Mi?rcoles, 21 de noviembre de 2007
Discurso Inaugural del Excmo. y Rvmo.Sr. D. Ricardo Bl?zquez P?rez, Obispo de Bilbao, Presidente de la Conferencia Episcopal Espa?ola

Madrid, 19-22 de noviembre de 2007


Queridos hermanos en el episcopado,
Se?oras y Se?ores:

Al comenzar la presente Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Espa?ola, reciban todos mi saludo cordial. Doy la bienvenida a los Se?ores Cardenales, Arzobispos y Obispos; este encuentro nos ofrece la oportunidad de escucharnos mutuamente, deliberar con detenimiento y adoptar las eventuales decisiones sobre las cuestiones pastorales que a todos nos conciernen. Saludo con afecto al Se?or Nuncio; su presencia en la sesi?n inaugural es una ocasi?n oportuna para a trav?s de ?l manifestar al Papa Benedicto XVI nuestra cordial, honda y obediente comuni?n. Saludo con gratitud a los colaboradores de la Conferencia Episcopal, sin cuya leal y eficaz ayuda no podr?a cumplir adecuadamente su cometido. Con afecto y respeto saludo a los periodistas, que cubren la informaci?n sobre nuestros trabajos, y deseo que mi saludo llegue tambi?n a cuantos reciban su comunicaci?n.

El d?a 17 de octubre nombr? el Papa Cardenales al Sr. Arzobispo de Valencia, Mons. Agust?n Garc?a-Gasco, y al Sr. Arzobispo de Barcelona, Mons. Llu?s Mart?nez Sistach; la elecci?n es un reconocimiento de sus personas y de sus di?cesis. Fue elegido tambi?n Cardenal el padre Urbano Navarrete, nacido en Camarena de la Sierra (Teruel); excelente profesor de Derecho Can?nico y reconocido maestro de canonistas en la Pontificia Universidad Gregoriana, de la que fue tambi?n Rector; la designaci?n muestra la gratitud del Papa a su largo, cualificado y fiel servicio a la Iglesia. En esta apertura de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Espa?ola reitero en nombre propio y en el de la Conferencia nuestra cordial felicitaci?n a los tres nuevos Cardenales. Con palabras del Papa pedimos al Se?or que ?sepan testificar con valor en toda circunstancia su amor a Cristo y a la Iglesia?.

Felicito al P. Mart?nez Camino, que ha sido nombrado anteayer Obispo Auxiliar de Madrid.

1.- Beatificaci?n de 498 m?rtires.

El d?a 28 de octubre fue un d?a luminoso por fuera y por dentro; un sol radiante brillaba en la plaza de San Pedro en Roma y un gozo grande llenaba el coraz?n de los participantes. Fueron beatificados 498 m?rtires del siglo XX en Espa?a; 2 Obispos (Ciudad Real y Cuenca), 24 sacerdotes diocesanos; 462 religiosos y religiosas, 1 di?cono, 1 subdi?cono, 1 seminarista y 7 laicos. Pr?cticamente todas las di?cesis estaban concernidas de cerca, o porque en ellas nacieron, o porque en sus ?mbitos desarrollaron su misi?n, o porque en ellas dieron el supremo testimonio a nuestro Se?or Jesucristo. En consonancia con esta amplitud de lugares de origen, de ejercicio de su vocaci?n y de su amanecer a la vida eterna (el martirio era celebrado en la Iglesia antigua como ?dies natalis?), tomaron parte en la celebraci?n casi todos los Obispos de la Conferencia Episcopal Espa?ola, mostrando as? que la Iglesia local es la ?patria de todas las vocaciones?.

El excelente libro, publicado por EDICE y editado por la Directora de la Oficina para las Causas de los Santos, Qui?nes son y de d?nde vienen. 498 m?rtires del siglo XX en Espa?a, con el estilo espec?fico del martirologio nos informa suficientemente acerca de la trayectoria de cada uno de los m?rtires, cuyos nombres ya est?n escritos en el libro de la vida (cf. Apoc 3,5). Haci?ndome eco de la Conferencia Episcopal quiero expresar el agradecimiento a D?a. M? Encarnaci?n Gonz?lez por el trabajo generoso, diligente y esforzado que culmin? en la beatificaci?n del d?a 28. La fiesta lit?rgica de los nuevos beatos fue fijada por el Santo Padre Benedicto XVI para el 6 de noviembre en los lugares y modos establecidos por el derecho.

Los historiadores espa?oles y extranjeros han estudiado mucho y previsiblemente continuar?n estudiando lo que aconteci? en Espa?a en el decenio de los treinta; la bibliograf?a es abundant?sima. Fue un periodo agitado y doloroso de nuestra historia; la convivencia social se rompi? hasta tal punto que en guerra fratricida lucharon unos contra otros. Con sus conclusiones los investigadores nos ayudan a comprender hechos y datos, causas y consecuencias; sus interpretaciones, debidamente contratadas, nos acercan con la mayor objetividad posible a la realidad muy compleja. Deseamos que se haga plena luz sobre nuestro pasado: Qu? ocurri?, c?mo ocurri?, por qu? ocurri?, qu? consecuencias trajo. Esta aproximaci?n abierta, objetiva y cient?fica evita la pretensi?n de imponer a la sociedad entera una determinada perspectiva en la comprensi?n de la historia. La memoria colectiva no se puede fijar selectivamente; es posible que sobre los mismos acontecimientos existan apreciaciones diferentes, que se ir?n acercando si existe el deseo aut?ntico de comprender la realidad.

Cada grupo humano ?una sociedad concreta, la Iglesia cat?lica en un espacio geogr?fico, una congregaci?n religiosa, un partido pol?tico, un sindicato, una instituci?n acad?mica- tienen derecho a rememorar su historia, a cultivar su memoria colectiva, ya que de esta manera profundizan tambi?n en su identidad. La Iglesia cat?lica, por ejemplo, en el Concilio Vaticano II busc? su reforma y renovaci?n volviendo a las fuentes. Este conocimiento que actualiza el pasado, adem?s de ensanchar la memoria compartida por el grupo, puede sugerir actuaciones de cara al futuro, ya que memoria y esperanza est?n ?ntimamente unidas. Pero no es acertado volver al pasado para reabrir heridas, atizar rencores y alimentar desavenencias. Miramos al pasado con el deseo de purificar la memoria, de corregir posibles fallos, de buscar la paz. Recordamos sin ira las etapas anteriores de nuestra historia, sin ?nimo de revancha, sino con la disponibilidad de afirmar lo propio y de fomentar al mismo tiempo el respeto a lo diferente, ya que nadie tiene derecho a sofocar los leg?timos sentimientos de otro ni a imponerle los propios. La b?squeda de la convivencia en la verdad, la justicia y la libertad debe guiar el ejercicio de la memoria. Con las siguientes palabras expres? lo que venimos diciendo Mons. Antonio Montero, Arzobispo em?rito de M?rida-Badajoz, en su extraordinaria obra presentada en su momento como tesis doctoral en la Universidad Pontificia de Salamanca: ?Que los hechos se conozcan bien, pero desprovistos en todo lo posible de cualquier fermento pasional? (Historia de la persecuci?n religiosa en Espa?a 1936-1939, Madrid 1961, p. VIII). Y alguien, que perdi? a sus padres profundamente cat?licos en aquella persecuci?n, ha afirmado en manifestaciones recientes: ?Un cristiano no puede dejarse llevar del odio, aunque sea en nombre de la justicia?.

Al recordar la historia nos encontraremos seguramente con hechos que marcaron el tiempo y con personas relevantes. En muchas ocasiones tendremos motivos para dar gracias a Dios por lo que se hizo y por las personas que actuaron; y probablemente en otros momentos ante actuaciones concretas, sin erigirnos orgullosamente en jueces de los dem?s, debemos pedir perd?n y reorientarnos, ya que la ?purificaci?n de la memoria?, a que nos invit? Juan Pablo II, implica tanto el reconocimiento de las limitaciones y de los pecados como el cambio de actitud y el prop?sito de la enmienda. No es casual coincidencia que entre las celebraciones del A?o Jubilar adquirieran un sentido peculiar tanto la conmemoraci?n de los testigos de la fe del siglo XX, en el marco incomparable del Coliseo de Roma, como la impresionante celebraci?n del perd?n el primer domingo de Cuaresma en la bas?lica de San Pedro, en que el Papa, abrazado a la cruz del Se?or, pidi? perd?n por los pecados de los hijos de la Iglesia. Ya antes, en la Carta apost?lica Tertio Millenio Adveniente nn. (33-37), en el umbral del tercer milenio, exhort? a que la Iglesia se preparara para reconocer las ?formas de antitestimonio y de esc?ndalo? por haberse alejado del esp?ritu de Cristo y de su Evangelio, y al mismo tiempo declar? que era preciso que las Iglesias locales no perdieran ?el recuerdo de quienes han sufrido el martirio?; m?xime teniendo presente que, en el siglo pasado, la Iglesia ha sido de nuevo Iglesia de m?rtires. Los que nos han precedido como cristianos en la Iglesia pueden haber sido testigos luminosos del Evangelio, y en otras ocasiones pueden haber realizado lo que el Evangelio desaprueba. Todos nosotros, conscientes de nuestra fragilidad, debemos pedir diariamente a Dios Padre que nos libre de caer en la tentaci?n.

La Conferencia Episcopal Espa?ola, sintonizando con el esp?ritu de Juan Pablo II, hizo p?blico poco antes de cruzar el umbral del a?o 2000 un documento titulado La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX (20 de noviembre de 1999), en que se un?an pasado, presente y futuro como en el canto del Magn?ficat de la Virgen Mar?a. Acci?n de gracias por los dones recibidos, reconocimiento de nuestros pecados y petici?n de perd?n, y confianza en las promesas de Dios. De aquel documento son las siguientes palabras que pertenecen a la segunda parte: ?Tambi?n Espa?a se vio arrastrada a la guerra civil m?s destructiva de su historia. No queremos se?alar culpas de nadie en esta tr?gica ruptura de la convivencia entre los espa?oles. Deseamos m?s bien pedir el perd?n de Dios para todos los que se vieron implicados en acciones que el Evangelio reprueba, estuvieran en uno u otro lado de los frentes trazados por la guerra. La sangre de tantos conciudadanos nuestros derramada como consecuencia de odios y venganzas, siempre injustificables, y en el caso de muchos hermanos y hermanas como ofrenda martirial de la fe, sigue clamando al Cielo para pedir la reconciliaci?n y la paz. Que esta petici?n de perd?n nos obtenga del Dios de la paz la luz y la fuerza necesarias para saber rechazar siempre la violencia y la muerte como medio de resoluci?n de las diferencias pol?ticas y sociales? (n. 14). Debemos estudiar la historia para conocerla siempre mejor; y una vez le?das sus p?ginas, aprendamos sus principales lecciones: La convivencia de todos en las diversidades leg?timas, la afirmaci?n de la propia identidad de manera no agresiva sino respetuosa de otras, la colaboraci?n entre todos los ciudadanos para construir la casa com?n sobre los cimientos de la justicia, de la libertad y de la paz. Recordamos la historia no para enfrentarnos sino para recibir de ella o la correcci?n por lo que hicimos mal o el ?nimo para proseguir en la senda acertada.

La palabra m?rtir tiene varias acepciones en el Diccionario de la Real Academia Espa?ola de la Lengua. De las diferentes acepciones recuerdo ahora dos: 1) ?Persona que padece muerte por amor de Jesucristo y en defensa de la religi?n cristiana?, y 2) ?Persona que muere o padece mucho en defensa de otras creencias, convicciones y causas?. Aunque nosotros nos referimos a los m?rtires cristianos, mostramos nuestro respeto a las personas que han mantenido sus convicciones y han servido a sus causas hasta afrontar las ?ltimas consecuencias. La beatificaci?n de los m?rtires por la autoridad apost?lica de la Iglesia no supone desconocimiento ni minusvaloraci?n del comportamiento moral de otras personas, sostenido con sacrificios y radicalidad. Ante toda persona que lucha honradamente por la libertad de los oprimidos, por la defensa de los pobres y por la solidaridad entre todos los hombres inclinamos nuestra cabeza, remitiendo a Dios el juicio ?ltimo de su vida y de la nuestra.

Los m?rtires cristianos -tambi?n los 498 beatificados el d?a 28 de octubre- certifican con su muerte la importancia de la fe en Dios. Esta fe los orient? mientras viv?an y, en sublime lecci?n, afrontaron la muerte poniendo en manos de Dios su existencia entera, confiados en su amor y en su fidelidad. A la hora de la verdad, el poder de la fe fue para ellos lo decisivo. Con la luz y la fuerza de la fe pusieron en juego lo m?s personal y b?sico, es decir, la misma vida. Podemos decir con palabras de J. Ortega y Gasset pronunciadas en un contexto distinto: Los incit? a morir lo que los hab?a excitado a vivir. Los m?rtires, situados ante la alternativa, no deseada ni provocada por ellos, de renegar de la fe en Dios y as? salvar la vida, o de mantenerse adheridos al Se?or y as? perderla, prefirieron en un gesto admirable entregar la vida temporal, confiando que de su amor omnipotente recibir?an la Vida eterna. En ellos se cumplieron literalmente las palabras de Jes?s: ?Quien pierda su vida por m? y por el Evangelio, la salvar? (Mc 8,35). Comparadas con esa alternativa sobre la vida o la muerte, otras opciones de car?cter cultural, pol?tico, ideol?gico, o social quedan en un nivel muy distinto. La fe en Dios, la confianza en la verdad del Evangelio, la esperanza en la Vida eterna, ejercieron sobre los m?rtires un poder que nos sobrecoge. El martirio es como un test que comprueba inequ?vocamente la calidad de un cristiano. La estatura espiritual y moral de los hombres alcanza en los m?rtires la talla suprema.

Los m?rtires, consiguientemente, nos interrogan acerca de la valent?a y de la humildad de nuestra fe; y, por lo mismo, denuncian sin palabras los acomodos y componendas a que podemos someter la alt?sima relevancia de la fe. Benedicto XVI dijo el domingo 28 despu?s de rezar el ??ngelus?: ?Damos gracias a Dios por el gran don de estos testigos heroicos de la fe que, movidos exclusivamente por su amor a Cristo, pagaron con su sangre su fidelidad a ?l y a la Iglesia. Con su testimonio iluminan nuestro camino espiritual hacia la santidad, y nos alientan a entregar nuestras vidas como ofrenda de amor a Dios y a los hermanos?.

Los m?rtires proclaman con su sangre convertida en elocuente palabra: Pod?is arrancarnos la vida, pero no la fe en Dios que nos ama; el poder de la Verdad, ejercido suavemente sobre nuestra conciencia, pone un l?mite infranqueable que nos fortalece para no ceder ni a los halagos ni a las amenazas. Porque el alma s?lo es de Dios, hay una zona en el centro de la personalidad del hombre donde ?nicamente Dios es el Se?or; el hombre tiene las llaves de la puerta de su coraz?n que s?lo libremente abre a Dios (cf. Apoc 3,20); los m?rtires tienen una zona reservada al amor a Dios y donde brilla la dignidad del hombre creado a su imagen y semejanza, que no pueden forzar ni la crueldad de los tormentos ni el temor a la muerte.

Me permito citar unas palabras muy atinadas, que unen teolog?a, m?stica y poes?a, de un eminente te?logo de nuestra Iglesia: ?Esta divina palabra ?Dios- no la podemos olvidar, ni asegurar como propiedad, ni usar como moneda de cambio para los gastos diarios. Tampoco podemos callarla, ni dejarla en vac?o o arrojarla contra el pr?jimo. Tenemos que devolverle su peso y su luz, su lumbre y su gracia. Porque ella sigue siendo santa y santificadora, a pesar de haber sido manchada y ensangrentada por los hombres. Ha habitado en tantos corazones justos, ha suscitado tanto amor y esperanza, tanta paz y justicia, que al proferirla vienen a nosotros como olas bienhechoras toda la verdad, la compasi?n, todas las flores y frutos que han brotado en su seno? (O. Gonz?lez de Cardedal, Dios, Salamanca 2004, p. 9). Los m?rtires, siguiendo a Jes?s, que dio un bello testimonio con su confesi?n ante Poncio Pilato (cf. 1 Tim 6,13), profesaron admirablemente la fe en Dios; en su coraz?n Dios se convirti? en fuente de amor, de valor, de serenidad, de esperanza y de perd?n. Los m?rtires, que desde el principio de la historia de la Iglesia suscitaron la admiraci?n no s?lo de los hermanos cristianos sino tambi?n de los paganos, riegan y vivifican el ?rbol de la Iglesia. Con f?rmula concisa expres? Tertuliano esta misteriosa fecundidad: La sangre de los m?rtires es como una semilla, la sangre de los m?rtires es semilla de cristianos.

Cuando el autor de la Carta a los Hebreos establece el contraste entre la antigua alianza sellada por Dios con Israel junto al monte Sina? y la nueva alianza sellada con la humanidad, pondera entre otros elementos la excelencia de la sangre de Jesucristo, Mediador de la nueva y eterna alianza, sobre la sangre de Abel. La pasi?n de Jes?s ha otorgado a sus palabras y a la Escritura entera su significaci?n definitiva y salv?fica. A diferencia de la sangre de Abel, que clamaba desde el suelo hasta Dios pidiendo venganza (cf. G?n 4,10), la sangre de Jes?s habla mejor que la de Abel? (Heb 12,24): La voz que viene del cielo es en adelante la de la sangre de Jes?s, que ofrece perd?n (cf. A. Vanhoye, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo, Salamanca 1984, pp. 215-216). Porque Jes?s el Maestro muri? perdonando (cf. Lc 23,34), lo imitaron desde el principio (cf. Act 7,60), y fueron sus disc?pulos invitados a bendecir a los perseguidores (cf. Rom 12,14). Como Dios estaba en Cristo perdonando a la humanidad, puso en boca del Ap?stol ?la palabra de la reconciliaci?n? (cf. 2 Cor 5,19). Llama la atenci?n que el ofrecimiento del perd?n a los perseguidores haya sido una constante, a veces con expresiones bell?simas, de nuestros m?rtires.

Los m?rtires, habiendo sido perdonados y queridos por Dios, ofrecen tambi?n el perd?n. No denuncian ni se?alan a nadie, no guardan rencor en su coraz?n; siguiendo a Jes?s, su sangre pronuncia tambi?n una palabra de perd?n. Esta reacci?n de los m?rtires es de una generosidad humanamente incomprensible; s?lo puede explicarse porque el Esp?ritu del Amor, el Esp?ritu de Jesucristo, alienta en su coraz?n. Apoyados en la conducta de los m?rtires, que murieron perdonando, se afirm? reiteradamente en la beatificaci?n y en su entorno anterior y posterior este mensaje: La beatificaci?n de los m?rtires no va contra nadie, a nadie se echa en cara su muerte, a nadie se acusa, a nadie se pide cuentas. He aqu? algunas expresiones autorizadas de la coherencia que debe existir entre la conducta de los m?rtires y la nuestra: ?Con sus palabras y gestos de perd?n hacia sus perseguidores, nos impulsan a trabajar incansablemente por la misericordia, la reconciliaci?n y la convivencia pac?fica? (Benedicto XVI). ?Su muerte constituye para todos un importante acicate que nos estimula a superar divisiones, a revitalizar nuestro compromiso eclesial y social, buscando siempre el bien com?n, la concordia y la paz? (Card. T. Bertone). ?Los m?rtires, que murieron perdonando, son el mejor aliento para que todos fomentemos el esp?ritu de reconciliaci?n? (Mensaje de la Conferencia Episcopal Espa?ola del d?a 26 de abril de 2007). Su muerte es una siembra de paz y de reconciliaci?n generosa entre todos. Hacemos memoria de un cap?tulo de la historia de nuestra Iglesia, muy doloroso en su tiempo y hoy hondamente gozoso, que nos invita a asimilar la magn?fica lecci?n de fe en Dios y de misericordia que nos dejaron los m?rtires. ?Que su ejemplo e intercesi?n nos fortalezcan en la transmisi?n de la fe, en la comuni?n eclesial, en la colaboraci?n al bien com?n de la sociedad y en los trabajos por la paz!

Los m?rtires nos ense?an a mantener la fidelidad a Dios, el amor a Jesucristo y el servicio a los hombres, no s?lo en el ?ltimo trance y en las situaciones cruciales de la vida, sino tambi?n en la existencia cotidiana. Frente al desgaste por el paso del tiempo y contra la amenaza de la rutina, la entereza de los m?rtires nos invita a superar la mediocridad. La fidelidad sacrificada y constante tiene que ver tambi?n con lo heroico. ?Que el discurrir diario y a veces mon?tono de la vida no trivialice el amor sino lo acrisole!

Los m?rtires reflejan la vitalidad de nuestras di?cesis y congregaciones religiosas en las que o bien nacieron y crecieron en la fe, cumplieron su misi?n o rindieron el supremo testimonio de amor a nuestro Se?or Jesucristo. En la hora de la prueba definitiva sorprende el vigor de su fe. Estos m?rtires son nuestros y dignifican a nuestras familias y comunidades cristianas, pero no son patrimonio exclusivo de nuestras Iglesias locales, ya que pertenecen a Jesucristo y por ello a la Iglesia universal. M?s a?n, tienen mucho que decir a nuestra sociedad y a toda la humanidad, ya que su grandeza moral levanta la calidad del mundo; su forma de morir nos dice que merece la pena buscar la fuente de donde mana semejante generosidad y entrega.

2.- ?Iglesia en Espa?a y Pastoral de las migraciones?

Se presenta a la aprobaci?n de esta Asamblea Plenaria una nueva redacci?n del documento ?Iglesia en Espa?a y Pastoral de las migraciones? que ha sido preparado por la Comisi?n Episcopal de Migraciones. Es un documento amplio y rico, que contiene reflexiones teol?gicas y orientaciones pr?cticas. Pretende responder a la nueva situaci?n del fen?meno de las migraciones. En los siguientes t?rminos describe su intenci?n: ?Dotar a nuestra Iglesia, que camina en Espa?a, de un instrumento para responder al fen?meno social de la emigraci?n, para ofrecer una ayuda eficaz a las v?ctimas de los movimientos migratorios, para acoger a nuestros hermanos en la fe y afrontar el reto de una nueva evangelizaci?n con todas las exigencias que plantea, para ayudar a la Iglesia a ser signo e instrumento de la acci?n de Dios en nuestro tiempo para todos los hombres y mujeres, que viven en nuestro pa?s, sea cual sea su procedencia, cultura, religi?n o condici?n social?. Estamos convencidos de que prestar? un buen servicio a la pastoral de la Iglesia y, adem?s, ser? una llamada de atenci?n a los ciudadanos ante el fen?meno social de la migraci?n que afecta e interpela a toda la sociedad.

Aunque las migraciones sean coextensivas a la historia de la humanidad, constituyen hoy una caracter?stica de nuestra ?poca. El Papa Benedicto XVI ha calificado las migraciones como ?uno de los signos de nuestro tiempo?. Son movimientos de poblaci?n dentro de los mismos continentes y sobre todo hacia los continentes m?s ricos.

Por lo que se refiere a nuestro pa?s, el fen?meno migratorio ha cambiado de signo en los ?ltimos a?os. Hemos pasado de ser pa?s de emigraci?n a ser uno de los pa?ses de Europa con m?s elevado n?mero de inmigrantes; esta inversi?n, adem?s, se ha realizado en poco tiempo. Las cifras son elocuentes: En diez a?os el n?mero de extranjeros ha pasado de 542.314 en 1996 a 4.144.166 en 2006. En los ?ltimos cinco a?os se ha dado una media de crecimiento de 500.000 por a?o. La experiencia de haber sido pueblo de emigraci?n debe recordarnos aquellas palabras del ?xodo: ?Forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto? (22,20); y particularmente las de Jes?s en el Evangelio: ?Fui forastero y me hospedasteis? (Mt 25,35).

El documento al que nos referimos pretende responder a las exigencias de la nueva situaci?n del fen?meno de las migraciones y actualizar las orientaciones y sugerencias pastorales sintonizando con las ?ltimas directrices de la Iglesia cat?lica. La conmemoraci?n del XXV aniversario de la Instrucci?n De Pastorali Migratorum Cura ofreci? la oportunidad a la Conferencia Episcopal Espa?ola de hacer p?blico en 1994 el documento Pastoral de las Migraciones en Espa?a; pues bien, la Instrucci?n Erga Migrantes Caritas Christi, publicada el a?o 2004 por el Consejo Pontificio de Pastoral para los Emigrantes y los Itinerantes, nos ofrece de nuevo la ocasi?n de aplicar esta Instrucci?n a nuestra realidad concreta, profundamente cambiada en los ?ltimos a?os. El amor de Cristo, la Caritas Christi, que anima la vida de la Iglesia, debe abarcar a todos. Adoptar? en la pr?ctica ?diversas formas y expresiones, seg?n la condici?n de los destinatarios de la acci?n de la Iglesia. Ser? una pastoral en el sentido estricto para los cat?licos. Revestir? el car?cter de pastoral ecum?nica entre los hermanos cristianos de otras tradiciones. Se centrar? m?s en el di?logo interreligioso con los creyentes de otras religiones y estar? siempre marcada, con unos y con otros, por el amor de Cristo. Pero nadie quedar? fuera del cuidado y atenci?n de la Iglesia?.

Un inmigrante no es s?lo mano de obra para producir; es, ante todo, una persona, miembro de la familia humana, hermano nuestro, hijo de Dios. La visi?n humana y cristiana del hombre nos impulsa a promover la acogida, el respeto, la ayuda, la comprensi?n, la solidaridad. La integraci?n de los inmigrantes exige, tanto por parte del pa?s de acogida como por parte de los trabajadores y de sus familias, un esfuerzo paciente y sostenido; los inmigrantes deben ser reconocidos en sus derechos humanos y laborales y ellos a su vez deben respetar las leyes y tradiciones leg?timas del pa?s que los recibe. Si unos y otros trabajan en la b?squeda de la integraci?n de los inmigrantes, los posibles brotes de rechazo y exclusi?n ser?n sofocados f?cilmente. Con estas reflexiones te?ricas y pr?cticas, surgidas de una experiencia larga y eficaz, presta la Conferencia Episcopal -as? confiamos y deseamos-, una ayuda valiosa a nuestras di?cesis e incluso a toda la sociedad espa?ola

3.- Centenario del nacimiento del Cardenal Taranc?n

El d?a 14 de mayo de 1907 naci? en Burriana (Castell?n de la Plana) el Cardenal Vicente Enrique y Taranc?n. En la apertura de la presente Asamblea Plenaria lo recordamos con profunda gratitud. Nuestra memoria es homenaje y reconocimiento de su persona y de su obra. Fue, en una coyuntura crucial, un don de Dios para la Iglesia y la sociedad espa?ola. Evocamos hoy al Cardenal Taranc?n, conscientes de que forma parte relevante de nuestra historia. Aunque las personas se sucedan y las urgencias pastorales cambien, la Iglesia es hogar de todos los cristianos y es cat?lica tambi?n en la pluralidad de generaciones y la variedad de situaciones hist?ricas. Hacemos memoria ante Dios de quienes nos han precedido con la se?al de la fe, con la dedicaci?n al servicio del Evangelio y con la entrega personal a la misi?n de la Iglesia, en medio de gozos, fatigas y sufrimientos.

En una mirada retrospectiva, recapitulando el Cardenal Taranc?n el decenio en que presidi? la Conferencia Episcopal Espa?ola, manifest? la intenci?n que le hab?a guiado. ?Me propuse dos objetivos: Aplicar a Espa?a las ense?anzas del Concilio Vaticano II en lo referente a la independencia de la Iglesia de todo poder pol?tico y econ?mico, y procurar que la comunidad cristiana se convirtiese en instrumento eficaz de reconciliaci?n para superar el enfrentamiento entre los espa?oles que hab?a culminado en la guerra civil?. La Iglesia en el Concilio no s?lo promovi? una renovaci?n profunda de sus actitudes y estructuras internas, sino tambi?n orient? de manera distinta las relaciones con el mundo, con la sociedad y con el hombre. Estos cambios eran m?s delicados, en nuestra Iglesia por la riqueza de la vida cristiana que estaba en cambio, y en la sociedad, a la que se deb?an evitar traumas innecesarios en la transici?n de un r?gimen personal a un r?gimen democr?tico con los numerosos y profundos cambios implicados. Fueron directrices para Taranc?n tanto el amor a la Iglesia como el servicio a nuestro pueblo; fue consciente de la situaci?n singular y de la alta responsabilidad que se le confiaba cuando pens? en ?l Pablo VI para liderar a la Iglesia en aquella delicada situaci?n y cuando la Conferencia Episcopal lo eligi? y reeligi? como su Presidente.

Actuando en sinton?a con las directrices del Papa Pablo VI y expresando, adem?s, lo que las nuevas generaciones de Obispos, sacerdotes, religiosos y seglares anhelaban, pudo cumplir el encargo con dedicaci?n y acierto. Sus dotes humanas y experiencia pastoral lo hicieron apto para recibir tal misi?n en aquella hora hist?rica; con la desenvoltura que le caracteriz? dir?a de s? mismo que era un hombre a quien pusieron en un puesto dif?cil en un momento dif?cil. De alguna manera era Don Vicente memoria viva de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad; hombre de esp?ritu abierto, avizor del futuro, sensible como un sism?grafo a los movimientos subterr?neos de la sociedad, de natural optimista y decidido, h?bil y sagaz. Fue una persona que, asumiendo el encargo otorgado y la responsabilidad real y simb?lica que se le reconoci?, contribuy? poderosamente a que nuestra Iglesia acometiera los cambios necesarios. Imprimi? a la Iglesia un dinamismo que le permiti? acompa?ar a la sociedad en una encrucijada de gran trascendencia para ambas, ya que deb?an tomar decisiones de largo alcance. El Cardenal Enrique y Taranc?n busc? siempre la concordia, respetando la pluralidad y fomentando el di?logo; con buen instinto supo rodearse de valiosos colaboradores. Sin olvidar el pasado miraba al futuro, y por ello confiaba en las nuevas generaciones y les daba la palabra. Afirmaba abiertamente que la Iglesia ve?a con buenos ojos la llegada de la democracia y el pluralismo que le es inherente.

Damos gracias a Dios porque a trav?s del Cardenal Taranc?n la Iglesia respondi? con dignidad y clarividencia al desaf?o que le planteaban la aplicaci?n del Concilio en aquella fase concreta y la transici?n de nuestra sociedad. A la distancia de varios decenios y con la perspectiva que nos proporciona el tiempo transcurrido, podemos reconocer que la Iglesia estuvo a la altura del momento hist?rico; y la sociedad espa?ola qued? en general satisfecha de la transici?n de un r?gimen a otro, por cuyo ?xito felicitaron otros pa?ses al nuestro. La actitud con que fue aplicado el Concilio y con que se afrontaron los cambios sociales y pol?ticos no fue s?lo coyuntural; aunque la situaci?n presente sea en muchos aspectos diversa, hay valores permanentes. En la galer?a de Presidentes de la Conferencia Episcopal ha sido colocado el retrato del Cardenal Taranc?n, que nos recuerda un tramo decisivo de nuestra historia. Como los dem?s retratos de la galer?a, es obra que agradecemos de Sor Isabel Guerra.

4.- Hace 25 a?os nos visit? el Papa Juan Pablo II

Hace veinticinco a?os, el d?a 31 de octubre de 1982, a las seis de la tarde - una hora despu?s de su llegada al aeropuerto de Barajas - Juan Pablo II entraba en esta casa. Despu?s de saludar a los Obispos, se dirigi? directamente a la capilla para postrarse en profunda oraci?n ante el Sagrario. Era la primera vez que un Papa visitaba Espa?a. Quiso comenzar su visita pastoral encontr?ndose con los Obispos. Y quiso que aquel encuentro quedara expresamente enmarcado por la presencia eucar?stica del Resucitado. En nuestra capilla, por primera vez, un Sucesor de Pedro, rodeado por todos los miembros de la Conferencia Episcopal, se arrodillaba en nuestro suelo ante Jesucristo, presente en la Eucarist?a. Esa misma noche, terminado el encuentro con los Obispos, el Papa sal?a de esta casa para presidir la vigilia eucar?stica que la Adoraci?n Nocturna hab?a preparado en la Parroquia de Nuestra Se?ora de Guadalupe. Antes, en esta aula, hab?a dirigido a los Obispos un memorable discurso que releemos con gusto en estos d?as. Juan Pablo II inaugur? as? oficialmente esta casa, como conmemora la l?pida que flanquea, abajo, la puerta de la capilla. La sede de nuestra Conferencia ha quedado de este modo felizmente unida a su primera visita apost?lica y a su memoria.

No puedo pretender hacer ahora ni siquiera un breve resumen de los diez d?as de intenso peregrinar de Juan Pablo II por buena parte de la geograf?a espa?ola, visitando a todos los sectores del pueblo cristiano. Pero deseo subrayar que aquellas inolvidables jornadas supusieron una gracia de Dios muy especial para la Iglesia que peregrina en Espa?a. Podr?amos decir que aquel viaje apost?lico del Papa constituy? de hecho para nosotros como el comienzo de una nueva etapa del camino eclesial posterior al Concilio Vaticano II. Juan Pablo II confirm? de modo muy vigoroso a sus hermanos de Espa?a en la fe de Jesucristo. Por una parte, su presencia actu? como un revulsivo para el alma cristiana de nuestro pueblo incluidos, naturalmente, los pastores - que se sinti? reconocida y querida por el Papa y, al mismo tiempo, espoleada y animada a la fidelidad y a la esperanza. Por otra parte, sus palabras y sus gestos dirigieron una vez m?s la mirada de nuestras Iglesias y de todos nosotros a lo que constituy? desde el principio el centro de su ministerio: a Jesucristo como ?nico salvador del ser humano y al hombre como camino de la Iglesia. Si algunas dificultades hab?an podido dar paso a ciertos miedos, volvimos a escuchar con gozo de los labios del Papa en nuestras iglesias y en nuestras plazas: "?No teng?is miedo! ?Abrid las puertas a Cristo!"

La ?ltima enc?clica de aquel gran Papa, que vers? sobre "La Iglesia que vive de la Eucarist?a" (Ecclesia de Eucharistia), nos invit? a todos a reavivar la fe y la pastoral sobre la Eucarist?a. El vigente Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal, para los a?os 2006-2010, se centra tambi?n en "vivir de la Eucarist?a", como reza su t?tulo. Recordemos que estos Planes Pastorales se comenzaron a hacer con motivo de la visita del Papa que ahora conmemoramos. El primero de ellos, de 1983, se titulaba: "La visita del Papa a Espa?a y el servicio a la fe nuestro pueblo". Pienso que la realizaci?n del actual Plan, que prev? la celebraci?n de un Congreso Eucar?stico a modo de colof?n de las actividades programadas, es un excelente modo de agradecer a Dios el pontificado de Juan Pablo II y de continuar con el trabajo de la nueva evangelizaci?n, impulsado por ?l.

Ponemos en manos de Mar?a, la madre del Se?or y estrella de la evangelizaci?n los trabajos de esta Asamblea. (CEE)
Publicado por verdenaranja @ 0:46  | Hablan los obispos
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