Domingo, 23 de diciembre de 2007
Con ocasi?n de la ?ltima audiencia del a?o 2007 celebrada por el Santo Padre el 19 de Diciembre, la Prefectura de la Casa Pontificia hizo p?blica "Nota Doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelizaci?n".


Mi?rcoles 19 de diciembre de 2007



I. Introducci?n

1. Enviado por el Padre para anunciar el Evangelio, Jesucristo invita a todos los hombres a la conversi?n y a la fe (cf. Mc 1, 14-15), encomendando a los Ap?stoles, despu?s de su resurrecci?n, continuar su misi?n evangelizadora (cf. Mt 28, 19-20; Mc 16, 15; Lc 24, 4-7; Hch 1, 3): ?como el Padre me envi?, tambi?n yo os env?o? (Jn 20, 21; cf. 17, 18). Mediante la Iglesia, quiere llegar a cada ?poca de la historia, a cada lugar de la tierra y a cada ?mbito de la sociedad, quiere llegar hasta cada persona, para que todos sean un solo reba?o con un solo pastor (cf. Jn 10, 16): ?Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creaci?n. El que crea y sea bautizado, se salvar?; el que no crea, se condenar? (Mc 16, 15-16).

Los Ap?stoles, entonces, ?movidos por el Esp?ritu Santo, invitaban a todos a cambiar de vida, a convertirse y a recibir el bautismo?[1], porque la ?Iglesia peregrina es necesaria para la Salvaci?n?[2]. Es el mismo Se?or Jesucristo que, presente en su Iglesia, precede la obra de los evangelizadores, la acompa?a y sigue, haciendo fructificar el trabajo: lo que acaeci? al principio contin?a durante todo el curso de la historia.

Al comienzo del tercer milenio, resuena en el mundo la invitaci?n que Pedro, junto con su hermano Andr?s y con los primeros disc?pulos, escuch? de Jes?s mismo: ?rema mar adentro, y echad vuestras redes para pescar? (Lc 5, 4)[3]. Y despu?s de la pesca milagrosa, el Se?or anunci? a Pedro que se convertir?a en ?pescador de hombres? (Lc 5, 10).

2. El t?rmino evangelizaci?n tiene un significado muy rico[4]. En sentido amplio, resume toda la misi?n de la Iglesia: toda su vida, en efecto, consiste en realizar la traditio Evangelii, el anuncio y transmisi?n del Evangelio, que es ?fuerza de Dios para la salvaci?n de todo el que cree? (Rm 1, 16) y que en ?ltima instancia se identifica con el mismo Cristo (1 Co 1, 24). Por eso, la evangelizaci?n as? entendida tiene como destinataria toda la humanidad. En cualquier caso evangelizaci?n no significa solamente ense?ar una doctrina sino anunciar a Jesucristo con palabras y acciones, o sea, hacerse instrumento de su presencia y actuaci?n en el mundo.

?Toda persona tiene derecho a escuchar la ?Buena Nueva? de Dios que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocaci?n?[5]. Es un derecho conferido por el mismo Se?or a toda persona humana, por lo cual todos los hombres y mujeres pueden decir junto con San Pablo: Jesucristo ?me am? y se entreg? por m?? (Gal 2, 20). A este derecho le corresponde el deber de evangelizar: ?no es para m? ning?n motivo de gloria; es m?s bien un deber que me incumbe. Y ?ay de m? si no predicara el Evangelio!? (1 Co 9, 16; cf. Rm 10, 14). As? se entiende porqu? toda actividad de la Iglesia tenga una dimensi?n esencial evangelizadora y jam?s debe ser separada del compromiso de ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe, que es el objetivo primario de la evangelizaci?n: ?La cuesti?n social y el Evangelio son realmente inseparables. Si damos a los hombres s?lo conocimientos, habilidades, capacidades t?cnicas e instrumentos, les damos demasiado poco?[6].

3. Hoy en d?a, sin embargo, hay una confusi?n creciente que induce a muchos a desatender y dejar inoperante el mandato misionero del Se?or (cf. Mt 28, 19). A menudo se piensa que todo intento de convencer a otros en cuestiones religiosas es limitar la libertad. Ser?a l?cito solamente exponer las propias ideas e invitar a las personas a actuar seg?n la conciencia, sin favorecer su conversi?n a Cristo y a la fe cat?lica: se dice que basta ayudar a los hombres a ser m?s hombres o m?s fieles a su propia religi?n, que basta con construir comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Adem?s, algunos sostienen que no deber?a anunciar a Cristo a quienes no lo conocen, ni favorecer la adhesi?n a la Iglesia, pues ser?a posible salvarse tambi?n sin un conocimiento expl?cito de Cristo y sin una incorporaci?n formal a la Iglesia.

Para salir al paso de esta problem?tica, la Congregaci?n para la Doctrina de la Fe ha estimado necesario publicar la presente Nota, la cual, presuponiendo toda la doctrina cat?lica sobre la evangelizaci?n, ampliamente tratada en el Magisterio de Pablo VI y de Juan Pablo II, tiene como finalidad aclarar algunos aspectos de la relaci?n entre el mandato misionero del Se?or y el respeto a la conciencia y a la libertad religiosa de todos. Son aspectos con implicaciones antropol?gicas, eclesiol?gicas y ecum?nicas.

II. Algunas implicaciones antropol?gicas

4. ?Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el ?nico Dios verdadero, y al que t? has enviado, Jesucristo? (Jn 17, 3): Dios concedi? a los hombres inteligencia y voluntad para que lo pudieran buscar, conocer y amar libremente. Por eso la libertad humana es un recurso y, a la vez, un reto para el hombre que le presenta Aquel que lo ha creado. Un ofrecimiento a su capacidad de conocer y amar lo que es bueno y verdadero. Nada como la b?squeda del bien y la verdad pone en juego la libertad humana, reclam?ndole una adhesi?n tal que implica los aspectos fundamentales de la vida. Este es, particularmente, el caso de la verdad salv?fica, que no es solamente objeto del pensamiento sino tambi?n acontecimiento que afecta a toda la persona ? inteligencia, voluntad, sentimientos, actividades y proyectos ? cuando ?sta se adhiere a Cristo. En esta b?squeda del bien y la verdad act?a ya el Esp?ritu Santo, que abre y dispone los corazones para acoger la verdad evang?lica, seg?n la conocida afirmaci?n de Santo Tom?s de Aquino: ?omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est?[7]. Por eso es importante valorar esta acci?n del Esp?ritu Santo, que produce afinidad y acerca los corazones a la verdad, ayudando al conocimiento humano a madurar en la sabidur?a y en el abandono confiado en lo verdadero[8].

Sin embargo, hoy en d?a, cada vez m?s frecuentemente, se pregunta acerca de la legitimidad de proponer a los dem?s lo que se considera verdadero en s?, para que puedan adherirse a ello. Esto a menudo se considera como un atentado a la libertad del pr?jimo. Tal visi?n de la libertad humana, desvinculada de su inseparable referencia a la verdad, es una de las expresiones ?del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja como ?ltima medida s?lo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisi?n?[9]. En las diferentes formas de agnosticismo y relativismo presentes en el pensamiento contempor?neo, ?la leg?tima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente v?lidas. Este es uno de los s?ntomas m?s difundidos de la desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual. No se sustraen a esta prevenci?n ni siquiera algunas concepciones de vida provenientes de Oriente; en ellas, en efecto, se niega a la verdad su car?cter exclusivo, partiendo del presupuesto de que se manifiesta de igual manera en diversas doctrinas, incluso contradictorias entre s??[10]. Si el hombre niega su capacidad fundamental de conocer la verdad, si se hace esc?ptico sobre su facultad de conocer realmente lo que es verdadero, termina por perder lo ?nico que puede atraer su inteligencia y fascinar su coraz?n.

5. En este sentido, en la b?squeda de la verdad, se enga?a quien s?lo conf?a en sus propias fuerzas, sin reconocer la necesidad que cada uno tiene del auxilio de los dem?s. El hombre ?desde el nacimiento, pues, est? inmerso en varias tradiciones, de las cuales recibe no s?lo el lenguaje y la formaci?n cultural, sino tambi?n muchas verdades en las que, casi instintivamente, cree. De todos modos el crecimiento y la maduraci?n personal implican que estas mismas verdades puedan ser puestas en duda y discutidas por medio de la peculiar actividad cr?tica del pensamiento. Esto no quita que, tras este paso, las mismas verdades sean ?recuperadas? sobre la base de la experiencia llevada que se ha tenido o en virtud de un razonamiento sucesivo. A pesar de ello, en la vida de un hombre las verdades simplemente cre?das son mucho m?s numerosas que las adquiridas mediante la constataci?n personal?[11]. La necesidad de confiar en los conocimientos transmitidos por la propia cultura, o adquiridos por otros, enriquece al hombre ya sea con verdades que no pod?a conseguir por s? solo, ya sea con las relaciones interpersonales y sociales que desarrolla. El individualismo espiritual, por el contrario, a?sla a la persona impidi?ndole abrirse con confianza a los dem?s ? y, por lo tanto, recibir y dar en abundancia los bienes que sostienen su libertad ? poniendo en peligro incluso el derecho de manifestar socialmente sus propias convicciones y opiniones[12].

En particular, la verdad que es capaz de iluminar el sentido de la propia vida y de guiarla se alcanza tambi?n mediante el abandono confiado en aquellos que pueden garantizar la certeza y la autenticidad de la verdad misma: ?La capacidad y la opci?n de confiarse uno mismo y la propia vida a otra persona constituyen ciertamente uno de los actos antropol?gicamente m?s significativos y expresivos?[13]. La aceptaci?n de la Revelaci?n que se realiza en la fe, aunque suceda en un nivel m?s profundo, entra en la din?mica de la b?squeda de la verdad: ?Cuando Dios revela hay que prestarle ?la obediencia de la fe?, por la que el hombre se conf?a libre y totalmente a Dios prestando ?a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad?, y asistiendo voluntariamente a la revelaci?n hecha por ?l?[14]. El Concilio Vaticano II, despu?s de haber afirmado el deber y el derecho de todo hombre a buscar la verdad en materia religiosa, a?ade: ?la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social, es decir, mediante una libre investigaci?n, sirvi?ndose del magisterio o de la educaci?n, de la comunicaci?n y del di?logo, por medio de los cuales unos exponen a otros la verdad que han encontrado o creen haber encontrado?[15]. En cualquier caso, la verdad ?no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad?[16]. Por lo tanto, estimular honestamente la inteligencia y la libertad de una persona hacia el encuentro con Cristo y su Evangelio no es una intromisi?n indebida, sino un ofrecimiento leg?timo y un servicio que puede hacer m?s fecunda la relaci?n entre los hombres.

6. La evangelizaci?n es, adem?s, una posibilidad de enriquecimiento no s?lo para sus destinatarios sino tambi?n para quien la realiza y para toda la Iglesia. Por ejemplo, en el proceso de inculturaci?n, ?la misma Iglesia universal se enriquece con expresiones y valores en los diferentes sectores de la vida cristiana, [?] conoce y expresa a?n mejor el misterio de Cristo, a la vez que es alentada a una continua renovaci?n?[17]. La Iglesia, en efecto, que desde el d?a de Pentecost?s ha manifestado la universalidad de su misi?n, asume en Cristo las riquezas innumerables de los hombres de todos los tiempos y lugares de la historia humana[18]. Adem?s de su valor antropol?gico impl?cito, todo encuentro con una persona o con una cultura concreta puede desvelar potencialidades del Evangelio poco explicitadas precedentemente, que enriquecer?n la vida concreta de los cristianos y de la Iglesia. Gracias, tambi?n, a este dinamismo, la ?Tradici?n, que deriva de los Ap?stoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Esp?ritu Santo?[19].

En efecto, el Esp?ritu que, despu?s de haber obrado la encarnaci?n de Jesucristo en el vientre virginal de Mar?a, vivifica la acci?n materna de la Iglesia en la evangelizaci?n de las culturas. Si bien el Evangelio es independiente de todas las culturas, es capaz de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna[20]. En este sentido, el Esp?ritu Santo es tambi?n el protagonista de la inculturaci?n del Evangelio, es el que precede, en modo fecundo, al di?logo entre la Palabra de Dios, revelada en Jesucristo, y las inquietudes m?s profundas que brotan de la multiplicidad de los hombres y de las culturas. As? contin?a en la historia, en la unidad de una misma y ?nica fe, el acontecimiento de Pentecost?s, que se enriquece a trav?s de la diversidad de lenguas y culturas.

7. La actividad por medio de la cual el hombre comunica a otros eventos y verdades significativas desde el punto de vista religioso, favoreciendo su recepci?n, no solamente est? en profunda sinton?a con la naturaleza del proceso humano de di?logo, de anuncio y aprendizaje, sino que tambi?n responde a otra importante realidad antropol?gica: es propio del hombre el deseo de hacer que los dem?s participen de los propios bienes. Acoger la Buena Nueva en la fe empuja de por s? a esa comunicaci?n. La Verdad que salva la vida enciende el coraz?n de quien la recibe con un amor al pr?jimo que mueve la libertad a comunicar lo que se ha recibido gratuitamente.

Si bien los no cristianos puedan salvarse mediante la gracia que Dios da a trav?s de ?caminos que ?l sabe?[21], la Iglesia no puede dejar de tener en cuenta que les falta un bien grand?simo en este mundo: conocer el verdadero rostro de Dios y la amistad con Jesucristo, el Dios-con-nosotros. En efecto, ?nada hay m?s hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada m?s bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con ?l?[22]. Para todo hombre es un bien la revelaci?n de las verdades fundamentales[23] sobre Dios, sobre s? mismo y sobre el mundo; mientras que vivir en la oscuridad, sin la verdad acerca de las ?ltimas cosas, es un mal, que frecuentemente est? en el origen de sufrimientos y esclavitudes a veces dram?ticas. Esta es la raz?n por la que San Pablo no vacila en describir la conversi?n a la fe cristiana como una liberaci?n ?del poder de las tinieblas? y como la entrada ?en el Reino del Hijo predilecto, en quien tenemos la redenci?n: el perd?n de los pecados? (Col 1, 13-14). Por eso, la plena adhesi?n a Cristo, que es la Verdad, y la incorporaci?n a su Iglesia, no disminuyen la libertad humana, sino que la enaltecen y perfeccionan, en un amor gratuito y enteramente sol?cito por el bien de todos los hombres. Es un don inestimable vivir en el abrazo universal de los amigos de Dios que brota de la comuni?n con la carne vivificante de su Hijo, recibir de ?l la certeza del perd?n de los pecados y vivir en la caridad que nace de la fe. La Iglesia quiere hacer part?cipes a todos de estos bienes, para que tengan la plenitud de la verdad y de los medios de salvaci?n, ?para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios? (Rm 8, 21).

8. La evangelizaci?n implica tambi?n el di?logo sincero que busca comprender las razones y los sentimientos de los otros. Al coraz?n del hombre, en efecto, no se accede sin gratuidad, caridad y di?logo, de modo que la palabra anunciada no sea solamente proferida sino adecuadamente testimoniada en el coraz?n de sus destinatarios. Eso exige tener en cuenta las esperanzas y los sufrimientos, las situaciones concretas de los destinatarios. Adem?s, precisamente a trav?s del di?logo, los hombres de buena voluntad abren m?s libremente el coraz?n y comparten sinceramente sus experiencias espirituales y religiosas. Ese compartir, caracter?stico de la verdadera amistad, es una ocasi?n valiosa para el testimonio y el anuncio cristiano.

Como en todo campo de la actividad humana, tambi?n en el di?logo en materia religiosa puede introducirse el pecado. A veces puede suceder que ese di?logo no sea guiado por su finalidad natural, sino que ceda al enga?o, a intereses ego?stas o a la arrogancia, sin respetar la dignidad y la libertad religiosa de los interlocutores. Por eso ?la Iglesia proh?be severamente que a nadie se obligue, o se induzca o se atraiga por medios indiscretos a abrazar la fe, lo mismo que vindica en?rgicamente el derecho a que nadie sea apartado de ella con vejaciones inicuas?[24].

El motivo originario de la evangelizaci?n es el amor de Cristo para la salvaci?n eterna de los hombres. Los aut?nticos evangelizadores desean solamente dar gratuitamente lo que gratuitamente han recibido: ?Desde los primeros d?as de la Iglesia los disc?pulos de Cristo se esforzaron en inducir a los hombres a confesar Cristo Se?or, no por acci?n coercitiva ni por artificios indignos del Evangelio, sino ante todo por la virtud de la palabra de Dios?[25]. La misi?n de los Ap?stoles ? y su continuaci?n en la misi?n de la Iglesia antigua ? sigue siendo el modelo fundamental de evangelizaci?n para todos los tiempos: una misi?n a menudo marcada por el martirio, como lo demuestra la historia del siglo pasado. Precisamente el martirio da credibilidad a los testigos, que no buscan poder o ganancia sino que entregan la propia vida por Cristo. Manifiestan al mundo la fuerza inerme y llena de amor por los hombres concedida a los que siguen a Cristo hasta la donaci?n total de su existencia. As?, los cristianos, desde los albores del cristianismo hasta nuestros d?as, han sufrido persecuciones por el Evangelio, como Jes?s mismo hab?a anunciado: ?a m? me han perseguido, tambi?n os perseguir?n a vosotros? (Jn 15, 20).

III. Algunas implicaciones eclesiol?gicas

9. Desde el d?a de Pentecost?s, quien acoge plenamente la fe es incorporado a la comunidad de los creyentes: ?Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel d?a se les unieron unas tres mil personas? (Hch 2, 41). Desde el comienzo, con la fuerza del Esp?ritu, el Evangelio ha sido anunciado a todos los hombres, para que crean y lleguen a ser disc?pulos de Cristo y miembros de su Iglesia. Tambi?n en la literatura patr?stica son constantes las exhortaciones a realizar la misi?n confiada por Jes?s a los disc?pulos[26]. Generalmente se usa el t?rmino ?conversi?n? en referencia a la exigencia de conducir a los paganos a la Iglesia. No obstante, la conversi?n (metanoia), en su significado cristiano, es un cambio de mentalidad y actuaci?n, como expresi?n de la vida nueva en Cristo proclamada por la fe: es una reforma continua del pensar y obrar orientada a una identificaci?n con Cristo cada m?s intensa (cf. Gal 2, 20), a la cual est?n llamados, ante todo, los bautizados. Este es, en primer lugar, el significado de la invitaci?n que Jes?s mismo formul?: ?convert?os y creed al Evangelio? (Mc 1, 15; cf. Mt 4, 17).

El esp?ritu cristiano ha estado siempre animado por la pasi?n de llevar a toda la humanidad a Cristo en la Iglesia. En efecto, la incorporaci?n de nuevos miembros a la Iglesia no es la extensi?n de un grupo de poder, sino la entrada en la amistad de Cristo, que une el cielo y la tierra, continentes y ?pocas diferentes. Es la entrada en el don de la comuni?n con Cristo, que es ?vida nueva? animada por la caridad y el compromiso con la justicia. La Iglesia es instrumento ? ?el germen y el principio?[27] ? del Reino de Dios, no es una utop?a pol?tica. Es ya presencia de Dios en la historia y lleva en s? tambi?n el verdadero futuro, el definitivo, en el que ?l ser? ?todo en todos? (1 Co 15, 28); una presencia necesaria, pues s?lo Dios puede dar al mundo aut?ntica paz y justicia. El Reino de Dios no es ? como algunos sostienen hoy ? una realidad gen?rica que supera todas las experiencias y tradiciones religiosas, a la cual estas deber?an tender como hacia una comuni?n universal e indiferenciada de todos los que buscan a Dios, sino que es, ante todo, una persona, que tiene el rostro y el nombre de Jes?s de Nazaret, imagen del Dios invisible[28]. Por eso, cualquier movimiento libre del coraz?n humano hacia Dios y hacia su Reino conduce, por su propia naturaleza, a Cristo y se orienta a la incorporaci?n en su Iglesia, que es signo eficaz de ese Reino. La Iglesia es, por lo tanto, medio de la presencia de Dios y por eso, instrumento de una verdadera humanizaci?n del hombre y del mundo. La extensi?n de la Iglesia a lo largo de la historia, que constituye la finalidad de la misi?n, es un servicio a la presencia de Dios mediante su Reino: en efecto, ?el Reino no puede ser separado de la Iglesia?[29]

10. Hoy, sin embargo, ?el perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teor?as de tipo relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no s?lo de facto sino tambi?n de iure (o de principio)?[30]. Desde hace mucho tiempo se ha ido creando una situaci?n en la cual, para muchos fieles, no est? clara la raz?n de ser de la evangelizaci?n[31]. Hasta se llega a afirmar que la pretensi?n de haber recibido como don la plenitud de la Revelaci?n de Dios, esconde una actitud de intolerancia y un peligro para la paz.

Qui?n as? razona, ignora que la plenitud del don de la verdad que Dios hace al hombre al revelarse a ?l, respeta la libertad que ?l mismo ha creado como rasgo indeleble de la naturaleza humana: una libertad que no es indiferencia, sino tendencia al bien. Ese respeto es una exigencia de la misma fe cat?lica y de la caridad de Cristo, un elemento constitutivo de la evangelizaci?n y, por lo tanto, un bien que hay que promover sin separarlo del compromiso de hacer que sea conocida y aceptada libremente la plenitud de la salvaci?n que Dios ofrece al hombre en la Iglesia.

El respeto a la libertad religiosa[32] y su promoci?n ?en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. M?s a?n, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad que salva?[33]. Ese amor es el sello precioso del Esp?ritu Santo que, como protagonista de la evangelizaci?n[34], no cesa de mover los corazones al anuncio del Evangelio, abri?ndolos para que lo reciban. Un amor que vive en el coraz?n de la Iglesia y que de all? se irradia hasta los confines de la tierra, hasta el coraz?n de cada hombre. Todo el coraz?n del hombre, en efecto, espera encontrar a Jesucristo.

Se entiende, as?, la urgencia de la invitaci?n de Cristo a evangelizar y porqu? la misi?n, confiada por el Se?or a los Ap?stoles, concierne a todos los bautizados. Las palabras de Jes?s, ?Id, pues, y haced disc?pulos a todas las gentes bautiz?ndolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Esp?ritu Santo, y ense??ndoles a guardar todo lo que yo os he mandado? (Mt 28, 19-20), interpelan a todos en la Iglesia, a cada uno seg?n su propia vocaci?n. Y, en el momento presente, ante tantas personas que viven en diferentes formas de desierto, sobre todo en el ?desierto de la oscuridad de Dios, del vac?o de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre?[35], el Papa Benedicto XVI ha recordado al mundo que ?la Iglesia en su conjunto, as? como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud?[36]. Este compromiso apost?lico es un deber y tambi?n un derecho irrenunciable, expresi?n propia de la libertad religiosa, que tiene sus correspondientes dimensiones ?tico-sociales y ?tico-pol?ticas[37]. Un derecho que, lamentablemente, en algunas partes del mundo a?n no se reconoce legalmente y en otras, de hecho, no se respeta[38].

11. El que anuncia el Evangelio participa de la caridad de Cristo, que nos am? y se entreg? por nosotros (cf. Ef 5, 2), es su emisario y suplica en nombre de Cristo: ?reconciliaos con Dios! (2 Co 5, 20). Una caridad que es expresi?n de la gratitud que se difunde desde el coraz?n humano cuando se abre al amor entregado por Jesucristo, aquel Amor ?que en el mundo se expande?[39]. Esto explica el ardor, confianza y libertad de palabra (parrhesia) que se manifestaba en la predicaci?n de los Ap?stoles (cf. Hch 4, 31; 9, 27-28; 26, 26, etc.) y que el rey Agripa experiment? escuchando a Pablo: ?Por poco, con tus argumentos, haces de m? un cristiano? (Hch 26, 28).

La evangelizaci?n no se realiza s?lo a trav?s de la predicaci?n p?blica del Evangelio, ni se realiza ?nicamente a trav?s de actuaciones p?blicas relevantes, sino tambi?n por medio del testimonio personal, que es un camino de gran eficacia evangelizadora. En efecto, ?adem?s de la proclamaci?n, que podr?amos llamar colectiva, del Evangelio, conserva toda su validez e importancia esa otra transmisi?n de persona a persona. El Se?or la ha practicado frecuentemente ?como lo prueban, por ejemplo, las conversaciones con Nicodemo, Zaqueo, la Samaritana, Sim?n el fariseo? y lo mismo han hecho los Ap?stoles. En el fondo, ?hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe? La urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas de hombres no deber?a hacer olvidar esa forma de anunciar mediante la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro hombre?[40].

En cualquier caso, hay que recordar que en la transmisi?n del Evangelio la palabra y el testimonio de vida van unidos[41]; para que la luz de la verdad llegue a todos los hombres, se necesita, ante todo, el testimonio de la santidad. Si la palabra es desmentida por la conducta, dif?cilmente ser? acogida. Pero tampoco basta solamente el testimonio, porque ?incluso el testimonio m?s hermoso se revelar? a la larga impotente si no es esclarecido, justificado ?lo que Pedro llamaba dar ?raz?n de vuestra esperanza? (1 Pe. 3, 15)?, explicitado por un anuncio claro e inequ?voco del Se?or Jes?s?[42].

IV. Algunas implicaciones ecum?nicas

12. Desde sus inicios, el movimiento ecum?nico ha estado ?ntimamente vinculado con la evangelizaci?n. La unidad es, en efecto, el sello de la credibilidad de la misi?n y el Concilio Vaticano II ha relevado con pesar que el esc?ndalo de la divisi?n ?es obst?culo para la causa de la difusi?n del Evangelio por todo el mundo?[43]. Jes?s mismo, en la v?spera de su Pasi?n or?: ?para que todos sean uno? para que el mundo crea? (Jn 17, 21).

La misi?n de la Iglesia es universal y no se limita a determinadas regiones de la tierra. La evangelizaci?n, sin embargo, se realiza en forma diversa, de acuerdo a las diferentes situaciones en las cuales tiene lugar. En sentido estricto se habla de ?missio ad gentes? dirigida a los que no conocen a Cristo. En sentido amplio se habla de ?evangelizaci?n?, para referirse al aspecto ordinario de la pastoral, y de ?nueva evangelizaci?n? en relaci?n a los que han abandonado la vida cristiana[44]. Adem?s, se evangeliza en pa?ses donde viven cristianos no cat?licos, sobre todo en pa?ses de tradici?n y cultura cristiana antiguas. Aqu? se requiere un verdadero respeto por sus tradiciones y riquezas espirituales, al igual que un sincero esp?ritu de cooperaci?n. ?Excluido todo indiferentismo y confusionismo as? como la emulaci?n insensata, los cat?licos colaboren fraternalmente con los hermanos separados, seg?n las normas del Decreto sobre el Ecumenismo, en la com?n profesi?n de la fe en Dios y en Jesucristo delante de las naciones ? en cuanto sea posible ? mediante la cooperaci?n en asuntos sociales y t?cnicos, culturales y religiosos?[45].

En el compromiso ecum?nico se pueden distinguir varias dimensiones: ante todo la escucha, como condici?n fundamental para todo di?logo; despu?s, la discusi?n teol?gica, en la cual, tratando de entender las confesiones, tradiciones y convicciones de los dem?s, se puede encontrar la concordia, escondida a veces en la discordia. Inseparable de todo esto, no puede faltar otra dimensi?n esencial del compromiso ecum?nico: el testimonio y el anuncio de los elementos que no son tradiciones particulares o matices teol?gicos sino que pertenecen a la Tradici?n de la fe misma.

Pero el ecumenismo no tiene solamente una dimensi?n institucional que apunta a ?hacer crecer la comuni?n parcial existente entre los cristianos hacia la comuni?n plena en la verdad y en la caridad?[46]: es tarea de cada fiel, ante todo, mediante la oraci?n, la penitencia, el estudio y la colaboraci?n. Dondequiera y siempre, todo fiel cat?lico tiene el derecho y el deber de testimoniar y anunciar plenamente su propia fe. Con los cristianos no cat?licos, el cat?lico debe establecer un di?logo que respete la caridad y la verdad: un di?logo que no es solamente un intercambio de ideas sino tambi?n de dones[47], para poderles ofrecer la plenitud de los medios de salvaci?n[48]. As? somos conducidos a una conversi?n a Cristo cada vez m?s profunda.

En este sentido se recuerda que si un cristiano no cat?lico, por razones de conciencia y convencido de la verdad cat?lica, pide entrar en la plena comuni?n con la Iglesia Cat?lica, esto ha de ser respetado como obra del Esp?ritu Santo y como expresi?n de la libertad de conciencia y religi?n. En tal caso no se trata de proselitismo, en el sentido negativo atribuido a este t?rmino[49]. Como ha reconocido expl?citamente el Decreto sobre el Ecumenismo de Concilio Vaticano II, ?es manifiesto, sin embargo, que la obra de preparaci?n y reconciliaci?n individuales de los que desean la plena comuni?n cat?lica se diferencia, por su naturaleza, de la empresa ecum?nica, pero no encierra oposici?n alguna, ya que ambos proceden del admirable designio de Dios?[50]. Por lo tanto, esa iniciativa no priva del derecho ni exime de la responsabilidad de anunciar en plenitud la fe cat?lica a los dem?s cristianos, que libremente acepten acogerla.

Esta perspectiva requiere naturalmente evitar cualquier presi?n indebida: ?en la difusi?n de la fe religiosa, y en la introducci?n de costumbres hay que abstenerse siempre de cualquier clase de actos que puedan tener sabor a coacci?n o a persuasi?n inhonesta o menos recta, sobre todo cuando se trata de personas rudas o necesitadas?[51]. El testimonio de la verdad no puede tener la intenci?n de imponer nada por la fuerza, ni por medio de acciones coercitivas, ni con artificios contrarios al Evangelio. El mismo ejercicio de la caridad es gratuito[52]. El amor y el testimonio de la verdad se ordenan a convencer, ante todo, con la fuerza de la Palabra de Dios (cf. 1 Co 2, 3-5; 1 Ts 2, 3-5)[53]. La misi?n cristiana est? radicada en la potencia del Esp?ritu Santo y de la misma verdad proclamada.

V. Conclusi?n

13. La acci?n evangelizadora de la Iglesia nunca desfallecer?, porque nunca le faltar? la presencia del Se?or Jes?s con la fuerza del Esp?ritu Santo, seg?n su misma promesa: ?yo estoy con vosotros todos los d?as hasta el fin del mundo? (Mt 28, 20). Los relativismos de hoy en d?a y los irenismos en ?mbito religioso no son un motivo v?lido para desatender este compromiso arduo y, al mismo tiempo, fascinante, que pertenece a la naturaleza misma de la Iglesia y es ?su tarea principal?[54]. ?Caritas Christi urget nos? (2 Co 5, 14): lo testimonia la vida de un gran n?mero de fieles que, movidos por el amor de Cristo han emprendido, a lo largo de la historia, iniciativas y obras de todo tipo para anunciar el Evangelio a todo el mundo y en todos los ?mbitos de la sociedad, como advertencia e invitaci?n perenne a cada generaci?n cristiana para que cumpla con generosidad el mandato del Se?or. Por eso, como recuerda el Papa Benedicto XVI, ?el anuncio y el testimonio del Evangelio son el primer servicio que los cristianos pueden dar a cada persona y a todo el g?nero humano, por estar llamados a comunicar a todos el amor de Dios, que se manifest? plenamente en el ?nico Redentor del mundo, Jesucristo?[55]. El amor que viene de Dios nos une a ?l y ?nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea ?todo en todos? (cf. 1 Co 15, 28)?[56].

El Sumo Pont?fice Benedicto XVI, en la Audiencia del d?a 6 de octubre de 2007, concedida al Cardenal Prefecto de la Congregaci?n para la Doctrina de la Fe, ha aprobado la presente Nota, decidida en la Sesi?n Ordinaria de esta Congregaci?n, y ha ordenado su publicaci?n.

Dado en Roma, en la sede de la Congregaci?n para la Doctrina de la Fe, 3 de diciembre de 2007, memoria lit?rgica de san Francisco Javier, Patr?n de la Misiones.

William Cardenal LEVADA
Prefecto

Angelo AMATO, S.D.B.
Arzobispo titular de Sila
Secretario


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[1] Juan Pablo II, Carta Enc?clica Redemptoris missio (7 de diciembre de1990), n. 47: AAS 83 (1991), 293.

[2] Concilio Vaticano II, Constituci?n Dogm?tica Lumen gentium, n. 14; cf. Decreto Ad gentes, n. 7; Decreto Unitatis redintegratio, n. 3. Esta doctrina no se contrapone a la voluntad salv?fica de Dios, que ?quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad? (1 Tim 2, 4); por eso ?es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvaci?n en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvaci?n? (Juan Pablo II, Carta Enc?clica Redemptoris missio, n. 9: AAS 83 [1991], 258).

[3] Juan Pablo II, Carta Apost?lica Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001, n. 1: AAS 93 (2001), 266.

[4] Cf. Pablo VI, Exhortaci?n Apost?lica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de1975), n. 24: AAS 69 (1976), 22.

[5] Juan Pablo II, Carta Enc?clica Redemptoris missio, n. 46: AAS 83 (1991), 293; cf. Pablo VI, Exhortaci?n Apost?lica Evangelii nuntiandi, nn. 53 y 80: AAS 69 (1976), 41-42, 73-74.

[6] Benedicto XVI, Homil?a durante la Santa Misa en la explanada de la Nueva Feria de Munich (10 de septiembre de 2006): AAS 98 (2006), 710.

[7] ?Toda verdad, d?gala quien la diga, viene del Esp?ritu Santo? (Santo Tom?s de Aquino, Summa Theologi?, I-II, q. 109, a. 1, ad 1).

[8] Cf. Juan Pablo II, Carta Enc?clica Fides et ratio (14 de septiembre de 1998), n. 44: AAS 91 (1999), 40.

[9] Benedicto XVI, Discurso en la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial de la Di?cesis de Roma (6 de junio de 2005): AAS 97 (2005), 816.

[10] Juan Pablo II, Carta Enc?clica Fides et ratio, n. 5: AAS 91 (1999), 9-10.

[11] Ibidem, n. 31: AAS91 (1999), 29; cf. Concilio Vaticano II, Constituci?n Pastoral Gaudium et spes, n. 12.

[12] Este derecho ha sido reconocido y afirmado tambi?n en la Declaraci?n Universal de los Derechos del Hombre del 1948 (aa. 18-19).

[13] Juan Pablo II, Carta Enc?clica Fides et ratio, n.33: AAS 91 (1999), 31.

[14] Concilio Vaticano II, Constituci?n Dogm?tica Dei Verbum, n. 5.

[15] Concilio Vaticano II, Declaraci?n Dignitatis human?, n. 3.

[16] Ibidem, n. 1.

[17] Juan Pablo II, Carta Enc?clica Redemptoris Missio, n.52: AAS 83 (1991), 3000.

[18] Cf. Juan Pablo II, Carta Enc?clica Slavorum Apostoli (2 de junio de 1985), n.18: AAS 77 (1985), 800.

[19] Concilio Vaticano II, Constituci?n Dogm?tica Dei Verbum, n. 8.

[20] Cf. Pablo VI, Exhortaci?n Apost?lica Evangelii nuntiandi, n. 19-20: AAS 69 (1976), 18-19.

[21] Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 7; cf. Constituci?n Dogm?tica Lumen gentium, n. 16; Constituci?n Pastoral Gaudium et spes, n. 22.

[22] Benedicto XVI, Homil?a durante la Santa Misa del solemne inicio del ministerio del Pontificado (24 abril de 2005): AAS 97 (2005), 711.

[23] Cf. Concilio Vaticano I, Constituci?n Dogm?tica Dei Filius, n. 2: ?Es, ciertamente, gracias a esta revelaci?n divina que aquello que en lo divino no est? por s? mismo m?s all? del alcance de la raz?n humana, puede ser conocido por todos, incluso en el estado actual del g?nero humano, sin dificultad, con firme certeza y sin mezcla de error alguno (cf. Santo Tom?s de Aquino, Summa Theologiae, I, 1, 1)? (DH 3005).

[24] Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 13.

[25] Concilio Vaticano II, Declaraci?n Dignitatis human?, n. 11.

[26] Cf. por ejemplo, Clemente de Alejandr?a, Protreptico IX, 87, 3-4 (Sources chr?tiennes, 2, 154); Aurelio Agust?n, Sermo 14, D [=352 A], 3 (Nuova Biblioteca Agostiniana XXXV/1, 269-271).

[27] Cf. Concilio Vaticano II, Constituci?n Dogm?tica Lumen gentium, n. 5.

[28] Cf. Sobre este tema ver tambi?n Juan Pablo II, Carta Enc?clica Redemptoris missio, n. 18: AAS 83 (1991), 265-266: ?Si se separa el Reino de la persona de Jes?s, no existe ya el reino de Dios revelado por ?l, y se termina por distorsionar tanto el significado del Reino ?que corre el riesgo de transformarse en un objetivo puramente humano o ideol?gico? como la identidad de Cristo, que no aparece ya como el Se?or, al cual debe someterse todo (cf. 1 Co l5, 27)?

[29] Juan Pablo II, Carta Enc?clica Redemptoris missio, n. 18: AAS 83 (1991), 265-266. Acerca de la relaci?n entre la Iglesia y el Reino, cf. tambi?n Congregaci?n para la Doctrina de la Fe, Declaraci?n Dominus Iesus, nn. 18-19: AAS 92 (2000), 759-761.

[30] Congregaci?n para la Doctrina de la Fe, Declaraci?n Dominus Iesus, n. 4: AAS 92 (2000), 744.

[31] Cf. Pablo VI, Exhortaci?n Apost?lica Evangelii nuntiandi, n. 80: AAS 69 (1976) 73: ?? ?para qu? anunciar el Evangelio, ya que todo hombre se salva por la rectitud del coraz?n? Por otra parte, es bien sabido que el mundo y la historia est?n llenos de "semillas del Verbo". ?No es, pues, una ilusi?n pretender llevar el Evangelio donde ya est? presente a trav?s de esas semillas que el mismo Se?or ha esparcido??.

[32] Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana (22 de diciembre de 2005): AAS 98 (2006), 50: ?? si la libertad de religi?n se considera como expresi?n de la incapacidad del hombre de encontrar la verdad y, por consiguiente, se transforma en canonizaci?n del relativismo, entonces pasa impropiamente de necesidad social e hist?rica al nivel metaf?sico, y as? se la priva de su verdadero sentido, con la consecuencia de que no la puede aceptar quien cree que el hombre es capaz de conocer la verdad de Dios y est? vinculado a ese conocimiento bas?ndose en la dignidad interior de la verdad. Por el contrario, algo totalmente diferente es considerar la libertad de religi?n como una necesidad que deriva de la convivencia humana, m?s a?n, como una consecuencia intr?nseca de la verdad que no se puede imponer desde fuera, sino que el hombre la debe hacer suya s?lo mediante un proceso de convicci?n?.

[33] Concilio Vaticano II, Constituci?n Pastoral Gaudium et spes, n. 28; cf. Pablo VI, Exhortaci?n Apost?lica Evangelii nuntiandi, n. 24: AAS 69 (1976), 21-22.

[34] Juan Pablo II, Carta Enc?clica Redemptoris missio, n. 21-30: AAS 83 (1091), 268-276.

[35] Benedicto XVI, Homil?a durante la Santa Misa del solemne inicio del Pontificado (24 abril de 2005): AAS 97 (2005), 710.

[36] Ibidem.

[37] Cf. Concilio Vaticano II, Declaraci?n Dignitatis human?, n. 6.

[38] En efecto, all? donde se reconoce el derecho a la libertad religiosa, por lo general tambi?n se reconoce el derecho que tiene todo hombre de participar a los dem?s sus propias convicciones, en pleno respeto de la conciencia, para favorecer el ingreso de los dem?s en la propia comunidad religiosa de pertenencia, como es sancionado por numerosas ordenanzas jur?dicas actuales y por una difusa jurisprudencia.

[39] ?che per l?universo si squaderna? (Dante Alighieri, La Divina Comedia, Para?so, XXXIII, 87).

[40] Pablo VI, Exhortaci?n Apost?lica Evangelii nuntiandi, n. 46: AAS 69 (1976), 36.

[41] Cf. Concilio Vaticano II, Constituci?n Dogm?tica Lumen gentium, n. 35.

[42] Pablo VI, Exhortaci?n Apost?lica Evangelii nuntiandi, n. 22: AAS 69 (1976), 20.

[43] Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, n. 1; cf. Juan Pablo II, Carta Enc?clica Redemptoris missio, nn. 1, 50; AAS83 (1991), 249, 297.

[44] Cf. Juan Pablo II, Carta Enc?clica Redemptoris missio, n. 30s.

[45] Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 15.

[46] Juan Pablo II, Carta Enc?clica Ut unum sint ( 25 de mayo de 1995), n. 14: AAS 87 (1995), 929.

[47] Cf. Ibidem, n. 28: AAS 87 (1995), 929.

[48] Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, nn. 3, 5.

[49] Originalmente el t?rmino ?proselitismo? nace en ?mbito hebreo, donde ?pros?lito? indicaba aquella persona que, proviniendo de las ?gentes?, hab?a pasado a formar parte del ?pueblo elegido?. As? tambi?n, en ?mbito cristiano, el t?rmino proselitismo se ha usado frecuentemente como sin?nimo de actividad misionera. Recientemente el t?rmino ha adquirido una connotaci?n negativa, como publicidad a favor de la propia religi?n con medios y motivos contrarios al esp?ritu del Evangelio y que no salvaguardan la libertad y dignidad de la persona. En ese sentido, se entiende el t?rmino ?proselitismo?, en el contexto del movimiento ecum?nico: cf. The joint Working Group between the Catholic Church and the World Council of Churches, ?The Challenge of Proselytism and the Calling to Common Witness? (1995).

[50] Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, n. 4.

[51] Concilio Vaticano II, Declaraci?n Dignitatis human?, n. 4.

[52] Cf. Benedicto XVI, Carta Enc?clica Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), n. 31 c: AAS 98 (2996), 245.

[53] Cf. Concilio Vaticano II, Declaraci?n Dignitatis human?, n.11.

[54] Benedicto XVI, Homil?a durante la visita a la Bas?lica de San Pablo extramuros (25 de abril de 2005): AAS 97 (2005), 745.

[55] Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso organizado por la Congregaci?n para la Evangelizaci?n de los Pueblos con motivo del 40? aniversario del Decreto conciliar ?Ad Gentes?, (11 de marzo de 2006): AAS 98 (2006), 334. .

[56] Benedicto XVI, Carta Enc?clica Deus caritas est, n. 18: AAS 98 (2996), 232.
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