La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericanos del Caribe concluy? con una Eucarist?a presidida por el Cardenal Francisco Javier Err?zuriz Ossa, Arzobispo de Santiago de Chile, Presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y uno de los tres Presidentes de la V Conferencia.
Homil?a del Cardenal Francisco Javier Err?zuriz
31 de mayo de 2007
Queridos hermanos, celebramos esta Eucarist?a haciendo memoria del acontecimiento de Pentecost?s. Estamos reunidos con Mar?a, la Madre de Jes?s, y aun despu?s de partir de este santuario seguiremos viviendo, bajo el impulso del Esp?ritu Santo, del ardor que ?l nos infunde, de la comuni?n que ?l forja entre nosotros y de la abundancia de los carismas y ministerios que ?l regala a su Iglesia. Seguiremos sirviendo pastoralmente con la urgencia de las puertas del Cen?culo muy abiertas, y con el ejemplo de la predicaci?n de Pedro, lleno de valent?a, de confianza y convicci?n.
Nos inspira esta ma?ana la fiesta de la Visitaci?n de Mar?a. Recordamos a la Sma. Virgen , que llevando a Jes?s en su seno, se apresur? a visitar a su pariente Isabel.
Maria misionera
Fue la primera acci?n misionera de Mar?a que nos narran los Evangelios. Bast? una insinuaci?n del ?ngel Gabriel, y ella se puso en camino, presurosa, hacia el hogar de su prima Isabel. Prefiri? no quedarse en casa, adorando a Jes?s reci?n concebido en su seno. Es claro, nunca tuvo la tentaci?n de separar el amor a Dios del amor al pr?jimo. A ambos amores, entrelazados en su alma, se dedicaba con todo el coraz?n, con toda el alma y con todas sus fuerzas.
Tampoco la detuvieron los peligros del camino. Mar?a, llena de valor, si bien muy joven, parti? con el Ni?o. Como custodia viva, sali? esa primera procesi?n de Corpus sostenida por la confianza en Dios y animada por el amor. Mar?a misionera sali? de Nazaret, simplemente para servir. Serv?a a Dios y servir?a a su pariente necesitada. Hab?a tocado su alma el que vino a servir y no a ser servido, y al instante dej? la Virgen el calor del hogar. Opt? por el riesgo del camino de Jes?s.
Notable ense?aza la suya. No se entretuvo fuera de la vivienda de Isabel. Nos dice el Evangelio que entr? a la casa. No le basta al misionero un saludo al pasar, ni las distracciones de afuera. Ha de entrar apenas abierta la puerta, como Jes?s en el coraz?n de la humanidad. Entr? y salud? con un efecto admirable. De inmediato salt? de alegr?a el precursor en el seno de su madre. La alegr?a y la acci?n del Esp?ritu Santo son dones inseparables del saludo de Mar?a, por voluntad de Dios. En sus horas de aflicci?n, un prisionero en un campo de concentraci?n imploraba estos dones con una sencilla jaculatoria: ??Sal?dame, Mar?a!'.
Isabel la saluda cordial y humildemente, movida por la fe. Pareciera que la estaba esperando. ?Pareciera, tan s?lo? Es una verdad impactante: Todos los seres humanos est?n esperando a Jes?s. Fueron creados para ir a su encuentro y para acoger su presencia y sus dones. Es la certeza que pueden tener los misioneros. A?n quienes los reciben con indiferencia o los rechazan, nacieron para encontrarse con el Se?or: con su vida, con su verdad y con su camino. Si todos lo supieran: ?El Se?or es su luz y su salvaci?n, su canto y su paz!
Mar?a misionera comparte con Isabel su maravillosa experiencia. Est? feliz, porque el Se?or ha mirado la peque?ez de su sierva y hace grandes cosas a favor suyo. Cuando el misionero est? lleno de gozo y de paz porque ha encontrado y sigue encontrando a Dios en su propia vida y en la historia, su testimonio asombra y contagia As? el disc?pulo capaz de contemplar a Dios le prepara el camino a Jes?s. Le preguntar?n por las razones de su esperanza. Quienes tienen m?s sed de Dios, querr?n compartirlas. En el esp?ritu de Nuestra Se?ora ocurrir? el despertar misionero de nuestra Iglesia en Am?rica Latina y el Caribe.
Mar?a disc?pula
Mar?a misionera acababa de recibir el anuncio del ?ngel en la hora de la Encarnaci?n del Verbo, hab?a vivido una hora de gracia ?nica como disc?pula de Dios. Ya lo sab?a; se lo dec?a su propia experiencia: hab?a sido escogida por el Se?or. Pero se sent?a muy peque?a, hasta el punto de turbarse ante el saludo del ?ngel. As? se estremece la existencia del disc?pulo ante el don gratuito del llamado de Dios. El ?ngel acababa de llamarla por su propio nombre: Al?grate, llena de gracia.
A la disc?pula inmaculada le era familiar la lectura orante de las Escrituras. Ese mundo era su verdadera casa. Viv?a en el espacio interior de la Palabra de Dios y de la historia de alianza de su pueblo con Dios, su Esposo y Hacedor. Se identificaba con ella. En esa decisiva, Dios le pidi? su conformidad y el don de su vida. De su aceptaci?n obediente pend?a el cumplimiento de los designios de Dios y el bien de su pueblo. Es el camino de todos los verdaderos disc?pulos del Se?or. En la ?lectio divina' lo encuentran. En ese espacio lo admiran y lo contemplan, lo escuchan y conversan con ?l, descifran el querer de Dios, se convierten y le responden: con palabras y con el don de su vida, para colaborar con ?l.
El di?logo que sostuvo con el ?ngel Gabriel nos entreabre una ventana por la cual podemos asomarnos a la espiritualidad de Mar?a, disc?pula y misionera. Su sinceridad no conoc?a l?mites. Tampoco su voluntad de colaborar con Dios, su Esposo y Se?or. Pero ?como podr?a concebir si toda su vida le pertenec?a virginalmente a su Se?or? Tanto el disc?pulo como el misionero necesitan la palabra del ?ngel, y saber que para Dios no hay nada imposible. Desde entonces, desde la roca de esa confianza inconmovible, en cada una de las circunstancias de su vida, sobre todo en las m?s dif?ciles, Mar?a podr?a decirse: ?Para Dios no hay nada imposible, he aqu? a la esclava del Se?or, h?gase en m? seg?n tu palabra?. Esta melod?a se un?a al Magnificat en su esp?ritu, colmado de asombro y santidad. Como ninguna persona humana vivi? la alegr?a y la libertad de la donaci?n a Dios para realizar con ?l lo que va m?s all? de toda expectativa y de todo sue?o humano, para abrir con su gracia el espacio interior de la nueva y eterna alianza, alianza de vida, de amor y de paz.
Comprometida con la vida de las personas y de los pueblos
Describimos la misi?n nuestra como un env?o para que nuestros pueblos en ?l tengan vida. Participando de la misi?n de Jes?s, nadie como su madre se comprometi? con la vida de las personas y de los pueblos. Aqu? en su santuario, ella nos invita a partir y a comprometernos resueltamente con la vida.
Nuestra cultura siempre fue favorable a la vida. Las acciones de arrancarla de este mundo, fueron rechazadas. La Virgen Mar?a sali? presurosa, a apoyar a su pariente est?ril para que tuviera la felicidad de traer al hijo tan esperado, a Juan, a este mundo. Y de prisa parti? a Egipto con Jos?, para salvar la vida del Ni?o, que el poderoso de entonces, el rey Herodes, quer?a extirpar. Proclamaremos de manera convincente que toda vida humana es sagrada, y requiere para s? un trato digno y enaltecedor. Nos seguiremos oponiendo a la pena de muerte, a la violencia, a la tortura, al aborto, a la eutanasia y a la lacerante miseria, que no se condice con la dignidad de la vida humana, que fue creada a imagen y semejanza de Dios. Nuestra opci?n es la vida para todos, particularmente para los pobres y abandonados. Nuestro no a la anticultura de la muerte nace con fuerza de nuestro s? a la vida.
Es sorprendente la identificaci?n de la Virgen con la vida de su pueblo. La contempla desde los ojos de Dios, y se compromete con ella desde la voluntad del Se?or. Con los profetas de su pueblo tom? partido a favor de los peque?os y de los hambrientos, y cant? al poder de Dios, que hab?a derribado de su trono a los poderosos y los soberbios. Los peque?os y los hambientos buscan la vida y son favorables a ella; los segundos la oprimen, la destruyen, y sufren las consecuencias de no conocer ni la alegr?a de ser hijos de Dios, ni la felicidad de ser hermanos. Desde sus tronos y desde su orgullo, ni viven ni dejan vivir. La joven de Nazaret lo sabe, y proclama con alegr?a la grandeza del Se?or. Como pastores y profetas, ser enviados desde Aparecida, desde esta capital de un pueblo peregrino, cuya mayor alegr?a es el amor de Dios. Trabajaremos para que en nuestros pueblos la relaci?n entre sus habitantes sea realmente fraterna: en las plazas y en los lugares de trabajo, en las familias y en las escuelas; sobre todo en las comunidades de la Iglesia , lugares santos de comuni?n y de paz.
Para la Virgen Mar?a , una convicci?n la urg?a. La vida de su pueblo era inseparable del amor y la fidelidad de Aquel que es la fuente de la vida. Ten?a la experiencia de la luz que brota del rostro de Dios, del amor inconmensurable de Dios, su Salvador, de la compasi?n de Jahveh ante los gemidos de su pueblo, de la bienhechora sabidur?a de sus mandamientos y de sus caminos, y de sus innumerables dones. Para ella, la felicidad consist?a en ser Esposa fiel de su Esposo y Se?or. Por eso, compartiendo la vida de su pueblo, la vida verdadera, la de ser pueblo de Dios, peregrinaba anualmente al templo de Jerusal?n, memoria de la cercan?a y de la alianza del Se?or. Partiremos de este lugar santo con este compromiso, prometi?ndole al Se?or que con ardor interior haremos todo lo que est? de nuestra parte, para que todos los que el Padre nos ha confiado, no sufran la ausencia de Dios, ni en su vida, ni en sus hogares, ni en los medios de comunicaci?n social, ni en nuestras culturas, sino, por el contrario, tengan la alegr?a de proclamar: el Se?or es mi luz y mi salvaci?n, mi esperanza y mi canto, mi vida y mi felicidad.
La vida que buscamos para nuestros pueblos est? ?ntimamente unida al anuncio misionero de Jesucristo, a dejarnos encontrar cada vez que venga hasta nosotros. ?l, la Vida que estaba en el principio, vino a nosotros para que tuvi?ramos vida en abundancia. Y la Inmaculada lleg? a ser madre de todos los vivientes, porque dio a luz a Aquel que es nuestra Vida. Nuestra Se?ora se dej? encontrar por ?l, y lo dio a conocer a los pastores y a los sabios de oriente.
Uni? sus pasos a los suyos, y lo acompa?? cuando entregaba su vida al Padre en el Calvario, para que todos vivi?ramos con ?l para siempre. Al partir, le ofrecemos a Jesucristo nuestros corazones, nuestros sacerdotes y di?conos, las familias de nuestras di?cesis, los j?venes y los ni?os, y le ofrecemos nuestro ministerio y nuestras iniciativas, para que siempre permanezcan abiertos a su presencia y a su bendici?n, a su sabidur?a y al dolor propio y de los dem?s, a su vida y resurrecci?n. Que la vida que Dios nos da brille en la ciudad puesta sobre el monte, llena de confianza, de gozo y de paz. Que acepte el env?o misionero, y vaya a todos los que buscan la felicidad y la paz, a todos los que, a?n sin saberlo, lo buscan a ?l, nuestra Vida y nuestro gozo.
Concluyamos nuestra meditaci?n recordando con gratitud que la Virgen , en nuestra Am?rica, le abri? caminos de la vida nueva en Cristo a Juan Diego y todos los inditos de su pueblo y de tantas otras comarcas. Pid?mosle que se acerque desde sus santuarios, como madre de Jes?s y de nuestros pueblos soberanos, a todos los que tienen sed de cielo en esta tierra. En su santuario nos comprometemos a seguir implorando con ella el amor fuerte y la audacia del Esp?ritu Santo, para permanecer unidos y compartir nuestra alegr?a de ser cristianos con todos los que tienen sed de vida, sed de fraternidad y de Dios. Am?n.