Comentario a las lecturas del domingo tercero de Pascua - A, publicado en el Diario de Avisos el DOMINGO, 6 DE ABRIL DE 2008, bajo el epígrafe "el domingo, fiesta de los cristianos".
Tierra por medio,
camino de Emaús
DANIEL PADILLA
Cuando Jesús quedó sepultado, sus seguidores, a pesar de que habían sido suficientemente advertidos, sufrieron un profundo desconcierto, una gran sensación de "vacío". Algo así como el despertar de un sueño vivido durante tres años y un tener que volver a la realidad. Por eso, en las horas siguientes, los vemos tan decaídos, tan sin saber lo que hacer, tomando unas decisiones poco convencidas. Así, unos se encierran en una casa. Pedro, descolgando las viejas redes, dice: "Me voy a pescar". Las mujeres prefieren ir al sepulcro con ungüentos. Y dos discípulos optan por poner "tierra por medio" y se dirigen a Emaús. Son momentos de aturdimiento. Parecen trabajadores repentinamente "en paro" empezando a tomar decisiones. Como una indecisa reorganización de sus vidas.
Todo ello me recuerda ese momento de nuestras salas de cine, cuando, al terminarse una buena película en la que hemos estado absortos, aparece en la pantalla la palabra "fin". Se encienden de pronto las luces. Y podemos observar a un público perezoso, que tarda en volver a la realidad y adoptar una postura clara. Unos quedan todavía arrellanados en sus butacas. Otros se levantan con parsimonia y desgana. Otros van saliendo a la calle, mientras se ponen, despacio, sus abrigos. La película les ha evadido. Ha sido un sueño. Conforme vuelven a la realidad, emprenden "el camino de Emaús".
Creo que así iban aquellos dos hombres que nos pinta el evangelio. Entre la indecisión y la duda. Ha terminado el "gran drama". Lo van repasando por el camino. Así se lo cuentan incluso al caminante que les alcanza: "¿Pero tú eres el único peregrino en Jerusalén que no te has enterado de las cosas que allí han pasado?". Dan vueltas y vueltas al tema, mascando su propia desilusión: "Nosotros esperábamos". Pero siempre llegan a la misma conclusión. Cuando vieron que Jesús quedaba sepultado y que con la piedra sellaban el sepulcro, es como si apareciera la palabra Fin en la gran pantalla de sus vidas. Por eso se van a Emaús.
Esta página de Lucas, queridos amigos, es una página muy bella. Pero, sobre todo, es un retrato en miniatura de nuestras vidas. Tanto individual como colectivamente, solemos emprender muchas veces una aventura de adhesión a Cristo, un itinerario de profundización en la fe, en la oración, en el apostolado. Lo seguimos con ilusión algún tiempo. Pero he aquí que, de pronto, nos toca "subir a Jerusalén donde se cumplirán todas las cosas predichas por los profetas". A todos, ya lo saben, nos suele esperar alguna crucifixión, alguna muerte, alguna "soledad de sepulcro". Y, entonces, nos derrumbamos. Nos parece vislumbrar la palabra Fin. Y, cautelosa y precavidamente, ponemos "tierra por medio". Y nos vamos hacia Emaús. A lo rutinario y a lo de siempre. Para, con suerte, ¿volver a empezar sin Cristo?
Sí, los discípulos lo sabían todo de Cristo, pero lo cuentan y lo viven como aburridos, entristecidos en el corazón, con la sospecha de que lo saben ideológicamente, porque esa realidad, Cristo, no ha estigmatizado su propio corazón. ¡Cuánto sabemos ideológicamente de Cristo! Pero tantas veces lo vivimos de prestado, lo sabemos de oídas, sin que la experiencia de Cristo haya pasado por la vivencia entrañable del corazón de forma que lo que hemos visto y lo que hemos vivido no podemos menos que contarlo a otros, para que la alegría sea de muchos.
Pareciera un fracaso lo que sucedió en Jerusalén, sin embargo, no lo es. Fue necesario que se hiciera “de noche”, para que le pudieran reconocer en el “partir el pan”.