ZENIT publica la meditaci?n que ofreci? Benedicto XVI en la audiencia general dedicada al Mi?rcoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma, 6 de Febrero de 2008.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, Mi?rcoles de Ceniza, volvemos a emprender, como todos los a?os, el camino cuaresmal animados por un esp?ritu m?s intenso de oraci?n y de reflexi?n, de penitencia y de ayuno. Entramos en un tiempo lit?rgico ?intenso? que, mientras nos prepara para las celebraciones de la Pascua, coraz?n del a?o lit?rgico y de toda nuestra existencia, nos invita, es m?s, nos provoca a imprimir un impulso m?s decidido a nuestra existencia cristiana.
Dado que los compromisos, los afanes y las preocupaciones nos hacen volver a caer en la rutina, exponi?ndonos al riesgo de olvidar hasta qu? punto es extraordinaria la aventura en la que nos ha involucrado Jes?s, tenemos necesidad, cada d?a, de comenzar de nuevo nuestro itinerario exigente de vida evang?lica, retir?ndonos en nosotros mismos a trav?s de momentos de pausa que regeneran el esp?ritu. Con el antiguo rito de la imposici?n de las cenizas, la Iglesia nos introduce en la Cuaresma como en un gran retiro espiritual que dura cuarenta d?as.
Entramos, por tanto, en el clima cuaresmal, que nos ayuda a redescubrir el don de la fe recibida con el Bautismo y nos lleva a acercarnos al sacramento de la Reconciliaci?n, poniendo nuestro compromiso de conversi?n bajo el signo de la misericordia divina. En los or?genes, en la Iglesia primitiva, la Cuaresma era el tiempo privilegiado para la preparaci?n de los catec?menos a los sacramentos del Bautismo y de la Eucarist?a, que se celebraban en la Vigilia pascual. Se consideraba la Cuaresma como el tiempo para hacerse cristianos, que no se viv?a en un solo momento, sino que exig?a un largo camino de conversi?n y renovaci?n.
A esta preparaci?n se un?an tambi?n los ya bautizados, reactivando el recuerdo del sacramento recibido, y prepar?ndose a una renovada comuni?n con Cristo en la celebraci?n gozosa de la Pascua. De este modo, la Cuaresma ten?a, y todav?a hoy lo conserva, el car?cter de un itinerario bautismal, en el sentido de que ayuda a mantener despierta la conciencia de que ser cristianos se realiza siempre como un nuevo hacerse cristianos: no es nunca una historia concluida que queda a nuestras espaldas, sino un camino que exige siempre un nuevo ejercicio.
Al imponer sobre la cabeza las cenizas, el celebrante dice: ?Polvo eres y en polvo te convertir?s? (Cf. G?nesis 3, 19), o ?Convert?os y creed en el Evangelio? (Cf. Marcos 1, 15). Ambas f?rmulas recuerdan la verdad de la existencia humana: somos criaturas limitadas, pecadores que siempre necesitamos penitencia y conversi?n. ?Qu? importante es escuchar y acoger este llamamiento en nuestro tiempo! Cuando proclama su total autonom?a de Dios, el hombre contempor?neo se convierte en esclavo de s? mismo, y con frecuencia se encuentra en una soledad desconsolada. La invitaci?n a la conversi?n es, por tanto, un impulso a volver a los brazos de Dios, Padre tierno y misericordioso, a fiarse de ?l, a encomendarse a ?l como hijos adoptivos, regenerados por su amor. Con sabia pedagog?a la Iglesia repite que la conversi?n es ante todo una gracia, un don que abre el coraz?n a la infinita bondad de Dios. ?l mismo anticipa con su gracia nuestro deseo de conversi?n y acompa?a nuestros esfuerzos hacia la plena adhesi?n a su voluntad salv?fica. Convertirse quiere decir, entonces, dejarse conquistar por Jes?s (Cf. Filipenses 3, 12) y ?volver? con ?l al Padre.
La conversi?n implica por tanto seguir humildemente las ense?anzas de Jes?s y caminar siguiendo d?cilmente sus huellas. Son iluminantes las palabras con las que ?l mismo indica las condiciones para ser sus aut?nticos disc?pulos. Despu?s de haber afirmado que ?quien quiera salvar su vida, la perder?; pero quien pierda su vida por m? y por el Evangelio, la salvar?, a?ade: ??de qu? le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?? (Marcos 8, 35-36).
La conquista del ?xito, la obsesi?n por el prestigio y la b?squeda de las comodidades, cuando absorben totalmente la vida hasta llegar a excluir a Dios del propio horizonte, ?llevan verdaderamente a la felicidad? ?Puede haber felicidad aut?ntica prescindiendo de Dios? La experiencia demuestra que no se es feliz por el hecho de satisfacer las expectativas y las exigencias materiales. En realidad, la ?nica alegr?a que llena el coraz?n humano es la que procede de Dios: tenemos necesidad, de hecho, de la alegr?a infinita. Ni las preocupaciones cotidianas, ni las dificultades de la vida, logran apagar la alegr?a que nace de la amistad con Dios. La invitaci?n de Jes?s a cargar con la propia cruz y a seguirle en un primer momento puede parecer algo duro y en contra de lo que queremos, mortificador para nuestro deseo de realizaci?n personal. Pero si lo analizamos con m?s atenci?n, nos damos cuenta de que no es as?: el testimonio de los santos demuestra que en la Cruz de Cristo, en el amor que se entrega, renunciando a la posesi?n de s? mismo, se encuentra esa profunda serenidad que es manantial de entrega generosa a los hermanos, en especial, a los pobres y necesitados.
Y esto tambi?n nos da alegr?a a nosotros mismos. El camino cuaresmal de conversi?n, que hoy emprendemos con toda la Iglesia, se convierte, por tanto, en la ocasi?n propicia, ?el momento favorable? (Cf. 2 Corintios 6, 2) para renovar nuestro abandono filial en las manos de Dios y para aplicar lo que Jes?s sigue repiti?ndonos: ?Si alguno quiere venir en pos de m?, ni?guese a s? mismo, tome su cruz y s?game? (Marcos 8, 34), y de este modo emprenda el camino del amor y de la aut?ntica felicidad.
En el tiempo de Cuaresma, la Iglesia, dando eco al Evangelio, propone algunos compromisos espec?ficos que acompa?an a los fieles en este itinerario de renovaci?n interior: la oraci?n, el ayuno y la limosna. En el Mensaje para la Cuaresma de este a?o, publicado hace pocos d?as, he querido reflexionar sobre ?la pr?ctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio asc?tico para liberarse del apego a los bienes terrenales? (n. 1).
Por desgracia sabemos hasta qu? punto la sugesti?n de las riquezas materiales penetra en la sociedad moderna. Como disc?pulos de Jesucristo, no estamos llamados a idolatrar los bienes terrenales, sino a utilizarlos como medios para vivir y para ayudar a los que tienen necesidades. Al presentarnos la pr?ctica de la limosna, la Iglesia nos educa a salir al paso de las necesidades del pr?jimo, a imitaci?n de Jes?s, que, como observa san Pablo, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (Cf. 2 Corintios 8, 9).
?Siguiendo sus ense?anzas podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total --he escrito en el mencionado Mensaje--; imit?ndole conseguimos estar dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos?. Y a?ad?a: ??Acaso no se resume todo el Evangelio en el ?nico mandamiento de la caridad? Por tanto, la pr?ctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocaci?n cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a s? mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor? (n. 5).
Queridos hermanos y hermanas: pidamos a la Virgen, Madre de Dios y de la Iglesia, que nos acompa?e en el camino cuaresmal, para que sea un camino de aut?ntica conversi?n. Dej?monos guiar por ella y llegaremos interiormente renovados a la celebraci?n del gran misterio de la Pascua de Cristo, revelaci?n suprema del amor misericordioso de Dios.
?Buena Cuaresma a todos!
[Al final de la audiencia, el Papa salud? a los peregrinos en varios idiomas. En espa?ol, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, con el rito de la imposici?n de la ceniza, la Iglesia nos introduce en la Cuaresma, que es como un gran retiro espiritual de cuarenta d?as, en el cual se nos invita a redescubrir el don de la fe recibida con el Bautismo y a acercarnos al sacramento de la Reconciliaci?n, poniendo nuestro esfuerzo de conversi?n interior bajo el signo de la misericordia divina. Convertirse es acudir a la escuela de Jes?s y seguir d?cilmente sus huellas. A la luz del Evangelio, la Iglesia propone a los fieles algunos compromisos espec?ficos para este itinerario: la oraci?n, el ayuno y la limosna. Sobre esta ?ltima he querido detenerme en el Mensaje para la Cuaresma de este a?o. El cristiano est? llamado a no idolatrar los bienes terrenos, sino a utilizarlos como medios para vivir y ayudar a los necesitados, imitando as? al Se?or, quien, seg?n San Pablo, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9).
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua espa?ola. En particular, a los fieles venidos de San Sebasti?n, de las parroquias de El Salvador de La Roda y de San Juan Bautista de Carballo, a la Asociaci?n "Palabra culta y buenas costumbres", as? como a los dem?s grupos procedentes de Espa?a, M?xico y de otros pa?ses latinoamericanos. Dej?monos guiar por la Virgen Mar?a en el camino cuaresmal y llegaremos, renovados interiormente, a la celebraci?n de la Pascua de Cristo, revelaci?n suprema del amor misericordioso de Dios. Os deseo a todos una Santa Cuaresma. Muchas gracias.
[Al final de la audiencia, volviendo a hablar en italiano, el Papa lanz? este llamamiento:]
En estos d?as estoy particularmente cerca de las queridas poblaciones de Chad, sacudidas por dolorosas luchas internas, que han causado numerosas v?ctimas y la fuga de miles de civiles de la capital. Conf?o tambi?n a vuestra oraci?n y a vuestra solidaridad a estos hermanos y hermanas que sufren, pidiendo que se les ahorren ulteriores violencias y se les asegure la necesaria asistencia humanitaria, mientras dirijo un urgente llamamiento a abandonar las armas y a recorrer el camino del di?logo y de la reconciliaci?n.
[Traducci?n del original italiano realizada por Zenit
? Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]