ZENIT publica la primera predicaci?n de Adviento que, en presencia de Benedicto XVI, ha pronunciado el padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia. Eje de estas meditaciones es el tema ?Nos ha hablado por medio del Hijo? (Hebreos 1, 2); asisten tambi?n a este camino de preparaci?n de la Navidad, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apost?lico del Vaticano, colaboradores del Santo Padre. P. Raniero Cantalamessa
Adviento 2007 en la Casa Pontificia
Primera Predicaci?n
JES?S DE NAZARET, ??UNO DE LOS PROFETAS??
1. La ?tercera investigaci?n? ?Muchas veces y de muchos modos habl? Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas: en estos ?ltimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituy? heredero de todo, por quien tambi?n hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, despu?s de llevar a cabo la purificaci?n de los pecados, se sent? a la diestra de la Majestad en las alturas (Hb 1, 1-3).
Este impulso de la Carta a los Hebreos constituye una s?ntesis grandiosa de toda la historia de la salvaci?n. Est? formada por la sucesi?n de dos tiempos: el tiempo en que Dios hablaba por medio de los profetas y el tiempo en que Dios habla por medio de su Hijo; el tiempo en que hablaba ?por persona intermedia? y el tiempo en que habla ?en persona?. El Hijo, en efecto, es ?resplandor de su gloria e impronta de su sustancia?, esto es, como se dir? m?s tarde, de la misma sustancia del Padre.
Existe continuidad y salto de calidad a la vez. Es el mismo Dios quien habla, la misma revelaci?n; la novedad es que ahora el Revelador se hace revelaci?n; revelaci?n y revelador coinciden. La f?rmula de introducci?n de los or?culos es la mejor demostraci?n de ello: ya no ?Dice el Se?or?, sino ?Yo os digo?.
A la luz de esta poderosa palabra de Dios que es Hebreos 1,1-3, busquemos, en esta predicaci?n de Adviento, hacer un discernimiento de las opiniones que circulan actualmente sobre Jes?s, fuera y dentro de la Iglesia, a fin de poder, en Navidad, unir sin reservas nuestra voz a la de la liturgia que proclama su fe en el Hijo de Dios venido a este mundo. Somos continuamente reconducidos al di?logo de Cesarea de Filipo: ?para m? Jes?s es ?uno de los profetas? o es el ?Hijo del Dios vivo?? (v. Mt 16,14-16).
En el campo de los estudios hist?ricos sobre Jes?s, se est? viviendo la llamada ?tercera investigaci?n?. Se denomina as? para distinguirla tanto de la ?antigua investigaci?n? hist?rica de inspiraci?n racionalista y liberal que domin? desde finales del siglo XVIII todo el siglo XIX, como de la llamada ?nueva investigaci?n hist?rica? que empez? hacia mediados del siglo pasado en reacci?n a la tesis de Bultmann que hab?a proclamado el Jes?s hist?rico inalcanzable y sobre todo irrelevante para la fe cristiana.
?En qu? se diferencia la ?tercera investigaci?n? de las precedentes? Ante todo en la convicci?n de que podemos saber del Jes?s de la historia gracias a las fuentes, mucho m?s de cuanto en el pasado se admit?a. Pero sobre todo la tercera investigaci?n se diferencia en los criterios para alcanzar la verdad hist?rica sobre Jes?s. Si antes se pensaba que el criterio fundamental de certificaci?n de la verdad de un hecho o de un dicho de Jes?s era que hubiera estado en contraste con cuanto se hac?a o se pensaba en el mundo judaico contempor?neo a ?l, ahora se ve, al contrario, en la compatibilidad de un dato evang?lico con el juda?smo del tiempo. Si antes el sello de autenticidad de un dicho o de un hecho era su novedad e ?inexplicabilidad? respecto al ambiente, ahora es, al contrario, su explicabilidad a la luz de nuestros conocimientos del juda?smo y de la situaci?n social de la Galilea del tiempo.
Son evidentes algunas ventajas de esta nueva aproximaci?n. Se reencuentra la continuidad de la revelaci?n. Jes?s se sit?a en el interior del mundo judaico, en la l?nea de los profetas b?blicos. Hace sonre?r la idea de que hubo un tiempo en que se cre?a poder explicar todo el cristianismo con el recurso a influencias helen?sticas.
El problema es que se ha llevado tan all? esta conquista que se ha convertido en p?rdida. En muchos representantes de esta tercera investigaci?n, Jes?s acaba por diluirse completamente en el mundo judaico, sin distinguirse ya m?s que en alg?n detalle y por alguna interpretaci?n particular de la Tor?. Uno de los profetas jud?os, o como gusta decir, de los ?carism?ticos itinerantes?. Significativo el t?tulo de un ensayo famoso, el de J. D. Crossmann: ?El Jes?s hist?rico. La vida de un campesino jud?o del Mediterr?neo?.
Sin llegar a estos excesos, tambi?n el autor m?s conocido y, en cierto sentido, iniciador de la tercera investigaci?n, E. P. Sanders, se encuentra en esta l?nea [1]. Encontrada de nuevo la continuidad, se ha perdido la novedad. La divulgaci?n, tambi?n entre nosotros, en Italia, ha hecho el resto, difundiendo la imagen de un Jes?s jud?o entre jud?os, que no hizo casi nada nuevo, pero del que se sigue diciendo (no se sabe c?mo) que ?cambi? el mundo?.
Se contin?a reprochando a las generaciones de estudiosos del pasado haberse construido cada vez una imagen de Jes?s seg?n la moda o los gustos del momento, y no se percibe que se prosigue en la misma l?nea. Esta insistencia en el Jes?s jud?o entre jud?os, de hecho, depende al menos en parte del deseo de reparar los errores hist?ricos cometidos contra este pueblo y de favorecer el di?logo entre jud?os y cristianos. Un ?ptimo objetivo que se persigue, como veremos enseguida, con un medio (por el modo en que se utiliza) equivocado. Se trata en efecto de una tendencia s?lo aparentemente filo-judaica. En realidad se termina por cargar al mundo judaico con una responsabilidad m?s: la de no haber reconocido a uno de ellos, uno cuya doctrina era perfectamente compatible con cuanto el mismo cre?a.
2. El rabino Neusner y Benedicto XVI Quien ha evidenciado lo iluso de esta aproximaci?n con la finalidad de un verdadero di?logo entre juda?smo y cristianismo ha sido precisamente un jud?o, el rabino americano Jacob Neusner. Quien haya le?do el libro del Papa Benedicto XVI sobre Jes?s de Nazaret sabe ya mucho sobre el pensamiento de este rabino, con quien dialoga en uno de los cap?tulos m?s apasionantes del libro. Lo reevoco en sus puntos principales.
El conocid?simo estudioso jud?o escribi? un libro titulado ?Un rabino habla con Jes?s?. En ?l imagina ser un contempor?neo de Cristo que un d?a se suma a la multitud que le sigue y escucha el serm?n de la monta?a. Explica por qu?, a?n fascinado por la doctrina y por la persona del Galileo, al final comprende, a su pesar, que no puede hacerse disc?pulo suyo y decide permanecer como disc?pulo de Mois?s y seguidor de la Tor?.
Todos los motivos de su decisi?n al final se reducen a uno solo: para aceptar lo que este hombre dice ha que reconocerle la misma autoridad de Dios. ?l no se limita a ?cumplirla?, sino que sustituye la Tor?. Impresionante el intercambio de ideas que el rabino, desde el encuentro con Jes?s, tiene con su maestro en la sinagoga:
Maestro: ??Ha descuidado algo [de la Tor?] tu Jes?s??
Rabino Neusner: ?Nada?
Maestro: ??Entonces ha a?adido algo??
Rabino Neusner: ?S?, a s? mismo?
Interesante coincidencia: es la misma respuesta que san Ireneo daba en el siglo II a quienes se preguntaban qu? hab?a tra?do Cristo de nuevo, al venir al mundo. ?Ha tra?do --escrib?a-toda novedad, tray?ndose a s? mismo?: ?omnem novitatem attulit semetipsum afferens? [2].
Neusner ha sacado a la luz la imposibilidad de hacer de Jes?s un jud?o ?normal? de su tiempo, o uno que se aparta de aqu?l s?lo en puntos de importancia secundaria. Tuvo tambi?n otro grand?simo m?rito: mostrar la inanidad de todo intento de separar al Jes?s de la historia del Cristo de la fe. Hace ver c?mo la cr?tica puede quitar del Jes?s de la historia todos los t?tulos: negar que se haya (o que le hayan) atribuido, en su vida terrena, el t?tulo de Mes?as, de Se?or, de Hijo de Dios. Despu?s de que se le haya quitado todo lo que se quiera, lo que permanece en los evangelios es m?s que suficiente para demostrar que no se consideraba un simple hombre. Igual que basta con un fragmento de cabello, una gota de sudor o de sangre para reconstruir el ADN completo de una persona, tambi?n basta con un dicho, tomado casi por casualidad, del evangelio para demostrar la conciencia que Jes?s ten?a de actuar con la misma autoridad de Dios.
Neusner, como buen jud?o, sabe qu? quiere decir: ?El Hijo del hombre es se?or tambi?n del s?bado?, porque el s?bado es la ?instituci?n? divina por excelencia. Sabe qu? implica decir: ?Si quieres ser perfecto ven y s?gueme?: quiere decir sustituir el antiguo paradigma de santidad, que consiste en la imitaci?n de Dios (?Sed santos porque yo, vuestro Dios, soy santo?), con el nuevo paradigma que consiste en la imitaci?n de Cristo. Sabe que s?lo Dios puede suspender la aplicaci?n del cuarto mandamiento como hace Jes?s cuando pide a uno que renuncie a sepultar a su padre. Comentando estos dichos de Jes?s, Neusner exclama: ?Es el Cristo de la fe el que habla aqu?? [3].
En su libro el Papa responde ampliamente y, para un creyente, de forma convincente e iluminadora, a la dificultad del rabino Neusner. Su respuesta me hace pensar en la que Jes?s mismo dio a los que envi? donde Juan el Bautista a preguntarle: ??Eres t? quien debe venir o debemos esperar a otro??. Jes?s, en otras palabras, no s?lo reivindic? para s? una autoridad divina, sino que tambi?n dio se?ales y garant?as de ello: los milagros, su propia ense?anza (que no se agota en el serm?n de la monta?a), el cumplimiento de las profec?as, sobre todo aquella pronunciada por Mois?s de un profeta semejante o superior a ?l; despu?s su muerte, su resurrecci?n y la comunidad nacida de ?l que realiza la universalidad de la salvaci?n anunciada por los profetas.
3. ?Exhortaos mutuamente? Ser?a necesario, en este punto, observar algo: el problema de la relaci?n entre Jes?s y los profetas no se plantea s?lo en el contexto del di?logo entre cristianismo y juda?smo, sino tambi?n dentro de la propia teolog?a cristiana, donde no han faltado intentos de explicar la personalidad de Cristo con el recurso a la categor?a de profeta. Estoy convencido de la radical insuficiencia de una cristolog?a que pretenda aislar el t?tulo de profeta y refundar sobre ?l todo el edificio de la cristolog?a.
Adem?s, este intento no es en absoluto nuevo. Lo propuso en la antig?edad Pablo de Samosata, Fotino y otros en t?rminos a veces casi id?nticos. Entonces, en una cultura de orientaci?n metaf?sica, se hablaba del mayor profeta; actualmente, en una cultura de orientaci?n hist?rica, se habla de profeta escatol?gico. ?Pero es tan distinto escatol?gico de supremo? ?Puede uno ser el mayor profeta sin ser tambi?n el profeta definitivo, y puede el profeta definitivo no ser asimismo el mayor de los profetas?
Una cristolog?a que no va m?s all? de la categor?a de Jes?s como ?profeta escatol?gico? constituye, s?, como est? en las intenciones de quien la propone, una actualizaci?n del dato antiguo, pero no del dato definido por los concilios, sino del dato condenado por los concilios.
Sobre este problema no insisto, que lo trat? en a?os pasados en esta misma sede [4]. M?s bien desear?a pasar inmediatamente a alguna aplicaci?n pr?ctica de las reflexiones hechas hasta ahora que nos ayude a hacer del Adviento un tiempo de conversi?n y de despertar espiritual.
La conclusi?n que la Carta a los Hebreos saca de la superioridad de Cristo sobre los profetas y sobre Mois?s no es una conclusi?n triunfalista, sino paren?tica; no insiste en la superioridad del cristianismo, sino en la mayor responsabilidad de los cristianos ante Dios. Dice:
?Por tanto, es preciso que prestemos mayor atenci?n a lo que hemos o?do, para que no nos extraviemos. Pues si la palabra promulgada por medio de ?ngeles obtuvo tal firmeza que toda trasgresi?n y desobediencia recibi? justo castigo, ?c?mo saldremos absueltos nosotros si descuidamos tan gran salvaci?n?? (Hb 2, 1-3). ?Antes bien, exhortaos mutuamente cada d?a mientras dure este "hoy", para que ninguno de vosotros se endurezca seducido por el pecado? (Hb 3, 13).
Y en el cap?tulo 10 a?ade: ?Si alguno viola la ley de Mois?s, es "condenado a muerte" sin compasi?n, "por la declaraci?n de dos o tres testigos". ?Cu?nto m?s grave castigo pens?is que merecer? el que pisote? al Hijo de Dios, y tuvo como profana "la sangre de la alianza" que le santific?, y ultraj? al Esp?ritu de la gracia?? (Hb 10, 28-29).
La palabra con la que, recogiendo la invitaci?n del autor, deseamos exhortarnos mutuamente es la que la liturgia nos ha hecho escuchar el pasado domingo y que da el tono a toda la primera semana de Adviento: ??Velad!?. Es interesante observar algo. Cuando se retoma en la catequesis apost?lica despu?s de Pascua, esta palabra de Jes?s se encuentra casi siempre dramatizada: no velad, sino despertad, ?espabilaos del sue?o! Del estado de vigilia se pasa al acto de despertarse.
Existe en la base la constataci?n de que en esta vida estamos cr?nicamente expuestos a recaer en el sue?o, o sea, en un estado de suspensi?n de las facultades, de adormecimiento y de inercia espiritual. Las cosas materiales tienen un efecto narcotizante en el alma. Por eso Jes?s recomienda: ??Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida!? (Lc 21, 34).
Puede servirnos de ?til examen de conciencia volver a escuchar la descripci?n que san Agust?n hace de este estado de duermevela en las Confesiones: ?El fardo del mundo me oprim?a como en un deleitoso sue?o; y los pensamientos que de Ti me ven?an eran como esos intentos por despertar que a veces tenemos y que son vencidos por la pesadez del sue?o [...]. As? ten?a yo por cierto que es mejor entregarme a tu amor que ceder a mis apetitos; pero si tu amor me atra?a no llegaba a vencerme, y el apetito, porque me agradaba, me ten?a vencido. No ten?a respuesta que darte cuando me dec?as: "?Despierta, t? que duermes, y lev?ntate de entre los muertos, y te iluminar? Cristo!" (Ef 5,14). Y mientras t? me rodeabas con la verdad por todas partes y de ella estaba totalmente convencido, no ten?a para responderte sino lentas palabras llenas de sue?o: "Si, ya voy, ahora voy; pero, ?agu?rdame un poquito!". Y mientras tanto pasaba el tiempo? [5] .
Sabemos c?mo el santo sali? al final de este estado. Se encontraba en un jard?n en Mil?n, lacerado por esta lucha entre la carne y el esp?ritu; oy? las palabras de un canto: ?Tolle, lege, tolle, lege?. Las tom? como una invitaci?n divina; ten?a consigo el libro de las cartas de Pablo; lo abri? decidido a tomar como palabra de Dios para ?l el primer pasaje sobre el que cayera. Y fue sobre el texto que hemos escuchado el domingo pasado, en la segunda lectura de la Misa:
?Ya es ya hora de levantaros del sue?o; que la salvaci?n est? m?s cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche est? avanzada; el d?a se avecina; despoj?monos, pues, de las obras de las tinieblas y revist?monos de las armas de la luz. Como en pleno d?a, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestios m?s bien del Se?or Jesucristo y no os preocup?is de la carne para satisfacer sus concupiscencias? (Rm 13, 11-14). Una luz de serenidad atraves? el cuerpo y el alma de Agust?n y comprendi? que, con la ayuda de Dios, pod?a vivir casto.
4. ?Dame castidad y continencia? El caso de Agust?n me lleva a introducir en mi reflexi?n una nota de actualidad. La semana pasada se emiti? en ?Rai Uno? un espect?culo del c?mico Roberto Benigni que registr? una audiencia elevad?sima. Se trat?, en momentos, de una lecci?n de alt?sima comunicaci?n religiosa, adem?s de art?stica y literaria, de la que tanto tendr?amos que aprender los predicadores: capacidad de dar voz al sentido de lo eterno del hombre, la maravilla frente al misterio, al arte, a la belleza y al simple hecho de existir.
Lamentablemente, sobre un punto, tal vez no premeditado, el c?mico lanz? un mensaje que podr?a ser muy peligroso para los j?venes y que hay que rectificar. Para apoyar su invitaci?n a no tener miedo de las pasiones, a experimentar el v?rtigo del amor tambi?n en su aspecto carnal, cit? la frase de Agust?n que dice: ?Dame la castidad y la continencia, pero no ahora? [6] . Como si antes hubiera que probar de todo y despu?s, quien sabe si ya ancianos, cuando no cuesta esfuerzo, practicar la castidad.
No dijo el c?mico hasta qu? punto Agust?n se tuvo que arrepentir despu?s de haber hecho, siendo joven, aquella plegaria, y cu?ntas l?grimas le cost? arrancarse la esclavitud a la que se hab?a entregado. No record? la oraci?n con la que el santo sustituy? la otra, una vez reconquistada la libertad: ?T? me mandas que sea casto; pues bien: dame lo que me pides y p?deme lo que quieras? [7].
No creo que los j?venes de hoy necesiten ?nimos para ?lanzarse?, para ?experimentar?, para romper l?mites (todo les empuja directamente en esta direcci?n con los tr?gicos resultados que conocemos). Tienen necesidad de que se les den motivaciones v?lidas, no ciertamente a temer su cuerpo y el amor, sino a tener miedo de destruir uno y otro.
En el canto del Infierno que el c?mico coment? admirablemente, Dante brinda una de estas motivaciones profundas, sobre la que, sin embargo, se ha pasado de largo. El mal es someter la raz?n al instinto, en lugar del instinto a la raz?n. ?Supe que a un tal tormento / sentenciados eran los pecadores carnales / que la raz?n al deseo sometieron?. El deseo tiene su funci?n si es regulado por la raz?n; en caso contrario se convierte en el enemigo, no en el aliado, del amor, llevando a los cr?menes m?s brutales de los que las cr?nicas recientes nos han dado ejemplos.
Pero vayamos m?s directamente a nuestra reflexi?n. La vida espiritual no se reduce ciertamente s?lo a la castidad y a la pureza; sin embargo es verdad que sin ellas todo esfuerzo en otras direcciones resulta imposible. Se trata, verdaderamente, como la llama Pablo en el texto citado, un ?arma de la luz?: una condici?n para que la luz de Cristo se difunda alrededor de nosotros y a trav?s de nosotros.
Hoy se tiende a contraponer entre s? los pecados contra la pureza y los pecados contra el pr?jimo, y se tiende a considerar verdadero pecado s?lo aqu?l contra el pr?jimo; se ironiza, a veces, sobre el culto excesivo dado en el pasado a la ?bella virtud?. Esta actitud, en parte, es explicable; la moral hab?a acentuado demasiado unilateralmente, con anterioridad, los pecados de la carne hasta crear, a veces, aut?nticas neurosis, en perjuicio de la atenci?n a los deberes hacia el pr?jimo y tambi?n en perjuicio de la misma virtud de la pureza que era, de tal manera, empobrecida y reducida a virtud casi s?lo negativa, la virtud de saber decir no.
Pero ahora se ha pasado al exceso opuesto y se tiende a minimizar los pecados contra la pureza en beneficio (frecuentemente s?lo verbal) de una atenci?n al pr?jimo. Es iluso creer que se puede armonizar un aut?ntico servicio a los hermanos --que requiere siempre sacrificio, altruismo, olvido de s? y generosidad-- y una vida personal desordenada, toda orientada a complacerse a uno mismo y a las propias pasiones. Se acaba, inevitablemente, por instrumentalizar a los hermanos, como se instrumentaliza el propio cuerpo. No sabe decir ?s?? a los hermanos quien no sabe decir ?no? a uno mismo.
Una de las ?excusas? que m?s contribuyen a favorecer el pecado de impureza, en la mentalidad de la gente, y a descargarlo de toda responsabilidad es que, total, no hace mal a nadie, no viola los derechos ni las libertades de los dem?s, a menos --se dice-- que se trate de violencia carnal. Pero aparte del hecho de que viola el derecho fundamental de Dios de dar una ley a sus criaturas, esta ?excusa? es falsa tambi?n respecto al pr?jimo. No es verdad que el pecado de impureza se quede en quien lo comete.
En el ?Talmud? judaico se lee un ap?logo que ilustra bien la solidaridad que existe en el pecado y el da?o que cada pecado, incluso personal, acarrea a los dem?s: ?Algunas personas se encontraban a bordo de una barca. Una de ellas tom? un taladro y empez? a hacer un agujero. Los dem?s pasajeros, al verlo, le dijeron: - ?Qu? heces? - ?l respondi?: - ?Qu? os importa? ?Acaso no es bajo mi asiento donde estoy perforando? - Pero ellos replicaron: - ?S?, pero el agua entrar? y nos anegar? a todos!?. ?No es lo que est? ocurriendo en nuestra sociedad? Tambi?n la Iglesia sabe algo del mal que se puede ocasionar a todo el Cuerpo con los errores personales cometidos en este terreno.
Uno de los acontecimientos espirituales de mayor relevancia de estos ?ltimos meses ha sido la publicaci?n de los ?escritos personales? de la Madre Teresa de Calcuta. El t?tulo elegido para el libro que los re?ne es la palabra que Cristo le dirigi? en el momento de llamarla a su nueva misi?n: ?Come, be my light?; Ven, s? mi luz en el mundo. Es una palabra que Jes?s dirige a cada uno de nosotros y que, con la ayuda de la Virgen Sant?sima y la intercesi?n de la beata de Calcuta, queremos recibir con amor y procurar poner en pr?ctica este Adviento.
-------------------------------------------------
[1] E.P. Sanders, Jesus and Judaism, London 1985, trad. italiana Ges? e il giudaismo, Marietti 1992.
[2] S. Ireneo, Adv. Haer. IV,34,1
[3] J. Neusner, op. cit. 84.
[4] V. Meditaciones de Adviento de 1989 recogidas en el libro Ges? Cristo, il Santo di Dio, cap. VII, Edizioni San Paolo 1999.
[5] S. Agust?n, Confesiones, VIII, 5,12.
[6] S. Agust?n, Confesiones, VIII, 6,17.
[7] Ib. X, 29:
Traducci?n del original italiano por Marta Lago