El evangelio de hoy tiene mucho de víspera de combate, de preparativo para la lucha, de vela de armas, de anhelado despertar de cara a la acción. Las películas de guerra suelen presentar con suspense ese momento psicológico. Ahí está el gran general, sin dormir, dando a sus oficiales sus últimas consignas, mientras mide a zancadas los pocos metros cuadrados de su tienda. Es el preludio de "El día más largo". También a los soldados les bailan los sables en la cintura, sabiendo que ya llega el "mo-mento de la verdad".
Perdónenme estos símiles bélicos. Pero a eso me suena la página de Mateo: Al enterarse Jesús del arresto de Juan, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaum". Es un jefe eligiendo el lu-gar de su "cuartel general". Si Belén había sido el sitio prefijado de su nacimiento, y Nazaret el de su "academia militar", Cafarnaum será su "puesto de mando" para sus batallas. También eso había sido anunciado por Isaías: "País de ZabuIón y de Neftalí, al otro lado del mar... A los que habitaban en tinieblas... una luz les brilló". Pues eso: para que esa luz irradie ya, es por lo que Jesús despliega ahora esa estrategia; y ese reclutamiento de los mejores: "Vengan y síganme, que les haré pescadores de hombres"- y esa invitación general a ingresar en su milicia: "Prepárense, que está cerca el Reino de los Cielos".
Lección primera para cristianos despistados: "De la conveniente preparación". -Cada día más, el cristiano necesita formarse, educarse, crecer en la fe, organizarse, agruparse y desplegarse después en movimientos coherentes. Es verdad que "el Espíritu sopla donde quiere". Pero deberíamos hacer lo posible por anular aquella frase que dijo Jesús con tristeza: "Los hijos de las tinieblas son más precavidos que los hijos de la luz". Al cristiano se le pide, cada vez más,
un desarrollo incesante de su fe y un fuerte compromiso "de iglesia". Bien está la preocupación de los padres por bautizar a sus hijos, y enseñarles las primeras oraciones y prepararles para la primera comunión. Pero eso no basta. La voz de la Iglesia insiste tercamente en la "necesidad de inserción de los seglares en responsabilidades de Iglesia, en la urgencia de formación de buenos catequistas, en el compromiso temporal, en la encarnación en un mundo que ha de ser evangelizado, catequizado, religado. Y para todo eso, amigos, se requiere estrategia, plan de combate, estudio de la posición del "enemigo", organización. Tenemos fama los cristianos de hacer la batalla al ritmo de la improvisación y en barullo -al grito eufórico de "Dios lo quiere". Por eso es bueno contemplar a Jesús, reclutando discípulos y caminando decidido a Cafarnaum, empezando así la implantación de su Reino. Porque "Dios dará el incremento", seguro. Pero Apolo y Pablo, y tú y yo, "tendremos que sembrar y regar".
Y si mi comentario de hoy les ha parecido demasiado militarista y belicoso, examinen el lenguaje de Juan: "Esta es la victo-ria que vence al mundo: nuestra fe". O el de Pablo, detallando el "arsenal": "Tomen las armas de Dios. Pónganse el cinturón de la verdad, la coraza de la justicia, el calzado para anunciar la paz. Al brazo, el escudo de la fe. Por casco, la salvación. Y por espada, el Espíritu". Siempre hablaba San Pablo así. Incluso, adivinando su final cercano, confesaba todavía: "He combatido el buen combate"
No andaban equivocados ni Juan ni Pablo. Muchos años antes, pudriéndose en su muladar, Job repetía: "Milicia es la vida del hombre sobre la tierra".
Queridos hermanos y hermanas
1. El tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, "Los medios: en la encrucijada entre protagonismo y servicio. Buscar la Verdad para compartirla", señala la importancia del papel que estos instrumentos tienen en la vida de las personas y de la sociedad. En efecto, no existe ámbito de la experiencia humana –más aún si consideramos el amplio fenómeno de la globalización- en el que los medios no se hayan convertido en parte constitutiva de las relaciones interpersonales y de los procesos sociales, económicos, políticos y religiosos. A ese respecto escribía en mi Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del pasado 1 de enero: «los medios de comunicación social, por las potencialidades educativas de que disponen, tienen una responsabilidad especial en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos, en resaltar su belleza» (n.5).
2. Gracias a una vertiginosa evolución tecnológica, estos medios han logrado potencialidades extraordinarias, lo cual plantea al mismo tiempo nuevos e inéditos interrogantes. Es innegable la aportación que pueden dar al flujo de noticias, al conocimiento de los hechos y a la difusión del saber. Han contribuido de manera decisiva, por ejemplo, a la alfabetización y la socialización, como también al desarrollo de la democracia y al diálogo entre los pueblos. Sin su aportación sería realmente difícil favorecer y mejorar la comprensión entre las naciones, dar alcance universal a los diálogos de paz, garantizar al hombre el bien primario de la información, asegurando a la vez la libre circulación del pensamiento, en orden sobre todo a los ideales de solidaridad y justicia social. Ciertamente, los medios en su conjunto no solamente son medios para la difusión de las ideas, sino que pueden y deben ser también instrumentos al servicio de un mundo más justo y solidario. No obstante, existe el riesgo de que en vez de ello se transformen en sistemas dedicados a someter al hombre a lógicas dictadas por los intereses dominantes del momento. Éste es el caso de una comunicación usada para fines ideológicos o para la venta de bienes de consumo mediante una publicidad obsesiva. Con el pretexto de representar la realidad, se tiende de hecho a legitimar e imponer modelos distorsionados de vida personal, familiar o social. Además, para ampliar la audiencia, la llamada audience, a veces no se duda en recurrir a la transgresión, la vulgaridad y la violencia. Puede suceder también que a través de los medios se propongan y sostengan modelos de desarrollo que, en vez de disminuir el abismo tecnológico entre los países pobres y los ricos, lo aumentan.
3. La humanidad se encuentra hoy ante una encrucijada. También para los medios es válido lo que escribí en la Encíclica Spe salvi sobre la ambigüedad del progreso, que ofrece posibilidades inéditas para el bien, pero abre al mismo tiempo enormes posibilidades de mal que antes no existían (cf. n.22). Por lo tanto, es necesario preguntarse si es sensato dejar que los medios de comunicación se subordinen a un protagonismo indiscriminado o que acaben en manos de quien se vale de ellos para manipular las conciencias. ¿No se debería más bien hacer esfuerzos para que permanezcan al servicio de la persona y del bien común, y favorezcan «la formación ética del hombre, el crecimiento del hombre interior»? (cf. ibíd.). Su extraordinaria incidencia en la vida de las personas y de la sociedad es un dato ampliamente reconocido, pero hay que tomar conciencia del viraje, diría incluso del cambio de rol que los medios están afrontando. Hoy, de manera cada vez más marcada, la comunicación parece tener en ocasiones la pretensión no sólo de representar la realidad, sino de determinarla gracias al poder y la fuerza de sugestión que posee. Se constata, por ejemplo, que sobre algunos acontecimientos los medios no se utilizan para una adecuada función de informadores, sino para "crear" los eventos mismos. Este arriesgado cambio en su papel es percibido con preocupación por muchos Pastores. Justamente porque se trata de realidades que inciden profundamente en todas las dimensiones de la vida humana (moral, intelectual, religiosa, relacional, afectiva, cultural), poniendo en juego el bien de la persona, es necesario reafirmar que no todo lo que es técnicamente posible es también éticamente realizable. El impacto de los medios de comunicación en la vida de las personas contemporáneas plantea, por lo tanto, interrogantes ineludibles y espera decisiones y respuestas inaplazables.
4. El papel que los medios de comunicación han adquirido en la sociedad debe ser considerado como parte integrante de la cuestión antropológica, que se plantea como un desafío crucial del tercer milenio. De manera similar a lo que sucede en el campo de la vida humana, del matrimonio y la familia, y en el ámbito de los grandes temas contemporáneos sobre la paz, la justicia y la tutela de la creación, también en el sector de la comunicación social están en juego dimensiones constitutivas del ser humano y su verdad. Cuando la comunicación pierde las raíces éticas y elude el control social, termina por olvidar la centralidad y la dignidad inviolable del ser humano, y corre el riesgo de incidir negativamente sobre su conciencia y sus opciones, condicionando así la libertad y la vida misma de las personas. Precisamente por eso es indispensable que los medios defiendan celosamente a la persona y respeten plenamente su dignidad. Más de uno piensa que es necesaria en este ámbito una "info-ética", así como existe la bio-ética en el campo de la medicina y de la investigación científica sobre la vida.
5. Se ha de evitar que los medios se conviertan en megáfono del materialismo económico y del relativismo ético, verdaderas plagas de nuestro tiempo. Por el contrario, pueden y deben contribuir a dar a conocer la verdad sobre el hombre defendiéndola ante los que tienden a negarla o destruirla. Se puede decir incluso que la búsqueda y la presentación de la verdad sobre el hombre son la más alta vocación de la comunicación social. Utilizar para este fin todos los lenguajes, cada vez más bellos y refinados, de los que los medios disponen, es una tarea entusiasmante confiada, en primer lugar, a los responsables y operadores del sector. Es una tarea que, sin embargo, nos corresponde en cierto modo a todos, porque en esta época de globalización todos somos usuarios y a la vez operadores de la comunicación social. Los nuevos medios, en particular la telefonía e Internet, están modificando el rostro mismo de la comunicación y tal vez ésta es una maravillosa ocasión para rediseñarlo y hacer más visibles, como decía mi venerado predecesor Juan Pablo II, las líneas esenciales e irrenunciables de la verdad sobre la persona humana (cf. Carta ap. El rápido desarrollo, 10).
6. El hombre tiene sed de verdad, busca la verdad; así lo demuestran también la atención y el éxito que tienen tantos productos editoriales y programas de ficción de calidad en los que se reconocen y son adecuadamente representadas la verdad, la belleza y la grandeza de la persona, incluyendo su dimensión religiosa. Jesús dijo: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,32). La verdad que nos hace libres es Cristo, porque sólo Él puede responder plenamente a la sed de vida y de amor que existe en el corazón humano. Quien lo ha encontrado y se apasiona por su mensaje, experimenta el deseo incontenible de compartir y comunicar esta verdad: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos –escribe San Juan–, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de Vida [...], os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa» (1 Jn 1, 1-3).
Invoquemos al Espíritu Santo para que no falten comunicadores valerosos y testigos auténticos de la verdad que, fieles al mandato de Cristo y apasionados por el mensaje de la fe, «se hagan intérpretes de las actuales exigencias culturales, comprometiéndose a vivir esta época de la comunicación no como tiempo de alienación y extravío, sino como un tiempo oportuno para la búsqueda de la verdad y el desarrollo de la comunión entre las personas y los pueblos» (Juan Pablo II, Discurso al Congreso Parábolas mediáticas, 9 noviembre 2002, 2).
Con estos deseos os imparto con afecto mi bendición.
Vaticano, 24 de enero 2008, Fiesta de San Francisco de Sales.
BENEDICTUS PP. XVI
Homilía que pronunció Benedicto XVI el domingo 13 de enero de 2008, fiesta del Bautismo del Señor, en la eucaristía en la que bautizó en la capilla Sixtina a trece niños nacidos en la segunda mitad del año 2007: ocho eran niñas y cinco niños.
Queridos hermanos y hermanas:
La celebración de hoy es siempre para mí motivo de especial alegría. En efecto, administrar el sacramento del bautismo en el día de la fiesta del Bautismo del Señor es, en realidad, uno de los momentos más expresivos de nuestra fe, en la que podemos ver de algún modo, a través de los signos de la liturgia, el misterio de la vida. En primer lugar, la vida humana, representada aquí en particular por estos trece niños que son el fruto de vuestro amor, queridos padres, a los cuales dirijo mi saludo cordial, extendiéndolo a los padrinos, a las madrinas y a los demás parientes y amigos presentes. Está, luego, el misterio de la vida divina, que hoy Dios dona a estos pequeños mediante el renacimiento por el agua y el Espíritu Santo. Dios es vida, como está representado estupendamente también en algunas pinturas que embellecen esta Capilla Sixtina.
Sin embargo, no debe parecernos fuera de lugar comparar inmediatamente la experiencia de la vida con la experiencia opuesta, es decir, con la realidad de la muerte. Todo lo que comienza en la tierra, antes o después termina, como la hierba del campo, que brota por la mañana y se marchita al atardecer. Pero en el bautismo el pequeño ser humano recibe una vida nueva, la vida de la gracia, que lo capacita para entrar en relación personal con el Creador, y esto para siempre, para toda la eternidad.
Por desgracia, el hombre es capaz de apagar esta nueva vida con su pecado, reduciéndose a una situación que la sagrada Escritura llama "segunda muerte". Mientras que en las demás criaturas, que no están llamadas a la eternidad, la muerte significa solamente el fin de la existencia en la tierra, en nosotros el pecado crea una vorágine que amenaza con tragarnos para siempre, si el Padre que está en los cielos no nos tiende su mano.
Este es, queridos hermanos, el misterio del bautismo: Dios ha querido salvarnos yendo él mismo hasta el fondo del abismo de la muerte, con el fin de que todo hombre, incluso el que ha caído tan bajo que ya no ve el cielo, pueda encontrar la mano de Dios a la cual asirse a fin de subir desde las tinieblas y volver a ver la luz para la que ha sido creado. Todos sentimos, todos percibimos interiormente que nuestra existencia es un deseo de vida que invoca una plenitud, una salvación. Esta plenitud de vida se nos da en el bautismo.
Acabamos de oír el relato del bautismo de Jesús en el Jordán. Fue un bautismo diverso del que estos niños van a recibir, pero tiene una profunda relación con él. En el fondo, todo el misterio de Cristo en el mundo se puede resumir con esta palabra: "bautismo", que en griego significa "inmersión". El Hijo de Dios, que desde la eternidad comparte con el Padre y con el Espíritu Santo la plenitud de la vida, se "sumergió" en nuestra realidad de pecadores para hacernos participar en su misma vida: se encarnó, nació como nosotros, creció como nosotros y, al llegar a la edad adulta, manifestó su misión iniciándola precisamente con el "bautismo de conversión", que recibió de Juan el Bautista. Su primer acto público, como acabamos de escuchar, fue bajar al Jordán, entre los pecadores penitentes, para recibir aquel bautismo. Naturalmente, Juan no quería, pero Jesús insistió, porque esa era la voluntad del Padre (cf. Mt 3, 13-15).
¿Por qué el Padre quiso eso? ¿Por qué mandó a su Hijo unigénito al mundo como Cordero para que tomara sobre sí el pecado del mundo? (cf. Jn 1, 29). El evangelista narra que, cuando Jesús salió del agua, se posó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma, mientras la voz del Padre desde el cielo lo proclamaba "Hijo predilecto" (Mt 3, 17). Por tanto, desde aquel momento Jesús fue revelado como aquel que venía para bautizar a la humanidad en el Espíritu Santo: venía a traer a los hombres la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10), la vida eterna, que resucita al ser humano y lo sana en su totalidad, cuerpo y espíritu, restituyéndolo al proyecto originario para el cual fue creado.
El fin de la existencia de Cristo fue precisamente dar a la humanidad la vida de Dios, su Espíritu de amor, para que todo hombre pueda acudir a este manantial inagotable de salvación. Por eso san Pablo escribe a los Romanos que hemos sido bautizados en la muerte de Cristo para tener su misma vida de resucitado (cf. Rm 6, 3-4). Y por eso mismo los padres cristianos, como hoy vosotros, tan pronto como les es posible, llevan a sus hijos a la pila bautismal, sabiendo que la vida que les han transmitido invoca una plenitud, una salvación que sólo Dios puede dar. De este modo los padres se convierten en colaboradores de Dios no sólo en la transmisión de la vida física sino también de la vida espiritual a sus hijos.
Queridos padres, juntamente con vosotros doy gracias al Señor por el don de estos niños e invoco su asistencia para que os ayude a educarlos y a insertarlos en el Cuerpo espiritual de la Iglesia. A la vez que les ofrecéis lo que es necesario para el crecimiento y para la salud, vosotros, con la ayuda de los padrinos, os habéis comprometido a desarrollar en ellos la fe, la esperanza y la caridad, las virtudes teologales que son propias de la vida nueva que han recibido con el sacramento del bautismo.
Aseguraréis esto con vuestra presencia, con vuestro afecto; y lo aseguraréis, ante todo y sobre todo, con la oración, presentándolos diariamente a Dios, encomendándolos a él en cada etapa de su existencia. Ciertamente, para crecer sanos y fuertes, estos niños y niñas necesitarán cuidados materiales y muchas atenciones; pero lo que les será más necesario, más aún indispensable, es conocer, amar y servir fielmente a Dios, para tener la vida eterna. Queridos padres, sed para ellos los primeros testigos de una fe auténtica en Dios.
En el rito del bautismo hay un signo elocuente, que expresa precisamente la transmisión de la fe: es la entrega, a cada uno de los bautizandos, de una vela encendida en la llama del cirio pascual: es la luz de Cristo resucitado que os comprometéis a transmitir a vuestros hijos. Así, de generación en generación, los cristianos nos transmitimos la luz de Cristo, de modo que, cuando vuelva, nos encuentre con esta llama ardiendo entre las manos.
Durante el rito, os diré: "A vosotros, padres y padrinos, se os confía este signo pascual, una llama que debéis alimentar siempre". Alimentad siempre, queridos hermanos y hermanas, la llama de la fe con la escucha y la meditación de la palabra de Dios y con la Comunión asidua de Jesús Eucaristía.
Que en esta misión estupenda, aunque difícil, os ayuden los santos protectores cuyos nombres recibirán estos trece niños. Que estos santos les ayuden sobre todo a ellos, los bautizandos, a corresponder a vuestra solicitud de padres cristianos. En particular, que la Virgen María los acompañe a ellos y a vosotros, queridos padres, ahora y siempre. Amén.
Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana
Artículo publicado el EL DÍA por el año 1989 del que se había hecho una fotocopia que se ha conservado hasta ahora.
CERCANA la Semana Santa es frecuente que un amplio sector de la población se pregunte qué normas o sistema se siguen para fijar, cada año, las fechas en que deben situarse los días de la magna celebración.
Todo el mundo tiene una vaga idea del importante papel que en ello juega el plenilunio, pero casi nadie conoce, a ciencia cierta, de qué se trata, ni si ello tiene relación con la primavera... que sí la tiene.
Vamos, pues, a esbozar las normas y el sistema utilizados para precisar la fecha del domingo de Resurrección, y por ende de toda. la Semana Santa. Las primeras, basadas, efectivamente, en la luna y en el equinoccio vernal o de primavera, y el segundo consistente en la obtención de unas fórmulas matemáticas muy sencillas.
Como obligado preámbulo indiquemos que el primitivo año romano de 304 días estaba formado por 10 meses, 4 de 31 días y 6 de 30, a los que se añadieron más tarde otros dos: Januarius, que pasó a ser el primero, y Februarius, al que se asignó el último lugar y que se acogió a la protección de Neptuno.
El año resultante, con 4 meses de 31 días, 7 de 29 y 1 de 27, todos ellos, como puede observarse, con números nones de días —señal de buen augurio—, era, no obstante, corto. Lo que se trató de evitar con la adición, cada dos años, del llamado mes mercedonio, de 22 ó 23 días, que había de intercalarse en febrero. El conseguido así fue entonces un año demasiado largo.
Por fin, el año 707, Julio César ordenó la reforma del calendario conocida con su nombre —«juliana»—, que llevó a cabo el astrónomo Sosígenes. En la misma sólo se producía el error de 1 día cada 128 años. Sin embargo, ello provocaba que, al cabo de los siglos, el equinoccio vernal se fuera desplazando hacia el comienzo del año.
El 325, en que se celebró el Concilio de Nicea, el equinoccio
vernal coincidió con el 21 de marzo. Y al realizarse en 1582 la reforma del calendario dispuesta por el Papa Gregorio XIII, llamada por ello «gregoriana», se fijó definitivamente, mediante las oportunas correcciones, en dicho día 21 de marzo el equinoccio de primavera.
La regla que define nuestro año actual es la siguiente: Todo año se considera de 365 días, excepto cuando el número formado por sus dos últimas cifras es divisible por 4, en que cuenta con un día más, el cual se añade a los 28 de febrero, llamándose, entonces, bisiesto. Los años que expresan número exacto de siglos (1700, 1800, 1900, etc.), no se consideran bisiestos a menos que el número de siglos sea divisible por 4, como ocurre, por ejemplo, con los años 1200, 1600 ó 2000.
Finalmente, completemos los datos aún necesarios para concretar las fechas de la Semana Santa, indicando, también, que el año lunar o sinódico está formado por 12 lunaciones de unos 29'8 días cada una; en total, 354 días que lo diferencian en 11 días y cuarto, aproximadamente, de los 365 que forman el año solar. Por su parte, el mes lunar, mes sinódico o lunación es el tiempo que emplea la luna desde su conjunción con el sol (luna nueva) hasta la siguiente.
Conocido lo expuesto, las condiciones que ha de reunir la fe-cha de la Pascua de Resurrección, según el Concilio de Nicea, son:
1°) Tiene que ser domingo.
2°) Este domingo ha de ser el siguiente al décimocuarto día de la luna pascual. Y si dicho día coincide con domingo, se entenderá el siguiente.
3°) La luna pascual es aquella cuyo décimocuarto día (primero de luna llena) tiene lugar en el equinoccio vernal o inmediatamente después del mismo.
Y 4°) El equinoccio vernal o de primavera tiene lugar el 21 de marzo,
De dichas condiciones se de duce, a su vez, lo que sigue:
1°) El domingo de Resurrec ción nunca puede ser anterior al 22 de marzo. En efecto, si la luna llena coincide con el 21 de marzo, la luna nueva se hubiera producido el 8, y la luna nueva pas-cual no puede ser antes del 8 ya que de ser así la luna tendría 14 días antes del 21 de marzo, y entonces no sería luna pascual.
2°) El domingo de Resurrección nunca puede ser posterior al 25 de abril. En efecto, el día 14 de la luna pascual tendrá lugar lo más tarde posible 29 días después del 20 de marzo, puesto que 29 días es una lunación. Ahora bien, 29 días después del 20 de marzo es el 18 de abril, y si este día cae en domingo, el de Resurección debe celebrarse el domingo siguiente, es decir, el 25 de abril. Este es, pues, el día más avanzado de abril que puede coincidir con la Pascua de Resurrección.
Y todo ello se resume así: Por decisión del Concilio de Nicea, la Pascua debe celebrarse el primer domingo después del plenilunio que sigue al equinoccio de primavera, y no puede ser anterior al 22 de marzo ni posterior al 25 de abril.
Evidentemente, el calendario eclesiástico es lunisolar y se rige por la Pascua de Resurrección, que no coincide con la Pascua judía. Respecto a la fecha acordada para el equinoccio vernal, ésta no siempre se ajusta a la astronómica. Y en cuanto al nombre de Pascua, inicialmente recordó el paso de Jehová por Egipto, con la muerte de los primogénitos ' egipcios en tanto quedaban indemnes los de los hebreos. Sobradamente conocida, es la fiesta más importante de este pueblo, y conmemora el fin del cautiverio en poder del Faraón y el milagro del Mar Rojo.
En la actualidad, la Iglesia cele-bra tres solemnidades con el nombre de Pascua: la de Resurrección o «Florida», que deter-mina las fiestas movibles del año litúrgico; la de Reyes, llamada también «de los Negros», y la de Pentecostés, conocida, asimismo, por «Pascua granada».
Sólo nos resta ya reseñar, sucintamente, algunas de las fórmulas matemáticas ideadas para conocer el domingo de cada año en el que debe situarse la Pascua de Resurección. Las más sencillas son las de Gauss (1880), que se obtienen del siguiente modo:
Llamando «N» al número que indica el año de que se trata, es preciso hallar los restos enteros de las cinco divisiones siguientes:
En las cinco divisiones indicadas anteriores, las letras «X» e «Y», tiene los valores fijos de 24 y 5, respectivamente, válidos para todos los años comprendidos entre 1900 y 2099, ambos inclusive. Pues bien, obtenidos los cinco restos enteros mencionados y a los que hemos llamado: A, B, C, D y E, el domingo de Resurrección cae:
o bien en: 22 + D + E, del mes de marzo, o bien en: D + E — 9, de abril.
Aplicando estas fórmulas es muy fácil obtener las fechas de los domingos de Resurrección, que desde el ano próximo y hasta el año 2000 son los siguientes: En 1990, el 15 de abril. En 1991, el 31 de marzo. En 1992, el 19 de abril. En 1993, el 11 de abril. En 1994, el 3 de abril. En 1995, el 16 de abril. En 1996, el 7 de abril. En 1997, el 30 de marzo. En 1998, el 12 de abril. En 1999, el 4 de abril y el año 2000, el 23 de abril.
Ocho días antes de cada uno de dichos domingos tiene lugar el de Ramos, y cuarenta antes de éste, el miércoles de Ceniza, que inicia la cuaresma. La penultima 1 semana de ésta es la de Pasión 1 y la última, la Semana Santa. A su vez, el jueves comprendido entre los domingos 5° y 6° después
del de Pascua, se celebra la Ascensión, y el domingo 7° es el de Pentecostés. El que le sigue es la Trinidad y el jueves posterior. el Corpus.
Si con lo expuesto hemos conseguido aclarar una cuestión que para muchos lectores siempre resultó confusa y enmarañada, cuando no totalmente desconocida, nos daremos por satisfechos.
• José Félix Navarro.
En la Iglesia Católica se celebra hoy la “94 Jornada del Emigrante y el Refugiado”. Si bien está circunscrita al ámbito eclesiástico, esta Jornada tiene una gran proyección social ya que se educa y exhorta a los fieles en la acogida y el amor a los inmigrantes -sean o no cristianos- y se les pide colaboración económica para ayudarles en sus necesidades a través de las obras sociales de la Iglesia. La migración es un fenómeno humano que siempre se ha dado en la historia. Los canarios en otras épocas hemos sido emigrantes; ahora recibimos inmigrantes. Como es lógico, no podemos ignorar el hecho, ni ser indiferentes ante el mismo, como si no existiera. La Iglesia, como lo ha hecho siempre, también se preocupa por los inmigrantes y se implica directamente con acciones concretas.
Actualmente, el incremento del número de inmigrantes en España (más de 751.000 en el año 2007) despierta no pocos interrogantes sobre este fenómeno de gran repercusión social con sus aspectos positivos y negativos. Es evidente que los flujos migratorios hacia un determinado país o región no pueden ser un proceso ilimitado. Tarde o temprano se produciría un grave daño tanto para el lugar de acogida como para los propios inmigrantes. Por eso, es muy importante que la administración pública regule -y regularice- a las personas que pueden ser admitidas de acuerdo con las necesidades y posibilidades que ofrece un determinado territorio. Pero esta cuestión (nada fácil de resolver) no puede ser excusa para cruzarnos de brazos y no hacer todo aquello que esté en nuestra mano para ayudar a quien lo necesite, ya que la razón última para la acogida y ayuda a las personas inmigrantes ha de ser siempre no tanto la situación legal o jurídica, sino la igual dignidad de toda persona y sus derechos fundamentales y, además, para un cristiano, el mandato del amor fraterno. En este sentido van las reflexiones que les ofrezco en este breve artículo.
Para esta ocasión el Papa Benedicto XVI ha propuesto como tema de reflexión: “Los jóvenes migrantes” y ha escrito un Mensaje en el que pone de manifiesto como “el amplio proceso de globalización del mundo lleva consigo una necesidad de movilidad que impulsa también a muchos jóvenes a emigrar y a vivir lejos de sus familias y de sus propios países”. Esta es una realidad que a nuestras islas le toca de cerca. También a nuestra tierra llegan jóvenes de distintos lugares del mundo, unas veces con su familia y en otros muchos casos vienen solos. De éstos que no vienen acompañados, como ya sabemos, muchos son menores de edad y están bajo la tutela del Gobierno Autonómico en los distintos centros habilitados para ello que, por cierto, están a tope de ocupación.
Estamos acostumbrados a oír hablar de los menores provenientes de África, pero no hay que olvidar el gran número de jóvenes inmigrantes que viven entre nosotros y que no están en los centros de acogida, bien porque ya son mayores de edad o porque —sin son menores— están con algún familiar. Además, a estos jóvenes, propiamente dichos, hay que añadir un gran número de niños y adolescentes que están en edad escolar y que asisten a los colegios junto con los alumnos canarios y, en este sentido, hay que alabar el esfuerzo que realizan los profesores para realizar su labor educativa con alumnos de distintos países, ofreciendo caminos formativos de integración apropiados a sus necesidades.
Esta realidad de los jóvenes inmigrantes se da ampliamente entre nosotros. En las escuelas, en los lugares de trabajo, en las parroquias, en los centro de ocio,… nos encontramos con niños, adolescentes y jóvenes inmigrantes. Están creciendo, se están educando, están trabajando en nuestra tierra y aportando su capital humano al desarrollo y bienestar común de todos los canarios. Seguramente muchos de ellos formarán una nueva familia y se quedarán aquí para siempre, como en otro tiempo hicimos los canarios en Cuba y Venezuela. Con su espíritu de superación y con sus valores culturales están contribuyendo al progreso de nuestra tierra y podrán hacerlo mucho más en el futuro si, ellos y nosotros, somos capaces de llegar a una convivencia estable sin recelos mutuos, lo cual no es fácil para ninguna de las dos partes, pues hay que pasar de una mentalidad de “acogida” y de “soportar su presencia”, a una de “integración”, por la cual el extranjero se convierte en ciudadano de pleno derecho y con los deberes correspondientes, aunque tenga un origen, raza, cultura o religión diferente. No lo dudemos, también los jóvenes inmigrantes son el futuro de nuestras islas.
Por eso, porque constituyen ya una realidad palpable en nuestro entorno, porque los jóvenes inmigrantes son personas frágiles y porque son parte de nuestro futuro, estamos obligados a apoyarles en todo lo que necesiten para su plena integración y desarrollo personal, pues en la práctica muchos de ellos pasan por enormes dificultades. Todos: las autoridades, la sociedad civil, el sector privado, la Iglesia, las ONGs, y también los propios emigrantes y sus países de origen, deben implicarse para que la migración constituya un factor positivo. Apoyarles significa ofrecerles formación hasta el límite de sus capacidades, significa darles la documentación necesaria, significa ofrecerles contratos de trabajo justos, significa atención sanitaria, significa acogida y participación en la vida de la sociedad y de la Iglesia. Porque, como recuerda la Comisión Episcopal de Migraciones: “A estos inmigrantes, desarraigados de su tierra y de su familia, se les une a veces a su condición la de parado e indocumentado. En muchos aspectos son como seres inexistentes. Esto los coloca en una situación de extrema vulnerabilidad y de indefensión absoluta, especialmente a las mujeres, cuya presencia tiene un peso cuantitativo muy fuerte en la inmigración española de los últimos años”.
En este campo la Iglesia también tiene un importante papel que realizar a través de las parroquias en las que viven los inmigrantes, especialmente si son cristianos, ya que “la parroquia, por su condición de familia, comunidad, por su capacidad de prestar numerosos y variados servicios a la persona, y por estar siempre «abierta» o «en guardia», se encuentra en una situación privilegiada para ser el primer espacio de encuentro de los inmigrantes con la Iglesia de su nuevo país. Por otra parte, una parroquia viva y con espíritu misionero no se conformará con estar a la espera de los que vengan, sino que saldrá al encuentro de todos, especialmente de los más necesitados” (Comisión Episcopal de Migraciones). Todos los católicos debemos secundar las palabras del Papa en su Mensaje: “Invito a las comunidades eclesiales de llegada a que acojan cordialmente a los jóvenes y a los pequeños con sus padres, tratando de comprender sus vicisitudes y de favorecer su integración”.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense