Art?culo publicado en Bolet?n "Santa Madre Maravillas de Jes?s", Camelita Delcalza, A?o 2007 - n?mero 148 La ilusi?n
de ver a Dios
E1 Papa Juan Pablo II, en la Carta dirigida a los ancianos en el a?o 1999, invitaba a encontrar, en cada etapa de la vida de la persona, un cometido que realizar y un modo espec?fico de ser, de servir y de amar. Cada edad tiene su belleza. Tambi?n la ancianidad, que sabe lo que la vida puede dar,
y ense?a a pasar por el mundo en camino hacia la Patria. El anciano mira las cosas con esa serena quietud del que vive
m?s en el cielo que en la tierra.
La ancianidad es un acercamiento gozoso a la meta de la vida y a la plena madurez, el paso de un momento pasajero a la eternidad feliz. Suspira por el cielo, y por la ilusi?n de ver a Dios.
Fueron siempre grandes los deseos de Santa Maravillas por ver a su Cristo cara a cara.
Podr?amos decir que, a medida que pasaban los a?os, fueron aumentan-do hasta hacerse casi incontenibles, y estos deseos ensanchaban el gozo de su coraz?n ante el pensamiento de su muerte, cada vez m?s cercana. S?, porque morir es desatarse ya el alma para volar con el Se?or. Para la Madre, los achaques y molestias que iban apareciendo con el correr de los a?os, las arrugas que delataban inevitablemente la vejez, que avanzaba poco a poco, no ten?an nada de tr?gico. Todo lo contra?rio. Se acercaba el momento de la felicidad eterna y la vida verdadera.
Es aquello de ?la tienda que se va desmoronando? del ap?stol San Pablo. En muchas de sus cartas abor?da esta realidad, y al leer sus l?neas no podemos dejar de sentir cierta envidia de ella, que con tanta senci?llez y serenidad habla del paso del tiempo:
??Ay, creo que esto se lo he dicho ya...! ?Les redites de le vieillesse! -las repeticiones de la vejez-. Yo digo que a la gente del mundo que les guste brillar y gozar, etc., les debe de costar horrores la vejez, viendo c?mo, poco a poco, se va perdiendo todo, y con el porvenir de ir perdiendo m?s cada d?a.
Hasta en eso somos felices por aquello de "cupio disolvere et esse cum Christo ". No s? c?mo se escribe, pero ya me entiende? (C 1778). ?Y hasta le hace gracia cumplir a?os!:
?No sabe qu? gracioso resulta tener setenta a?itos. Le parece a uno mentira, y cuando se da cuenta uno da una risa y una alegr?a pensar que ya prontico, prontico, ver? al Se?or...? (C 3469).
?Los sesenta pesan much?simo f?sicamente, que moralmente se est? en los quince, pero f?sicamente, no. Ya sabe que de sesenta a setenta es el baj?n del dedo ?ndice al pulgar, y realmente eso de los dedos est? muy bien. Por lo menos, yo as? lo he sentido todo. Y de cincuenta y nueve a sesenta ?va un abismo! Adi?s, adi?s, que como me ves, te ver?s? (C 1815).
Con esa disposici?n interior tan admirable se comprende que la Santa, al ir pasando el tiempo, no pod?a evitar una sensaci?n de desapego de las cosas de aqu? abajo, a las que tanto nos agarramos nosotros, como si fueran a durar eternamente. Ochenta y tres a?os de vida le concedi? el Se?or. ?Cu?ntos encuentros, cu?ntos trabajos y fatigas, cu?ntas penas y alegr?as! ?Cu?nto amor hab?a repartido en estos a?os! Y sobre todo, cu?nto vac?o de s?, y cu?nto amor de Dios, a quien se hab?a dado toda entera. En sus ?ltimos a?os, la Madre Maravillas ya no viv?a ella; era Cristo quien se trasparentaba y viv?a, bajo las apariencias de aquel cuerpo gastado y quien lat?a en aquel coraz?n que se hab?a consu?mido en amarle y procurar su gloria. ?Qu? hac?a la Madre en esos ?ltimos a?os? ?Qu? hac?a aquella carmelita emprendedora de grandes obras para gloria de Dios, siempre atenta a las menores necesidades de los dem?s, que nunca tuvo tiempo para s?? Ya no pod?a hacer casi nada. Solamente deshilar, en el retiro de su celda, con sus manos temblorosas, algunos pedazos de telas, por si aquellos hilos pudieran servir a las hermanas. Todas sus ocupaciones, ahora se reduc?an a una sola: la dulce espera de la llegada del Se?or.
La Madre Maravillas siempre comprendi? la vanidad de las cosas de la tierra. Todo era como fr?gil humo del que ahora, en estos ?ltimos a?os de su vida, ya nada queda. El ?nico tesoro es Dios, y s?lo en El se halla la verdadera paz. S?lo miraba la eternidad que la esperaba, su encuentro con su Cristo, al que hab?a amado sobre todas las cosas, y por eso esperaba la muerte con tanta dulzura y paz interior. Ya hab?a arrancado definitivamente su voluntad propia, y campeaban, como due?as y se?oras de su vida, s?lo la gloria y la voluntad de Dios. Y as?, siempre conforme con esta divina voluntad, la Madre viv?a tranquila y segura de su bondad y su misericordia.
Causan verdadera emoci?n los siguientes renglones, en que nos explica estos sentimientos:
?Tengo una ganas de querer a mi Cristo, que no puedo m?s. Yo creo que me queda poco de vida, y ?qu? ser?
verle y caer en sus brazos, a pesar de los pesares! Digo a pesar de no haberle sido fiel a tantas, tant?simas gracias como me ha concedido. Estoy muy bien, no se asuste. No lo digo por eso, sino porque no s?, claro, no soy una ni?a; pero no s?, es que siempre me parece que ya queda poco de esta som?bra de aqu? abajo... Sin poderlo remediar, me interesa todo menos, como una cosa ya de partida? (C 2026).
Para Santa Maravillas de Jes?s, como para todos los santos, esta vida es s?lo
?una sombra?, ?una cosa que va de partida?. Qu? bien comprendi? ella que lo ?nico que cuenta al final es el amor, que siempre es ?hora de amar a Dios?, porque
?esta vida se pasa volando, y lo ?nico que vale es lo que hagamos para la otra? (C 6452). Ella, como virgen prudente, llegaba con la l?mpara encendida y bien repleta de aceite. Por eso, cuando pocos d?as antes de su muerte, sus hijas le comunicaron que estaba cercana la hora de irse al cielo, ella con indecible gozo, pudo exclamar:
??Qu? alegr?a! ?C?mo no me lo han dicho antes??