Martes, 18 de marzo de 2008

Artículo semanal del Padre Fernando Lorente, o.h., publicado en EL DÍA el 12 de Marzo de 2008 en la sección CRITERIOS, bajo el epígrafe "Luz en el Camino".

Luz en el Camino Fernando Lorente, o.h. *


Reflexión y vida cuaresmal


EL PROBLEMA de casi todos los tiempos -del nuestro también- no es sólo que tienen un mal concepto de Dios y de las personas, sino sobre todo que se pierde el sentido del pecado. Y, por lo tanto, toda la parábola -aquí la del hijo pródigo- cae por su base. Si este hijo no es un pecador sino un vividor envidiable, entonces ni hay pecado ni hay perdón de su padre ni oposición de su hermano. Sin embargo, aunque hayamos perdido el sentido del pecado y el sentimiento de culpabilidad, seguimos siendo pecadores y necesitando el perdón de Dios y la acogida de las personas. Por eso, para cuando despertemos de nuestro sueño moral, y tal vez entonces caigamos en la desesperación, vale la pena tener a flor de memoria esta parábola conmovedora en la cual, si nos vemos como hijos pródigos del siglo XXI, veamos también a Dios como Padre siempre dispuesto a perdonar "no sólo siete, sino hasta setenta veces siete".


El "hijo pródigo" no supo a qué se debía el abrazo de su padre, hasta que volvió a reencontrarlo tras un tiempo de hambre y de soledad. Fue necesario irse despojando, en aquel país lejano -lejano "desierto"- de tantas cosas que le habían mantenido ciegos los ojos e insensibles el corazón. Tuvo que aprender, con hambre, lo maravilloso que es un sencillo pedazo de pan. Tuvo que descubrir, tras días de masticar a solas su tristeza, la alegría que supone sentarse al lado de un hermano, sentir la caricia de un padre. Tuvo que verse por debajo de los jornaleros para curarse de la impertinencia de haber tirado por la borda su dignidad de hijo. Por eso, la figura más triste de la parábola es la del hijo mayor. Éste no tuvo "desierto". Como nunca estuvo lejos, no llegó a descubrir la honda felicidad de lo cotidiano. ("Hijo, tú estás siempre conmigo, todo lo mío es tuyo"). Lo daba tan por hecho, tan por supuesto, que había llegado a perder toda capacidad de asombro de agradecimiento. Por eso el corazón se le fue quedando pequeño. Tan pequeño que no puede comprender la alegría de su padre: "Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado".


La alegría de saberse perdonado y de vivir perdonando es una de las profundas alegrías. El hijo pródigo temblaba pensando en la vuelta porque tenía conciencia de su pecado y temía a su padre. Gracia a Dios salvó una peligrosa tentación: la de dejarse llevar del miedo a su padre. Hay muchas conciencias aplastadas por el miedo a Dios, por sentimientos de culpabilidad ante la presencia del pecado personal. Para todas las personas que sufren esta situación, no hay más que una exclusiva receta que se escribe con mayúscula: Dios es Padre, que ama, espera y perdona siempre. Para Dios, el pecado no es algo que se olvida sino, más bien, algo que ha dejado de existir. Tomarse un tiempo para escuchar a Dios puede parecer a muchos un juego para personas desocupadas, una evasión noble para gentes incapaces de enfrentarse a sus verdaderos problemas, un entretenimiento para quienes no saben disfrutar de la vida de otra manera. No cabe mayor equivocación.


La tradición cristiana ha comprendido que el centro de esta parábola es la generosidad del Padre. Ciertamente, el arrepentimiento del pecador es algo absolutamente indispensable. Pero la realidad primaria reside en Dios, que guarda su ternura vigilante y compasiva para la persona pecadora. El hijo pródigo no ha tenido necesidad de llamar a una puerta. De antemano se le había abierto. El padre corre a su encuentro.


Que este sea el resultado que todos alcancemos de la "reflexión y vida" en la Cuaresma que estamos terminando.


* Capellán de la clínica S. Juan de Dios


Publicado por verdenaranja @ 0:13  | Art?culos de inter?s
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