Celebramos una fiesta de nuestra Madre que no tiene su origen en el Evangelio, sino en una antigua tradición, según la cual la Santísima Virgen –llena de Gracia desde su concepción– hizo una dedicación de sí misma a Dios a impulsos del Espíritu Santo. Celebramos hoy, por tanto, la entrega de la Virgen a los planes divinos que acabó manifestándose en aquel, he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra: su respuesta a las palabras de Gabriel, que le anunciaban lo que Dios esperaba de Ella.
Merece la Virgen que la felicitemos por su disponibilidad confiada a Dios, que fue el origen de tantas riquezas divinas, para Ella y –por Ella– para todos los hombres. Cumplimos así las proféticas palabras que María dirigió a Isabel, la que sería madre del Bautista: Me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque contemplándonos hijos de Dios y herederos del Cielo, nos sale casi sin proponérnoslo, alabar, festejar, proclamar su grandeza y alegrarnos entre nosotros por Santa María, que nos ha traído tanto bien.
Contemplando a la Virgen en esta fiesta nos vamos preparando para la gran solemnidad del próximo día 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción, que en bastantes lugares se celebra con su Novena, para honrar más aún a la Madre de Dios y disponernos por su ejemplo a ser mejores cristianos.
Pidamos a María que sepamos vivir más atentos a los requerimientos divinos; que en esta fiesta en que nos alegramos por su completa entrega a los planes de Dios, queramos también nosotros amarle cumpliendo su voluntad, firmemente persuadidos de que desea para cada uno siempre lo mejor.
Por el breve pasaje de san Mateo que hoy nos presenta la liturgia de la Santa Misa, podría parecer a primera vista que Jesús tiene un desaire con su Madre y con sus parientes. Pero, evidentemente, el cariño del Señor por Santa María era y es el mayor que un hijo puede sentir por su madre. Así lo sabía también Ella y por eso las palabras de su Hijo en modo alguno la contristaron. Ponía el Señor de manifiesto con su respuesta: He aquí mi madre y mis hermanos –señalando a los discípulos–, la grandeza de su propio corazón. Su amor de predilección por los que tratan decididamente de agradar a Dios, es como el que se siente por los más queridos: como el amor a la propia madre y a los más íntimos.
Si la Virgen acoge todo el amor de su Hijo, es gracias a su completa disponibilidad al querer de Dios para Ella. María se deja querer –diríamos–, cuanto Dios quiere quererla y la ama –como a Hija, Esposa y Madre– con el inmenso amor de su divino corazón. ¡Que nosotros también nos dejemos querer cuanto Dios quiera querernos! Para eso le pedimos, por intercesión de su Madre, en esta fiesta de su disponibilidad completa al Señor, que no queramos empeñar nuestro corazón en amores que de algún modo nos cierran al gran Amor que Dios nos tiene reservado.
En las obras está el amor. No tanto en el resultado visible de nuestra conducta, que tantas veces depende de circunstancias ajenas a la voluntad, cuanto en nuestro corazón y en el deseo –que procura llevarse a la práctica– por agradar al Señor antes que a nadie y que a nosotros mismos. Preguntémonos si tenemos interés en amar a Dios con toda nuestra vida, si de hecho vamos buscando agradarle con los quehaceres cotidianos. La Virgen, sin obras extraordinarias, amaba a Dios lo indecible, porque en su vida sencilla de mujer joven en un pueblo de Galilea, trataba de complacer a su Señor con el modo de trabajar, con sus diversiones, con sus oraciones o en el trato con los demás...
Los evangelios, si no dicen nada de la infancia de María, sí que nos cuentan en cambio algunos detalles de su vida, desde que recibe la embajada de Gabriel hasta que contempla a su Hijo muerto en la Cruz. Siempre la veremos dándose a los demás y con una absoluta confianza en Dios, a quien, inspirada por el Espíritu Santo, trató filialmente desde su niñez. De su Padre Dios obtenía la fortaleza y la constancia para ser en todo momento una ayuda, un estímulo, un consuelo... y una alegría; porque, sin duda, el entusiasmo de María al saberse tan cerca del Señor contagiaría también el ánimo de los demás: daba gusto estar con Ella. La Iglesia la llama, en las Letanías del Santo Rosario, "Causa de nuestra alegría".
Quizá a nosotros nos falta generosidad con nuestro Dios y por eso no siempre vivimos contentos. Invoquemos como niños a nuestra Madre del Cielo: ¡Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros!
La Iglesia Española está poniendo en marcha campaña de comunicación, en una primera fase desde el 6 de Noviembre al 7 de Diciembre, para acercar su labor y dar a conocer el
destino de sus fondos a los ciudadanos, para que quienes estén interesados en colaborar con su actividad lo hagan con total libertad. Con este motivo la CEE ha editado un DOSSIER sobre la Iglesia Católica en España, de donde se ha sacado la siguiente información:
Organización
La Iglesia Católica en España está compuesta por varias instituciones autónomas e independientes desde el punto de vista jurídico y de organización. Entre ellas se puede destacar:
o Nunciatura Apostólica. Organismo que representa a la Santa Sede en España.
o Conferencia Episcopal Española. Es una “institución permanente integrada por los Obispos de España, en comunión con el Romano Pontífice, para el ejercicio conjunto de algunas funciones pastorales del Episcopado Español" (Estatutos, Art 1,1), esto no quiere decir que sea una "gran diócesis" que abarque a las demás; cada una tiene su autonomía.
o 14 Provincias Eclesiásticas.
o 69 diócesis.
o 22.700 parroquias.
o 905 monasterios de clausura.
o Órdenes y Congregaciones religiosas.
13.000 cofradías, hermandades, fundaciones, ONG inscritas en el Registro de entidades religiosas.
o Fundaciones pías no autónomas.
o Otras instituciones como el Arzobispado castrense, organismos supradiocesanos (Universidades Pontificas, Universidades Católicas, etc.)
En total, existen unas 40.000 instituciones eclesiásticas en España. Todas estas entidades operan con la autonomía que les ofrece la normativa canónica. No existe por tanto un único órgano de decisión, ni en el ámbito organizativo ni en el económico.
Actividades que desarrolla
Cuatro son las áreas principales en las que podemos dividir la actividad de la Iglesia:
1. Actividad pastoral: la razón principal de ser de la Iglesia es la labor evangelizadora (“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, Mt 28, 18). La Iglesia, como depositaria de la Buena Noticia, tiene la misión de anunciar esta palabra de salvación al mundo (“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”, Mc 16,15).
2. Labor asistencial: numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos asisten a diario a los más desfavorecidos (enfermos, niños, ancianos, inmigrantes, personas discapacitadas, etc.).
3. Labor educativa: los centros educativos de la Iglesia no se limitan exclusivamente a la transmisión de conocimientos intelectuales. En todos ellos desarrollan un modelo propio de educación que transmite también, junto con la fe, un conjunto de valores (familia, estudio, trabajo, honradez, amistad, generosidad...) que contribuyen a la mejora de la convivencia. 4. Conservación de Patrimonio: la Iglesia es depositaria de un patrimonio histórico-artístico de incalculable valor (catedrales, iglesias, ermitas, documentos, imágenes, libros, etc.), que conserva y pone a disposición de todos los ciudadanos.
La recaudación proveniente de la asignación tributaria, que los contribuyentes libre y voluntariamente asignan a la Iglesia, se destina a sostener al clero y a mantener el culto (actividad litúrgica).
Ninguno de los fines anteriormente expuestos puede ser contemplado de manera aislada. Hay personas que valoran solamente la actividad social de la Iglesia pero que descalifican el resto. Los miles de voluntarios de la Iglesia no nacen por generación espontánea. Son personas que han recibido el anuncio de la Buena Noticia a través de la predicación y que viven y alimentan su fe en la comunidad eclesial. Esa experiencia es la que da razón de ser a toda su actividad.
Si tuviéramos que resumir las principales aportaciones de la Iglesia a la sociedad española, podríamos afirmar que:
La Iglesia está presente en los acontecimientos más importantes de la vida, acompañando a las personas que se acercan a Dios en los momentos más importantes de la existencia humana: en los felices (matrimonio, bautismo, confirmación) y también en los dolorosos (pecado, enfermedad, muerte). Por la Iglesia, el Dios del Amor, visible en Jesucristo, se acerca a cada uno para darle sentido y esperanza.
La Iglesia, como Pueblo de Dios, brinda a la sociedad valores permanentes que nos ayudan a crecer como personas y mejoran la convivencia entre los hombres: fe, defensa de los derechos humanos, fraternidad, dignidad de la persona, solidaridad, perdón, superación, esfuerzo, etc.
La Iglesia ayuda a los más necesitados de la sociedad: mendigos, familias rotas y desestructuradas, inmigrantes, ancianos, enfermos, etc.
Estas actividades son realizadas en su mayoría por personas que entregan su vida a los demás. Los sacerdotes y los agentes de pastoral, que están al servicio de la comunidad cristiana, desempeñan, una labor discreta y muchas veces ignorada que construye el bien común de la sociedad.
La Iglesia contribuye al desarrollo cultural y educativo de sus miembros, así como al crecimiento de la persona con múltiples iniciativas y centros de educación y enseñanza.
Los misioneros de la Iglesia Católica, repartidos por todo el mundo, predican el Evangelio de Jesucristo. Es precisamente la experiencia del Amor de Dios, que viven y predican, la que les lleva reconocer en el prójimo el rostro de Cristo, de manera particular en los más necesitados. A menudo reconocemos el testimonio heroico de misioneros que mantienen su compromiso con hombres y mujeres de zonas que viven situaciones de guerra y extrema dificultad: hambrunas, persecuciones, etc., y que, en ocasiones, ponen en peligro su vida por llevar a cabo su misión.
La vida de la Iglesia como comunidad cristiana da lugar a múltiples asociaciones y a un amplio voluntariado que promueve actividades sociales tanto de ámbito religioso (movimientos apostólicos y cofradías) como civil. Estas actividades contribuyen al bien común con su respuesta a las más variadas realidades y necesidades sociales.
La Iglesia a lo largo de la Historia ha creado un patrimonio cultural y artístico que configura la imagen de nuestras ciudades y pueblos y que es expresión de su fe. En sus diferentes planos de actuación, la Iglesia mantiene, restaura y sigue desarrollando y creando los necesarios e imprescindibles bienes muebles e inmuebles para el desarrollo de su actividad.
Algunas cifras
Para hacernos una idea más concreta de la actividad que desarrolla la Iglesia, vamos a aportar una serie de cifras que reflejan el trabajo diario de varios miles de sacerdotes, religiosos, religiosas, seglares y voluntarios. Son datos que muestran fríamente la magnitud de esta labor, pero no deben hacernos olvidar que tras ellos hay personas que contribuyen a aportar esperanza a quienes más lo necesitan.
Labor pastoral:
o Número de parroquias: 22.700. (en estas cifras, no se contemplan las ermitas y otros centros de culto)
o Número de sacerdotes: 20.000
o Porcentaje de españoles que se declaran católicos: 77,6%
o Número de personas que acuden semanalmente a misa: 7-8 millones
o Número de bautizos: 283.226
o Primeras Comuniones: 265.801
o Confirmaciones: 132.885
o Matrimonios eclesiásticos canónicos: 150.739
Labor asistencial:
o Número de centros en los que la Iglesia Católica desarrolla esta actividad:
107 centros hospitalarios
128 ambulatorios y dispensarios
876 casas de la Iglesia para ancianos, enfermos crónicos, inválidos y minusválidos
937 orfanatos y otros centros para la tutela de la infancia
321 guarderías infantiles
365 centros especiales de educación o reeducación social
144 centros de caridad y sociales
305 consultorios y centros para la defensa de la vida y la familia
82 centros penitenciarios
73 centros para la acogida de reclusos en libertad provisional
54 centros para atención de toxicómanos
24 centros para atención de enfermos de SIDA
o Número de personas asistidas en estos centros:
387.356 personas asistidas en centros hospitalarios
849.728 asistidos en ambulatorios y dispensarios
57.653 en casas para ancianos o personas con minusvalías
10.835 en orfanatos y centros de tutela de la infancia
10.607 en guarderías infantiles
53.140 en centros de educación especial
324.377 en otros centros de asistencia social
79.868 en consultorios familiares
45.000 en centros penitenciarios
Labor educativa:
o 5.000 colegios concertados de preescolar, infantil, primaria y secundaria
o 200 centros de educación universitaria
o Número de alumnos educados en centros concertados: 1.741.697
o Ahorro en costes para el Estado de los centros concertados: 2.920 millones de €
(Según datos del Ministerio de Educación una plaza en un centro público tiene
un coste anual de 3.518 Euros, mientras que en un centro concertado esa misma
plaza cuesta al erario público 1.841 Euros).
Conservación del Patrimonio:
Patrimonio Inmueble: Catedrales, iglesias, ermitas, etc.
Patrimonio Mueble: Imágenes, esculturas, pinturas, objetos litúrgicos, ornamentos, etc.
Patrimonio Documental
Patrimonio Bibliográfico
Patrimonio Arqueológico
Patrimonio Etnológico
Realizar una valoración de lo que supone para la sociedad el mantenimiento y conservación de todo este patrimonio es tarea imposible, pero es evidente que no se puede concebir nuestro país sin este patrimonio cultural.
Austeridad
Una vez repasadas algunas cifras, conviene detenernos en otros datos que nos pueden dar una idea del clima de austeridad en que se mueven las instituciones de la Iglesia:
o Según los datos del Fondo Común Interdiocesano de 2007, la asignación de un Obispo es de 900 € mensuales,
o La gran mayoría de los sacerdotes de nuestro país perciben entre 600 y 800€ de sustentación base
o Los sacerdotes cotizan a la seguridad social por la base mínima y no tienen las oberturas ordinarias de baja laboral o desempleo.
o La gran mayoría de los sacerdotes jubilados reciben la pensión mínima.
o Muchas de las actividades que lleva a cabo la Iglesia son realizadas de forma ltruista por miles de voluntarios.
La acción educativa de la Iglesia hace posible el ejercicio del derecho de los padres a la educación de sus hijos, según sus convicciones.
Los cristianos creemos firmemente en la libertad de las personas y en la fuerza maravillosa que la educación puede ejercer para abrir nuevos horizontes a cada ser humano y a la propia humanidad. Por medio de la razón y la libertad es posible lograr adhesiones hacia una sociedad fundada verdaderamente en el amor cristiano que culmina con la gracia de la fe.
Durante siglos la Iglesia ha tenido un destacado papel en la educación como creadora de las primeras universidades y también en la enseñanza básica a las personas más humildes ante la pasividad de los estados. Los importantes cambios operados con la aparición de los estados modernos, su función social y la enseñanza obligatoria generalizada pueden llevar a preguntarnos por el sentido que tiene en la actualidad la enseñanza católica.
La acción educativa de la Iglesia hace posible el ejercicio del derecho de los padres a la educación de sus hijos, según sus convicciones. Por ello, los centros educativos católicos son responsables ante sus propios alumnos y ante sus padres de las enseñanzas y actitudes que imparten. La congruencia de cada colegio católico es fundamental para no defraudar a las familias que confían la educación de sus hijos. Estos centros educativos tienen la obligación de procurar una enseñanza de calidad y de planificar su subsistencia y crecimiento, pero no pueden ser concebidos como una mera actividad lucrativa. El balance positivo de los centros educativos viene otorgado por la calidad humana y profesional que logran en su formación.
Para que la participación de los padres sea efectiva, conviene potenciar la sintonía de pensamiento, palabra, consejo y ejemplo de los padres con la acción educativa del colegio. Resulta muy conveniente la creación de modos, lugares y tiempos de diálogo, encuentro, reflexión y celebración de toda la comunidad educativa, que hagan justicia a la misión propia y original de la familia.
La complementariedad de acción entre familias, titulares, profesores, profesionales de la administración y alumnos es el fundamento del buen funcionamiento de la comunidad educativa en las escuelas y en las universidades católicas.
El compromiso con el proyecto común de todos sus responsables es un factor esencial para la participación de padres y alumnos en la acción educativa desde el colegio hasta la universidad. Los centros educativos católicos han de presentar el proyecto educativo que expresa el compromiso de todos por educar.
A los profesores laicos compete la responsabilidad sobre el debido desarrollo del proyecto educativo católico. Como fieles laicos están plenamente implicados en la misión de la Iglesia, y les corresponde testificar cómo la fe cristiana constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad.
El profesor católico está llamado a ser una auténtica imagen del hombre evangélico. Esto supone cuidar con esmero la apertura de miras en sus propuestas educativas e investigadoras, la actitud de servicio al centro y a sus alumnos, la entrega personal buscando el crecimiento del alumno y la gloria de Dios, el espíritu de fraterna solidaridad con todos y la integridad de su vida moral.
El deber de asumir responsabilidades se acrecienta cuando los profesores aceptan las tareas de dirección. Este paso conlleva asumir todos los elementos identificativos de la educación católica y que se expresan sobre todo en la impregnación cristiana del saber y de la cultura que se transmite en la escuela. Es imprescindible superar los riesgos de absorción de las tareas burocráticas a costa de descuidar la formación integral del alumnado.
Los alumnos esperan de sus educadores no sólo maestros en su saber y saber enseñar, sino también testigos de una vida de fe en la que pueden encontrar los signos mediante los cuales Dios se hace presente. Las celebraciones litúrgicas y la colaboración con el proyecto pastoral son ocasiones para que el profesor muestre este plus de entrega y de convicción por amor a Cristo y a su Iglesia. La fe complementa a la razón y acrecienta el compromiso por una sociedad más justa en la que impere el amor.
Con mi bendición y afecto,
A los Sacerdotes, Diáconos, Religiosos y Religiosas
A los fieles laicos y a todas las personas de buena voluntad
Los Obispos del Paraguay, comprometidos en promover en nuestro pueblo la vida plena que nos viene de Jesús, quien dijo “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 16), queremos compartir algunas reflexiones en este momento histórico marcado por grandes problemas nacionales. Al mismo tiempo, con la ayuda de Dios y la esperanza de una vida mejor para nuestro pueblo, contamos con grandes posibilidades para resolverlos.
1. Con la mirada de discípulos y misioneros de Jesucristo percibimos que la pobreza económica en crecimiento se ha instalado fuertemente en medio de nuestro pueblo. A pesar de algunos avances realizados en el campo de la salud, educación, la macroeconomía, y las viviendas populares, continúan los problemas. En la práctica nuestra gente no recibe la atención necesaria de la salud en general. La reforma educativa no ha preparado adecuadamente a los docentes y no ha logrado resolver los graves problemas de la educación, el aumento de la desocupación, la carencia de vivienda digna. La solución de estos problemas debe tener un decidido acompañamiento y un sostenido respaldo de los medios de comunicación.
Los últimos acontecimientos de los devastadores incendios en varias regiones de nuestro país, y la falta de agua potable en las regiones afectadas por la sequía, han dejado al descubierto la desprotección de nuestro pueblo desesperanzado. Esto evidenció la incapacidad de prevenir los siniestros, sea por falta de profesionalidad o por la misma negligencia demostrada que, hasta ahora, golpea fuertemente a los más débiles. Igualmente se constató la precariedad de los recursos técnicos al no resolver con competencia dichos problemas. Aún reconociendo el espíritu solidario de nuestra gente para ofrecer una asistencia inmediata a los problemas mencionados, constatamos que esto no basta, es necesario encontrar nuevas modalidades de prevención y de asistencia sostenida y progresiva.
2. Ante esa situación, nuestra mirada se vuelca hacia Cristo y su Iglesia, buscando la luz que ilumine nuestro caminar.
Contemplamos a Jesús, movido por su profundo amor a “Jerusalén”, su amada ciudad, al verla dividida y dominada por intereses extraños, lejos del anhelo de Dios. Jesús llora sobre ella (Cfr. Lc 19, 41-42). ¿Cuál es ese anhelo de Dios? Es el ver unidos a sus hijos en “Jerusalén” en torno a la centralidad de Dios, reunidos los hombres entre si en la comunidad humana, como Pueblo de Dios. Pero, viéndolos divididos, debilitados, en grupos de intereses mezquinos que producen desplazados, Jesús dice: “Cuántas veces quise juntar a tus hijos y tú no lo has querido” (Mt 23,37).
El hombre avanza en el desarrollo humano sostenible adhiriéndose a los valores fundamentales, bebiendo de la fuente de donde proceden la justicia y la paz como se lee en el Salmo 85: “La Gracia y la Verdad se han encontrado, la Justicia y la Paz se han abrazado: de la tierra está brotando la verdad y del cielo se asoma la justicia.” Sólo así los hombres pueden trabajar unidos y transitar por los verdaderos caminos de la paz, del desarrollo y de su propia dignificación.
En las Bienaventuranzas Jesús nos muestra el camino diciendo: “Dichosos los que trabajan por la paz”, “Dichosos los que buscan la justicia y sufren por ella”(Mt 5, 1, ss).
3. Como discípulos y misioneros de Jesucristo lanzamos una segunda mirada sobre el fenómeno de las migraciones. Esto nos hace reconocer la impotencia del pueblo y sus autoridades para resolver los problemas sociales y económicos. Entre otras causas mencionamos la injusta distribución de las riquezas y de los bienes nacionales, la carencia de trabajo bien remunerado, la falta de salud pública para todos, una educación que no forma personalidades con valores.
Esta realidad se agrava ante los crecientes desplazamientos de nuestros hermanos y hermanas que dejan su pueblo de origen y llegan hasta los centros urbanos, y de aquellos que forzosamente abandonan el país, en busca de mejores condiciones económicas y sociales para su propio sustento y el de sus familiares. Sus consecuencias son la disgregación de las familias, la fuga de profesionales jóvenes que no encuentran un futuro digno y seguro en su país, la disminución de la población y de la mano de obra cualificada y finalmente la lenta desintegración de la misma sociedad.
4. La luz que la Iglesia nos ofrece ante esta situación reside en la importancia que tiene la familia para la sociedad, porque ella “es la comunidad natural en donde se experimenta la sociabilidad humana, contribuye en modo único e insustituible al bien de la sociedad… una sociedad a medida de la familia es la mejor garantía contra toda tendencia de tipo individualista o colectivista, porque en ella es siempre la persona el centro de atención, como fin y nuncacomo medio. Es evidente que las personas y el buen funcionamiento de la sociedad están estrechamente relacionadas con la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (CDSI, 213). Además nos dice el Magisterio de la Iglesia que “El trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre. El trabajo asegura los medios de subsistencia y garantiza el proceso educativo de los hijos” (CDSI, 294).
5. Finalmente como discípulos y misioneros de Jesucristo ofrecemos algunas consideraciones sobre la vida democrática de nuestro país.
Lasituación política de nuestra patria en estos últimos 20 años está marcada por lo que hemos llamado, en su momento, “la apertura democrática”. Hoy nos preguntamos si existe una auténtica democracia en nuestro país. Las elecciones políticas de este tiempo nos indican que no basta una democracia puramente formal, realizada principalmente en los procesos electorales.
No se percibe un auténtico espíritu crítico. Falta un real interés para implantar definitivamente la vigencia del Bien Común Nacional. La política sigue fuertemente marcada por el prebendarismo y por la tradición partidaria, hoy día muy fragmentada. No aparecen las propuestas de un proyecto-país que convenza a la ciudadanía en vista a un cambio de rumbo ante la situación de pobreza, atraso y marginación en que vivimos. Por eso tal vez, se piense solamente en votar sin exigir un programa de gobierno consensuado y sostenible que abarque lo social, político, económico y cultural. Y tan importante como esto es el juicio crítico sobre la capacidad de gestión de las personas que deben implementar dicho programa.
El ejercicio de la política partidaria electoral aún manifiesta antiguas y repetidas características de agresiones mutuas entre candidatos, sin el respeto que merecen las personas y la verdad. Continúan las justificadas desconfianzas que la población tiene hacia los exponentes políticos. Existe poca credibilidad en las promesas electorales. Hay desconcierto sobre el futuro del país. Los propios candidatos deben ofrecer un perfil convincente de patriotismo, coherencia con los principios morales y religiosos y, sobre todo, de una competencia indispensable como futuro estadista.
Una vez más, los Obispos junto con los Sacerdotes y Religiosos, ratificamos, que fieles a la doctrina de la Iglesia, no nos identificamos con ningún partido político. Asimismo no propiciamos ninguna candidatura a los diversos cargos electivos. Mantenemos la absoluta neutralidad que nos es dada por nuestra condición de Pastores al servicio de la unidad de la fe de los cristianos.
6. La Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece luces de interpretación sobre la política democrática.
“El sujeto de la autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad, como titular de la Soberanía. El pueblo transfiere de diversos modos el ejercicio de su soberanía aquellos que elige libremente como sus representantes. El sólo consenso popular, sin embargo, no es suficiente para considerar justas las modalidades del ejercicio de la autoridad política” (CDSI, 395).
“La democracia participativa se basa en la promoción y respeto de los derechos humanos. Una democracia sin valores se vuelve fácilmente una dictadura que termina traicionando al pueblo” (cfr. DA, 74).
“La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad sin suplantar la libre actividad de las personas y de los grupos, sino disciplinándolas y orientándolas hacia la realización del Bien Común, respetando y tutelando la independencia de los sujetos individuales y sociales” (CDSI, 394). “La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla en el ámbito del orden moral que tiene a Dios como primer principio y último fin” (CDSI, 396). “La autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales esenciales” (CDSI, 397). Por su parte “El ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las autoridades civiles si éstas son contrarias a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio” (CDSI, 399).
7. De las anteriores consideraciones brotan compromisos ineludibles y urgentes que como discípulos y misioneros de Jesucristo deben movernos a la acción concreta y eficaz.
Exhortamos a los responsables del Bien Común, Gobierno Nacional y Departamental, Municipios, Secretaría de Emergencia Nacional y otros, a mejorar sus estructuras de prevención y a capacitar a los entes para cualificar sus servicios a fin de ofrecer asistencia rápida para prevenir y solucionar las emergencias coyunturales.
Proponemos que el Gobierno, juntamente con los empresarios y otras entidades, diseñen un Programa específico para la creación de fuentes de trabajo en especial, para las familias más carenciadas, con una opción preferencial por los jóvenes, para evitar el éxodo de nuestros compatriotas al exterior.
Todos somos responsables de elegir conciente y libremente a nuestras autoridades. No hipotequemos nuestra conciencia por un poco de dinero. Usemos del derecho de votar y seamos conscientes que el voto es obligatorio.
Pongamos todo nuestro esfuerzo para que las campañas políticas sean realizadas en el clima de la democracia multipartidaria, en el respeto a las personas y a la verdad, evitando decididamente los ataques personales y ofensas gratuitas lanzadas sin fundamento ni responsabilidad.
Exhortamos a los ciudadanos a que participen activamente en las elecciones con su voto responsable, sabiendo que ello puede contribuir para eliminar la corrupción. Por eso deben fijarse en los programas que contribuyan a la consolidación de la economía solidaria y de una política del servicio al Bien Común como constitutivos de la democracia.
Con espíritu crítico analicemos el perfil de cada candidato para comprobar si se ajusta o no a las cualidades indispensables de futuro estadista y quien debe implementar y fortalecerun sistema democrático.
8. Como discípulos y misioneros de Jesucristo, imploramos la intercesión de San Roque González de Santa Cruz y Compañeros Mártires para el logro de estos compromisos. Rogamos la protección de la Madre de Dios, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé.
Con afecto paternal les bendecimos a todos.
Los Obispos del Paraguay
Asunción, 9 de Noviembre de 2007