Artículo publicado en el programa de fiestas de fiestas del "Santísimo Cristo del Calvario de Icod 2007", escrito por el periodista y profesor José Fernando Díaz Medina
Te escribo esta carta, Ciudad, porque tengo la seguridad de que te gustará. Sabes que para los icodenses, las Fiestas del Santísimo Cristo del Calvario son fechas señaladas que marcan la sobreabundancia de la alegría, un tiempo en que se sacan por tus calles las mejores galas. Sí, te vuelves señorial, movilizando tus infinitos recursos para alegrar a todos los participantes. Levantas la voz nuevamente y todos hacemos un alto en el camino, en el quehacer fecundo y constructivo, para dedicar unos días a tus jornadas de conmemoración y solemnidad.
Septiembre, siempre en septiembre, es cuando las manecillas del reloj te señalan puntualmente hacia la celebración de tus Fiestas Mayores. Cada año, vives tus símbolos y ritos apreciando escenarios múltiples y variados. Y hoy, como ayer, nos asomamos con curiosidad a tus señales de obsequio. Las escalas de los ruidos y sonidos festivos se aumentan y particularizan. Todas las fidelidades están en pie. Yes el último domingo de septiembre, cuando la fantasía y la realidad se confunden y culminan en una suerte de apoteosis: la Fiesta de Arte. Sí, Ciudad, como sin duda recordarás punto por punto ese es el día superior, una jornada hermosa donde se dan cita la música y la literatura.
¡Fiestas del Cristo! Los recuerdos se aglomeran ahora atropelladamente al intentar la síntesis. Muchas veces me he preguntado si no fue tu orgullo y señorío lo que ha dictado el buen hacer de estas Fiestas de Septiembre. Así, la solemne Misa y Procesión del Retorno son momentos de extraordinario fervor. Como siempre, el sentido de lo grandioso te hace vibrar en el orden de la caridad tan sustancial al cristianismo. La Iglesia de San Marcos se abarrota, se pone a tope para el responso, y mucha gente tiene que permanecer fuera, esperando. Los icodenses te rendimos este modesto homenaje filial, queremos siempre en ese Vía Crucis de recogimiento dejar testimonio de gratitud.
Yo, la verdad, de pequeño las vivía más que nunca en múltiples aventuras. Pero hubo más, Ciudad. La alegría adoptaba distintas formas. Te acordarás que los niños de entonces fuimos felices en tu regazo. En efecto, estas Fiestas se nos pasaban en un suspiro, y uno de los instantes cruciales era presenciar el acto de la Entrada del Crucificado en la Plaza del Calvario donde atronaba una lluvia de voladores. Al amor de la noche, crecía el rumor de nuestras travesuras. Todo esto lo consigo ver con perfecta claridad cuando hablo del pasado con mis amigos. En el rompecabezas encajo unas piezas con otras. Añoranzas entrañables de aquellas fiestas del Santísimo Cristo que nos regalaste. Sobre todo, gozábamos en los recorridos procesionales, llenos de fuegos pirotécnicos, "ruedas de fuego", que antes se explosionaban muy cerca de la gente creando sustos considerables. ¿Quién no las recuerda?
Esta carta nace de una satisfacción. Con la memoria como arma, soy testigo excepcional de las emociones vividas en cada pálpito recreado dadas las hechuras con que estaba dispuesto Icod. Gracias a aquellos días de celebraciones procuramos poblar de recuerdos y delicias el mundo de la niñez, en que los niños a través de la pleitesía cobramos el diseño imaginativo y real de la persona futura, pues hay siempre en el hombre la posibilidad de volverse niño para hacerse infinitamente creador. Supongo que este estado de cosas se debía principalmente a la circunstancia de que Icod en sí era atractivo para el recreo y la alegría. Lo que nunca olvidaré, Ciudad, es que la vida que llevaba con mis amigos en tí estaba llena de encanto y así permanece aún en mis recuerdos.
Hacíamos muchas cosas en aquellos breves días de septiembre. ¿Te acuerdas? Comenzaba el tierno otoño y en el aire ya se percibía el olor a las hojas amarillas de los árboles. Girando recuerdos en el carrusel infantil aprecio que me sentía de veras transportado perezosamente hacía la estación otoñal. Eran jornadas festivas que zarandeaban tu ser. Cuando comenzaba a oscurecer, el Parque Andrés De Lorenzo-Cáceres y Ossuna se iluminaba con todas las luces. Eso me gustaba. He disfrutado, sin duda, con los repiques mañaneros. También con las exhibiciones de las bandas de música. Bueno, desde entonces siempre que he oído sus rítmicas marchas la emoción llena todos los espacios de mi recuerdo.
Puedo recordar, porque lo pide la ocasión, otras muchas vivencias del ayer. Por ejemplo, los primeros días del curso en el "Sector Oeste" de los Pabellones de la Parada. En mi fantasía lo puedo ver todo. Hay mucha gente que cree que una impresión depositada en la memoria de un niño en los primeros años de su existencia no puede seguir ahí más de cinco o seis años, pero eso es un error. Yo recuerdo y aprecio todos esos momentos en este territorio icodense que te pertenece. Vienen a la memoria lugares secretos para los juegos de mi infancia, reflejos donde derramábamos vivencias, sueños v aspiraciones. Todo está sellado en mis recuerdos.
Ciudad de Icod de los Vinos, las razones que te confieren tu carácter único son innumerables, pero quizá debiéramos centrar en pequeños detalles el conocimiento preciso y precioso sobre la identidad icodense. Cualquier mínimo aspecto sobre las costumbres, tradiciones, gastronomía, festejos y modos de ser de tus habitantes es un recurso inagotable. O, mejor dicho, un tesoro en el que caben todos o casi todas las influencias culturales tomadas desde hace cinco siglos de historia, con las connotaciones migratorias por todos conocidas en estas latitudes, y respecto a las cuales se ha percibido siempre una viva nostalgia con América.
Bueno, Ciudad, conoces de sobra que por muchos motivos para los icodenses tu Cristo del Calvario es el Cristo de los Emigrantes. Su rostro sufriente tiene dureza, dolor, lágrimas y sangre. Ante Él suplicaron, imploraron y se encomendaron en la partida. Ante Él rezaron, cumplieron y agradecieron el retorno. Los indianos han llorado las nostalgias del terruño. Y la ermita es el lugar privilegiado que envuelve todas esas promesas con América en un halo de devoción y de ternura. Como digo, sus fortalezas religiosas, en términos de fe y certeza sobrehumana se sienten profundamente en nuestro imaginario local.
Verdaderamente, en el misterio de la Crucifixión tienes en Icod ejemplos de calidad incuestionable. De entre ellos, merece singular atención esta impresionante obra escultórica. Cuantos hemos vivido en Cristo estos días entendemos el sentido de estas palabras. Simbólicamente, observando la Imagen Venerada vemos sufrir al Hijo de Dios, hecho hombre. Jesús nos enseña a mirar de cerca el sufrimiento. Nos basta ver su rostro castigado, azotado, resignado, para ver ahí reflejado el rostro de todos los hombres. Te confieso que siempre me ha estremecido el patetismo y la profunda espiritualidad que irradia esta imagen tan sentida popularmente. De anónimo cubano, tallada en escultura, técnicamente en bulto redondo, está fechada alrededor de 1730 (siglo XVIII).
Bien, permíteme que dé un salto en el tiempo y evoque, eso sí, aquel escrito de Gutiérrez Albelo. Nadie como don Emeterio que en Gloría estará. El poema que sigue, muy hermoso, se refiere a tu alma de Ciudad y se titula "Cristo de Icod". Dice:
Bueno, quizá haya llegado el momento de despedirnos. No cometeré el pecado de los discursos largos. Éste es el final de mi carta, Ciudad. Ansiosos estamos por apreciar el programa jubilar de las Fiestas Mayores en esta edición del año 2007. No lo sé, pero barrunto que te gustará que participemos todos, que sea gozo de diversión y viva alegría. Concluyo expresando mi cordial y fraterno agradecimiento. Hasta la próxima oportunidad. Tuyo para siempre.
Septiembre 2007
JOSÉ FERNANDO DÍAZ MEDINA