En el contexto de la cancelada visita del Papa Benedicto XVI a la Universidad ?La Sapienza? de Roma, ZENIT ofrece a sus lectores el art?culo ?La caridad intelectual de Joseph Ratzinger?, publicado por el padre Jes?s Villagrasa L.C. en ?Ecclesia. Revista de cultura cat?lica? del Ateneo Pontificio ?Regina Apostolorum?. La dimensi?n p?blica del ministerio pontificio ha mostrado al mundo la verdadera personalidad de Joseph Ratzinger: amable, cordial y bondadoso, atento y acogedor, honesto y sin intrigas. En raz?n de su cargo de Prefecto de la Congregaci?n para la Doctrina de la Fe (CDF), los medios de comunicaci?n lo hab?an presentado como inquisidor retr?grado, dogm?tico inflexible, azote de te?logos innovadores, inhumano fan?tico de la ortodoxia. Nada m?s lejos de la realidad. Posee una inteligencia privilegiada, aguda y anal?tica, de hondura germana y claridad latina, abierta como pocas. Presentamos una faceta de su rica personalidad: la caridad intelectual; primero, en unas constantes de su identidad espiritual expresadas en su lema y escudo episcopales y, despu?s, en las estaciones y ministerios de su variada biograf?a.
1. Identidad Tres figuras llenan su escudo episcopal. La cabeza del moro coronado expresa la apertura de su coraz?n y ministerio a todo el mundo y ?la universalidad de la Iglesia, que no conoce ninguna distinci?n de raza ni de clase, porque todos nosotros "somos uno" en Cristo? (MV[1] 131). En su primer discurso como Papa, se dirigi? a todos los hombres, con sencillez y afecto, ?para asegurar que la Iglesia quiere seguir manteniendo con ellos un di?logo abierto y sincero, en busca del verdadero bien del hombre y de la sociedad?[2].
La concha representa la b?squeda de Dios (leyenda del ni?o y san Agust?n) y la peregrinaci?n a la patria celeste, nuestra morada estable. El te?logo busca conocer a Dios con una raz?n iluminada por la fe, con plena conciencia de que nunca alcanzar? la comprensi?n adecuada del insondable misterio divino. Ratzinger vive ?ya y todav?a no? en la presencia del Dios Totalmente-Otro que ha querido hacerse carne, recorrer los caminos de nuestra historia y ser adorado en el coraz?n de la Iglesia: la Eucarist?a. Su aguda y tenaz indagaci?n teol?gica, animada de estupor creyente, lo prepara y lo conduce a la adoraci?n. La concha le recuerda que la vida debe estar animada de b?squeda y adoraci?n constantes.
El oso con la carga al lomo remite a una leyenda de san Corbiniano (680-730), que Ratzinger interpreta a la luz del comentario de san Agust?n a los vers?culos 22 y 23 del salmo 72 (73): ?Ut iumentum factus sum apud te et ego semper tecum?. San Agust?n se ve?a como un iumentum o animal de tiro bajo el peso del servicio episcopal. Esta imagen, dice a su vez el obispo Ratzinger, ?representa mi destino personal?. Ambos hab?an elegido la vida de estudio y Dios los destin? a ?cargar? con las m?ltiples menudencias del ministerio pastoral. Y as?, como el instrumento en manos de su due?o, est? cerca de Dios. Ratzinger, por obediencia, acept? dejar la docencia universitaria y la investigaci?n teol?gica para servir a Cristo al frente de la arquidi?cesis de Munich y de la CDF. En tres ocasiones suplic? al Papa Juan Pablo II ser librado de esta carga y otras tantas acept? continuar su fatigoso camino. El programa de vida de un pastor est? plasmado en ese escudo: vivir con el coraz?n abierto a todos los hombres, como el peregrino que recorre tras las huellas del Buen Pastor los caminos del mundo hacia la casa del Padre, acompa?ando a sus hermanos y llevando el peso de la misi?n sin rendirse a la fatiga.
El lema episcopal ?Cooperadores de la verdad? expresa la continuidad entre el te?logo y el obispo, ?porque, con todas las diferencias que se quieran, se trataba y se trata siempre de lo mismo: seguir la verdad y ponerse a su servicio? (MV 130). La verdad que nos hace libres es Cristo, la Revelaci?n que Dios dirige a la inteligencia, a la voluntad y al coraz?n del hombre.
Ha querido ser uno m?s entre los cooperadores de la verdad, que en comuni?n con otros aporta a la Iglesia su carisma, experiencia y competencia teol?gica. En la medida que su ministerio episcopal se lo permit?a, ha intervenido en el debate de los grandes temas de nuestro tiempo: relaciones Iglesia-mundo e Iglesia- Estado, di?logo interreligioso, ?tica de las nuevas tecnolog?as, etc?tera. Por esta presencia p?blica, ya antes de ser elegido Papa, era reconocido como el intelectual m?s cualificado del catolicismo actual: la presencia de Ratzinger era reclamada cuando la Sorbona programaba un ciclo para analizar los dos mil ?ltimos a?os de historia, o cuando los fil?sofos laicos italianos, y en su nombre F. D'Arcais, quer?an dialogar con el pensamiento cat?lico, o cuando en Alemania se organizaba un di?logo p?blico con el fil?sofo de m?s notoriedad, J. Habermas[3].
En sus variadas formas de cooperaci?n, ?la voluntad de fondo, el servicio a la verdad, permanece a la base de todo?. Ese todo, como obispo, comportaba ?despachar correspondencia, leer actas, participar a reuniones, etc?tera, cosas muy normales?. Tuvo que renunciar a su deseo de participar m?s en el gran di?logo cultural de nuestro tiempo y de desarrollar su obra personal. ?Gran parte de lo que me habr?a interesado he tenido que dejarlo de lado para empe?arme a fondo en el servicio que se me ped?a, en las cosas m?s propias de mi cargo? (ST[4] 134-135). Su obediencia serena y pronta a los designios divinos lo hacen una persona libre y ecu?nime, pacificada, que vive las peque?as cosas de la vida y del trabajo con amor y que logra liberar la esencia de su vida cristiana de todo lo accidental y secundario, no anul?ndolo sino redimi?ndolo.
El servicio pastoral se concreta, tambi?n, en una ingrata forma de caridad intelectual: la correcci?n. Al hacerlo ha querido hacer patente que quer?a el bien de los hombres. Como te?logo o pastor, no ha temido encarar a renombrados te?logos y reaccionar con vigor cuando ciertas cr?ticas se dirig?an al n?cleo central de la doctrina. Se le ha escuchado decir: ?la Iglesia es de Dios y no un campo de experimentaci?n para los te?logos?, porque en el fondo se trata de reconocer que el te?logo no decide con sus razonamientos qu? es la Iglesia, sino que ha de creer firmemente que Dios quiere su Iglesia, y tratar de comprender qu? quiere Dios de ella para ponerse a su servicio (cf. ST 92-93).
Otra forma de servicio a la verdad y de caridad intelectual es su capacidad de autocr?tica: Ratzinger se pregunta si est? actuando y expres?ndose bien; reconoce abiertamente los propios l?mites y la competencia de los dem?s; agradece a Dios, sin falsa humildad, que otros lleven adelante cosas que ?l no logra hacer. ?Poco a poco, uno va conociendo los propios l?mites y haci?ndose m?s modesto. Descubre que s?lo puede aportar algo junto a otros; que adem?s de quienes reflexionan y tienen encomendados ministerios, deben existir otras personas carism?ticas que sepan encender la vida; que todo lo que puedo hacer s?lo tiene significado en un contexto m?s amplio y que, por lo tanto, la autocr?tica es importante? (ST 129-130). La autocr?tica lo ayuda a saberse un cooperador entre otros cooperatores veritatis.
Servir a la verdad es una liberaci?n, mientras que la renuncia a ella conduce a la dictadura de la arbitrariedad. ?Si el hombre no puede conocer la verdad, se degrada; si las cosas s?lo son el resultado de una decisi?n, particular o colectiva, el hombre se envilece? (ST 76). La verdad enaltece al hombre y, por la v?a de la humildad y la obediencia, lo conduce a la comuni?n con Dios y con los dem?s. En Ratzinger, la humilde pasi?n por la verdad est? animada por la caridad pastoral y no por mero intelectualismo acad?mico. As? lo reconoc?a Juan Pablo ii en la carta que le dirigi? con motivo de su 50? aniversario de sacerdocio.
El fin al que, desde los primeros a?os de sacerdocio, se ha dirigido es servir a la Verdad, tratando de conocerla siempre m?s a fondo y de darla a conocer siempre m?s ampliamente. Fue precisamente este anhelo pastoral, constantemente presente en su actividad acad?mica, lo que indujo al Papa Pablo vi de v. m. a elevarle a la dignidad episcopal (20-VI-2001).
Ratzinger ha visto ?la ra?z de todos los problemas pastorales? en ?la p?rdida de la capacidad de percepci?n de la verdad?[5], pues la ceguera ante la verdad no es ajena al mal uso de la libertad. Verdad, bien y libertad forman una trilog?a recurrente en sus escritos. ?El bien y la verdad son inseparables entre s?. Actuamos bien cuando el sentido de nuestra acci?n es congruente con el sentido de nuestro ser, es decir, cuando hallamos la verdad y la realizamos. En consecuencia, hacer el bien conduce necesariamente al conocimiento de la verdad. Quien no hace el bien, se ciega tambi?n a la verdad?[6].
Porque el bien es inseparable de la verdad, Ratzinger se ha pronunciado contra cierto moralismo que, prescindiendo de la verdad o subordin?ndola a una vida moral de cortos vuelos, degenera en un cristianismo miope al servicio de los intereses p?blicos o personales. La utilidad de la fe (que en realidad existe) no se produce cuando s?lo se la busca en funci?n de esta utilidad. ?La fuerza moral de la fe est? ligada a la verdad de nuestro encuentro con el Dios vivo. La grandeza que la fe cristiana llev? a las cuestiones sociales y pol?ticas del mundo naci? siempre del amor a Cristo, de la fuerza salvadora de su Pasi?n. All? donde el cristianismo se reduce a la moral, muere precisamente como fuerza moral?[7].
Ratzinger no un intelectual ?puro?; es un pastor inteligente, que habla un lenguaje que sus "ovejas" reconocen. Como profesor universitario se ha forjado en el serio y riguroso quehacer del pensar. Ha publicado muchas obras que una persona de cultura media puede comprender, sin necesidad de introducciones. La fuerza de su palabra depende m?s de su vigorosa espiritualidad, que de la ciencia teol?gica acumulada. Su excelente preparaci?n intelectual est? al servicio de una misi?n esencial de la Iglesia: proponer la fe, clarificarla y defenderla. Hace la apolog?a (aducir razones en defensa de la fe) que requieren nuestros tiempos: la exposici?n inteligente de los misterios de la fe, adaptada al lenguaje de su tiempo[8], con perspicuitas, lenitas, fiducia, prudentia: claridad, afabilidad, confianza y prudencia (cf. Pablo vi, Ecclesiam suam, 38). No hay en ?l vana ret?rica porque est? convencido de que la elocuencia del ministro del Evangelio depende de la resonancia que la palabra de Dios tiene en el interior de su alma (cf. ST 294).
Como servidor de la verdad ha buscado ?liberar de incrustaciones el verdadero n?cleo de la fe para darle energ?a y dinamismo. Esta intenci?n o impulso es una constante en mi vida? (ST 91). Por su voluntad de servicio a la verdad, no pretende otra ?originalidad? que la de nutrirse en las fuentes originarias de la revelaci?n. Esta originalidad anima y da frescura a una teolog?a viva, capaz de dialogar con el hombre de hoy.
No he tratado de crear un sistema propio o una particular teolog?a. Quiz? lo espec?fico de mi trabajo podr?a consistir en que me propongo pensar con la fe de la Iglesia y eso significa sobre todo pensar junto con los grandes pensadores de la fe [...]. Mi teolog?a tiene cierto car?cter b?blico y tambi?n un car?cter que le deriva de los Padres, [...] trato de subrayar los aspectos m?s relevantes del pensamiento del pasado y, a la vez, de entablar un di?logo con el pensamiento contempor?neo (ST 74-75).
Ratzinger, como buen intelectual, ama los libros, pero mucho m?s a las personas. Es capaz de una abnegaci?n cotidiana tenaz, nunca llamativa, a favor del bien de la persona y de la comunidad. Personas, ideas y libros: ?ste ser?a el orden de prioridad en su vida. La verdad cristiana es una persona: Jesucristo y se resume en el amor a Dios y a los hermanos. La verdad cristiana ha de ser "hecha" en el amor. Al final de la vida, lo ?nico que queda son las personas, su alma inmortal, y lo que se haya sembrado en ellas: ?el amor, el conocimiento; el gesto capaz de tocar el coraz?n; la palabra que abre el alma a la alegr?a del Se?or? (Misa pro eligendo Pontifice 18-IV-2005). Su servicio a la verdad, como te?logo y pastor, es personal; proclamar la ?persona? de Cristo, la Verdad que salva a sus hermanos. Cristo es, para Ratzinger, la persona conocida, amada, seguida, anunciada, adorada. No un mero maestro de sana doctrina. El cristianismo no es una teor?a; es el seguimiento amoroso de una Persona, de Otro que lleva la iniciativa y es Se?or de la Historia.
2. Caridad intelectual en las etapas de su vida Or?genes. Ratzinger ama el catolicismo encarnado en aquellas personas de su Baviera natal y representado en la figura del humilde y bondadoso san Conrado de Parzham (1818-1894). Aquella gente estaba convencida de que una vida guiada por la fe logra la realizaci?n de sus m?s bellas posibilidades: una santidad sin aspavientos, sencilla, hecha de fe recia, esperanza serena y caridad operante. Como profesor y obispo, ha preferido salir en defensa de la fe de los sencillos y no se ha mostrado complaciente con la arrogancia de algunos te?logos o con la fe ?aburguesada? de las sociedades opulentas. Se pone del lado de quien no puede defenderse y podr?a verse privado de la fe que sostiene su vida. Le hubiera agradado servir como sacerdote a la sencilla gente de su tierra, pero la Providencia lo ha llevado por otros rumbos que le han descubierto el drama de la pobreza m?s radical: la pobreza de un mundo incr?dulo, incapaz de alegrarse, atenazada por el tedio y el sinsentido. La nueva evangelizaci?n no puede olvidar a estos pobres necesitados de luz[9].
La escuela. Al llegar a Traunstein, Ratzinger ingresa en el ?bachillerato human?stico?. No le pasan desapercibidos los cambios introducidos en los programas por las autoridades nacional-socialistas, ni su intenci?n manipuladora. ?Rememo?rando aquellos a?os de estudio, encuentro que la formaci?n cultural basada en el esp?ritu de la antig?edad griega y lati?na creaba una actitud espiritual que se opon?a a la seduc?ci?n ejercida por la ideolog?a totalitaria? (MV 37). Las dictaduras tratan de limitar los estudios human?sticos que favorecen la formaci?n del sentido cr?tico y la independencia de juicio; se esfuerzan por presentar este proceso como una ?liberaci?n?[10]. Por amor a sus hermanos, Ratzinger ha consagrado su vida a conocer y predicar la Verdad que libera. Joseph entr? al seminario menor a la edad de 12 a?os. Su ?primera? vocaci?n hab?a sido la ense?anza, pues desde muy temprana edad deseaba transmitir sus conocimientos (cf. ST 60). Este primer deseo se concili? bien con la idea de ser sacerdote.
Estudios para el sacerdocio. Ratzinger curs? los estudios filos?ficos en el seminario de Frisinga donde reinaba un ambiente de gran compa?erismo, entusiasmo y vivacidad intelectual. En el coraz?n de los seminaristas surg?an muchas cuestiones relacionadas con la terrible guerra que acababan de vivir. Quer?an ?servir a Cristo en su Iglesia por un tiempo nuevo y mejor, por una Alemania mejor, por un mundo mejor? (MV 54). Pidi? estudiar la teolog?a en la Universidad de Munich para penetrar m?s profundamente en el debate cultural del propio tiempo y prepararse para, eventualmente, dedicarse por completo a la teolog?a cient?fica. La figura de san Agust?n lo fascin? entonces por la frescura y vitalidad de su pensamiento y estilo teol?gicos y, m?s tarde, por ser un te?logo comprometido a fondo en sus deberes pastorales (cf. ST 68).
Expresi?n de caridad intelectual es reconocer la competencia de sus profesores y agradecer el ejemplo y la ciencia que le comunicaron. En Mi vida, los m?ritos de cada uno resaltan sobre sus comprensibles l?mites humanos, que Ratzinger no esconde. Al anotar algunos l?mites o errores de su ense?anza, Ratzinger no se detiene en la denuncia, sino que trata de encontrar los g?rmenes de verdad que hay en cualquier autor (cf. MV 64). De Gottlieb S?hngen aprendi? a pensar a partir de las fuen?tes mismas, a no contentarse con una suerte de positivismo teol?gico y a plantear con rigor la cuesti?n de la verdad y la actualidad de lo cre?do (cf. MV 68).
Coadjutor parroquial. En su primer a?o de sacerdote ejerci? la caridad intelectual en formas sencillas. Impart?a diecis?is horas semanales de religi?n en la escuela a ni?os de seis cursos diferentes. Disfrutaba haci?ndoles comprensible el universo de los abstractos conceptos teol?gicos (cf. ST 72). Aunque anhelaba dedicarse a la ense?anza universitaria, le cost? regresar a las aulas porque supon?a romper las relaciones pastorales que hab?an nacido durante ese a?o (MV 77). Mientras trabajaba en la tesis de habilitaci?n, en el verano de 1954, fue invitado a impartir un curso de dogm?tica en el seminario. Hubiera preferido concentrarse en la tesis pero, con caridad intelectual, acept?. La entusiasta participaci?n de los estudiantes lo sostuvo en el doble trabajo del curso y de la tesis (cf. MV 81). Tras serias dificultades con su director de tesis, Michael Schmaus, en 1957 pudo defender su tesis con ?xito. Despu?s de lo vivido, Ratzinger se hizo el prop?sito de no consentir f?cilmente la recusaci?n de tesis doctorales o de habilitaci?n a la libre docencia y de tomar partido por el m?s d?bil, siempre que le asistiera la raz?n. Llegado el momento, este prop?sito pesar? en su decisi?n de trasladarse de la Universidad de Bonn a la de M?nster.
Caridad intelectual es la fatiga oculta del estudiante y del profesor. Los a?os de duro estudio forjaron en ?l las cualidades del buen te?logo eclesial: rigor cient?fico, alma creyente, voluntad de buscar y proclamar la verdad; sensibilidad hist?rica, intuici?n de lo esencial, capacidad de s?ntesis, b?squeda de los datos, precisi?n en la definici?n de los t?rminos, claridad y coherencia en la exposici?n sistem?tica.
Docencia universitaria. El ministerio sacerdotal de J. Ratzinger como profesor de teolog?a dur? 25 a?os, hasta su nombramiento episcopal: primero en la Escuela superior de filosof?a y teolog?a de Frisinga (1952-1959); despu?s en las universidades de Munich (1957-1959), Bonn (1959-1963), M?nster (1963-1966), Tubinga (1966-1969) y Ratisbona (1969-1977).
En Bonn madur? una relaci?n franca y cordial con sus alumnos. Los estudiantes lo admiraban porque era muy joven, no se limitaba a repetir los manuales e intentaba poner en relaci?n lo que ense?aba con el presente (cf. ST 73). Con un grupo de entusiastas estudiantes, que inicialmente se form? de modo espont?neo, sostuvo coloquios regulares hasta el a?o 1993. Trataba de comunicar a los doctorandos su rigor y apertura intelectual: les ense?aba a detectar los puntos d?biles de una argumentaci?n, a trabajar en equipo y a debatir. ?Sab?amos que en las cr?ticas mutuas no nos mov?a ninguna intenci?n negativa, sino que quer?amos ayudarnos, debatiendo los temas anal?ticamente? (ST 74). En grupo, adem?s, visitaban grandes personalidades: Y. Congar, K. Barth, K. Rahner. La caridad intelectual del profesor se expresa tambi?n en la relaci?n con los colegas. En Bonn conoci? a Paul Hacker, un gran experto en lenguas, menospreciado por la comunidad acad?mica, a quien Ratzinger estimaba por su indiscutible competencia (cf. MV 94).
Ratzinger y el Concilio Vaticano ii. Como consejero teol?gico del cardenal Frings, en la primera sesi?n, y despu?s como perito conciliar, Ratzinger asumi? la fatiga de clarificar cuestiones debatidas por los padres conciliares, en particular el problema de la relaci?n entre Escritura, Tradici?n y Magisterio, planteado a la luz de un presunto descubrimiento de J.R. Geiselmann. Ratzinger, antes de que la ?propaganda conciliar? sacara de quicio las consecuencias de la tesis de Geiselmann y afirmara que la ex?gesis deb?a ser la ?ltima instancia en la Iglesia, estudi? minuciosamente las actas de Trento y constat? que el paso que Geiselmann consideraba de importancia central no era sino un insignificante aspecto secundario en el debate de Trento (cf. MV 104). M?s tarde, expresi?n de caridad intelectual fue su esfuerzo por una correcta recepci?n del Concilio. A los pocos a?os de su conclusi?n, Ratzinger comenz? a hablar de un ?falso esp?ritu conciliar? (Konzils-Ungeist) y a hacer un balance bastante negativo de su recepci?n. Frente a las posiciones con?trapuestas de progresistas y conservadores, Ratzinger ha subrayado la rigurosa continuidad del concilio Vaticano ii con los concilios anteriores, de los que re?coge literalmente su doctrina en puntos decisivos. Ratzinger se ha entregado a la defensa de la verdadera interpretaci?n del Concilio y a la salvaguarda de la unidad y continuidad de la Iglesia. Por permanecer fiel a s? mismo y al Concilio, fue considerado ?progresista? durante el Concilio y tildado, despu?s, de ?conservador?.
M?s docencia universitaria. Ratzinger vivi? el Concilio entre M?nster y Roma. En 1966 recomenz? a dar clases en Tubinga. El ambiente universitario aparec?a cada vez m?s agitado y oscuro. En 1968, cambi? el ?paradigma? cultural y teol?gico del existencialismo al marxismo; la facultad de teolog?a era el centro ideol?gi?co del marxismo universitario. Ratzinger, que en su curso de cristolo?g?a de 1966-1967 hab?a intentado reaccionar a la reducci?n existencialista del cristianismo, ahora no sab?a c?mo reaccionar ante la destrucci?n de la teolog?a que ten?a lugar a trav?s de la instrumentalizaci?n pol?tica marxista. Esta destrucci?n ?era incomparablemente m?s radical? porque se basaba sobre una mentira y un abuso de la Iglesia y de la fe (cf. MV 114). Su estancia en Tubinga fue corta en a?os pero intensa en experiencias que lo iban preparando para ministerios futuros.
En 1969, Ratzinger comienza a ense?ar en Ratisbona, donde no faltaban las pol?micas, pero ?hab?a un respeto rec?proco de fondo que es muy importan?te para que un trabajo sea fruct?fero? (MV 118). Durante este per?odo de intensa actividad cient?fica, colabor? con la Conferencia Episcopal Alemana y la Comisi?n Teol?gica Internacional, y se fragu? su separaci?n de la revista Concilium y la fundaci?n de la revista Communio. En los serenos y fecundos a?os de Ratisbona, Ratzinger experiment? la satisfacci?n de aportar algo nuevo a la teolog?a. Cuando en el a?o 1977 todo parec?a asentarse, su vida dio un vuelco. En un intervalo de tres meses, Pablo vi lo nombr? arzobispo y cardenal.
Arzobispo de Munich y Frisinga. Por sentido de responsabilidad, dud? antes de aceptar el nombramiento. Se ve?a sin experiencia pastoral y pensaba que, finalmente, hab?a llegado el momento en el que su obra podr?a aportar algo al conjunto de la reflexi?n teol?gica. Acept? porque comprendi? que en la situaci?n extraordinaria que viv?a la Iglesia, tambi?n los te?logos deb?an estar dispuestos a asumir el ministerio episcopal. En su ministerio conjug? armoniosamente la seriedad en afrontar los problemas y la serenidad de la fe que descubre la belleza de Dios y de la existencia humana.
Prefecto de la CDF. El 25 de noviembre de 1981, Juan Pablo ii lo nombr? Prefecto de la CDF. En raz?n de este cargo, presidi? la Pontificia Comisi?n B?blica y la Comisi?n Teol?gica Internacional y pudo reforzar sus contactos con los te?logos. La CDF promueve la fe favoreciendo el di?logo entre los te?logos del mundo, alentando las corrientes positivas y ayudando a enderezarse a las otras. Defiende la fe ayudando a distinguir los aut?nticos progresos teol?gicos de otras novedades que implican una p?rdida de la identidad de la fe cat?lica.
Caridad intelectual es afrontar los problemas y buscar su soluci?n por la v?a del di?logo. La tarea ha sido dif?cil pues en ese per?odo abundaban las tergiversaciones o negaciones de la fe que a ?l compet?a promover, exponer y defender. ?La funci?n de un cirujano que opera a un hombre enfermo para sanarle no es grata si el que padece la enfermedad no la reconoce. Por ello quiz? su primera funci?n tenga que ser esclarecerle los hechos y procesos que padece, que de no ser frenados o extirpados a tiempo acabar?an con su vida. ?sa fue la tarea de Ratzinger al frente del dicasterio?[11].
El servicio de clarificar la fe cat?lica es m?s hermoso que el de se?alar errores, pero este tampoco es un deshonor. San Jer?nimo hac?a este elogio de san Agust?n: ?Has creado una expresi?n nueva al cristianismo en la cultura romana, y lo que es m?s: te detestan todos los herejes?. El cardenal Ratzinger quiz? se haya consolado con ese pensamiento cuando tuvo que intervenir en algunos ?casos sonados?, que dieron origen a la publicaci?n de notificaciones sobre algunas obras de conocidos te?logos.
En la medida que sus responsabilidades se lo permit?an, Ratzinger intervino como un te?logo m?s en el debate teol?gico y cultural del propio tiempo. De este modo, los te?logos y los obispos pudieron conocer mejor los procesos, motivos y razones que orientaban las decisiones que como prefecto deb?a tomar y que, en ocasiones, el Santo Padre confirmaba con su autoridad. Al pronunciarse como te?logo, se expon?a al fuego de la cr?tica teol?gica y pod?a perfilar mejor su pensamiento en aquellos puntos en los que estaba buscando mayor claridad. Todo ello redundaba en beneficio de su tarea, como prefecto, de explicar con t?rminos claros y precisos la doctrina de la Iglesia universal.
Ejercicio de caridad intelectual es saberse limitar a las prioridades y no dedicarse a satisfacer los propios intereses. En una carta a un amigo, un mes antes de su elecci?n papal, escrib?a: ?Hace ya dos a?os que he decidido abandonar totalmente mi actividad de conferenciante, para poder cumplir aqu? debidamente mis deberes; finalmente la edad reduce la capacidad de trabajar y aqu? las tareas son cada d?a mayores?[12].
Caridad intelectual es afrontar las tareas ingratas y dif?ciles con esp?ritu elevado y modo gentil. No fue autoritario ni quiso serlo. En la CDF favoreci? el modo de trabajar colegial. Cuid? el di?logo a todos los niveles para resolver los asuntos sin recurrir a sanciones. En su misi?n de corregir, quiso defender a los m?s d?biles sin da?ar gratuitamente a nadie y se esforz? por mejorar el ordenamiento jur?dico de la CDF para encontrar el justo equilibrio entre los derechos del individuo y el bien de la comunidad (cf. ST 102).
La seriedad de su forma de trabajar es proverbial, sobre todo cuando tiene entre manos asuntos que requieren un estudio profundo. Se manten?a abierto a la cr?tica y a la colaboraci?n, pero no renunciaba a intervenir cuando era necesario, aunque las medidas fueran impopulares, y siempre en modo correcto, respetando los derechos de las personas y las normas del derecho eclesi?stico (cf. ST 112).
Caridad intelectual es, tambi?n, la capacidad para revisar las propias opiniones. A los sacerdotes de la di?cesis de Aosta dijo que - en el contexto de la pastoral con los fieles divorciados vueltos a casar y que desean recibir la comuni?n - como Prefecto invit? a diversas Conferencias episcopales y a especialistas a estudiar el problema del sacramento del matrimonio celebrado sin fe: ?No me atrevo a decir si realmente se puede encontrar aqu? un momento de invalidez, porque al sacramento le faltaba una dimensi?n fundamental. Yo personalmente lo pensaba, pero los debates que tuvimos me hicieron comprender que el problema es muy dif?cil y que se debe profundizar a?n m?s? (25-VII-2005). Estas palabras revelan el esfuerzo de quien, ante un problema pastoral, trata de respetar, por una parte, el bien de la comunidad y el bien del sacramento y, por otra, trata de ayudar a las personas que sufren.
Las m?ltiples facetas de la caridad intelectual han ido apareciendo a trav?s de la biograf?a de Joseph Ratzinger y siguen resplandeciendo en su ministerio de Pastor Universal de la Iglesia.
[1] J. Ratzinger, Mi vida. Recuerdos 1927-1977, Encuentro, Madrid 1997.
[2] Benedicto XVI, Homil?a en la concelebraci?n con los cardenales electores, Capilla Sixtina, 20-IV-2005.
[3] Cf. O. Gonz?lez de Cardedal, Ratzinger y Juan Pablo II, S?gueme, Salamanca 2005, 43.
[4] Traducci?n nuestra de la edici?n italiana de J. Ratzinger, Il sale della terra, San Paolo, Milano 1997.
[5] J. Ratzinger, "El problema de fondo. Entrevista de Jaime Ant?nez Aldunate", Humanitas 10 (2005) numero especial, 122.
[6] J. Ratzinger, "El problema de fondo...", 123.
[7] J. Ratzinger, "El problema de fondo...", 128-129.
[8] Cf. H.U. von Balthasar, ?Ancora un decennio - 1975?, in Idem., Il filo di Arianna attraverso la mia opera, Jaca Book, Milano 1980, 54.
[9] Cf. J. Ratzinger, "La nueva evangelizaci?n", Ecclesia 10 (1996) 351.
[10] Cf. J. Ratzinger, "Libertad y liberaci?n. La visi?n antropol?gica de la Instrucci?n Libertatis conscientia", Ecclesia 1 (1987) 463-464.
[11] O. Gonz?lez de Cardedal, Ratzinger y Juan Pablo II, 57-58.
[12] Carta del 12 de marzo de 2005 a Olegario Gonz?lez de Cardedal, en O. Gonz?lez de Cardedal, Ratzinger y Juan Pablo II, 61-62.