Domingo, 23 de septiembre de 2007
Discurso pronunciado por el arzobispo Dominique Mamberti, secretario vaticano para las relaciones con los Estados, en el Congreso internacional sobre "Secularizaci?n y cristianismo en Europa", organizado por la Universidad Europea de Roma y el Consejo superior de investigaciones cient?ficas italiano el 29 de mayo de 2007.



Eminencias;
excelencias;
distinguidas autoridades;
ilustres se?oras y se?ores:

Es para m? motivo de alegr?a participar en este congreso, y deseo enmarcar mi reflexi?n en el ?mbito del que me ocupo m?s directamente, o sea, la relaci?n entre la Iglesia y la comunidad pol?tica.

Para la Iglesia cat?lica, el concilio Vaticano II expresa claramente la l?gica de esta relaci?n. La constituci?n Gaudium et spes afirma: "La comunidad pol?tica y la Iglesia son entre s? independientes y aut?nomas en su propio campo. Sin embargo, ambas, aunque por diverso t?tulo, est?n al servicio de la vocaci?n personal y social de los mismos hombres. Este servicio lo realizar?n tanto m?s eficazmente en bien de todos cuanto procuren mejor una sana cooperaci?n entre ambas, teniendo en cuenta tambi?n las circunstancias de lugar y tiempo" (n. 76).

Esta relaci?n de colaboraci?n, en el respeto de las diferentes identidades, tiende hoy a sustituirse con un "modelo de indiferencia", si no de exclusi?n, en cuanto que niega el papel p?blico de la religi?n. Al respecto, puede ser emblem?tico un episodio relacionado con la reciente campa?a para las elecciones presidenciales en Francia, durante la cual uno de los candidatos declar?, en una entrevista, que el cristianismo es parte determinante de la identidad nacional. Al d?a siguiente, el primer secretario de un partido pol?tico critic? dicha toma de posici?n, declarando: "No hay lugar para la religi?n en la Rep?blica que queremos, (...) lo cual no impide aceptar la libertad de conciencia".

Por desgracia, no he le?do ni reacciones ni desmentidos a esa afirmaci?n perentoria. Se trata de una concepci?n de la laicidad que ya no caracteriza al poder secular en cuanto distinto del religioso, sino que tiende a presentarse como una filosof?a de vida, una concepci?n nueva e integral del mundo que excluye, por principio, que las visiones religiosas del mundo tengan un influjo racional y p?blico.

Seg?n muchos de sus defensores, esa laicidad ser?a una manera de liberarse, sobre todo, de la religi?n. En consecuencia, el cristianismo deber?a quedar confinado al ?ltimo rinc?n que la ideolog?a secularista le asigna: la conciencia individual. Ante algunas actitudes o incluso ante algunas leyes, se tiene la impresi?n de que la religi?n es una "molestia p?blica", como el humo, por ejemplo, que se puede tolerar en privado, pero que en p?blico debe someterse a estrechas limitaciones.

Sin embargo, si se mira bien, tambi?n la ideolog?a secularista, con su correlativo, el relativismo moral, muestra sus l?mites, y los observadores m?s agudos se han dado cuenta de ello. Por ejemplo, parec?a que los derechos humanos constitu?an un lenguaje comprendido y compartido, pero ahora palabras como dignidad humana, persona y libertad expresan significados diversos y, a menudo, divergentes. Para algunos, dichos valores se refieren a la persona humana, caracterizada por una dignidad permanente y por unos derechos v?lidos siempre, en todas partes y para todos; para otros, en cambio, se refieren a una persona cuya dignidad va cambiando y cuyos derechos son siempre negociables, en los contenidos, en el tiempo y en el espacio. En cierto modo, se trata de una caja vac?a. As? se corre el riesgo de que los derechos humanos, sobre los que se construye la legitimidad de la modernidad pol?tica, faciliten indirectamente la inestabilidad. El relativismo moral, por su parte, provoca una fuga hacia adelante, una b?squeda continua de novedad, que impulsa al legislador a escuchar a grupos minoritarios, en perjuicio de las preocupaciones de la mayor?a de la gente.

Por tanto, se nota un vac?o de sentido y una p?rdida de entusiasmo. Al respecto, la actual situaci?n de estancamiento de la Uni?n europea es muy significativa. En consecuencia, surge la exigencia de colmar ese vac?o con una reflexi?n cultural y ?tica m?s profunda, y se comprende que la sociedad secularizada no pueda privarse de la reserva de sentido contenida en la religi?n.

Para mantener vivos los valores seculares sobre los que se funda, la democracia tiene necesidad de la religi?n, de la que, por lo dem?s, muchos de ellos han surgido. Basta pensar, por ejemplo, en la noci?n de "persona", que se fue formando durante los debates sobre la teolog?a trinitaria de los tres primeros siglos de la era cristiana; en la idea de autonom?a de las realidades naturales; o en el principio de subsidiariedad. As? pues, el cristianismo ha colaborado, de muchas maneras, en la formaci?n de la cultura humana, y por tanto no ha de sorprender que la laicidad, correctamente entendida, pueda y deba conjugarse con la cultura cristiana.

As? se ponen las premisas para un di?logo fecundo entre cristianismo y cultura contempor?nea, incluso a nivel p?blico. La aportaci?n del cristianismo no es solamente un hecho del pasado: la fuerza generadora que ha tenido a lo largo de la historia sigue actuando hoy, engendrando los elementos que la democracia necesita.

Con frecuencia se repite que la democracia se rige por la regla de la mayor?a. Pero es necesario tener en cuenta que la democracia no puede entenderse s?lo en el sentido de un procedimiento. Como recuerda el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, "una aut?ntica democracia no es s?lo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptaci?n convencida de los valores que inspiran los procedimientos democr?ticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunci?n del "bien com?n" como fin y criterio regulador de la vida pol?tica. Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad" (n. 407).

Por tanto, el ordenamiento civil, para ser aut?nticamente democr?tico, necesita valores, y la religi?n es capaz de inspirar valores id?neos para una convivencia pac?fica y aut?nticamente respetuosa del hombre. La verdadera democracia solamente puede edificarse sobre una base firme y s?lida, constituida ante todo por la plena verdad del hombre. Y la Iglesia tiene el deber de elevar su voz all? donde la verdad fundamental del hombre comienza a ser manipulada o negada, donde se violan los derechos inalienables de la persona.

La Iglesia, por consiguiente, no pretende sustituir a los Estados, sino contribuir a iluminar los principios universales que constituyen la base de las democracias y que algunas decisiones pol?ticas pueden ofuscar o descuidar. Por eso, si las autoridades eclesi?sticas formulan propuestas o manifiestan reservas con respecto a leyes o disposiciones de las instituciones civiles, no se trata de injerencia, sino m?s bien de libre manifestaci?n de sus opiniones -la cual compete a todo ciudadano- y tambi?n de una forma de ejercicio de la misi?n propia de la Iglesia de iluminar las conciencias para el bien com?n. En cambio, ser?a una manifestaci?n de intolerancia de la sociedad o de las autoridades civiles tratar de impedir que la Iglesia cumpla esa misi?n espec?fica, o denigrarla porque no comparte ciertas opciones.

Asimismo, en Europa el cristianismo ofrece un conjunto original e insustituible de ideas y de experiencias concretas, de las que es hist?ricamente portador, y revitaliza el patrimonio que ha forjado la identidad del continente.

Hoy en d?a este continente se debe considerar tambi?n en el ?mbito m?s vasto y articulado de la realidad mundial. Por eso, el di?logo entre secularizaci?n y cristianismo no puede prescindir de esta especificidad global. Desde esta perspectiva, la fe cristiana y la racionalidad secular, conscientes de que son dos protagonistas de la cultura occidental, deber?an relacionarse con las otras grandes culturas, con las que se identifican poblaciones incluso m?s numerosas que la poblaci?n europea. Esta relaci?n, polif?nica y abierta a la raz?n, tambi?n podr?a ayudar a redescubrir o profundizar valores y normas deseados por todos los hombres, permiti?ndoles obtener nueva fuerza de iluminaci?n y mayor fuerza operativa.

Por ?ltimo, como cristianos debemos esforzarnos por transformar las dificultades en oportunidades y, en consecuencia, tambi?n convertir en ocasiones los desaf?os planteados por la secularizaci?n. En este sentido, estamos llamados a mostrar que la fe cristiana desarrollada en Europa es tambi?n un medio para hacer confluir raz?n y cultura, y para mantenerlas juntas, en una unidad que incluya la acci?n.

Adem?s, y concluyo, la secularizaci?n puede estimularnos a redescubrir el cristianismo en su esencialidad y a dar raz?n de ?l en un mundo que a menudo lo rechaza. A este mundo podemos y debemos mostrarle que nuestra fe no es una reliquia del pasado, sino un tesoro del presente y una inversi?n para el futuro; m?s a?n, es la mejor inversi?n, porque es la m?s fecunda y la que da frutos para la eternidad.
Publicado por verdenaranja @ 23:45  | Hablan los obispos
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