendencia negativa en los ?ltimos a?os, un cierto decaimiento de las pol?ticas reales de integraci?n.
Lo cierto es que en Am?rica Latina se ha ido c?clicamente de una pesimista comparaci?n con Europa a euf?ricas declaraciones relativas a la inminencia de una integraci?n ?aqu? y ahora?, sin que se visualice una efectiva disposici?n ni de sacar las ense?anzas que derivan de la experiencia europea ni de avanzar realmente en un proceso integrador. Todo ello resulta a?n m?s lamentable si se considera que este hemisferio, y sobre todo el Sur del hemisferio, comenz? a hablar de integraci?n mucho antes que Europa para quedar luego tremendamente atrasado con relaci?n a ?sta [8]. Un fen?meno cuya ?nica explicaci?n parece ser que, a diferencia de Europa, en Sur Am?rica se ha optado siempre por detener el proceso ante cualquier escollo ?grande o peque?o- que se haya encontrado en el camino y esas detenciones, en no pocas oportunidades, han llevado a dram?ticos retrocesos.
Por contraste, si observamos a la Uni?n Europea podremos constatar que se trata de un proceso de integraci?n que nunca se ha detenido. Ha sido criticado y duramente en muchos pa?ses de la Uni?n, ha tenido altos y bajos, ha atravesado por enormes problemas pero siempre ha seguido adelante Nuestra historia en cambio, como he se?alado, es una historia de avances y retrocesos cuya ?nica explicaci?n razonable es que, a diferencia de Europa, nosotros hemos tendido a eludir los verdaderos problemas que trae consigo un proceso integrador
El primero y quiz? principal entre esos problemas es, quer?moslo o no, el de la reticencia ante la ?supranacionalidad?, o si se prefiere la resistencia a ceder soberan?a para alcanzar la integraci?n. Y si algo demuestran todas las experiencias exitosas en este terreno es que no puede haber una integraci?n real sin una cesi?n igualmente real de soberan?a.
Todos los temas comerciales son potestad de la Uni?n Europea y no de sus pa?ses miembros. ?Contamos con algo parecido en Am?rica Latina? Por cierto que no y ni siquiera so?amos con tenerlo. En una regi?n en la que ni siquiera tenemos mecanismos de soluci?n de controversias, existe una mucha menor disposici?n ?sobre todo en el Sur- de entregar a alguna entidad supranacional atribuci?n alguna en materia econ?mica o comercial.
El segundo gran problema es que aparentemente se cree que, por ser la integraci?n econ?mica una situaci?n en la que todos han de ganar, nadie tendr? que pagar por ella. Se trata sin duda de un error, pues no habr?a habido integraci?n europea si algunos pa?ses no hubiesen aportado el dinero necesario para financiarla. Es m?s: no habr?a habido integraci?n europea si desde los a?os cincuenta y hasta hoy d?a, algunos pa?ses no hubieran estado dispuestos a pagar ingentes sumas de dinero para financiar los costos que, para la agricultura de otros pa?ses, ten?a esa integraci?n. Y, as? como financiaron ese esfuerzo en materia agr?cola, los mismos pa?ses financiaron un amplio conjunto de otras materias de presupuesto com?n europeo, teniendo siempre en consideraci?n que ese gasto presente iba a redundar en enormes beneficios futuros.
Guardando las distancias, no hay mucha diferencia entre esa situaci?n y la de Am?rica del Sur hoy d?a. Tambi?n entre nosotros hay pa?ses grandes y peque?os y pa?ses que cuentan con m?s recursos que otros. Y si no existe disposici?n a replicar de alguna manera esos ?Acuerdos Diferenciados? en que no todos contribuyen o se benefician en la misma proporci?n, no se va a llegar muy lejos en materia de integraci?n efectiva.
El tercer problema dice relaci?n con una suerte de obsesi?n maximalista respecto de la integraci?n. La obstinaci?n con que se plantea que, desde un inicio, ?sta debe ir ?desde el R?o Grande hasta la Tierra del Fuego?. Lo cierto es que, en Europa, un acuerdo que hubiese ido desde el B?ltico hasta las Islas Griegas no habr?a prosperado jam?s: la integraci?n europea es lo que es porque ha avanzado en forma paulatina. Y justamente por ello es que, entre nosotros y no obstante sus dificultades, son tan promisorios los acuerdos subregionales: el MERCOSUR o la Comunidad Andina son m?s reales y generan m?s esperanza que la ilusi?n de unificar, de una vez, al conjunto del continente. Esperando las condiciones para alcanzar esa integraci?n ?de una vez? s?lo se puede terminar en la condici?n de una flota que marche a la velocidad del barco m?s lento; una situaci?n que ?nicamente sirve para que todo el continente termine rezagado. Por el contrario, es mi firme convicci?n que los pa?ses que est?n dispuestos a avanzar m?s r?pido deben integrarse entre s? a la mayor velocidad posible. Y debe tenerse consciencia de que, para avanzar r?pido, inevitablemente se deber? enfrentar temas a?n m?s complejos, como el de la integraci?n de las pol?ticas econ?micas porque ciertamente es muy dif?cil, sino imposible, lograr la integraci?n entre pa?ses que no lleven adelante pol?ticas similares. En suma, para integrarse los pa?ses tienen que tener algo o mucho en com?n; se trata de un factor que tambi?n nos muestra la integraci?n europea: que la integraci?n ocurre entre pa?ses que son afines antes de integrarse.
3.- El desaf?o de la democracia
Ninguna de las situaciones que podr?an calificarse como efectivamente cr?ticas vividas por Am?rica Latina en los ?ltimos a?os fue provocada por revoluciones o golpes militares o tuvo una ra?z ideol?gica, sino que se originaron en momentos de descontento popular que terminaron por expresarse de manera tumultuaria. Tal descontento est? bastante extendido entre la gente com?n, que observa, con una impaciencia creciente la ineficiencia y a veces tambi?n la corrupci?n de sus gobiernos, no obstante que ellos hayan sido generados democr?ticamente o que gobiernen con estricta observancia de la Constituci?n y las leyes.
La pol?tica no es s?lo materia de ideas o valores sino tambi?n, y mucho m?s importante, de resultados que sean ben?ficos para el pueblo. Y es all? en donde algunos de nuestros gobiernos y algunas de nuestras elites pol?ticas han fallado, porque para hacer un buen gobierno no basta con sentir y comportarse como un dem?crata: el verdadero desaf?o es mantener la estabilidad de la democracia proveyendo al mismo tiempo a los ciudadanos de todos aquellos beneficios y soluciones a sus problemas que esa misma democracia les promete. Eso es lo que yo entiendo por gobernabilidad: un tema que concierne a la eficacia y a la eficiencia de los gobiernos y que, como acabo de decir, en mi juicio es la condici?n necesaria para abordar luego la superaci?n de todos nuestros restantes desaf?os.
El primero de ellos es ser conscientes de que la ampliaci?n de la democracia y sus instituciones son justamente las primeras obligaciones de un gobierno democr?tico. Para ello son un requisito imprescindible la participaci?n y el consenso. Por el contrario, la exclusi?n y a veces la represi?n del adversario son un seguro camino para el debilitamiento de las instituciones democr?ticas. Esta obligaci?n no siempre es tenida en consideraci?n por nuestros gobernantes que, con alguna frecuencia y sin importar su historial democr?tico previo, no bien adquieren el favor de la mayor?a caen en la tentaci?n de buscar formas de ampliaci?n de sus potestades o de prolongaci?n de sus mandatos m?s all? de sus l?mites originales. Al actuar de esta manera estos gobiernos, aunque hayan sido electos democr?ticamente, no gobiernan de manera democr?tica pues no cumplen con el primer deber de un gobierno democr?ticamente electo: ejercer el poder de la misma manera democr?tica, ampliando la libertad mediante la inclusi?n, la transparencia y la participaci?n.
Debo anotar que no se trata de un fen?meno que afecta s?lo a nuestra regi?n pues, como ha se?alado Fareed Zacharia [9], existen en la historia muchos casos de gobiernos que han sido electos por una clara mayor?a y luego, casi siempre con el apoyo complaciente de esa misma mayor?a, han suprimido la libertad de expresi?n, limitado la libertad de prensa y en general de disidencia, han promovido o tolerado la discriminaci?n y han violado los derechos humanos. Se trata de gobiernos que han sido electos democr?ticamente pero que no han gobernado de manera democr?tica. El tema, por cierto, ha abierto una discusi?n te?rica ?de la que el propio Zacharia no ha sido ajeno- entre quienes sostienen que basta que un gobierno se constituya democr?ticamente para que su legitimidad est? garantizada y quienes afirman que para legitimarse democr?ticamente los gobiernos deben adem?s practicar un ejercicio democr?tico del poder del que est?n investidos.
La Organizaci?n de los Estados Americanos tiene una posici?n s?lidamente consolidada sobre este punto, expresada en su Carta Fundamental y reafirmada en la Carta Democr?tica Interamericana aprobada por los cancilleres de las Am?ricas en septiembre de 2001. En esta ?ltima se establece: ?son elementos esenciales de la democracia representativa, entre otros, el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeci?n al estado de derecho; la celebraci?n de elecciones peri?dicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresi?n de la soberan?a del pueblo; el r?gimen plural de partidos y organizaciones pol?ticas; y la separaci?n e independencia de los poderes p?blicos?. Y agrega: ?Son componentes fundamentales del ejercicios de la democracia la transparencia de las actividades gubernamentales, la probidad, la responsabilidad de los gobiernos en la gesti?n p?blica, el respeto por los derechos sociales y la libertad de expresi?n y de prensa?.
La implementaci?n plena de esta carta Democr?tica es indispensable para la creaci?n de un clima de democracia estable en la regi?n. Es la v?a para garantizar a todos, a los ciudadanos en primer lugar y al entorno internacional luego, de que estos pa?ses no s?lo realizan elecciones democr?ticas, sino que tambi?n son capaces de mantener una institucionalidad estable, en que las pol?ticas, las leyes y las formas de gobierno no var?an.
Dentro de esta institucionalidad, la separaci?n clara de los poderse p?blicos y, en especial, la independencia del Poder Judicial y de los organismos de control p?blico es indispensable. La falta de acceso a la justicia es una de las principales frustraciones de los ciudadanos en Am?rica Latina. Tambi?n es preocupante la tendencia a usar la judicatura para fines pol?ticos, sea por parte de los gobiernos para fortalecer su poder o de sus adversarios para atacarlos indebidamente
Por otra parte los sistemas mediante los cuales las autoridades son electas suelen no considerar la necesidad de mayor?as estables y, por el contrario, crean condiciones inestables que se mantienen s?lo mientras los gobiernos son exitosos. La debilidad de los partidos y otras organizaciones intermedias tiende a acentuar el problema. Como los partidos no son representativos y por lo general no gozan de una gran disciplina interna, las mayor?as cambian frecuentemente y no es posible conformar coaliciones pol?ticas estables. La debilidad del sistema convierte a la lucha por el poder en el ?nico elemento constante, dejando poco espacio al compromiso y a la toma de decisiones de largo plazo.
Por ello una condici?n de la gobernabilidad en nuestra regi?n es la generaci?n de sistemas pol?ticos que permitan una participaci?n amplia y faciliten la formaci?n de coaliciones s?lidas y gobiernos mayoritarios. Esto, a su vez, demanda de los partidos pol?ticos una mayor representatividad popular y la capacidad de participar en la formaci?n de esas mayor?as.
4.- El Desaf?o de la gobernabilidad.
Am?rica Latina y el Caribe tienen hoy democracias elegidas por voto secreto y universal de todos sus ciudadan