Lunes, 29 de octubre de 2007
Homil?a que pronunci? el domingo, 28 de Octubre de 2007, el cardenal Jos? Saraiva Martins, prefecto de la Congregaci?n para las Causas de los Santos, durante la celebraci?n eucar?stica en la que beatific?, en nombre del Papa, a 498 m?rtires del siglo XX en Espa?a.


Eminent?simos se?ores cardenales,
Excelent?simos se?ores obispos y hermanos en el sacerdocio,
Respetables autoridades,
Hermanas y hermanos en Cristo:

1. Por encargo y delegaci?n del Papa Benedicto XVI, he tenido la dicha de hacer p?blico el documento mediante el cual el Santo Padre proclama beatos a cuatrocientos noventa y ocho m?rtires que derramaron su sangre por la fe durante la persecuci?n religiosa en Espa?a, en los a?os mil novecientos treinta y cuatro, treinta y seis y treinta y siete. Entre ellos hay obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, mujeres y hombres; tres de ellos ten?an diecis?is a?os y el mayor setenta y ocho.

Este grupo tan numeroso de beatos manifestaron hasta el martirio su amor a Jesucristo, su fidelidad a la Iglesia Cat?lica y su intercesi?n ante Dios por todo el mundo. Antes de morir perdonaron a quienes les persegu?an --es m?s, rezaron por ellos--, como consta en los procesos de beatificaci?n instruidos en las archidi?cesis de Barcelona, Burgos, Madrid, M?rida-Badajoz, Oviedo, Sevilla y Toledo; y en la di?cesis de Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Gerona, Ja?n, M?laga y Santander.

El Catecismo de la Iglesia Cat?lica afirma: ?El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe? (a 2473). En efecto, seguir a Jes?s, significa seguirlo tambi?n en el dolor y aceptar las persecuciones por amor del Evangelio (cf. Mt 24,9-14;Mc.13,9-13; Lc 21,12-19): ?Y ser?is odiados de todos por causa de mi nombre? (Mc 13,13; cf. Jn 15,21). Cristo nos hab?a anticipado que nuestras vidas estar?an vinculadas a su destino.

2. El logotipo de esta beatificaci?n, de una importancia notable por el gran n?mero de nuevos beatos, tiene como elemento central una cruz de color rojo, s?mbolo del amor llevado hasta derramar la sangre por Cristo. Acompa?a a la cruz una palma estilizada, que intencionalmente se asemeja a unas lenguas de fuego, en la que vemos representada la victoria alcanzada por los m?rtires con su fe que vence al mundo (cfr. 1 Jn 1, 4), as? como tambi?n el fuego del Esp?ritu Santo que se posa sobre los Ap?stoles el d?a de Pentecost?s, y asimismo la zarza que arde y no se consume con una llama, en la que Dios se presenta a Mois?s en el relato del ?xodo y es expresi?n de su mismo ser: el Amor que se da y nunca se extingue.

Estos s?mbolos est?n enmarcados por una leyenda circular, que recuerda un mapa del mundo: ?Beatificaci?n m?rtires de Espa?a?. Dice ?m?rtires de Espa?a? y no ?m?rtires espa?oles?, porque Espa?a es el lugar donde fueron martirizados, y es tambi?n la Patria de gran parte de ellos, pero hay tambi?n quienes proven?an de otras naciones, concretamente de Francia, M?xico y Cuba. En cualquier caso, los m?rtires no son patrimonio exclusivo de una di?cesis o naci?n, sino que, por su especial participaci?n en la Cruz de Cristo, Redentor del universo, pertenecen al mundo entero, a la Iglesia universal.

Se ha elegido como lema para esta beatificaci?n unas palabras del Se?or recogidas en el Evangelio de San Mateo: ?Vosotros sois la luz del mundo? (Mt 5,14). Como declara el Concilio Vaticano II al comienzo de su Constituci?n sobre la Iglesia, Jesucristo es la luz de las gentes [1]; esa luz se refleja a lo largo de los siglos en el rostro de la Iglesia y hoy, de manera especial, resplandece en los m?rtires cuya memoria estamos celebrando. Jesucristo es la luz del mundo (Jn 1, 5-9), que alumbra nuestras inteligencias para que, conociendo la verdad, vivamos de acuerdo con nuestra dignidad de personas humanas y de hijos de Dios y seamos tambi?n nosotros luz del mundo que alumbra a todos los hombres con el testimonio de una vida vivida en plena coherencia con la fe que profesamos.

3. ?He combatido bien mi batalla, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe? (2 Tim 4, 7). As? escribe San Pablo, ya al final de su vida, en el texto de la segunda lectura de este domingo. Con su muerte, estos m?rtires hicieron realidad las mismas convicciones de San Pablo.

Los m?rtires no consiguieron la gloria s?lo para s? mismos. Su sangre, que empap? la tierra, fue riego que produjo fecundidad y abundancia de frutos. As? lo expresaba, invit?ndonos a conservar la memoria de los m?rtires, el Santo Padre Juan Pablo II en uno de sus discursos: ?Si se perdiera la memoria de los cristianos que han entregado su vida por confesar la fe, el tiempo presente, con sus proyectos y sus ideales, perder?a una de sus caracter?sticas m?s valiosas, ya que los grandes valores humanos y religiosos dejar?an de estar corroborados por un testimonio concreto inscrito en la historia? [2].

No podemos contentarnos con celebrar la memoria de los m?rtires, admirar su ejemplo y seguir adelante en nuestra vida con paso cansino. ?Qu? mensaje transmiten los m?rtires a cada uno de nosotros aqu? presentes?

Vivimos en una ?poca en la cual la verdadera identidad de los cristianos est? constantemente amenazada y esto significa que ellos o son m?rtires, es decir, adhieren a su fe bautismal en modo coherente, o tienen que adaptarse.

Ya que la vida cristiana es una confesi?n personal cotidiana de la fe en el Hijo de Dios hecho hombre esta coherencia puede llegar en algunos casos hasta la efusi?n de la sangre.

Pero como la vida de un solo cristiano donada en defensa de la fe tiene el efecto de fortalecer toda la Iglesia, el hecho de proponer el ejemplo de los m?rtires significa recordar que la santidad no consiste solamente en la reafirmaci?n de valores comunes para todos sino en la adhesi?n personal a Cristo Salvador del cosmos y de la historia. El martirio es un paradigma de esta verdad desde el acontecimiento de Pentecost?s.

La confesi?n personal de la fe nos lleva a descubrir el fuerte v?nculo entre la conciencia y el martirio.

?El sentido profundo del testimonio de los m?rtires?, seg?n escrib?a el cardenal Ratzinger, est? en que ?ellos testimonian la capacidad de la verdad sobre el hombre como l?mite de todo poder y garant?a de su semejanza con Dios. Es en este sentido que los m?rtires son los grandes testimonios de la conciencia, de la capacidad otorgada al hombre de percibir, m?s all? del poder, tambi?n el deber y por lo tanto abrir el camino hacia el verdadero progreso, hacia la verdadera elevaci?n humana? (J. Ratzinger, ?Elogio della coscienza?, Roma, ?Il Sabato? 16 de marzo de 1991, p. 89).

4. Los m?rtires se comportaron como buenos cristianos y, llegado el momento, no dudaron en ofrendar su vida de una vez, con el grito de ??Viva Cristo Rey!? en los labios. A los hombres y a las mujeres de hoy nos dicen en voz muy alta que todos estamos llamados a la santidad, todos, sin excepci?n, como ha declarado solemnemente el Concilio Vaticano II al dedicar un cap?tulo de su documento m?s importante --la Constituci?n ?Lumen gentium?, sobre la Iglesia-- a la ?llamada universal a la santidad?. ?Dios nos ha creado y redimido para que seamos santos! No podemos contentarnos con un cristianismo vivido tibiamente.

La vida cristiana no se reduce a unos actos de piedad individuales y aislados, sino que ha de abarcar cada instante de nuestros d?as sobre la tierra. Jesucristo ha de estar presente en el cumplimiento fiel de los deberes de nuestra vida ordinaria, entretejida de destalles aparentemente peque?os y sin importancia, pero que adquieren relieve y grandeza sobrenatural cuando est?n realizados con amor de Dios. Los m?rtires alcanzaron la cima de su hero?smo en la batalla en la que dieron su vida por Jesucristo. El hero?smo al que Dios nos llama se esconde en las mil escaramuzas de nuestra vida de cada d?a. Hemos de estar persuadidos de que nuestra santidad --esa santidad, no lo dudemos, a la que Dios nos llama-- consiste en alcanzar lo que Juan Pablo II ha llamado el ?nivel alto de la vida cristiana ordinaria? [3].

El mensaje de los m?rtires es un mensaje de fe y de amor. Debemos examinarnos con valent?a, y hacer prop?sitos concretos, para descubrir si esa fe y ese amor se manifiestan heroicamente en nuestra vida.

Hero?smo tambi?n de la fe y del amor en nuestra actuaci?n como personas insertas en la historia, como levadura que provoca el fermento justo. La fe, nos dice Benedicto XVI, contribuye a purificar la raz?n, para que llegue a percibir la verdad [4]. Por eso, ser cristianos coherentes nos impone no inhibirnos ante el deber de contribuir al bien com?n y moldear la sociedad siempre seg?n justicia, defendiendo --en un di?logo informado por la caridad-- nuestras convicciones sobre la dignidad de la persona, sobre la vida desde la concepci?n hasta la muerte natural, sobre la familia fundada en la uni?n matrimonial una e indisoluble entre un hombre y una mujer, sobre el derecho y deber primario de los padres en lo que se refiere a la educaci?n de los hijos y sobre tantas otras cuestiones que surgen en la experiencia diaria de la sociedad en que vivimos.

Concluimos, unidos al Papa Benedicto XVI y a la Iglesia universal, que vive en los cinco Continentes, invocando la intercesi?n de los m?rtires beatificados hoy y acudiendo confiadamente a Nuestra Se?ora Reina de los m?rtires para que inflamados por un vivo deseo de santidad sigamos su ejemplo.


[1] Concilio Vaticano II, Const. ?Lumen gentium?, n. 1.

[2] Juan Pablo II, ?Mensaje a la VIII Sesi?n P?blica de las Academias Pontificias?, 2003, n. 6.

[3] Juan Pablo II, Carta Apost?lica ?Nuovo Millennio ineunte?, 6-1-2001, n. 31. 4

[4] Benedicto XVI, enc?clica ?Deus caritas est?, nn. 28-29.
Publicado por verdenaranja @ 0:13  | Homil?as
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