Para la reflexión por grupos. Documento enviado por por obispado de Tenerife dentro del año dedicado a la parroquia.
LA PARROQUIA COMUNIDAD EVANGELIZADORA
Introducción:
Hablar de comunidad evangelizadora a propósito de muchas de nuestras parroquias, podría ser una ficción o una mera afirmación de fe que no se trasluce en hechos visibles. Hay parroquias que parecen simplemente un lugar donde el sacerdote ofrece una serie de servicios. Otras dan la impresión de ser un “palacio de congresos”: un edificio que ofrece sus instalaciones para que se reúnan distintos colectivos que no siempre viven en comunión entre sí. Pero también hay muchas comunidades entre nosotros que son evangelizadoras y misioneras.
En nuestras parroquias, sin minusvalorar los múltiples esfuerzos que se han hecho, se dan todavía inercias rutinarias, planteamientos, modos de actuar insuficientes, frustraciones que nos indican que estamos aún lejos del ideal que intuimos y por el que apostamos: una parroquia que sea de verdad una comunidad evangelizadora.
En este sentido, y dirigiendo esta exposición hacia el motivo que nos ha reunido aquí esta tarde –reflexionar sobre la parroquia como comunidad que anuncia a Jesucristo-, hay que decir que, desgraciadamente, no pocas de nuestras parroquias aún están concebidas y funcionan más para ofrecer los servicios de culto y catequesis que necesita una sociedad cristiana, que para impulsar una acción propiamente misionera en la sociedad actual.
Las parroquias siguen pensadas fundamentalmente para los creyentes. Dedican mucho más tiempo, más personas y más medios a los practicantes y a los que vienen que a los alejados e increyentes. Como consecuencia, grandes sectores de adultos quedan sin acceso al Evangelio. Predomina una pastoral de mantenimiento, mayoritariamente sacramental, con pocos gestos significativos para el hombre de hoy y sin suficiente imaginación y audacia para el anuncio.
Por eso, el gran reto de nuestras parroquias, de nuestra Iglesia hoy en día, es precisamente el paso de una pastoral de mantenimiento, a una pastoral misionera, de propuesta. De una pastoral de conservación, dedicada preferentemente a instruir la fe de los practicantes y alimentar la vida de los fieles por la participación en los sacramentos, a una pastoral del anuncio, más orientada a sectores alejados de la fe, propiciando la adhesión al Evangelio y a hacer presente en la sociedad actual la fuerza liberadora y salvadora de Jesucristo.
Las parroquias, por tanto, han de descubrir su vocación más genuina en esta sociedad que se va alejando de la fe, una vocación que hunde sus raíces en el mandato misionero del mismo Jesucristo, que mandó a sus discípulos a ir por el mundo entero a anunciar el Evangelio (cf. Mt 28, 16-20; Mc 16, 9-20, Jn 20 19-23; Hch 2, 1-12).
En conclusión, o nuestras parroquias se convierten en comunidades misioneras, que se toman en serio el anuncio del Evangelio, o progresivamente irán perdiendo su valor.
Por qué la parroquia ha de anunciar a Jesucristo:
Como he apuntado antes, el deber de hacer de cada una de nuestras parroquias comunidades que anuncian de manera convencida y convincente el evangelio de Jesucristo hunde sus raíces en la misma Sagrada Escritura. Valga como ejemplo el texto de Mateo 28, 16-20 donde, explícitamente, se manda a los once a anunciar la Buena Nueva:
“Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. A verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, entonces, y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he mandado. Y yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo»”
La Iglesia, también ha manifestado en numerosas ocasiones esta misma verdad, que constituye su misma esencia. Aparte de los ejemplos mencionados en el preámbulo de este material, destaquemos lo que se dijo en el n. 2 del Decreto sobre el Apostolado de los Laicos, del último Concilio Ecuménico que ha celebrado la Iglesia Católica, el Concilio Vaticano II, allá por el año 1965…
La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la redención salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Como en la complexión de un cuerpo vivo ningún miembro se comporta de una forma meramente pasiva, sino que participa también en la actividad y en la vida del cuerpo, así en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, "todo el cuerpo crece según la operación propia, de cada uno de sus miembros" (Ef., 4,16).Y por cierto, es tanta la conexión y trabazón de los miembros en este Cuerpo (Cf. Ef., 4,16), que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del cuerpo debe reputarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo. (AA. n. 2)
Por tanto, queda totalmente claro que la Iglesia es y existe para evangelizar. Y tal labor, le corresponde a ella en su dimensión universal, con el Papa a la cabeza, en su dimensión local, a través de las diócesis, con sus respectivos obispos a la cabeza, y en las realidades más cercanas y concretas para el individuo, esto es, los movimientos y comunidades eclesiales, y, cómo no, la parroquia. En este sentido, y por si quedara aún alguna duda, recordemos lo que dice sobre la parroquia el documento de Puebla, uno de los más importantes que la Iglesia en América Latina ha elaborado a lo largo de su historia más reciente:
“La parroquia realiza una función en cierto modo integral de Iglesia, ya que acompaña a las personas y familias a lo largo de su existencia, en la educación y crecimiento de su fe. Es centro de coordinación y de animación de comunidades, de grupos y de movimientos. Aquí se abre más el horizonte de comunión y participación. La celebración de la Eucaristía y demás sacramentos hace presente de modo más claro, la globalidad de la Iglesia. Su vínculo con la comunidad diocesana está asegurado por la unión con el Obispo que confía a su representante (normalmente el párroco), la atención pastoral de la comunidad. La parroquia viene a ser para el cristiano el lugar de encuentro, de fraterna comunicación de personas y de bienes, superando las limitaciones propias de las pequeñas comunidades. En la parroquia se asumen, de hecho, una serie de servicios que no están al alcance de las comunidades menores, sobre todo en la dimensión misionera y en la promoción de la dignidad de la persona humana, llegando así, a los emigrantes más o menos estables, a los marginados, a los alejados, a los no creyentes y, en general, a los más necesitados.” (Puebla n.644).
Finalmente, y para terminar este periplo, todo cristiano, por el hecho de serlo, tiene el derecho y el deber de anunciar el Evangelio. Un derecho-deber, que no solo le viene por su vinculación con la Iglesia, sino que, como en el caso de la Iglesia, hunde sus raíces en el mismo Jesucristo, en quien un día fue bautizado, y por medio del Espíritu Santo recibido, fue con él configurado. De modo, que participa ya, de manera indeleble, de su condición sacerdotal, real y profética. De esta última vinculación, nace este “derecho-deber” de ser testigos de Cristo con nuestras obras y palabras.
Por tanto, como conclusión de todo lo dicho hasta ahora, podemos afirmar que la parroquia es por naturaleza misionera. La primera tarea de la Iglesia es llevar el anuncio del Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo, en la esperanza de que puedan convertirse a él y llegar a ser discípulos suyos. Este primer anuncio debe hacerse desde la presencia en medio de la gente, el testimonio de vida cristiana y el anuncio explícito. Tales acciones han de estar acompañadas de dos actitudes fundamentales para que el mensaje sea creíble: el amor y la pobreza-humildad.