Domingo, 15 de julio de 2007
ZENIT publica el informe preparado por monse?or Juan Usma G?mez, del Consejo Pontificio para la Promoci?n de la Unidad de los Cristianos, sobre ?La curaci?n para pentecostales y cat?licos?.


El lema de la Semana de oraci?n por la unidad de los cristianos de este a?o: "Hace o?r a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7, 31-37) nos remite a uno de los temas aparentemente m?s controvertidos en las relaciones entre cat?licos y pentecostales: la curaci?n. En efecto, juntamente con el hablar en lenguas, la insistencia ?llena de expectativas? que se pone en las curaciones milagrosas constituye uno de los "modos pentecostales" que suscitan sorpresa y perplejidad acerca de su legitimidad y su sentido propiamente cristiano.

Casi en todas partes del mundo, la promesa de curaci?n se ha convertido en un leitmotiv con el que las comunidades pentecostales y carism?ticas atraen a nuevos miembros (este hecho se ha constatado tambi?n durante los cuatro seminarios sobre el ecumenismo organizados por el Consejo Pontificio para la Promoci?n de la Unidad de los Cristianos en Brasil, Kenia, Senegal y Corea).

Aun admitiendo que esa visi?n es parcial, debemos reconocer que la promesa o anuncio de curaciones realizadas constituye uno de los recursos m?s "eficaces" para atraer a la gente en nuestros d?as. Ser curados o ser testigos de una curaci?n realizada en la comunidad de pertenencia resulta cada vez m?s importante.

Si tomamos la Sagrada Escritura, vemos inmediatamente que los evangelios recogen muchos relatos de curaciones. Indudablemente, la compasi?n de Cristo con los enfermos y sus numerosas curaciones de enfermos de todo tipo son un signo claro de que "Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7, 16) y de que "el reino de Dios est? cerca" (Mt 10, 7; Lc 10, 9). Ciertamente, el ministerio de Jes?s se realizaba a trav?s de palabras autorizadas y obras poderosas. Las curaciones que llevaba a cabo no eran simples obras taumat?rgicas; sin excepci?n, estaban vinculadas a la fe del enfermo y se transformaban en experiencias mesi?nicas (cf. Mt 8, 6-10; 9, 21-22, 27-30; Mc 2, 4-5; 10, 50-52, Lc 17, 17-22; Jn 9, 1), aunque no siempre las reconoc?an como obras buenas los que rodeaban a los enfermos (cf. Mc 2, 4-9; Jn 9, 13-40).

Sin embargo, en las narraciones del Nuevo Testamento Jes?s no es el ?nico que cura. Jes?s mismo da a los Ap?stoles el poder de curar. Los Ap?stoles y otros, en el cumplimiento de su misi?n y como parte de ella, obran curaciones en nombre de Jes?s; nunca como manifestaci?n de su poder personal o para sus fines propios (cf. Hch 8, 13; 9, 36-43; 14, 8-11). Adem?s, san Pablo, en su carta a los Corintios, habla de un carisma especial de curaci?n que el Esp?ritu Santo da a algunos creyentes para que se manifieste la fuerza de la gracia que proviene del Resucitado (cf. 1 Co 12, 9. 28. 30).

Hasta aqu? todo parece claro. Pedir la salud del cuerpo y del alma es una pr?ctica conocida desde siempre en la Iglesia. M?s a?n, repasando las p?ginas del Catecismo de la Iglesia cat?lica, leemos que: "El Se?or Jesucristo, m?dico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdon? los pecados al paral?tico y le devolvi? la salud del cuerpo, quiso que su Iglesia continuase, con la fuerza del Esp?ritu Santo, su obra de curaci?n y de salvaci?n, incluso en sus propios miembros" (n. 1421). Los pentecostales comparten plenamente esa afirmaci?n; con todo, conviene notar que en el Catecismo con ella se introduce el cap?tulo dedicado a "los sacramentos de curaci?n", es decir, el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliaci?n, y el de la Unci?n de los enfermos.

Para un cat?lico pedir la curaci?n es leg?timo. En efecto, la Iglesia en varios momentos y con ritos diversos reza plegarias lit?rgicas con esta intenci?n. Son bien conocidos los santos taumaturgos y los diversos lugares de oraci?n donde se dan innumerables testimonios de curaciones milagrosas. Por consiguiente, pedir la gracia de la curaci?n no es ajeno a la praxis cat?lica. Sin embargo, esto no debe llevar al cristiano a olvidar que no hay mayor mal que el pecado y que nada tiene peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero (cf. ib., n. 1488). La recuperaci?n de la salud es importante si ayuda a la salvaci?n espiritual (cf. Mt 9, 5-8). La curaci?n es una gracia, pero la enfermedad no es necesariamente ausencia de ella: la uni?n del enfermo a la pasi?n de Cristo es fundamental para su bien y para el bien de la Iglesia (cf. Col 1, 24).

Los evang?licos y pentecostales tienen una visi?n diferente. Se habla a veces de diversas teolog?as de la curaci?n, que en general vinculan la curaci?n a la expiaci?n de Cristo. Aunque se suele estimular de alguna manera la expectativa de curaci?n y aunque el ministerio de curaci?n se considera un elemento leg?timo del evangelismo, con frecuencia algunos l?deres pentecostales ponen en guardia a los fieles y protestan contra ciertas pr?cticas ileg?timas que, ocult?ndose tras promesas de curaci?n, miran a proyectos personales que est?n muy lejos del Evangelio. "La mayor amenaza para el movimiento pentecostal carism?tico en los ?ltimos veinte a?os de este siglo (el siglo XX) ser? el ?xito y la ruina de los "reinos personales", pues cuando se desplomen, como suceder? inevitablemente, se desplomar? con ellos la fe de aquellos cuya mirada no est? puesta en Jes?s" (W. MacDonald, The Cross versus Personal Kingdom, Pneuma 3/2, Fall 1982, en: W. Hollenweger, Pentecostalism: Originis and Developments Worldwide, Peabody 1997, p. 230).

La aparici?n de curanderos, hombres y mujeres, cuyas actuaciones resultan a?n m?s notorias gracias a los medios de comunicaci?n social y a la realizaci?n de grandes reuniones, ha suscitado problemas doctrinales y pastorales muy urgentes para todos los cristianos.

Los curanderos modernos, definidos como pertenecientes sobre todo a la tercera ola del pentecostalismo ("third wavers"), se remiten a diversas tradiciones cristianas. Pero algunos de estos "tele-evangelistas" act?an m?s bien como tele-vendedores de productos religiosos, con un consiguiente beneficio econ?mico, y a menudo en sus promesas de curaciones se percibe el enga?o y el intento de explotar la buena fe de las personas necesitadas. En esta l?gica es muy elevado el riesgo de una moderna "simon?a" (cf. Hch 8, 18-25).

Suscitan perplejidad el uso caprichoso del presunto "carisma de curaci?n" y las revelaciones personales que a menudo indican la curaci?n realizada o la dificultad puesta por algunos de los presentes que impide que se produzca la liberaci?n del maligno. Refiri?ndose a los pasajes del Nuevo Testamento, los curanderos se definen con frecuencia como exorcistas; por tanto, la curaci?n, m?s que restablecimiento de la salud, es ante todo liberaci?n del maligno.

Aun admitiendo la buena intenci?n de las personas que ponen en ellos su confianza, pueden surgir algunas dudas sobre la gratuidad y la solidez de la fe de esas personas, que m?s que depender de Jesucristo parece depender de milagros, curaciones y actuaciones de l?deres. As? el Evangelio pasa a un segundo plano.

Tambi?n en la Iglesia cat?lica, bajo el influjo del movimiento carism?tico, las oraciones de curaci?n rezadas en grupo son bastante comunes. La Congregaci?n para la Doctrina de la Fe public?, el 14 de septiembre del a?o 2000, la "Instrucci?n sobre las oraciones para obtener de Dios la curaci?n", destinada a los obispos con el fin de orientar a los fieles en esta materia; pretende favorecer lo que hay de bueno y corregir lo que conviene evitar. La instrucci?n comprende una parte doctrinal sobre las gracias de curaci?n y las oraciones para obtenerla, y presenta al final disposiciones disciplinarias al respecto (cf. L'Osservatore Romano, edici?n en lengua espa?ola, 1 de diciembre de 2000, pp. 17-19).

Sobre la curaci?n en la Iglesia, el di?logo internacional cat?lico-pentecostal, en su segunda fase, expres? algunas reflexiones que siguen siendo v?lidas, aunque el tema requiere una ulterior profundizaci?n com?n con el fin de evitar juicios injustos. Por lo que concierne a la curaci?n, cat?licos y pentecostales concuerdan (cf. Di?logo internacional cat?lico-pentecostal, Relaci?n final 1997-1982, nn. 31-40; original en: Consejo Pontificio para la Promoci?n de la Unidad de los Cristianos, Information Service 55, 1984, II-III) en: la necesidad de la cruz (la b?squeda de la curaci?n no es una simple b?squeda de bienestar); la curaci?n es un signo del Reino; implica a la persona en su totalidad; la espera confiada de recibir la gracia de una curaci?n no es contraria a la vida cristiana; Cristo es quien cura. Sin embargo, no hay acuerdo ni convergencia en cuanto al aspecto sacramental y, en consecuencia, sobre la importancia del ministro ordenado por lo que ata?e a los sacramentos de curaci?n y en particular al sacramento de la Unci?n de los enfermos.

Tambi?n hoy Cristo hace o?r a los sordos y hablar a los mudos. Tambi?n hoy se concede a algunos creyentes el carisma de la curaci?n. Pero, aun reconociendo la posibilidad de la curaci?n, pues estamos convencidos de que para Dios nada hay imposible, no podemos considerar los milagros de curaci?n como condici?n necesaria para nuestra fe cristiana: no es necesario ver para creer (cf. Jn 20, 24-29).

Por tanto, el discernimiento espiritual es a?n m?s necesario para descubrir cu?l es el ministerio aut?ntico. "A causa de la fragilidad humana, de la presi?n de grupo y de otros factores, es posible que el creyente sea inducido a error en su conciencia acerca de la intenci?n y la influencia del Esp?ritu en sus acciones. Por este motivo, es fundamental establecer los criterios para confirmar y convalidar la actuaci?n aut?ntica del "Esp?ritu de verdad" (cf. 1 Jn 4, 1-6)" (Di?logo internacional cat?lico-pentecostal, Relaci?n final 1972-1976, n. 40; original en Information Service 55, 1976/III).

En nuestros tiempos, los carismas y los dones del Esp?ritu Santo resultan cada vez m?s visibles; a veces incluso podr?amos decir que excesivamente. Esta situaci?n requiere una orientaci?n a fin de que la gente aprenda a identificar adecuadamente los carismas y de que estos sean realmente ejercitados para el bien de toda la Iglesia (cf. 1 Co 12-14). Proporcionar elementos de discernimiento espiritual deber?a contribuir a detectar la autenticidad de una experiencia espiritual y su conformidad con la doctrina de la Iglesia, evitando as? desviaciones e iluminando las "experiencias espirituales" de los creyentes.

Termino esta reflexi?n haciendo una invitaci?n a leer, estudiar y analizar la relaci?n final de la quinta fase del Di?logo cat?lico-pentecostal, que se publicar? pr?ximamente. El texto ofrecer? la posibilidad de recorrer, sobre la base de fuentes b?blicas y patr?sticas, el camino de fe, conversi?n, discipulado, experiencia comunitaria, y percibir la acci?n del Esp?ritu Santo (de modo especial con respecto al bautismo en el Esp?ritu). Los miembros del Di?logo presentan reflexiones comunes sobre cada uno de estos aspectos en la situaci?n actual, tratando de destacar no s?lo la belleza de la vida cristiana, sino tambi?n su dinamismo desde los or?genes. El documento est? articulado en tres puntos: c?mo se llega a ser cristiano seg?n la Biblia; qu? sucedi? durante el per?odo patr?stico; y cu?les son los enfoques pastorales actuales de ambas comunidades.
Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios