Martes, 30 de octubre de 2007
Homil?a que pronunci? el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, en la misa de acci?n de gracias por la beatificaci?n de 498 m?rtires de la persecuci?n religiosa que se vivi? en Espa?a en los a?os treinta del siglo pasado.

La celebraci?n eucar?stica tuvo lugar el lunes, 29 de Octubre de 2007, en la bas?lica de San Pedro del Vaticano con la participaci?n de unos 8.000 peregrinos.


Queridos Hermanos en el Episcopado,
Amados sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos:

La Beatificaci?n de cuatrocientos noventa y ocho m?rtires de Espa?a, que celebramos ayer, ha sido una ocasi?n para constatar una vez m?s c?mo la cadena de cristianos que han sido atra?dos por el ejemplo de Jes?s y sostenidos por su amor no se ha interrumpido desde los comienzos de la predicaci?n apost?lica.

Ahora estamos reunidos para elevar una ferviente acci?n de gracias al Se?or por este acontecimiento eclesial. Queremos acogernos a la intercesi?n de estos hermanos nuestros, cuya vida se ha convertido para nosotros, y para el pueblo de Dios que peregrina en Espa?a y en otros pa?ses, en un potente foco de luz y en una apremiante invitaci?n a vivir el Evangelio radicalmente y con sencillez, dando testimonio p?blico y valiente de la fe que profesamos.

Todo martirio tiene lugar ciertamente en circunstancias hist?ricas tr?gicas que, asumiendo a veces la forma de persecuci?n, llevan a una muerte violenta por causa de la fe. Pero, en medio de ese drama, el m?rtir sabe trascender el momento hist?rico concreto y contemplar a sus semejantes desde el coraz?n de Dios. Gracias a esa luz que le viene de lo alto, y en virtud de la sangre del Cordero (cf. Ap 12,11), el m?rtir antepone la confesi?n de la fe a su propia vida, contrarrestando as? la agresi?n con la plegaria y con la entrega heroica de s? mismo. Amando a sus enemigos y rogando por los que lo persiguen (cf. Mt 5,44), el m?rtir hace visible el misterio de la fe recibida y se convierte en un gran signo de esperanza, anunciando con su testimonio la redenci?n para todos. Al unir su sangre a la de Cristo sacrificado en la cruz, la inmolaci?n del m?rtir se transforma en ofrenda ante el trono de Dios, implorando clemencia y misericordia para sus perseguidores. Como nos ense?a el Papa Juan Pablo II, ?ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecuci?n... hasta el testimonio supremo de la sangre... Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia... M?s radicalmente a?n, demuestran que el martirio es la encarnaci?n suprema del Evangelio de la esperanza? (Ecclesia in Europa, 13).

De esta forma, el martirio es para la Iglesia un signo elocuente de c?mo su vitalidad no depende de meros proyectos o c?lculos humanos, sino que brota m?s bien de la total adhesi?n a Cristo y a su mensaje salvador. Bien sab?an esto los m?rtires, cuando buscaron su fuerza no en el af?n de protagonismo, sino en el amor absoluto a Jesucristo, a costa incluso de la propia vida.

Para comprender mejor el verdadero sentido cristiano del martirio debemos, pues, dejar que hablen los propios m?rtires. Ellos, con su ejemplo, nos han confiado un testamento que a veces no nos atrevemos a abrir. En cambio, si les prestamos atenci?n, sus vidas nos hablar?n sin duda de fe, de fortaleza, de generosa valent?a y de ardiente caridad, frente a una cultura que trata de apartar o menospreciar los valores morales y humanos que nos ense?a el propio Evangelio.

De todos es conocido que el siglo XX dio a la Iglesia en Espa?a grandes frutos de vida cristiana: la fundaci?n de congregaciones e institutos religiosos dedicados a la ense?anza, a la asistencia hospitalaria y a los m?s pobres y a diversas obras culturales y sociales. Destacan tambi?n grandes ejemplos de santidad, as? como un elevado n?mero de m?rtires obispos, sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas y fieles laicos.

Estos m?rtires no han sido propuestos al pueblo de Dios por su implicaci?n pol?tica, ni por luchar contra nadie, sino por ofrecer sus vidas como testimonio de amor a Cristo y con la plena conciencia de sentirse miembros de la Iglesia. Por eso, en el momento de la muerte, todos coincid?an en dirigirse a quienes les mataban con palabras de perd?n y de misericordia. As?, entre tantos ejemplos parecidos, resulta conmovedor escuchar las palabras que uno de los religiosos Franciscanos de la Comunidad de Consuegra dirig?a a sus hermanos: ?Hermanos, elevad vuestros ojos al cielo y rezad el ?ltimo padrenuestro, pues dentro de breves momentos estaremos en el Reino de los cielos. Y perdonad a los que os van a dar muerte?.

Por eso, estos nuevos Beatos han enriquecido a la Iglesia de Espa?a con su sacrificio, siendo hoy para nosotros testimonio de fe, de esperanza firme contra todo temor y de un amor hasta el extremo (cf. Jn 13,1). Su muerte constituye para todos un importante acicate que nos estimula a superar divisiones, a revitalizar nuestro compromiso eclesial y social, buscando siempre el bien com?n, la concordia y la paz.

Estos queridos hermanos y hermanas nuestros, entre los cuales se encontraban tambi?n dos franceses, dos mexicanos y un cubano, precisamente por su amor a la vida entregaron la suya a Cristo. Vivieron una vida ejemplar, dedicados plenamente a sus diferentes apostolados, convencidos de la opci?n religiosa que hab?an hecho o del cumplimiento de sus deberes familiares. Estos testigos humildes y decididos del Evangelio son luminarias que orientan nuestra peregrinaci?n terrena. Al venerar hoy a todos ellos que, como nos ense?a el libro del Apocalipsis, ?vienen de la gran tribulaci?n? (ib?d., 7,14), suplicamos al Se?or que nos conceda su fe intr?pida, su firme esperanza y su profunda caridad.

Queridos hermanos y hermanas, nos encontramos en Roma, donde en los comienzos de la Iglesia un sinf?n de m?rtires confesaron su fe en Cristo hasta derramar su sangre. Tanto aquellos cristianos de la primera hora, como los que ayer han sido beatificados, no s?lo han de suscitar en nosotros un mero sentimiento de admiraci?n. Ellos no son simples h?roes o personajes de una ?poca lejana. Su palabra y sus gestos nos hablan a nosotros y nos impulsan a configurarnos cada vez m?s plenamente con Cristo, encontrando en ?l la fuente de la que brota la aut?ntica comuni?n eclesial, para dar en la sociedad actual un testimonio coherente de nuestro amor y entrega a Dios y a nuestros hermanos.

Ellos nos ayudan con su ejemplo y su intercesi?n para que, en la hora presente, no nos dejemos vencer por el desaliento o la confusi?n, evitando la inercia o el lamento est?ril. Porque ?ste es tambi?n, como lo fue el suyo, un tiempo de gracia, una ocasi?n propicia para compartir con los dem?s el gozo de ser disc?pulos de Cristo.

Con su vida y el testimonio de su muerte nos ense?an que la aut?ntica felicidad se halla en escuchar al Se?or y en poner en pr?ctica su Palabra (cf. Lc 11,28). Por eso el servicio m?s precioso que podemos prestar hoy a nuestros hermanos es ayudarles a encontrarse con Cristo, que es ?el Camino, la Verdad y la Vida? (cf. Jn 14,6), el ?nico que puede saciar las m?s nobles aspiraciones humanas.

Dios quiera que esta Beatificaci?n suscite en Espa?a una fuerte llamada a reavivar la fe cristiana e intensificar la comuni?n eclesial, pidiendo al Se?or que la sangre de estos m?rtires sea semilla fecunda de numerosas y santas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, as? como una constante invitaci?n a las familias, fundadas en el sacramento del Matrimonio, a que sean para sus hijos ejemplo y escuela del verdadero amor y ?santuario? del gran don de la vida.

Finalmente, pidamos tambi?n al Se?or que el ejemplo de santidad de los nuevos m?rtires alcance para la Iglesia en Espa?a y en las otras Naciones de las cuales algunos de ellos eran originarios, muchos frutos de aut?ntica vida cristiana: un amor que venza la tibieza, una ilusi?n que estimule la esperanza, un respeto que d? acogida a la verdad y una generosidad que abra el coraz?n a las necesidades de los m?s pobres del mundo.

Que la Virgen Mar?a, Reina de los M?rtires, nos obtenga de su divino Hijo esta gracia que ahora, con total confianza, ponemos en sus manos de Madre. Am?n.
Publicado por verdenaranja @ 23:44  | Hablan los obispos
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