Desde la Oficina de Prensa del Obispado de Tenerife se nos remite la conferencia dada por el cardenal Hummes, responsable del Clero y de Catequesis, a los responsables de las delegaciones de catequesis de nuestro país, sobre el papel de los sacerdotes en este importante servicio evangelizador.
La decisiva responsabilidad de los presbíteros en la catequesis
Claudio Hummes
Viernes, 14 de marzo 2008
Vosotros estáis llamados, actualmente, por voluntad de Dios, a llevar adelante esta específica e insustituible tarea de la catequesis en vuestras respectivas Diócesis. Se trata de una llamada y misión fundamental para la efectiva evangelización de vuestras Iglesias particulares.
I. Los Presbíteros y la Catequesis
Quisiera centrar nuestra reflexión y compromiso en un aspecto que me parece fundamental y que quizás hemos olvidado o descuidado un poco en estos últimos tiempos, es decir, la efectiva dedicación y atención de todos los presbíteros a la
catequesis.
Vuestra tradición sacerdotal, en lo que se refiere a la dedicación personal y directa del presbítero a la función de catequizar, es muy rica: san Juan de Ávila, san Enrique de Ossó, Andrés Manjón, el Beato Manuel González, el Obispo Llorente y tantísimos más, quienes, unas veces, quisieron responder a la necesidad de catequizar desde una vocación plena al Ministerio de la Palabra, y, otras, desde el sentimiento de compasión pastoral por la ignorancia integral de los bautizados. Estos son por ejemplo los casos de san Enrique de Ossó, de Andrés Manjón o del Beato Manuel González con sus lemas “pan y catecismo”, “evangelización y promoción humana” u otros similares.
Lo que fue denominador común para todos ellos fue la necesidad de evangelizar y de formar a los creyentes en épocas de profundas crisis culturales y la necesidad de renovar la Iglesia.
Su ejemplo no puede dejarse en el olvido; por el contrario, debe ser hoy una fuerte llamada a todos los presbíteros sobre la necesidad de atender e insistir en la finalidad de la catequesis y en su concreción en la catequesis al servicio de la iniciación cristiana o catequesis de iniciación cristiana.
Es hoy particularmente urgente que todos los presbíteros de la Diócesis, y no solo los Delegados diocesanos, tomen nuevamente conciencia de que están llamados a catequizar en primera persona, en una sociedad secularizado y paganizada, que ha ido perdiendo la presencia de ámbitos cristianos. La función propia del presbítero en la tarea catequizadora no brota de una fuente secundaria sino «del sacramento mismo del Orden que ha recibido», como afirma el numero 224 del Directorio General para la Catequesis. Es el sacramento el que constituye a los presbíteros en «educadores de la fe» (Presbyterorum ordinis, n. 6b).
Debemos hacer un esfuerzo para quitarnos ese lastre un poco burocrático que se nos ha ido metiendo en nuestra labor pastoral, quizás por excesiva confianza, mal entendida, en que la Iglesia no puede perecer o, al revés, por miedo ante una sociedad, que parece impermeable e indiferente al anuncio del que somos portadores.
Cuanto más secularizado es el ambiente, más necesidad tienen los catequizandos de que se les proporcione una presencia viva del evangelio, un testimonio explícito del espíritu y del modo de vivir cristiano, recreando el ámbito educativo típicamente cristiano.
Por ello es importante la experiencia de fe en las parroquias como comunidades cristianas vivas, guiadas por pastores que sienten en su propia entraña sacerdotal la importancia vital y la urgencia actual de la catequesis; catequesis parroquial que no aleja del ámbito secular en el que día a día el catequizando debe vivir la fe, sino que lo capacita para ser testigo de la misma.
En este sentido tiene una importancia capital la vivencia del domingo, como día de fe, por parte de todos los miembros de la comunidad parroquial. El día del Señor, el día de la resurrección es el día de los cristianos, es nuestro día, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n.1166). El Concilio Vaticano II afirma que «la Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón ‘día del Señor’ o domingo» (Const. Dog. Sacrosantum Concilium,n. 106). Su centro es “el banquete del Señor”, porque es aquí donde toda la comunidad de los fieles encuentra al Señor resucitado “al partir el pan” (Cf. Lc 24,30).
Los presbíteros, y especialmente los párrocos, deben esforzarse por formar a los fieles a la vivencia teológica del domingo y también como día catequético por excelencia para toda la comunidad cristiana. Conozco perfectamente y comprendo las dificultades pastorales que esto comporta en una sociedad, sobre todo en una sociedad urbana que necesita del día de descanso para salir de la ciudad y dedicarse al descanso en contacto con la naturaleza. Pero esto no nos debe desanimar. Es muy importante lo que esta en juego y merece la pena empeñarse seriamente por salvaguardar y promover el carácter cristiano original de este día de fiesta en honor del Señor.
Hace algunos años la Congregación para el Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó una magnifica Instrucción sobre el domingo (Dies Domini), que puede siempre servirnos de referencia en la catequesis para llevar adelante esta magnifica tarea pastoral y catequética del día por excelencia de la asamblea del Pueblo de Dios.
El empeño pastoral porque el domingo sea de verdad «el día del Señor» para la comunidad cristiana que se le confiado, entra dentro de la misión más amplia por el fortalecimiento y configuración de la personalidad cristiana, de la identidad cristiana y eclesial de nuestros iniciandos. Los presbíteros, en efecto, tratan, sobre todo a través de la catequesis, por conseguir que todos los fieles de su comunidad se formen adecuadamente y alcancen la madurez cristiana.
Ello comporta fundamentalmente para el presbítero la misión de promover la unidad y coordinación de la catequesis, es decir, cuidar la orientación de fondo, su adecuada programación y su integración en el proyecto evangelizador de la comunidad parroquial, de la Diócesis y de la Conferencia Episcopal.
Dicha programación debe contar con la participación activa de los propios catequistas. La integración debe cuidar no solo la unidad con el proyecto evangelizador de la parroquia, de la Diócesis y de la Conferencia Episcopal (integración “ad extra”, podríamos decir), sino también, y lo que es muy importante, su integración “ad intra”, es decir, su vinculación con la vida litúrgica y sacramental y con la actividad evangelizadora y caritativa que toda la comunidad desarrolla, conforme a un plan general de evangelización.
En otras palabras, fomentar siempre la esencial vinculación de Palabra, Sacramento y Caridad; o de catequesis, acción litúrgica y servicio de la caridad. La pastoral de la iniciación cristiana ha de garantizar esta unidad sustancial; asimismo la catequesis de iniciación cristiana deberá estar a su servicio.
Se trata en definitiva que el presbítero en primera persona sea el garante de la unidad de la misión eclesial, de las grandes acciones evangelizadoras y de la necesaria coordinación de los distintos ámbitos, acciones y agentes de la catequesis.
Pero no olvido que estoy hablando a los Delegados diocesanos de catequesis. Esta tarea de unidad y coordinación como exigencia de la renovación y revitalización de la catequesis al servicio de la iniciación cristiana, en los proyectos diocesanos de pastoral, es vuestra tarea primordial
El Delegado diocesano ha de impulsar la dedicación efectiva de todos los sacerdotes de la Diócesis a la catequesis, lógicamente según la misión y las efectivas posibilidades de cada uno. El Delegado diocesano debe saber ayudar a cada uno en la organización de esta dedicación. En el ámbito de la propia comunidad hay que saber sacrificar puntos de vista particulares y conjuntarse en un proyecto diocesano de evangelización con espíritu de unidad y de comunión con la Iglesia particular; al mismo tiempo que esta, la Iglesia particular, se mantiene en comunión con toda la Iglesia, a través de la propia Conferencia Episcopal.
Ilusionar y ayudar a los presbíteros para trabajar con proyectos comunes, diocesanos y nacionales, esa es la tarea del Delegado diocesano. El Directorio General para la Catequesis propone «el establecimiento del proyecto global de catequesis, articulado y coherente, que responda a las verdaderas necesidades de los fieles y que esté convenientemente ubicado en los planes pastorales diocesanos. Tal proyecto ha de estar coordinado, igualmente, en su desarrollo, con los planes de la Conferencia Episcopal». (DGC 223). El Directorio propone dicho establecimiento de proyecto global como tarea y preocupación del Obispo en su Diócesis, pero ¿quién mejor que el Delegado diocesano de catequesis para ayudar y colaborar con el propio Obispo para llevar a cabo dicho proyecto?
A este propósito, quisiera llamar vuestra atención sobre la importancia de usar y promover los Catecismos de la Iglesia española en vistas de este proyecto común. Entre otras razones porque otorga un lenguaje común de la fe.
Sabéis bien que, a este respecto, la Congregación para el Clero ha concedido muy a gusto recientemente la “recognitio” al nuevo Catecismo de la Conferencia Episcopal Española Jesús es el Señor, que será objeto de estudio por parte vuestra en esos días de Jornadas Nacionales. Es una gran oportunidad para la unidad de criterio y de acción y para configurar realmente la catequesis de infancia al servicio de la iniciación cristiana.
Igualmente, en el ámbito de la unidad y coordinación de toda la actividad catequética, los Delegados diocesanos deberán animar y promover que los sacerdotes asuman su responsabilidad en la formación de los catequistas, en todas las dimensiones que la integran. (Quinta parte cap. 2º. Nº 233-251)
Los catequistas tienen necesidad de ser atendidos en formación integral como tal, en su itinerario de fe por el sacerdote, no solo en los aspectos teológicos, y pedagógicos, que son de gran utilidad para el ejercicio de su función de catequizar. El sacerdote está entre los catequistas no solo para la formación teológica y doctrinal de los mismos, o para la capacitación pedagógica. Debe atenderles en su integridad en cuanto creyente adulto que participa de la misión de evangelizar.
Por último, esta promoción de la unidad y coordinación se ha de llevar a la practica en relación con los lugares y vías de la catequesis, como indica el Directorio General en el Capitulo tercero de la quinta parte.
Desde la unidad es posible hacer frente a la llamada “crisis” de las vías tradicionales de la transmisión de la fe, crisis de las vías de catequización. Desde el proyecto de catequesis de la Iglesia particular concebido en unidad y comunión quien catequiza y quien es catequizado percibe hasta hacerla vida propia la “comunión” como núcleo profundo del ser mismo de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares, que constituyen la comunidad cristiana referencial.
Percibiendo y viviendo esta “comunión” es factible superar esa supuesta crisis de la que hablábamos. La comunión, que es el núcleo profundo del ser mismo de la Iglesia, a imagen de la Trinidad, debe hacerse cercana y visible en la rica variedad de los lugares y vías de la catequesis, «en la rica variedad de las comunidades cristianas inmediatas, en las que los cristianos nacen a la fe, se educan en ella y la viven. La familia, la parroquia, la escuela católica, las asociaciones y movimientos cristianos, las comunidades eclesiales de base...» (DGC, 253).
La Iglesia siempre ha tenido conciencia de que estos lugares y vías de catequesis deberían ser entendidos en la diversidad de las tareas y en la unidad/complementariedad de objetivos. Por ello la necesidad de insistir en la claridad de objetivos y en la permanencia en ellos.
La parroquia, si la familia no educa en la fe, se vería en la disyuntiva de formar a los niños como huérfanos. Por ello, la necesidad de afrontar claramente la responsabilidad de los cónyuges cristianos de la transmisión de la fe en el seno de la propia familia. Igualmente el colegio religioso, no puede educar en la fe a los alumnos prescindiendo de la parroquia.
II. La Catequesis renovada
Desde el Concilio Vaticano II, la catequesis ha ya recorrido un largo camino de revocación. Tres frutos importantes han derivado de este proceso: primero, un renovado uso de la Biblia, principalmente de los Evangelios, en la catequesis; segundo, una preocupación por unir fuertemente fe y vida; tercero, la elaboración de nuevas metodologías para el trabajo de catequesis.
a) catequesis como proceso de iniciación para la vida de fe: se trata de un proceso que integra una catequesis de experiencia de Dios, pasando de una catequesis principalmente teórica y doctrinal, hacia una catequesis más vivencial, sin perder, por supuesto, el aspecto de contenido doctrinal integral. Ello significa que, tanto la dimensión doctrinal como la vivencial, están integradas en el proceso de llegar a ser discípulo de Jesucristo. Se delinea de este modo un modelo metodológico que lleva a la experiencia de Dios, la cual se expresa, sobre todo, en la vida litúrgica y orante.
b) Iniciación a la vida de fe en comunidad: conforme a la pedagogía de Dios, Él mismo se revela en la vida y en la historia comunitaria de su pueblo, tanto en el tiempo de la Alianza con Israel como de la Nueva Alianza en Jesucristo, acogiendo y santificando los creyentes como miembros de un pueblo;
c) Proceso permanente de educación de la fe: la formación en la fe se prolonga en la vida entera de los discípulos de Jesús dando una importancia fundamental a la catequesis de adultos;
d) Catequesis kerygmática y cristocéntrica, con dimensión trinitaria: o sea, la catequesis debe tener como hilo conductor los contenidos del primer anuncio, el Kerygma, que conduce a Jesucristo y de este modo profundiza kerygmáticamente la conversión primera. Pero, con mucha frecuencia, la propia catequesis debe también hacer el primer anuncio y de este modo conducir el catequizando a un encuentro personal con Jesucristo para creer en Él, adherir a Él y decidirse a seguirlo como discípulo. De hecho, como dice Juan Pablo II en la Catechesi Tradendae: “La peculiaridad de la Catequesis, distinta del anuncio primero del Evangelio que ha suscitado la conversión, persigue el doble objetivo de hacer madurar la fe inicial y de educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la persona y del mensaje de Nuestro Señor Jesucristo(49). Pero, en la práctica catequética, este orden ejemplar debe tener en cuenta el hecho de que, a veces, la primera evangelización no ha tenido lugar. Cierto número de niños bautizados en su infancia llega a la catequesis parroquial sin haber recibido alguna iniciación en la fe, y sin tener todavía adhesión alguna explícita y personal a Jesucristo, sino solamente la capacidad de creer puesta en ellos por el bautismo y la presencia del Espíritu Santo (.......). Es decir, que la catequesis debe a menudo preocuparse, no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo. (n. 19). De este modo, la catequesis debe ayudar muchas veces al catequizando a esa adhesión personal profunda a Jesucristo, quien lo conduce al Padre, en el Espíritu Santo. Nace de ahí, el seguimiento de Jesús; nace el discípulo. Al mismo tiempo, esta catequesis cristocéntrica incluye una dimensión antropológica, puesto que educa para vivir el misterio de aquel que reveló el hombre al hombre, el nuevo Adán, Jesucristo.
e) Catequesis, Biblia y vida: la catequesis es considerada como una forma de ejercer el ministerio de la Palabra de Dios, para la transformación de la vida del catequizando y de la comunidad en creyentes. De este modo, debe realizar una concreta unidad entre fe y vida. La Biblia es el libro de la fe y, por ello, constituye el texto principal de la catequesis. Así pues, la tradicional Lectio Divina, la lectura orante de la Biblia, puede nutrir el catequista y el catequizando, promoviendo la necesaria integración entre fe y vida.
f) Catequesis y espiritualidad: la catequesis debe conducir el catequizando a una vida de intimidad espiritual con Jesucristo y con la Trinidad Santa, constituyendo una espiritualidad bíblica, litúrgica, cristológica, trinitaria, eclesial, mariana y encarnada en la realidad.
g) Catequesis transformadora: esto es, la catequesis debe formar el catequizando y la comunidad para una acción transformadora de las estructuras de pecado de la sociedad humana, conforme a los criterios y a los métodos de acción propuestos por el Evangelio, interpretado auténticamente por el Magisterio, principalmente en su Doctrina social;
h) Catequesis inculturada: la catequesis debe valorizar y asumir los valores de la cultura, el lenguaje, los símbolos, la manera de ser y de vivir del pueblo en sus diversas expresiones culturales. La inculturación del Evangelio es una exigencia metodológica de la catequesis. Como afirma Juan Pablo II: “No es la cultura la medida del Evangelio, sino Jesucristo es la medida de toda cultura y de toda obra humana” (Disc. de Apertura de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Santo Domingo, n. 2);
i) Catequesis generadora de misioneros: el discípulo nace del encuentro con Cristo y de la adhesión a Él. Del discípulo nace, entonces, el misionero. El verdadero discípulo que hace experiencia de Dios en Jesucristo, siente dentro de sí la pasión misionera de anunciar a otros lo que vive, lo que ha experimentado, para conducir siempre más personas a un encuentro con Cristo. Hoy, en la Iglesia, hay un fuerte despertar de la urgencia de la misión, no sólo dirigida “ad gentes”, sino también de una misión dirigida a los católicos que no participan de la vida de la comunidad eclesial, los católicos alejados. Se trata de una misión en el propio territorio, donde la Iglesia ya esta presente. La catequesis, por tanto, debe formar misioneros muy sensibles a la necesidad de una nueva evangelización misionera.
III. Dos recomendaciones concretas
1. Se constata hoy que muchos párrocos no acompañan suficientemente a sus catequistas, que son generalmente un grupo de laicos y laicas. Les confían la catequesis y después los dejan trabajar solos.
En verdad, la comunidad parroquial espera que su párroco se responsabilice en primera persona de la catequesis. Los catequistas necesitan de una formación constante y precisan sentir la presencia y el interés del párroco por su trabajo. Pero, sobre todo, esperan que el párroco les oriente sobre los contenidos para trasmitir en la catequesis y los métodos para llevar a los catequizandos a hacer una experiencia personal y profunda de Dios y a conocer y vivir mejor su fe. De esta presencia animadora y orientadora del párroco depende en gran parte el buen éxito de la catequesis en la parroquia.
2. El párroco debe empeñarse también para que los catequizandos reciban y aprendan el entero contenido del Catecismo, y no apenas una parte. Considerando que muchos niños reciben la catequesis apenas en edad infantil y después nunca más reciben un programa sistemático de catequesis, será necesario encontrar caminos para que ellos, ya en el catecismo infantil, reciban, aunque sintéticamente, el entero contenido del catecismo, adaptado obviamente a su universo infantil y a su capacidad de entendimiento y vivencia de la fe. Ahora bien, el Catecismo de la Iglesia Católica indica y desarrolla este contenido catequético integral para ser trasmitido hoy, según las orientaciones de la Iglesia.
Conclusión
Termino, deseando que esta Jornada Nacional de Delegados Diocesanos de Catequesis recoja los mejores éxitos. La fundamental importancia de la Catequesis en la vida de la Iglesia requiere que invirtamos nuestros mejores esfuerzos en este campo. De hecho, allí donde hay una buena catequesis, el futuro de la Iglesia será mucho mejor. Al contrario, donde se descuida la Catequesis, la Iglesia tendrá serios problemas en el futuro. De ahí que la tarea de los Delegados Diocesanos sea tan decisiva. Pido a Dios que bendiga vuestro trabajo y os conceda abundantes frutos.
¡Muchas gracias!
Cardenal Claudio Hummes
Prefecto de la Congregación para el Clero