De la misma manera que la inteligencia humana logra sacar del petr?leo energ?a para que los aviones vuelen, o consigue producir luz el?ctrica a partir del agua embalsada, tambi?n la inteligencia puede y debe actuar para obtener lo mejor de nuestra vida sentimental.
Pensemos, por ejemplo, en un sentimiento de miedo que nos est? empujando a actuar cobardemente y traicionar nuestros principios. Ante ese est?mulo, quiz? deseamos claudicar, pero, al tiempo, queremos sobreponernos y superar el miedo. Ese doble nivel supone una doble incitaci?n, una doble llamada, un doble obst?culo: de nuevo vemos que unos valores sentidos nos llaman desde nuestro coraz?n, y unos valores pensados desde nuestra cabeza.
Ante ese dilema, decidimos. Y, al hacerlo, entregamos el control de nuestro comportamiento a una u otra instancia: a la cabeza o al coraz?n. Lo propiamente humano es actuar de acuerdo con los dictados de sus valores pensados, aunque en algunos casos esos valores est?n inevitablemente enfrentados al sentimiento.
?Hablas de dar prioridad a la cabeza sobre el coraz?n: ?eso no conduce a estilos de vida fr?os y cerebrales, ajenos a los sentimientos?
No se trata de partir al hombre en dos mitades: la cabeza y el coraz?n. Es preciso integrar cabeza y coraz?n, y el hecho de que la inteligencia tutele la vida sentimental no quiere decir que deba aniquilarla. Al contrario, la inteligencia ?si es verdaderamente inteligente, y perd?n por la redundancia? debe preocuparse de educar los sentimientos; no dedicarse a apagarlos sistem?ticamente, sino a estimular unos y contener otros, seg?n sean buenos o malos, adecuados o inadecuados.
Por ejemplo, la indignaci?n puede ser adecuada o inadecuada. Ante una situaci?n de injusticia grave que presenciamos, lo adecuado es sentir indignaci?n, y si no es as?, ser? quiz? porque no percibimos esa injusticia (y esa ignorancia puede ser culpable), o porque percibimos la injusticia pero nos deja indiferentes (quiz? por una mala insensibilidad, o por falta de compasi?n y de sentido de la justicia), o porque incluso nos alegra (en cuyo caso hay odio o envidia).
Sentir indignaci?n ante la injusticia es algo positivo. Lo que probablemente ya no lo ser? es que esa indignaci?n nos lleve a la furia, la rabia o la p?rdida del propio control.
Conducir los sentimientos ?Entonces, ?cu?l es la misi?n de la inteligencia en la educaci?n de los sentimientos?
Debemos utilizar los afectos ?vuelvo a glosar a Jos? Antonio Marina? como utilizamos, por ejemplo, las fuerzas de la naturaleza. No podemos alterar las mareas, ni el viento, ni el encrespamiento del oleaje, pero podemos utilizar su fuerza para navegar.
El viento, la marea, el oleaje, las tormentas, etc., son como las fuerzas de los sentimientos espont?neos: surgen sin que podamos hacer nada por evitarlos, al menos en ese momento. Gracias a la inteligencia, podemos hacer que nuestra vida tome un determinado rumbo afectivo, con objeto de llegar al puerto de destino que buscamos. Para lograrlo, es preciso contar con esas fuerzas irremediables de nuestra afectividad primaria, pero sabiendo emplearlas de modo inteligente. El manejo del tim?n y nuestra habilidad con el juego de las velas es como la gu?a que la inteligencia ejerce sobre los sentimientos a trav?s de la voluntad.
Una inteligente educaci?n de los sentimientos y de la voluntad har? que sepamos ad?nde queremos ir, escojamos la mejor ruta, preveamos en lo posible las inclemencias del tiempo, y manejemos con pericia nuestros propios recursos para hacer frente a los vientos contrarios y aprovechar lo mejor posible los favorables.