Martes, 27 de noviembre de 2007
Alfonso Aguil?
www.interrogantes.net



?Hete aqu?, pues, cerca de los cuarenta y dos a?os... ?Qu? pensar?a de ti el muchacho que eras a los diecis?is, si pudiera juzgarte?

??Qu? dir?a de eso que has llegado a ser? ?Hubiera simplemente consentido en vivir para verse transformado as?? ?Acaso val?a la pena? ?Qu? secretas esperanzas no has decepcionado, de las que ni siquiera te acuerdas?

?Ser?a extraordinariamente interesante, aunque triste, poder enfrentar a estos dos seres, de los que uno promet?a tanto y el otro ha cumplido tan poco. Me figuro al joven apostrofando al mayor sin indulgencia: ?Me has enga?ado, me has robado. ?D?nde est?n los sue?os que te hab?a confiado? ?Qu? has hecho con toda la riqueza que tan locamente puse en tus manos? Yo respond?a de ti, hab?a prometido por ti. Y has hecho bancarrota. M?s me hubiera valido marcharme con todo lo que a?n pose?a, y que tambi?n has dilapidado...?

??Y qu? dir?a el mayor para defenderse? Hablar?a de experiencia adquirida, de ideas in?tiles echadas por la borda, mostrar?a algunos libros, hablar?a de su reputaci?n, buscar?a febrilmente en sus bolsillos, en los cajones de su mesa, para justificarse. Pero se defender?a mal, y creo que se avergonzar?a.?

Estos p?rrafos del Diario de Julien Green son una interesante reflexi?n, tanto para el pasado como para el futuro de cualquier vida. Porque ?como ha escrito de Mart?n Descalzo? toda vida tendr?a que ser la cosecha de la gran siembra de los a?os juveniles. Vivir es fructificar. Y no simplemente avanzar y envejecer. La vida es apostar decididamente cuando se es joven, y mantener y mejorar esa apuesta cuando se madura.

Y cabe entonces preguntarse: si ya es dif?cil mantener esa apuesta de juventud cuando en esos a?os se sembraron grandes ideales, ?qu? ser? cuando s?lo se sembraron desilusiones o insustancialidad? Cuando una persona joven no tiene ideales, o son peque?os y vulgares, es bien probable que le espere un futuro poco alentador. Por eso quiz? una de las mayores infamias es empujar a los j?venes a la mediocridad o a la desesperanza.

Es verdad que no basta con so?ar durante la juventud, porque esos sue?os pueden quedar en proyectos ingenuos o ilusorios. Pero quien no sue?a nunca, quien se limita s?lo a constatar la dificultad, quien siempre se jacta de ser muy realista y considera ingenuos a todos los que aspiran a mejorar ellos y mejorar el mundo en que vivimos, esos no se dan cuenta probablemente de que el enemigo principal no son todos esos que con tanto ?nfasis se?alan fuera, sino que el peor enemigo lo tienen en su interior, en su mediocridad y en su desesperanza.

Y luego, cuando los adultos tendemos tan f?cilmente a echar las culpas a tantas circunstancias para justificar el abandono de los que fueron nuestros grandes ideales de juventud, tambi?n entonces solemos enga?arnos miserablemente. Es cierto que los proyectos de aquellos a?os necesitaban ser adaptados y modificados a lo largo de la vida, porque la vida da muchas vueltas y hay cosas muy poco previsibles, pero sabemos bien que muchas veces lo que hemos hecho con esos ideales es simplemente rebajarlos, por pereza, por abandono o por mezquindad. Y lo que logramos con eso es ir deshinchando nuestra vida como un globo, casi sin darnos cuenta.

La desesperanza ?se?ala Josef Pieper? est? en la misma estructura mental de quien orienta mal su vida. Supone un dolor siempre grande, propio de quien se niega a caminar por el camino hacia la plenitud que su naturaleza le llama.

A la desesperanza no se llega de modo repentino. Su principio y su ra?z suelen estar en la pereza (quiz? por eso asegura el dicho popular que la pereza es madre de todos los vicios). La pereza es sin?nimo de dejadez, de desinter?s, y eso siempre conduce a una tristeza que paraliza, que descorazona. Y lo peor es que lleva a un c?rculo vicioso de desgana que refuerza la dejadez. El hombre perezoso parece querer sustraerse de las obligaciones propias de la grandeza de su misi?n. Es como una humildad pervertida, propia de quien no quiere aceptar su verdadera condici?n y sus talentos, porque implican una exigencia. Como un enfermo que no quisiera curarse para que no le exijan lo que se exige a una persona sana.

Hay un tipo de esperanza que surge de la energ?a juvenil pero se agota con los a?os, al ir declinando la vida. Sin embargo, la verdadera esperanza es una despreocupada y confiada valent?a, que caracteriza y distingue al hombre de esp?ritu joven y lo hace un modelo tan atractivo. La esperanza da una juventud que es inaccesible a la vejez y a la desilusi?n. As?, aunque d?a a d?a perdemos un poco la juventud natural, podemos d?a a d?a renovar nuestra juventud de esp?ritu. En vez de dar culto a la juventud del cuerpo, de modo exterior y forzado, y que adem?s produce desesperanza al ver c?mo se va marchando, hemos de buscar esas cimas m?s altas a las que se puede remontar la esperanza del hombre que rejuvenece d?a a d?a su esp?ritu.


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