ZENIT publica el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., predicador de la Casa Pontificia, a la liturgia del domingo, XXVII del tiempo ordinario, 7 de Octubre de 2007. XXVII Domingo del tiempo ordinario [C]
Habacuc 1, 2-3; 2,2-4; 2 Timoteo 1, 6-8.13-14; Lucas 17, 5-10
Aumenta nuestra fe
El Evangelio de hoy se abre con la petici?n de los ap?stoles a Jes?s: ??Aum?ntanos la fe!?. En lugar de satisfacer su deseo, Jes?s parece querer agudizarlo. Dice: ?Si tuvierais fe como un grano de mostaza...?. La fe es, sin duda, el tema dominante de este domingo. En la primera lectura se oye la c?lebre afirmaci?n de Habacuc, retomada por san Pablo en la Carta a los Romanos: ?El justo vivir? por su fe?. Tambi?n la aclamaci?n al Evangelio est? en sinton?a con este tema: ?Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe? (1 Juan 5,4).
La fe tiene distintos matices de significado. Esta vez desear?a reflexionar sobre la fe en su acepci?n m?s com?n y elemental: creer o no en Dios. No la fe seg?n la cual se decide si uno es cat?lico o protestante, cristiano o musulm?n, sino la fe seg?n la cual se decide si uno es creyente o no creyente, creyente o ateo. Un texto de la Escritura dice: ?El que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan? (Hebreos 11,6). ?ste es el primer escal?n de la fe, sin el cual no hay otros.
Para hablar de la fe a un nivel tan universal no podemos basarnos s?lo en la Biblia, porque ?sta tendr?a valor s?lo para nosotros, los cristianos, y, en parte, para los jud?os, no para los dem?s. Por fortuna, Dios ha escrito dos ?libros?: uno es la Biblia, el otro la creaci?n. Uno est? formado por letras y palabras, el otro por cosas. No todos conocen, o pueden leer, el libro de la Escritura, pero todos, desde cualquier latitud y cultura, pueden leer el libro que es la creaci?n. De noche tal vez mejor, incluso, que de d?a. ?Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento... Por toda la tierra se extiende su eco, y hasta el conf?n del mundo su mensaje? (Salmo 19). Pablo afirma: ?Lo invisible de Dios, desde la creaci?n del mundo, se deja ver a la inteligencia a trav?s de sus obras? (Romanos 1, 20).
Urge disipar el difundido equ?voco seg?n el cual la ciencia ya ha liquidado el problema y ha explicado exhaustivamente el mundo, sin necesidad de recurrir a la idea de un ser fuera de ?l llamado Dios. En cierto sentido, actualmente la ciencia nos acerca m?s a la fe en un creador que en el pasado. Tomemos la famosa teor?a que explica el origen del universo con el ?Big Bang? o la gran explosi?n inicial. En una millon?sima de millon?sima de segundo, se pasa de una situaci?n en la que no existe a?n nada, ni espacio ni tiempo, a una situaci?n en la que comenz? el tiempo, existe el espacio y, en una part?cula infinitesimal de materia, existe ya, en potencia, todo el sucesivo universo de miles de millones de galaxias, como lo conocemos hoy.
Hay quien dice: ?No tiene sentido plantearse la cuesti?n de qu? hab?a antes de aquel instante, porque no existe un "antes" cuando a?n no existe el tiempo?. Pero yo digo: ?c?mo no plantearse ese interrogante! ?Remontarse a la historia del cosmos --se afirma tambi?n-- es como hojear las p?ginas de un inmenso libro, partiendo del final. Llegados al principio se percibe que es como si faltara la primera p?gina?. Creo que precisamente, sobre esta primera p?gina que falta, la revelaci?n b?blica tiene algo que decir. No se puede pedir a la ciencia que se pronuncie sobre este ?antes? que est? fuera del tiempo, pero ella no deber?a tampoco cerrar el c?rculo, dando a entender que todo est? resuelto.
No se pretende ?demostrar? la existencia de Dios, en el sentido que damos com?nmente a esta palabra. Aqu? abajo vemos como en un espejo y en un enigma, dice san Pablo. Cuando un rayo de sol entra en una habitaci?n, lo que se ve no es la luz misma, sino la danza del polvo que recibe y revela la luz. As? es Dios: no le vemos directamente, sino como en un reflejo, en la danza de las cosas. Esto explica por qu? a Dios no se le alcanza m?s que dando el ?salto? de la fe.
[Traducci?n del original italiano realizada por Zenit]
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Documentaci?n
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Llamamiento de Benedicto XVI a redescubrir la ley natural
Discurso a los miembros de la Comisi?n Teol?gica Internacional
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 5 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigi? Benedicto XVI este viernes a los miembros de la Comisi?n Teol?gica Internacional a quienes recibi? al concluir su asamblea plenaria.
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Se?or cardenal,
venerados hermanos en el episcopado,
ilustres profesores y queridos colaboradores:
Con mucha alegr?a os acojo al final de las sesiones de trabajo de vuestra sesi?n plenaria anual. Ante todo deseo expresar mi profundo agradecimiento por las palabras que me ha dirigido, en nombre de todos, usted, se?or cardenal, como presidente de la Comisi?n Teol?gica Internacional, en su discurso de saludo.
El trabajo de este ?ltimo ?quinquenio? de la Comisi?n Teol?gica Internacional, como usted ha recordado, se?or cardenal, ya ha dado un fruto concreto con la publicaci?n del documento ?La esperanza de la salvaci?n para los ni?os que mueren sin Bautismo?. En ?l se afronta este argumento en el contexto de la voluntad sav?fica universal de Dios, de la universalidad de la mediaci?n ?nica de Cristo, del primado de la gracia divina y de la sacramentalidad de la Iglesia. Conf?o en que este documento constituya un punto de referencia ?til para los pastores de la Iglesia y para los te?logos, y tambi?n una ayuda y un manantial de consuelo para los fieles que han sufrido en sus familias la muerte inesperada de un ni?o antes de que recibiera el ba?o de regeneraci?n. Vuestras reflexiones pueden ser tambi?n la oportunidad para profundizar e investigar ulteriormente en el argumento. Es necesario, de hecho, penetrar cada vez m?s a fondo en la comprensi?n de las diferentes manifestaciones del amor de Dios a todos los hombres, que se nos ha revelado en Cristo, especialmente a los m?s peque?os y a los m?s pobres.
Os felicito por los resultados ya alcanzados y al mismo tiempo os aliento a continuar con empe?o con el estudio de otros temas propuestos para este quinquenio sobre los cuales ya hab?is trabajado en los a?os pasados y en esta sesi?n plenaria. Son, como usted se?or cardenal ha recordado, los fundamentos de la ley moral natural y los principios de la teolog?a y de su m?todo.
Con motivo de la audiencia del 1 de diciembre de 2005 present? algunas l?neas fundamentales del trabajo que el te?logo tiene que desempe?ar en comuni?n con la voz viva de la Iglesia, bajo la gu?a del Magisterio.
Quisiera detenerme en particular ahora sobre el tema de la ley moral natural. Como probablemente es sabido, por invitaci?n de la Congregaci?n para la Doctrina de la Fe, se han celebrado o se est?n organizado, por parte de varios centros universitarios y asociaciones, simposios o jornadas de estudio con el objetivo de encontrar l?neas y convergencias ?tiles para profundizar constructiva y eficazmente en la doctrina sobre la ley moral natural.
Esta invitaci?n ha encontrado hasta ahora una acogida positiva y un gran eco. Y, por tanto, se espera con mucho inter?s la contribuci?n de la Comisi?n Teol?gica Internacional, orientada sobre todo a justificar e ilustrar los fundamentos de una ?tica universal, perteneciente al gran patrimonio de la sabidur?a humana, que en cierto sentido constituye una participaci?n de la criatura racional en la ley eterna de Dios.
No se trata, por tanto, de un tema de car?cter exclusivamente o sobre todo ?confesional?, aunque la doctrina sobre la ley moral natural se ilumine y desarrolle en plenitud a la luz de la Revelaci?n cristiana y de la realizaci?n del hombre en el misterio de Cristo.
El Catecismo de la Iglesia Cat?lica resume bien el contenido central de la doctrina sobre la ley natural, revelando que indica ?los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por ra?z la aspiraci?n y la sumisi?n a Dios, fuente y juez de todo bien, as? como el sentido del pr?jimo en cuanto igual a s? mismo. Est? expuesta, en sus principales preceptos, en el Dec?logo. Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la raz?n que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana? (n?mero 1955).
Con esta doctrina se logran dos objetivos esenciales: por una parte, se comprende que el contenido ?tico de la fe cristiana no constituye una imposici?n dictada desde el exterior a la conciencia del hombre, sino una norma que tiene su fundamento en la misma naturaleza humana; por otra, partiendo de la ley natural que puede ser comprendida por toda criatura racional se ponen los fundamentos para entablar el di?logo con todos los hombres de buena voluntad y, m?s en general, con la sociedad civil y secular.
Precisamente a causa de la influencia de factores de orden cultural e ideol?gico la sociedad civil y secular se encuentra hoy en una situaci?n de p?rdida y de confusi?n: se ha perdido la evidencia originaria de los fundamentos del ser humano y de su actuar ?tico, de modo que la doctrina de la ley moral natural se enfrenta con otras concepciones que constituyen su negaci?n directa.
Todo esto tiene enormes y graves consecuencias para el orden civil y social. En muchos pensadores parece dominar hoy una concepci?n positivista del derecho. Seg?n ellos, la humanidad, o la sociedad, o de hecho la mayor?a de los ciudadanos se convierte en la fuente ?ltima de la ley civil. El problema que se plantea no es por tanto la b?squeda del bien, sino la del poder, o m?s bien, la del equilibrio de poderes. En la ra?z de esta tendencia se encuentra el relativismo ?tico, en el que algunos ven incluso una de las condiciones principales de la democracia, pues el relativismo garantizar?a la tolerancia y el respeto rec?proco de las personas. Pero si fuera as?, la mayor?a de un momento se convertir?a en la ?ltima fuente del derecho. La historia demuestra con gran claridad que las mayor?as pueden equivocarse. La verdadera racionalidad no queda garantizada por el consenso de una mayor?a, sino s?lo por la transparencia de la raz?n humana ante la Raz?n creadora y por la escucha de esta Fuente de nuestra racionalidad.
Cuando est?n en juego las exigencias fundamentales de la dignidad de la persona humana, de su vida, de la instituci?n familiar, de la justicia del ordenamiento social, es decir, los derechos fundamentales del hombre, ninguna ley hecha por los hombres puede trastocar la norma escrita por el Creador en el coraz?n del hombre, sin que la sociedad quede golpeada dram?ticamente en lo que constituye su fundamento irrenunciable. La ley natural se convierte de este modo en garant?a ofrecida a cada quien para vivir libremente y ser respetado en su dignidad, quedando al reparo de toda manipulaci?n ideol?gica y de todo arbitrio o abuso del m?s fuerte.
Nadie puede sustraerse a esta exigencia. Si por un tr?gico oscurecimiento de la conciencia colectiva el escepticismo y el relativismo ?tico llegaran a cancelar los principios fundamentales de la ley moral natural, el mismo ordenamiento democr?tico quedar?a radicalmente herido en sus fundamentos. Contra este oscurecimiento, que es la crisis de la civilizaci?n humana, antes incluso que cristiana, es necesario movilizar a todas las conciencias de los hombres de buena voluntad, laicos o pertenecientes a religiones diferentes al cristianismo, para que juntos y de manera concreta se comprometan a crear, en la cultura y en la sociedad civil y pol?tica, las condiciones necesarias para una plena conciencia del valor innegable de la ley moral natural. Del respeto de ?sta depende de hecho el avance de los individuos y de la sociedad en el camino del aut?ntico progreso, en conformidad con la recta raz?n, que es participaci?n en la Raz?n eterna de Dios.
Con reconocimiento os expreso a todos vosotros aprecio por la entrega que os caracteriza y estima por el trabajo que est?is desarrollando. Con mis mejores deseos para vuestros compromisos, os imparto con afecto mi bendici?n.
[Traducci?n del original italiano realizada por Zenit
? Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]