Jueves, 17 de enero de 2008
ZENITPublicamos la intervenci?n de Benedicto XVI en la audiencia general del mi?rcoles, 16 de Enero de 2008, en la que revivi? los ?ltimos d?as de san Agust?n de Hipona, continuando con la meditaci?n comenzada la semana anterior.


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, al igual que el mi?rcoles pasado, quisiera hablar del gran obispo de Hipona, san Agust?n. Cuatro a?os antes de morir, quiso nombrar a su sucesor. Por este motivo, el 26 de septiembre del a?o 426 reuni? al pueblo en la Bas?lica de la Paz, en Hipona, para presentar a los fieles a quien hab?a designado par esta tarea. Dijo: ?En esta vida, todos somos mortales, pero el ?ltimo d?a de esta vida es siempre incierto para cada individuo. De todos modos, en la infancia se espera llegar a la adolescencia; en la adolescencia a la juventud; en la juventud a la edad adulta; en la edad adulta a la edad madura; en la edad madura a la vejez. Uno no est? seguro de que llegar?, pero lo espera. La vejez, por el contrario, no tiene ante s? otro per?odo en el que poder esperar; su misma duraci?n es incierta... Yo por voluntad de Dios llegu? a esta ciudad en el vigor de mi vida; pero ahora ha pasado mi juventud y ya soy viejo? (Carta 213, 1).

En ese momento, Agust?n pronunci? el nombre de su sucesor designado, el sacerdote Heraclio. La asamblea estall? en un aplauso de aprobaci?n repitiendo 23 veces: ??Gracias sean dadas a Dios!?. Con otras aclamaciones, los fieles aprobaron, adem?s, lo que despu?s dijo Agust?n sobre los prop?sitos para su futuro: quer?a dedicar los a?os que le quedaban a un estudio m?s intenso de las Sagradas Escrituras (Cf. Carta 213, 6).

De hecho, siguieron cuatro a?os de extraordinaria actividad intelectual: concluy? obras importantes, emprendi? otras no menos comprometedoras, mantuvo debates p?blicos con los herejes --siempre buscaba el di?logo-- promovi? la paz en las provincias africanas insidiadas por las tribus b?rbaras del sur.

En este sentido, escribi? al conde Dario, venido a ?frica para superar las diferencias entre el conde Bonifacio y la corte imperial, de las que se aprovechaban las tribus de los mauris para sus correr?as: ?T?tulo de grande de gloria es precisamente el de aplastar la guerra con la palabra, en vez de matar a los hombres con la espada, y buscar o mantener la paz con la paz y no con la guerra. Ciertamente, incluso quienes combaten, si son buenos, buscan sin duda la paz, pero a costa de derramar sangre. T?, por el contrario, has sido enviado precisamente para impedir que se derrame la sangre? (Carta 229, 2).

Por desgracia qued? decepcionada la esperanza de una pacificaci?n de los territorios africanos: en mayo del a?o 429 los v?ndalos, enviados a ?frica como desquite por el mismo Bonifacio, pasaron el estrecho de Gibraltar y penetraron en Mauritania. La invasi?n se extendi? r?pidamente por otras ricas provincias africanas. En mayo y en junio del a?o 430, ?los destructores del imperio romano?, como califica Posidio a esos b?rbaros (Vida, 30,1), rodeaban Hipona, asedi?ndola.

En la ciudad, tambi?n se hab?a refugiado Bonifacio, quien, reconcili?ndose demasiado tarde con la corte, trataba en vano de bloquear el paso a los invasores. El bi?grafo Posidio describe el dolor de Agust?n: ?M?s que de costumbre, sus l?grimas eran su pan d?a y noche y, llegado ya al final de su vida, se arrastraba m?s que los dem?s en la amargura y en el luto su vejez? (Vida, 28,6). Y explica: ?Ese hombre de Dios ve?a las matanzas y las destrucciones de las ciudades; las casas destruidas en los campos y a los habitantes asesinados por los enemigos o expulsados; las iglesias sin sacerdotes o ministros, las v?rgenes consagradas y los religiosos dispersos por doquier; entre ellos, algunos hab?an desfallecido ante las torturas, otros hab?an sido asesinados con la espada, otros eran prisioneros, perdiendo la integridad del alma y del cuerpo e incluso la fe, obligados por los enemigos a una esclavitud dolorosa y larga? (ib?dem, 28,8).

Si bien era anciano y estaba cansado, Agust?n permaneci? en primera l?nea, consol?ndose a s? mismo y a los dem?s con la oraci?n y con la meditaci?n de los misteriosos designios de la Providencia. Hablaba de la ?vejez del mundo? --y era verdaderamente viejo este mundo romano--, hablaba de esta vejez como ya lo hab?a hecho a?os antes para consolar a los refugiados procedentes de Italia, cuando en el a?o 410 los godos de Alarico invadieron la ciudad de Roma.

En la vejez, dec?a, abundan los achaques: tos, catarro, lega?as, ansiedad, agotamiento. Pero si el mundo envejece, Cristo es siempre joven. Y lanzaba esta invitaci?n: ?no hay que negarse a rejuvenecer con Cristo, que te dice: "No temas, tu juventud se renovar? como la del ?guila"? (Cf. Serm?n 81,8). Por eso el cristiano no debe abatirse en las situaciones dif?ciles, sino tratar de ayudar al necesitado.

Es lo que el gran doctor sugiere respondiendo al obispo de Thiave, Honorato, quien le hab?a pedido si, bajo la presi?n de las invasiones b?rbaras, un obispo o un sacerdote o cualquier hombre de Iglesia pod?a huir para salvar la vida. ?Cuando el peligro es com?n a todos, es decir, para obispos, cl?rigos y laicos, quienes tienen necesidad de los dem?s no deben ser abandonados por aquellos de quienes tienen necesidad. En este caso, todos deben refugiarse en lugares seguros; pero si algunos tienen necesidad de quedarse, que no sean abandonados por quienes tienen el deber de asistirles con el ministerio sagrado, de manera que o se salvan juntos o juntos soportan las calamidades que el Padre de familia quiera que sufran? (Carta 228, 2). Y conclu?a: ?Esta es la prueba suprema de la caridad? (ib?dem, 3). ?C?mo no reconocer en estas palabras el heroico mensaje que tantos sacerdotes, a trav?s de los siglos, han acogido y hecho propio?

Mientras tanto resist?a la ciudad de Hipona. La casa-monasterio de Agust?n hab?a abierto sus puertas para acoger en el episcopado a las personas que ped?an hospitalidad. Entre estos se encontraba tambi?n Posidio, que ya era disc?pulo suyo, quien pudo de este modo dejarnos el testimonio directo de aquellos ?ltimos y dram?ticos d?as.

?En el tercer mes de aquel asedio --narra-- se acost? con fiebre: era su ?ltima enfermedad? (Vida, 29,3). El santo anciano aprovech? aquel momento, finalmente libre, para dedicarse con m?s intensidad a la oraci?n. Sol?a decir que nadie, obispo, religioso o laico, por m?s irreprensible que pueda parecer su conducta, puede afrontar la muerte sin una adecuada penitencia. Por este motivo, repet?a continuamente entre l?grimas los salmos penitenciales, que tantas veces hab?a recitado con el pueblo (Cf. ib?dem, 31, 2).

Cuanto m?s se agravaba su situaci?n, m?s necesidad sent?a el obispo de soledad y de oraci?n: ?Para no ser disturbado por nadie en su recogimiento, unos diez d?as antes de abandonar el cuerpo nos pidi? a los presentes que no dej?ramos entrar a nadie en su habitaci?n, a excepci?n de los momentos en los que los m?dicos ven?an a verle o cuando le llevaban la comida. Su voluntad fue cumplida fielmente y durante todo ese tiempo ?l aguardaba en oraci?n? (ib?dem,31, 3). Dej? de vivir el 28 de agosto del a?o 430: su gran coraz?n finalmente descans? en Dios.

?Con motivo de la inhumaci?n de su cuerpo --informa Posidio-- se ofreci? a Dios el sacrificio, al que asistimos, y despu?s fue sepultado? (Vida, 31,5). Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerde?a y, hacia el a?o 725, a Pav?a, a la bas?lica de San Pedro en el Cielo de Oro, donde descansa hoy. Su primer bi?grafo da este juicio conclusivo: ?Dej? a la Iglesia un clero muy numeroso, as? como monasterios de hombres y de mujeres llenos de personas dedicadas a la continencia y a la obediencia de sus superiores, junto con las bibliotecas que conten?an los libros y discursos de ?l y de otros santos, por los que se conoce cu?l ha sido por gracia de Dios su m?rito y su grandeza en la Iglesia, y en los cuales los fieles siempre le encuentran vivo? (Posidio, Vida, 31, 8).

Es un juicio al que podemos asociarnos: en sus escritos tambi?n nosotros le ?encontramos vivo?. Cuando leo los escritos de san Agust?n no tengo la impresi?n de que sea un hombre muerto hace m?s o menos mil seiscientos a?os, sino que lo siento como un hombre de hoy: un amigo, un contempor?neo que me habla, que nos habla con su fe fresca y actual.

En san Agust?n que nos habla --me habla a m? en sus escritos--, vemos la actualidad permanente de su fe, de la fe que viene de Cristo, del Verbo Eterno Encarnado, Hijo de Dios e Hijo del hombre. Y podemos ver que esta fe no es de ayer, aunque haya sido predicada ayer; es siempre actual, porque realmente Cristo es ayer, hoy y para siempre. ?l es el Camino, la Verdad y la Vida. De este modo, san Agust?n nos anima a confiar en este Cristo siempre vivo y a encontrar as? el camino de la vida.

[Al final de la audiencia, el Papa salud? a los peregrinos en varios idiomas. En espa?ol, dijo:]


Queridos hermanos y hermanas:

Siguiendo hablando de San Agust?n, me refiero hoy a sus ?ltimos a?os de vida, cuando design? a su sucesor, Heraclio, como Obispo de Hipona, para consagrar su tiempo al estudio de la Sagrada Escritura. Fueron a?os de una extraordinaria actividad intelectual, pero en los que realiz? tambi?n grandes esfuerzos de pacificaci?n ante el acoso de la tribus del sur a las provincias africanas. Como ?l dec?a, ?la gloria m?s grande es de vencer a la guerra con la palabra, m?s que matar a los hombres con la espada?. Despu?s, el asedio de Hipona por los V?ndalos en el cuatrocientos veintinueve aument? m?s a?n la pena de Agust?n. En su vejez, ve?a derrumbarse el mundo de la cristiandad en su tierra. No obstante, permaneci? firme, confortando a los dem?s con la meditaci?n de los misteriosos designios de la Providencia. Si el mundo envejece, Cristo es siempre joven, afirmaba. Su casa-monasterio se abri? a los hermanos en el episcopado que le ped?an hospitalidad. Ya cercano a la muerte, s?lo se ocupaba de orar con los salmos penitenciales, porque, confesaba, nadie puede afrontar la muerte sin una adecuada penitencia. Muri? el 28 de agosto del cuatrocientos treinta. Su cuerpo fue trasladado a Cerde?a y, hacia el setecientos veinticinco, a Pav?a, donde reposa hoy. Pero nosotros lo reencontramos a?n vivo en sus escritos.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua espa?ola venidos de Espa?a, Uruguay y otros pa?ses latinoamericanos. Que la vida y escritos de San Agust?n sean para todos nosotros luz y aliento en nuestro camino.

Muchas gracias.

[Traducci?n del original italiano realizada por Jes?s Colina ? Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
Publicado por verdenaranja @ 21:50  | Habla el Papa
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