S?bado, 08 de septiembre de 2007
Art?culo sobre la misi?n en Per? del P. Giuseppe Cadamone, msp, publicado en revista "Misioneros Siervos de los pobres del Tercer Mundo, opus Christi salvatoris mundi,Septiembre 2007.

La Misi?n en Per? hoy


P Giuseppe Cardamone, msp


Acabo de regresar de una misi?n en los Andes, un poco m?s larga que las que acostumbramos organizar los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo. La regi?n es la del Apur?mac, entre las m?s pobres del Per?; los pueblos son los de Antabamba, Tambobamba, Chalhuahuacho, Nauilla, Sorco, Progreso, Huallati, perdidos y olvidados en los Andes, al menos a unas ocho horas de viaje en Jeep desde Cuzco: hay que ir all? expresamente con ese prop?sito.

La regi?n es econ?micamente deprimida; la gente es poco instruida, viste muy pobremente, el rostro demacrado y rugoso por la fatiga, el cuerpo entero marcado por una existencia de duro trabajo; f?cilmente v?ctima del vicio del alcohol, se ve en ella un gran estado de abandono: la profunda melancol?a que se transparenta en sus ojos revela que estas personas son conscientes de su estado de miseria y lo sufren ?ntimamente. La mayor?a est? bautizada, pero vive alejada de los Sacramentos por la usencia de misioneros.

Me acerco a un joven que acabo de conocer y, poco a poco, nuestra conversaci?n llega al argumento religioso: ?l me pregunta si Dios es Jehov?; yo le contesto explic?ndole el porqu? de este nombre (derivado de un error en la lectura de la palabra hebrea Yhav?), y luego trato de explicarle que el Dios verdadero es Padre, Hijo y Esp?ritu Santo. El me responde pregunt?ndome si el Padre ha muerto por nosotros. Por primera vez me doy realmente cuenta del estado de abandono y del dolor de esta gente: la televisi?n y la radio, que ellos pueden ver y escuchar muy de vez en cuando, no hacen otra cosa que recordarles su condici?n de pobreza y amplificar su sentimiento de inferioridad y de importencia frente a esta situaci?n.

Todo aqu? vuelve a encontrar su justa dimensi?n: la misi?n no es idealismo; no est? hecha de los castillos en el aire llenos de veleidades que a veces nos construimos desde lo alto de nuestras comodidades en los pa?ses m?s ricos. Tampoco es cuesti?n de fuerzas humanas: a 4.000 m de altitud se camina con fatiga, el f?sico acusa el m?nimo esfuerzo, no se pueden programar gran-des actividades, la gente es, en cierta medida, indiferente y adem?s se encuentra dedicada casi todo el d?a al trabajo en el campo: todo en los Andes se desarrolla lentamente y uno se vuelve tremendamente realista.
Hay espacio tambi?n para la tentaci?n: ?de qu? sirve aqu? mi sacerdocio?, ?no estar? perdiendo el tiempo?, ?no estar? desperdiciamdo mis talentos en estos lugares perdidos de los Andes?

Inmediatamente se me presenta a la mente el P. Giovanni cuando insist?a sobre la importancia, para el misionero, de una s?lida formaci?n, que ?l la llama ?antis?smica?, con una profunda espiritualidad misionera y eclesial: efectivamente, s?lo una fe gran?tica puede resistir en semejante condici?n de abandono ambiental y humano. Frente al fr?o, a la miseria, a la imposibilidad de comunicarse adecuadamente con los campesinos que s?lo hablan quechua, a mi instintivo rechazo de aquel ambiente tan indigno del hombre, encuentro fuerza en la fe, renovando la conciencia de ser Iglesia en Misi?n, instrumento de Cristo que se da a aquellos que el mundo desprecia, rechaza u olvida, a aquellos que valen, cada uno de ellos, la sangre misma de Cristo, a pesar del extremo abandono en el que se encuentran postrados.

Me doy cuenta de que Dios no les deja solos: mientras el joven p?rroco de uno de estos pueblos que he visitado me ense?a entusiasta el centro de acogida para ancianos y minusv?lidos y se pregunta a s? mismo c?mo har? para conseguir los fondos necesarios para terminarlo, veo en sus ojos un ardor apost?lico y una sencillez y alegr?a evang?licos profundos.

Tambi?n los ojitos vivaces de las muy j?venes hermanas religiosas peruanas que irradian esp?ritu evang?lico aut?ntico: viven sencillamente y del mismo modo sirven al Se?or, y esto les da un gran contento.

No tienen grandes casas, se movilizan casi siempre a pie, comen lo que la gente les ofrece, duermen donde pueden. Conservan intacta su feminidad, no obstante las austeridades que la Misi?n les exige: son realmente encomiables, y lo que m?s impresiona es el silencio con el que trabajan, su esp?ritu de servicio dispuesto al sacrificio por el otro. Enamoradas de Jesucristo, ?sta es su fuerza. Tambi?n ellas son Iglesia silenciosa en Misi?n, Iglesia llena de celo apost?lico, humilde, alegre, preocupada en llevar a Cristo a todos los hombres, movida y sostenida por su Presencia y su Esp?ritu.

?Qu? f?cil es hablar de proyectos, programas, encuentros y teor?as sobre la evangelizaci?n, y qu? duro es chocar con un ambiente tan escasamente fecundado por el Evangelio! ?Qu? ejemplo el silencio de miles de hermanos misioneros
cuyo trabajo pocos conocen, tal vez s?lo el buen Dios, en el anonimato de los pueblos andinos, o de las barriadas, o ?favelas?, o ?bidonvilles? latinoamericanas! Ellos repiten con el Ap?stol de los Gentiles: ?Pienso que a nosotros, los Ap?stoles, Dios no ha asignado el ?ltimo lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espect?culo para el mundo, los ?ngeles y los hombres. Nosotros, necios por seguir a Cristo; vosotros, sabios en Cristo. D?biles nosotros; mas vosotros, fuertes. Vosotros llenos de gloria; mas nosotros des-preciados. Hasta el presente pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados y andamos errantes. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. Si nos difaman, respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y el desecho de todos? (1 Cor 4,9-13).

?Que Dios nos libre olvidar a tantos hermanos que fecundan la vida de la Iglesia con su sacrificio misionero, sostenido por una viva fe en Cristo Crucificado y Resucitado y, como su primer y aut?ntico fruto, por un amor grande y apasionado por el hombre.

Regreso a Cuzco despu?s de un mes de una inmersi?n en el mundo de la alta cordillera andina de Apur?mac, por un lado, con un ego?sta sentido de liberaci?n, pero
por el otro impreso en el coraz?n el rostro de los indios que, amados por Dios y olvidados por los hombres, piden silenciosamente el don de mi vida. Desde hoy puedo apreciar m?s el sacrificio de tantos hermanos misioneros; desde hoy le renuevo al Se?or, con m?s intensidad, mi agradecimiento por haber-me hecho misionero entre los m?s pobres, y mi oraci?n para que sur-jan numerosas las respuestas a la llamada del Padre a la Misi?n de la Iglesia: anunciar y comunicar a los hombres la salvaci?n en Cristo Jes?s, verdadero hombre y verdadero Dios, crucificado, muerto y resucitado por nosotros.


P. Giuseppe Cardamone, msp
Publicado por verdenaranja @ 23:07  | Misiones
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