Mensaje de los Obispos de la Comisi?n Episcopal de Pastoral de la Conferencia Episcopal Espa?ola para Jornada Mundial del Enfermo. 11 de febrero ? 13 de mayo de 2008
En el duelo, "Abiertos a la esperanza"
1.- La Campa?a del Enfermo 2008 constituye una oportunidad privilegiada para la celebraci?n del misterio de la Pascua, del triunfo del amor y de la vida sobre toda forma de muerte. El dolor experimentado cuando perdemos a nuestros seres queridos, tema de este a?o, puede incrementar nuestra sensibilidad ante quienes viven estos momentos de la vida, y nos estimula a ?estar siempre dispuestos a dar raz?n de nuestra esperanza? (1 Pe 3, 15). La tradici?n del Pueblo de Dios ha expresado siempre, de diferentes maneras, la solidaridad ante el dolor producido por la muerte de los seres queridos. Nuestra peregrinaci?n por la vida es un viaje hacia un destino compartido que todo ser humano tendr? que afrontar, pronto o tarde; un viaje que recuerda la vulnerabilidad de los apegos y la inevitabilidad de las separaciones.
2.- Nuestra sociedad de hoy crece en atenciones diversificadas ante quien experimenta el duelo. Nacen y se extienden iniciativas de ayuda individual, de grupos de mutua ayuda, surgen asociaciones de familiares, de expertos en tanatolog?a; se difunden estudios, crece la intervenci?n con familiares de las v?ctimas de cat?strofes y de accidentes, se promueve el voluntariado en momentos tan delicados, aumentan las acciones formativas en torno al tema del duelo, se incrementa la participaci?n en los ritos de despedida, surgen Centros de Escucha especializados. Son todas estas iniciativas encomiables, cuya bondad deseamos reconocer y apoyar desde la comunidad cristiana, particularmente, desde los espacios donde con que se fomenta la pastoral de la salud.
3.- El dolor por la p?rdida de un ser querido constituye una experiencia personal y ?nica que cada persona vive a su manera, aunque se produzcan reacciones comunes y sea, en todo caso, una experiencia global, que afecta a la persona en su totalidad: en sus aspectos f?sicos, psicol?gicos, emotivos, sociales y espirituales. El proceso de elaboraci?n de dicha p?rdida reclama una particular atenci?n a la persona, para que sea vivido responsablemente, en clave de prevenci?n de situaciones patol?gicas, en apertura a la ayuda que podemos prestar unos a otros con un adecuado acompa?amiento, abiertos siempre al bien que la Gracia produce en nuestros corazones, si dejamos que ?sta se derrame abundantemente (Rm 5,5).
4.- Elaborar el duelo es un trabajo que hemos de hacer como personas y como creyentes, d?ndonos la oportunidad de repensar las claves fundamentales de nuestra vida (el duelo nos hace ?fil?sofos?), en paz con nuestra condici?n de vulnerabilidad y finitud, reconociendo la necesidad de perdonar, perdonarnos y dejarnos reconciliar con los hermanos y con Dios; cultivando sanamente los recuerdos, aprendiendo a recolocar al ser querido afectivamente, abri?ndonos a nuevas posibilidades afectivas, creciendo espiritualmente y reconociendo la primac?a del amor sobre la muerte.
5.- Nuestra fe nos recuerda que, ?si el esp?ritu de aquel que resucit? de los muertos a Jes?s mora en nosotros, el que resucit? de los muertos a Cristo Jes?s vivificar? tambi?n nuestros cuerpos mortales por su esp?ritu que nos habita? (Rm 8,11). Hemos de cultivar, por tanto, de forma exquisita nuestra solidaridad en el consuelo, con palabras que nunca sean huecas, procurando el momento y el modo oportunos, y con la prudencia que advierta que el silencio tiene tambi?n su espacio en tales momentos. Las p?rdidas, tanto para quienes las viven personalmente, como para quienes tratan de prestar ayuda, abren un proceso que ha de vivirse con la humildad de quien ?pisa tierra sagrada, ante la cual se descalza? (Ex 3,5).
6.- Si en la historia de la Salvaci?n sabemos que s?lo es posible llegar al destino recorriendo el camino, atravesando el desierto, confiando en la tierra prometida, en el proceso del duelo sabemos que s?lo adentr?ndonos en el paisaje de la aflicci?n, en el desierto del dolor, en los entresijos y jirones del coraz?n, alcanzaremos, confiados en la fuerza del amor, el destino prometido de la vida en Dios. Es decir, nuestra resurrecci?n, la tierra donde ya no habr? llanto ni pena (Ap 21,4).
7.- Poniendo nuestra mirada en Jes?s, lo sentiremos cerca, vi?ndole llorar por la muerte de su amigo L?zaro, reaccionando humanamente en el Huerto de los Olivos preparando su duelo anticipado, dej?ndose ayudar en el camino del Calvario por el Cirineo. Pero tambi?n, viendo a los disc?pulos, sentiremos con ellos el dolor del duelo, camino de Ema?s (Lc 24,13-35). Y, al acudir al sepulcro, con las mujeres en la ma?ana del domingo (Mt 28), advertiremos que la muerte no mata nuestra esperanza.
8.- Queremos reconocer la legitimidad de los sentimientos humanos (Mt 17,22) y su expresi?n, y exhortar a un acompa?amiento emp?tico con los que sufren, de modo que se humanicen las relaciones en el duelo, liber?ndolas de t?picos fr?os y vac?os y carg?ndolas de la proximidad que da el ejemplo de Dios, que asumi?, al encarnarse, nuestra condici?n humana (Fil 1,1).
9.- Animamos a toda la comunidad cristiana, pero especialmente a los presb?teros y a los agentes de pastoral de la salud, a promover una praxis pastoral renovada. A celebrar la muerte con lenguaje apropiado, a cuidar los ritos de forma que, expresando m?s claramente el sentido pascual de la muerte cristiana (Sacrosanctum Concilium 81), respondan mejor a las circunstancias de cada persona, de cada grupo, del modo en que se produce el fallecimiento y de cuantas variables puedan contribuir a una vivencia sana del duelo. Animamos a todos a crear una ?cultura cristiana del morir? en sinton?a con los valores evang?licos.
10.- Expresamos nuestro convencimiento de que s?lo la fe en la resurrecci?n puede cambiar el miedo en valent?a, la tristeza en serenidad. La fe nos dice que ?cuando ?l se manifieste, seremos semejantes a ?l, porque le veremos tal como ?l es? (1 Jn 3,2). Y esta esperanza, que compartimos, se alimenta en las experiencias de resurrecci?n que advertimos cada vez que el amor triunfa en nuestros procesos vitales sobre toda forma de enfermedad, limitaci?n y muerte. Nuestra esperanza en la resurrecci?n se hace as? fuerza vital que dinamiza nuestra vida, tambi?n en el dolor compartido.
11.- Nos unimos finalmente en la oraci?n con quienes se encuentran en el duro trance de zurcir los desgarros del coraz?n, producidos por la p?rdida de un ser querido. Estamos con los padres, madres, hermanos y abuelos de quienes fallecen en edad temprana. Miramos a Mar?a, Salud de lo enfermos y consuelo de los afligidos y, vi?ndola junto a la cruz, hacemos una llamada a la solidaridad espiritual. Jam?s podr? apagarse la llama del amor, aunque asomen las l?grimas en nuestros ojos, porque el amor es eterno. Dios es amor.
Jes?s Catal? Iba?ez, Obispo de Alcal? de Henares
Rafael Palmero Ramos, Obispo de Orihuela-Alicante
Francisco Ciuraneta Aym?, Obispo de Lleida
Carlos Soler Perdig?, Obispo de Girona
Esteban Escudero Torres, Obispo Auxiliar de Valencia