Domingo, 07 de octubre de 2007
Comentario a las lecturas del domingo XXVII del Teimpo Ordinario - C, publicado en "Diario de Avisos" bajo el ep?grafe "el domingo, fiesta de los cristianos".

El milagro del
padre Malaqu?as


DANIEL PADILLA


T e confesar?, Se?or, que el fragmento evang?lico de hoy me ha parecido siempre una salida tuya "por peteneras", como coloquio "a la gallega" -pregunta por pregunta-, al estilo de aquel famoso di?logo entre sordos: "?A d?nde vas". -Manzanas traigo. ?Por cu?nto? - Est?n maduras".

Los ap?stoles te pidieron que "les aumentaras la fe". Y T?, despu?s de afirmar que "con una fe, como un grano de mostaza, podr?an trasladar monta?as", te pusiste a hablar de un criado que, primero hizo las labores del campo, luego sirvi? la comida a su amo, y, despu?s, se sent? ?l a comer. Y a?adiste todav?a: "Ese criado hizo lo mandado". Por lo tanto, si es sincero, tendr? que confesar: "Soy un siervo in?til. S?lo he hecho lo que ten?a que hacer".

Pues, mira por d?nde, yo no ve?a la ilaci?n de tu discurso, su concordancia. Me parec?a un "di?logo entre sordos". Y hoy, de pronto, me ha parecido descubrir el entrelazado de tu argumento.

Lo que T? nos quieres decir es que, en la medida en que nos sintamos "siervos in?tiles", menesterosos, vac?os de toda prepotencia, limitados, en frase de Pablo, hasta "para hacer un pensamiento por nosotros mismos", en esa medida conseguiremos todo. Hasta lo imposible. Porque, en ese momento, no actuaremos nosotros, sino ese "otro" que eres T?, en nosotros.

Esa es la l?gica de tu discurso. La misma que existe entre la aparente contradicci?n de aquella frase tuya -"sin m? no pod?is hacer nada"- y la de Pablo que dijo: -"Todo lo puedo en aquel que me conforta". De la "nada" se pasa al "todo" -incluso, a trasladar monta?as-, con un granito de fe puesta en Ti. Es decir, vaci?ndonos de nuestra suficiencia.

Y no hay que extra?arse demasiado, Se?or. Porque el evangelio est? lleno de esos "imposibles y absurdos", convertidos en "posibles", mediante ese m?nimo de fe. Un d?a, cuando atravesaban el lago, estall? una terrible tempestad. Pero t? dorm?as. Pues, bien: mientras los ap?stoles confiaron en s? mismos, en su sapiencia de marineros, mientras se creyeron "alguien", la barca se hund?a. S?lo cuando se sintieron "siervos in?tiles" y se vaciaron de su poder y acudieron a Ti, el mar se cubri? de calma.

Hoy he comprendido mejor estas cosas, al releer aquella preciosa novelita de Bruce Marshall titulada "El milagro del Padre Malaqu?as". Es la historia de un sacerdote elemental y sencillo que ve?a con dolor c?mo su iglesia estaba siempre vac?a, mientras, al otro lado de la calle, un "cabaret de perdici?n" se llenaba diaria-mente de parejas y m?s parejas. Sent?a pena e impotencia. Y, des-de su peque?ez, confiando ?nicamente en Ti, te rez? as?: "?Por qu? no trasladas por los aires, Se?or, ese cabaret a otro sitio?". Pues, dicho y hecho. Un torbellino de viento lo arrebat? de su vista y desapareci? a lo lejos.

Al llegar a este punto, la novela se convierte en un conmovedor entrelazado de la fe sencilla del sacerdote por una parte, de la ternura de un Dios complaciente por otra y de los de siempre inescrutables caminos de la Providencia. Porque el cabaret llega hasta una isla desierta, s?. Pero no disminuye su clientela, sino que aumenta ante lo ins?lito del hecho. Mientras que la iglesia del Padre Malaqu?as permanece vac?a.

Entonces es cuando el bendito padre comprende dos cosas. Primera: que ?l, vaci?ndose de s? mismo o con un grano de fe, puede trasladar cabarets. Pero, segunda: que esos hechos llamativos y espectaculares no suelen aumentar necesariamente la fe de los hombres. Los hombres de hoy, -?est? visto!-, igual que en tiempos de Jes?s, somos "gentes de dura cerviz".
Por si les interesa el argumento, sepan, que, al fin, el E Malaqu?as pide otra vez a Dios que vuelva el cabaret a su sitio y ?que sea lo que Dios quiera!
?Bendito P. Malaqu?as!
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