Lunes, 26 de noviembre de 2007
ZENITPublicamos la homil?a que pronunci? Benedicto XVI el s?bado, 24 de Noviembre de 2007, durante la celebraci?n de la Palabra con motivo del consistorio ordinario p?blico para la creaci?n de 23 nuevos cardenales que tuvo lugar en la Bas?lica de San Pedro en el Vaticano.

?El Se?or os pide y os conf?a el servicio del amor?


Se?ores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:

En esta bas?lica vaticana, coraz?n del mundo cristiano, se renueva hoy un significativo y solemne acontecimiento eclesial: el consistorio ordinario p?blico para la creaci?n de 23 nuevos cardenales, con la imposici?n del birrete y la asignaci?n del t?tulo. Es un acontecimiento que suscita cada vez una emoci?n especial, y no s?lo entre quienes son admitidos a formar parte del Colegio cardenalicio con estos ritos, sino entre toda la Iglesia, desbordante de alegr?a por este elocuente signo de unidad cat?lica.

La misma ceremonia, en su estructura, subraya el valor de la tarea que los nuevos cardenales est?n llamados a desempe?ar cooperando estrechamente con el sucesor de Pedro, e invita al pueblo de Dios a rezar para que en su servicio estos hermanos nuestros permanezcan siempre fieles a Cristo, si es necesario, hasta el sacrificio de la vida, y se dejen guiar ?nicamente por su Evangelio. Nos unimos por tanto con fe a su alrededor y elevamos ante todo al Se?or nuestra acci?n de gracias con la oraci?n.

En este clima de alegr?a y de intensa espiritualidad os saludo con afecto a cada uno de vosotros, queridos hermanos, que desde hoy sois miembros del Colegio cardenalicio, escogidos para ser, seg?n una antigua instituci?n, los consejeros y colaboradores m?s cercanos del sucesor de Pedro en la gu?a de la Iglesia.

Saludo y doy las gracias al arzobispo Leonardo Sandri, que en vuestro nombre me ha dirigido corteses y deferentes palabras, subrayando al mismo tiempo el significado y la importancia del momento eclesial que estamos viviendo.

Deseo recordar, adem?s, al fallecido monse?or Ignacy Jez, a quien el Dios de toda gracia llam? a su presencia antes del nombramiento para ofrecerle una corona mucho m?s grande: la gloria eterna en Cristo.

Mi cordial saludo se dirige, despu?s, a los se?ores cardenales presentes y tambi?n a quienes no han podido estar f?sicamente con nosotros, pero que se encuentran aqu? unidos espiritualmente. La celebraci?n del consistorio siempre es una ocasi?n providencial para ofrecer ?urbi et orbi?, a la ciudad de Roma y al todo el mundo, el testimonio de esa unidad singular que une a los cardenales en torno al Papa, obispo de Roma.

En esta solemne circunstancia, quiero dirigir tambi?n un saludo respetuoso y deferente a las representaciones gubernamentales y a las personalidades aqu? reunidas de todas las partes del mundo, as? como a los familiares, amigos, sacerdotes, religiosas y religiosos, y a los fieles de las diferentes Iglesias locales de las que proceden los nuevos purpurados.

Saludo, por ?ltimo, a todos aquellos que se han reunido aqu? para estar a su lado y expresar con alegr?a festiva su estima y afecto.

Con esta celebraci?n, vosotros, queridos hermanos, qued?is introducidos con pleno t?tulo en la veneranda Iglesia de Roma, de la que el sucesor de Pedro es el pastor. En el Colegio de los cardenales revive de este modo el antiguo ?presbyterium? del obispo de Roma, cuyos componentes, desempe?ando funciones pastorales y lit?rgicas en las diferentes iglesias, le aseguraban su preciosa colaboraci?n en el cumplimiento de las tareas ligadas a su ministerio apost?lico universal.

Las circunstancias han cambiado y la gran familia de los disc?pulos de Cristo est? hoy diseminada en todo el continente hasta llegar a los rincones m?s remotos de la tierra, habla pr?cticamente todos los idiomas del mundo, y a ella pertenecen pueblos de toda cultura. La diversidad de los miembros del Colegio cardenalicio, tanto por su proveniencia geogr?fica como cultural, subraya este crecimiento providencial y manifiesta al mismo tiempo las nuevas exigencias pastorales a las que tiene que responder el Papa.

Por tanto, la universalidad, la catolicidad de la Iglesia, se refleja muy bien en la composici?n del Colegio de los cardenales: much?simos son pastores de comunidades diocesanas, otros est?n al servicio directo de la Sede Apost?lica, otros han ofrecido servicios benem?ritos en sectores espec?ficos pastorales.

Cada uno de vosotros, queridos y venerados hermanos neocardenales, representa por tanto a una porci?n del articulado Cuerpo m?stico de Cristo que es la Iglesia difundida por doquier. Se muy bien todo el cansancio y sacrificio que hoy implica la atenci?n de las almas, pero conozco la generosidad que fundamenta vuestra actividad apost?lica cotidiana.

Por este motivo, en esta circunstancia, quiero confirmaros mi sincero aprecio por el servicio que hab?is prestado fielmente durante tantos a?os de trabajo en los diferentes ?mbitos del ministerio eclesial, servicio que ahora, al ser elevados a la p?rpura cardenalicia, est?is llamados a realizar con una responsabilidad a?n m?s grande, en ?ntima comuni?n con el obispo de Roma.

Ahora pienso con afecto en las comunidades confiadas a vuestra atenci?n pastoral y, de manera especial, a las que sufren a causa de diferentes desaf?os y dificultades. Entre ?stas, ?c?mo no dirigir la mirada con aprensi?n y afecto, en este momento de alegr?a, a las queridas comunidades cristianas que se encuentran en Irak?

Estos hermanos y hermanas nuestros en la fe experimentan en su propia carne las dram?ticas consecuencias de un conflicto que perdura y viven en una situaci?n pol?tica sumamente fr?gil y delicada. Al llamar a formar parte del Colegio de los cardenales al patriarca de la Iglesia caldea, he querido expresar concretamente mi cercan?a espiritual y mi afecto a esas poblaciones. Queremos, juntos, queridos y venerados hermanos, reafirmar la solidaridad de toda la Iglesia a favor de los cristianos de aquella amada tierra y exhortar a que se invoque del Dios misericordioso la deseada reconciliaci?n y la paz para todos los pueblos involucrados.

Acabamos de escuchar la Palabra de Dios que nos ayuda a comprender mejor el momento solemne que estamos viviendo. En el pasaje evang?lico, Jes?s acaba de recordar por tercera vez la suerte que le espera en Jerusal?n, pero la ambici?n de los disc?pulos toma el lugar del miedo que en un primer momento les hab?a asaltado.

Tras la confesi?n de Pedro en Cesarea y la discusi?n por el camino sobre qui?n de ellos ser?a el m?s grande, la ambici?n lleva a los hijos de Zebedeo a reivindicar para s? mismos los mejores puestos en el reino mesi?nico, al final de los tiempos. En esta carrera a los privilegios, los dos saben muy bien lo que quieren, al igual que los otros diez, a pesar de su ?virtuosa? indignaci?n. Pero, en realidad, no saben lo que est?n pidiendo. Jes?s se lo da a entender hablando en t?rminos muy diferentes del ?ministerios? que les espera. Corrige la burda concepci?n del m?rito que tienen, seg?n la cual, el hombre puede ganarse derechos ante Dios.

El Evangelista Marcos nos recuerda, queridos y venerados hermanos, que todo aut?ntico disc?pulo de Cristo s?lo puede aspirar a una cosa: a compartir su pasi?n sin reivindicar recompensa alguna. El cristiano est? llamado a asumir la condici?n de ?siervo?, siguiendo las huellas de Jes?s, entregando su vida por los dem?s de manera gratuita y desinteresada. No debe caracterizar cada uno de vuestros gestos y apalabras la b?squeda del poder y del ?xito, sino la humilde entrega de s? mismo por el bien de la Iglesia.

La verdadera grandeza cristiana, de hecho, no consiste en dominar, sino en servir. Jes?s nos repite a cada uno de nosotros que ?l no ?ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos? (Marcos 10, 45). Este es el ideal que debe orientar vuestro servicio.

Queridos hermanos, al pasar a formar parte del Colegio de los cardenales, el Se?or os pide y os conf?a el servicio del amor: amor a Dios, amor a su Iglesia, amor a los hermanos con la m?xima e incondicional entrega, ?usque ad sanguinis effusionem? [?hasta el derramamiento de la sangre?, ndt.], como dice la f?rmula de la imposici?n de la birreta y como muestra el color rojo de los h?bitos que vest?s.

Sed ap?stoles de Dios que es Amor y testigos de la esperanza evang?lica: esto espera de vosotros el pueblo cristiano. La ceremonia de hoy subraya la gran responsabilidad que recae sobre cada uno de vosotros, venerados y queridos hermanos, y que es confirmada en las palabras del ap?stol Pedro que acabamos de escuchar: ?Dad culto al Se?or, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida raz?n de vuestra esperanza? (1 Pedro 3, 15). Esta responsabilidad no evita los riesgos sino que, como sigue recordando Pedro, ?m?s vale padecer por obrar el bien, si esa es la voluntad de Dios, que por obrar el mal? (1 Pedro 3, 17). Cristo os pide que confes?is ante los hombres su verdad, que abrac?is y compart?is su causa; y que hag?is todo esto ?con dulzura y respeto, manteniendo una buena conciencia? (1 Pedro 3, 15-16), es decir, con esa humildad interior que es fruto de la cooperaci?n con la gracia de Dios.

Queridos hermanos y hermanas: ma?ana en esta misma bas?lica tendr? la alegr?a de celebrar la eucarist?a en la solemnidad de Cristo Rey del universo, junto a los nuevos cardenales, y les entregar? el anillo. Ser? una oportunidad particularmente importante y oportuna para reafirmar nuestra unidad en Cristo y para renovar nuestra voluntad com?n de servirle con total generosidad. Acompa?adles con vuestra oraci?n para que respondan al don recibido con entrega plena y constante.

Nos dirigimos ahora con confianza a Mar?a, Reina de los Ap?stoles. Que su presencia espiritual, en este singular cen?culo sea para los nuevos cardenales y para todos nosotros prenda de la constante efusi?n del Esp?ritu Santo que gu?a a la Iglesia en su camino en la historia. ?Am?n!

Traducci?n del original italiano realizada por Jes?s Colina
? Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana
Publicado por verdenaranja @ 23:48  | Habla el Papa
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